domingo, 4 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 26




Desde hace días, estoy viviendo una pesadilla. No sé por qué razón la proximidad de Pedro ha hecho que me exponga así ante él, pero increíblemente, aunque sé que nada puede hacerse, sus palabras han traído alivio a mi alma dolorida.


—Mis abogados lo han puesto todo del derecho y del revés, y nada puede hacerse. Firmé un contrato desleal; me han engañado.


—¿El idiota de Poget no puede prestarte el dinero?


Cierro los ojos, estoy a punto de ponerme a llorar. Realizo una fuerte inspiración y al instante los abro para verme reflejada en su mirada azul, que se presenta ante mí muy preocupada.


—Él es mi socio.


—Hijo de puta...


Me acaricia el rostro con su mano y esa caricia me hace sentir protegida, cuidada. Le miro los labios... Quiero besarlo, quiero sentir la caricia de su lengua; ya la he probado y sé lo que se siente.


Él también mira los míos deseoso, pero ambos nos contenemos; tenemos a diez personas mirando lo que estamos haciendo, sin contar a los curiosos visitantes de la playa que, al vernos, se han quedado merodeando.


El ruido de la cámara de André es continuo; espontáneamente le estamos dando las mejores imágenes con el atardecer de Tenerife de fondo. Finalmente, oigo con dificultad cuando nos dice que es suficiente y eso significa que debemos separarnos.


El momento ha sido sumamente de alto voltaje; nuestros cuerpos ardieron de deseo con cada roce. Lo he sentido y sé que no me equivoco. Lo deseo y sé que él también me desea. En medio de las fotos de conjunto, hemos hecho también capturas por separado. André se acerca después de que bajamos y nos muestra en la pantalla de su cámara digital parte del material que ha conseguido.


Estela se une a nosotros.


—Ésta me gusta —le digo señalando una de las últimas con el traje de baño amarillo que llevo puesto.— Luego las miraremos en el ordenador y elegiremos juntos.


André sigue pasando las fotos mientras nos habla.


—Me gusta ésta —opina Pedro, señalando una de las primeras en que me tiene abrazada por detrás, y a mí también me encanta. En la imagen me veo protegida y acompañada por él; creo que sin duda expresa mucho.


—Se os veía magníficos juntos —acota Estela—, estoy segura de que causaremos un gran efecto visual con esta campaña.


Estamos exhaustos. Ha sido un día muy largo que aún no ha terminado, pero quedamos para cenar todos juntos en El Mirador, el restaurante más selecto del complejo, cuyo código de vestimenta indica que hay que ir formal-elegante.


Estoy terminando de arreglarme. Me he puesto un vestido color rubí de tafetán muy ceñido con la espalda al descubierto y un escote sumamente sugerente, creación de mi amiguísima Estela, por supuesto. Para los pies he elegido unos zapatos de aguja color champán con una pulsera que se ajusta a los tobillos. Me he marcado unas pocas ondas en el pelo y me he maquillado casual. Estoy lista. Me perfumo sutilmente y cojo un pequeño clutch en el que apenas entra mi móvil, el gloss de labios y las tarjetas de identificación y de crédito.


Estoy cerrando la puerta de mi suite cuando Pedro sale de la suya. Luce enigmático, seductor, impecable; va todo vestido de negro con ropa de Saint Clair y está para comérselo. Me encanta el estilo de su cabello, revuelto como si estuviera recién levantado de dormir; creo que en realidad no le gusta peinarse. Nos quedamos mirándonos durante unos instantes; parece que su actitud conmigo ha cambiado después de lo que le he revelado.


—¿Vas al restaurante?


—Sí.


—Estás muy bonita. Hermosa, en verdad.


—Gracias, Pedro. Tú también estás estupendo.


—Saint Clair. —Se toca la solapa de la chaqueta.


—También yo.


—Somos publicidad en vivo —bromea; cuando me sonríe creo que voy a desmayarme—. Lamento no haber podido avisarte el día del cumpleaños de André, pero me robaron el móvil en la estación de tren de Lyon y perdí tu número; tuve que viajar de improviso a Lyon. Quizá el destino nos advertía de que era mucho mejor no mezclar las cosas.


Asiento con la cabeza. Me está mirando la boca mientras me habla y eso me está poniendo nerviosa, además de no coincidir con lo que expresa.


—Vamos a cenar —le señalo, interrumpiendo el momento.


En El Mirador hay una extensa mesa para todos los que somos; la han dispuesto en la terraza, desde donde tenemos una vista panorámica del océano. Si bien Pedro y yo llegamos juntos, nos sentamos separados: yo me acomodo junto a André, y él, en la otra punta.


El ánimo festivo en la mesa es muy notorio, pues conformamos un equipo de trabajo muy agradable y el día de hoy ha sido muy productivo, por lo que todos estamos de muy buen humor.


Comemos unos arroces, pescados y mariscos únicos, que maridamos con un excelente vino.


—Cielo —André y Estela ya no disimulan su amorío y se tratan con soltura frente a todos—, tú que has investigado el lugar, llévanos a algún sitio a bailar.


Todos se entusiasman de inmediato.


—Por lo que pude averiguar, el mejor beach club se llama El Papagayo, así que si queréis le pregunto al maître dónde podemos alquilar transporte para ir.


—Aquí mismo podemos hacerlo —nos informa Juliette.


—Entonces, pongámonos en marcha —interviene Estela, que fiel a su carácter siempre es la propulsora de las fiestas.


Juliette se ofrece para hacer los arreglos para el transporte. 


Antes de partir, las mujeres pasamos por la habitación para repasarnos frente al espejo. Finalmente nos encontramos en la entrada del hotel, donde nos esperan dos Chrysler Voyager, en los que nos distribuimos para irnos. Aunque nos hemos informado con el personal del hotel de cómo llegar, por si acaso ponemos el GPS hasta playa de Troya, en la costa Adeje de Tenerife. El sitio no dista mucho del hotel: se encuentra al sur de la isla y llegamos bastante rápido a El Papagayo.


Advertimos de inmediato que el ambiente es sumamente chispeante; la música house es un clásico del local, pero su ambiente es chill out. Hoy, justamente, hay fiesta latina en el night club, que está a rabiar de gente. Se nos complica un poco la entrada, porque no tenemos reserva, pero increíblemente uno de los camareros del hotel Abama, que también trabaja aquí los fines de semana, nos reconoce, así que muy amablemente se ofrece a hacernos pasar. Veo que con total disimulo Pedro le da una cuantiosa propina, de la cual no hace alarde. Creo que soy la única que lo he advertido porque, aunque lo intento, no logro quitarle el ojo de encima.


Nos acomodamos en una de las cabañas del segundo nivel, pero como el lugar está muy lleno, nos separamos en dos grupos y algunos se quedan en el primer piso. Antes de dividirnos, concretamos la hora en la que nos encontraremos para regresar, por si alguno encuentra plan y se pierde hasta la hora de irnos.


El camarero que nos ha hecho entrar es el mismo que nos encuentra sitio donde acomodarnos, y también es quien atiende nuestra mesa.


—¿Tú que tomas? —me pregunta Pedro.


—Me inclino por un mojito clásico.


—A mí tráeme un Manhattan, por favor —dice él, mientras que André se pide un Purple Rain, y Estela, un daiquiri de fresa.


El sitio es muy moderno, y la fusión de música, muy buena. 


Todos estamos muy animados, así que las chicas muy pronto empezamos a querer bajar a la pista a bailar. André, que siempre está dispuesto para todo, es el primero en levantarse, luego lo hace Pedro y después el resto se anima a seguirnos.


Suena un remix de Adrenalina, el tema que han hecho famoso Jennifer López, Wisin & Yandel y Ricky Martin, y Estela y yo nos desbocamos bailando; este tema nos encanta. Pedro no me sorprende, pues recuerdo que baila muy bien. Bailamos todos juntos, nadie en particular con nadie porque los hombres nos superan en número. De pronto empieza a sonar una versión del tema Bailando, de Enrique Iglesias, y entonces Estela y André se pegan uno junto al otro para bailar voluptuosamente atraídos por el ritmo sensual de la canción. Pedro me coge una mano y me invita a que baile con él. La canción es afrodisíaca, como el perfume de su piel mezclado con la colonia que usa, y en ese beach club junto al mar es como si él hubiera absorbido el aroma del océano. Siento que me quemo por dentro, estoy a punto de quedar calcinada entre sus brazos y sé que no le soy indiferente. Apoyamos nuestras frentes una con otra; en realidad, la de él se apoya en la mía porque, a pesar de que llevo tacones, Pedro me supera en altura. Enlazamos las manos y me las lleva hacia atrás, dejándolas apoyadas en el nacimiento de mis nalgas; nos movemos al ritmo de la canción y comenzamos a cantar. Pedro se sonríe y le devuelvo la sonrisa.


La canción termina y empieza Firts love, de Jennifer López. 


Continuamos bailando un poco más separados. Cuando acaba, nos vamos a la mesa y allí pedimos otra ronda de bebidas. Estamos todos muy acalorados y no podemos parar de reírnos con las ocurrencias de Louis y Marcel.


—Mi vida, yo no soy ni carne ni pescado, pero sé muy bien lo que me gusta, y créeme que me gusta la carne. Y ese que está ahí me mira con ganas; mi radar gay está activado y lo he notado, así que, si me permitís, ya que él no se anima a venir a mí, sacaré mis hormonas masculinas, las pocas que me quedan, e iré a conquistar a ese chulito.


Louis se levanta y efectivamente hace lo que dice.


—Oh, por Dios, se van juntos —dice Marcel—, ¡qué suerte tienen algunos! Ven, reina —me pide mientras me coge la mano—, vamos a la pista a mover los huesitos.


—Pero si vas conmigo, te espantaré a cualquier posible pretendiente.


—¿Y qué quieres, que vaya con este adonis? —dice cogiendo a Pedro de la barbilla—. En ese caso, sí que los espantaría del todo. Además, él es muy heterosexual, mon amour, así que no creo que quiera escoltarme... Y por otra parte te estropearía tu campaña, porque dirían que tu chico Sensualité está bailando con alguien con mucha pluma. Tú acompáñame, que yo lanzo mi ojo clínico y, en cuanto vea una posible presa, te libero.


—Hecho. Vamos.


Me levanto. Pedro me da paso y no para de reírse. 


Torpemente, mi pie se enreda con el de él y caigo sobre su cuerpo, tirándole toda su bebida encima. Quedamos empapados los dos, pero no podemos parar de carcajearnos.


—Lo siento, lo siento, Pedro —me disculpo mientras me pongo en pie ayudada por él.


—Ay, mi vida, ¡qué torpe estás! —me señala Marcel—. Vamos, Juliette, esta musa necesitará asearse antes de poder ir a la pista.


Pedro tomaba una CaipiBlack, así que quedamos hechos un desastre porque la copa lleva frutos del bosque. Nos pasamos unas servilletas de papel, pero no es suficiente.


—Si no le ponéis un poco de agua, no saldrá —nos sugiere Estela.


Por tal motivo, decidimos ir al baño para aclarar la mancha.


Cuando salgo del aseo, me topo con Pedro, que sale del de caballeros. Sin dejarme pensar, me acorrala con su cuerpo contra la pared y pasa su nariz por mi rostro; con el mismo ímpetu con el que me asedió, me coge por la nuca y se apropia de mis labios. Los muerde, los lame enardecido, y yo también lo muerdo a él y lo lamo; mete su lengua en mi boca y, delirante, la enreda con la mía. Me siento sin aliento, pero no quiero parar, deseo seguir experimentando el placer que su beso me proporciona. Nos llevan por delante porque estamos obstaculizando la entrada al baño, y eso hace que nos separemos.


—No quiero que nos vean.


Me observa mientras le hablo sin aliento.


—Quiero sacarte de aquí, quiero hacerte mía.


—Con los problemas que tengo, no es bueno que esto salga a la luz —le respondo con la voz disipada por el efecto del beso y su cercanía.


—Shhh, te he dicho que lo solucionaremos. Confía en mí. Ahora, regresemos.


Quiero irme pero vuelve a apropiarse de mi boca. Me sostiene el rostro con ambas manos mientras me besa nuevamente arrebatador. Luego se aparta, me guiña un ojo y me deja ir.


No sé cómo consigo caminar, porque siento que las piernas me tiemblan, me falta el aire y una corriente eléctrica que surca todo mi cuerpo acaba depositándose en mi vagina; la situación ha reavivado todo mi cuerpo.


«También quiero que me hagas tuya, no hay nada que desee más, Pedro.»










2 comentarios: