domingo, 4 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 24




Mi móvil suena en el bolsillo de mi pantalón. Me disculpo unos instantes con Monica para ver el mensaje que me ha llegado. No puedo dejar de sonreír con autosuficiencia: creo que Estela le ha dicho a Paula que estoy aquí. Pienso qué contestarle; sin embargo, recuerdo que dejó que el idiota de Poget se diera el gusto de echarme de la empresa, y entonces prevalece mi orgullo, que es más alto que la copa de un pino, y no me permite hacerlo. Guardo el móvil y sigo conversando con la morena.


—Bueno, entonces... ¿nos vemos cuando regrese de mi viaje?


Vuelve a sonar mi móvil: otro WhatsApp de Paula.


Paula: «Que bajo has caído: de pretender conquistar a la directora general de Saint Clair, ahora te conformas con la empleada de la tienda.»


No puedo contenerme y le contesto:
Pedro: «¿Celosa?»


Paula: «Ja, ja, ja... Más quisieras, sólo me mofo de ti. No tienes clase.»


Pedro: «Puede que yo no tenga clase, pero para tener la que tú tienes prefiero la mía. Dentro de mi estatus social, es de bien nacidos ser agradecidos. Creo que tú no sabes qué es eso.»


Paula: «Llega temprano al aeropuerto, Alfonso.»


Pedro: «Lo intentaré, aunque... te recomiendo que te despreocupes, porque el trasero de Monica me dará guerra toda la noche, así que quizá no duerma... Total, puedo hacerlo durante el viaje.»


Estoy seguro de que debe de estar furiosa. Pero ¿quién se cree que es para, ahora, montarme esta escena de celos? 


Porque eso es lo que ha sido. «Paula Chaves, perdiste tu oportunidad.»


Continúo hablando con Monica; hago uso de todos mis encantos de cazador y, si por ella fuera, ya mismo nos iríamos a alguna otra parte. Aunque me siento tentado, no sé por qué razón no doy mi zarpazo y prefiero postergar la salida hasta mi vuelta del viaje. Me desconozco: hace semanas que no me entierro en una mórbida vagina, y al pensar en ello me enfado conmigo mismo por desaprovechar esta oportunidad que se me presenta. Aunque no quiera reconocerlo, desde que he conocido a la rubia vanidosa no tengo otros pensamientos en mi cabeza, y, cuando la imagino, inevitablemente mi entrepierna se despierta y toda mi testosterona circula por mi cuerpo de forma irrefrenable. 


Creo que soy un animal en celo. Malditas hormonas sexuales, que parece que sólo conocen un nombre para activarse, y lo peor de todo es que ella no las percibe.


De pronto Estela interrumpe la charla y también mis extraños pensamientos. Se acerca a mí y noto que va cargada con muchas prendas; aunque un chico la ayuda empujando un perchero móvil, se ve desbordada de cosas, así que me ofrezco a brindarle mi ayuda y la libero un poco del peso que carga.— ¿Dónde vas con tantas cosas? Déjame ayudarte.


—Son las prendas que llevaremos a la sesión de fotos.


Estela deja de mirarme y mira a la joven empleada con desdén; me doy cuenta porque no se preocupa en disimular.


—Hay clientes, Monica, ¿por qué no vas a atenderlas? Tu turno no ha terminado para que estés aquí de cháchara.


—Lo siento, mademoiselle Saunière. Au revoir, Pedro.


—No la regañes, yo la he entretenido —intento justificarla.


Le guiño un ojo a la joven y se sonríe casi derretida; mi sonrisa matadora nunca falla y sé que se ha ido con desgana porque lo que quería era lanzárseme al cuello. Pero lo hago a propósito para que Estela se lo cuente a Paula... 


Creo que ella conoce el flirteo que hubo entre nosotros.


Inmediatamente me reprendo; después de la humillación que pasé en Saint Clair, ¿cómo puedo estar pensando en ella nuevamente y de esta forma?


—Entonces... no la entretengas, por favor, está en horario laboral.


—Te estás contagiando de tu jefa.


—¿Qué?


—Por la mala energía, digo.


—Paula es una persona muy agradable, sólo que a veces los problemas la superan; tiene muchas responsabilidades y las complicaciones parecen estar a la orden del día.


—No me interesan los problemas de tu amiga y, en cualquier caso, debería saber separar las cosas y mostrarse más profesional.


Estamos en la calle cargando las cosas en su coche.


—Uuuy, qué enojado estás con ella.


—¿Enojado? Te equivocas. Me tiene sin cuidado la rubia endiosada.


Me mira calculando mis palabras. Aunque intento disimular, creo que me brota por los poros la atracción que Paula me produce.


—En esos escenarios paradisíacos, pasaremos una bonita semana laboral, ¿no crees?


—Por mi parte, voy a trabajar y de muy mala gana. Estoy bastante arrepentido de haber firmado ese contrato.


—Intenta disfrutar, Pedro; te aseguro que hay muchos que quisieran estar en tu lugar. Cuando salga la campaña, casi no podrás caminar por las calles como lo haces hoy, todos te reconocerán.


—Hablas como si me hubiese tocado la lotería.


—Quizá ahora no lo veas de ese modo, pero presiento que con el tiempo sí lo harás.


Hago una mueca desacreditando lo que me dice; tampoco quiero pensar en el sentido que quiere darle a sus palabras.


—Bueno, Pedro, me despido hasta mañana, porque aún debo embalar todo esto y terminar de reunir mis pertenencias.


—Yo también debo acabar de hacer mis maletas. Nos vemos, Estela, voy a buscar mis cosas, que quedaron en el local.


—No entretengas a las empleadas, que la tienda está a rebosar de gente y Monica, al parecer, se distrae demasiado contigo.


—Prometo no entretenerla más en horario de trabajo.


Me palmea el hombro y se va; ha entendido mi insinuación.


Hoy no tengo tiempo de hacer mi rutina de ejercicios, así que tomo una ducha rápida y desayuno a gusto; luego me dispongo a vestirme, ya que debo salir para el aeropuerto. 


Estoy terminando de prepararme y me doy una ojeada en el espejo mientras me toco la barbilla.


—Necesitaría un buen afeitado.


Pero no tengo ganas de ponerme ahora, así que decido dejarlo estar. Me paso la mano por el pelo; creo que hoy luce más rebelde que nunca, pero ya voy casi con el tiempo justo, así que pienso que, así como estoy, me veo bien. Y la ropa informal que elegí ponerme concuerda con mi aspecto.


Ya estoy listo y esperando al taxi que me llevará al aeropuerto, que tiene que estar al caer, así que echo un último vistazo para asegurarme de que no me olvido de nada; compruebo que llevo la billetera y mi documentación, y entonces cierro mi apartamento y me voy a la entrada a esperar a que venga a recogerme.


Como suponía, el taxi no se demora. El chófer, un parisino muy amable, baja y me abre el maletero para que cargue el equipaje; luego nos montamos en el coche rumbo al aeropuerto de Orly.


Hay bastante tráfico, pero he salido con tiempo suficiente, así que durante el camino me distraigo revisando el correo desde mi móvil.


Finalmente llegamos a la terminal oeste, desde donde sale el vuelo, según me indicó Juliette. Le pago el trayecto al taxista y luego él sale para entregarme el equipaje.


—Que tenga buen viaje, monsieur.


—Gracias, le deseo un buen día a usted también.


Entro en la terminal aérea y me quito las gafas de sol que llevo puestas; arrastro mi maleta mientras camino hacia el lugar donde quedamos en encontrarnos, la entrada VIP de Iberia.


A distancia me doy cuenta de que Estela y André me han visto y me hacen señas, también están Juliette, el peluquero y el maquillador, a quienes formalmente conocí el día de la firma del contrato.


Diviso a algunos miembros del equipo de André, a quienes tengo vistos de su estudio fotográfico, y a otras dos personas que no conozco y que, cuando me acerco, me presentan como encargados del vestuario. ¡Mierda! ¡Quién iba a pensar que seríamos tantas personas! Hago un rápido recuento y somos diez, sin contar a la mismísima marquesa de Pompadour, que aún no ha llegado.


—Buenos días.


Abrazo a mi amigo y a Estela, y al resto los saludo con solemnidad, porque con ellos no tengo confianza.


—Monsieur Alfonso, tenga su billete de avión —me dice de inmediato Juliette, y me lo tiende.


—Muchas gracias. Pero llámame Pedro, Juliette.


—¿Por qué no vais entrando? Así, cuando Paula llegue, podremos facturar. Yo me quedaré aquí a esperarla, va con un poquito de retraso.


«Menos mal que se suponía que el que iba a llegar tarde era yo.»


Entramos en la sala, un ambiente con un mobiliario y una decoración sumamente modernos y actuales, donde prevalece la madera clara. Nos acomodamos en la zona de la cafetería. Conformamos un gran grupo pero, aunque estamos todos juntos, Estela, André y yo estamos sumidos en nuestra propia conversación.


Ha pasado un buen rato cuando lacónicamente levanto la vista y veo a Paula entrando en el salón. ¡Condenada mujer, que está siempre perfecta! Va vestida con unos tejanos muy ajustados de cintura alta, una camiseta a rayas en tonalidades grises y calza unas botas cortas de color suela. 


Luce escultural. Después de recorrer su armonioso cuerpo, elevo de nuevo la vista y me detengo en sus facciones. Esa boca... Me dan ganas de mordérsela. Lleva gafas oscuras y se ha recogido el cabello en un moño informal. Su cuello se aprecia largo, tentador. Miro con disimulo al resto de la gente que está en el salón VIP y noto cómo involuntariamente notan su presencia; los hombres la miran embobados, y las mujeres, envidiando su hermosura. Paula es una efigie de la belleza en carne y hueso. Llega hasta donde estamos y emite un saludo en general; yo no me preocupo en
devolvérselo. Cuando la vemos llegar, todos nos ponemos de pie para hacer la facturación y luego pasar a la zona de control de seguridad ubicada al lado.


—¿Qué te ha pasado? Creí que no llegarías.


—Luego te lo cuento, Estela. Vamos a facturar, que es tarde. Así pasamos a hacer los controles.


—Bien.


Yo ni me preocupo en mirarla cuando habla. Al cabo de unos minutos, se dirige a André:
—¿Finalmente tu equipo viene en el mismo avión?


—Por suerte, sí, ya que la bodega no iba muy llena.


—Me alegro, así no tenemos que apartarnos del plan original.







sábado, 3 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 23





Llaman a mi puerta y respondo para dar paso; estoy segura de que es mi secretaria, porque otra persona se hubiera anunciado.


—Con permiso, Paula; te he traído estos informes de evaluación de flujos de fondos que solicitaste, y también el análisis de tendencias.


—Déjalos ahí, luego los revisaré —le indico señalando el escritorio. Justo acababa de levantarme para estirar un poco la espalda, así que le contesto sin darme la vuelta; estoy abstraída contemplando desde la lejanía el paisaje urbano.


—Ya he llamado a monsieur Alfonso para informarle del viaje.


Oír ese nombre hace que me dé la vuelta.


—Ya tenemos fecha de viaje, ¡¡¡yujuuu!!!


Estela entra en mi despacho emocionada porque ella también vendrá con nosotros y acaba de enterarse de que todo está organizado. Juliette y yo nos sonreímos por su entusiasmo.


—¿Deseáis tomar algo?


—Un té de jengibre helado para mí. Tú, Estela, ¿qué quieres beber?


—Una Coca-Cola que esté bien fría, por favor, Juliette. El calor en París es agobiante hoy.


Nos quedamos conversando en mi despacho mientras nos tomamos las bebidas.


—Me duelen los pies —le digo mientras me quito por un rato los zapatos de tacón; estamos en la zona de los sofás y me he recostado; hoy me siento desganada.


—Ven, que te hago uno de mis masajes.


—Gracias por consentirme, cielo.


—Si llamases a Pedro, estoy segura de que sabría cómo consentirte mucho mejor que yo.


Pedro es el modelo de mi campaña, no lo llamaré si no es para algo que tenga que ver con el trabajo. Ha sido un error haber avanzado para que sucediera algo más.


—Terca. ¡Pero si te conté que perdió el móvil!


—No me importa, debería habérselas ingeniado para avisarme.


—Y encima, cuando el desgraciado de Marcos lo echó, no hiciste nada, estuviste de pena. Se fue humillado.


—Que se joda.


—No, la que te jodes eres tú. Yo, en su lugar, nunca más te dirigiría la palabra, y no me digas que no te importa porque lo hiciste únicamente porque estabas furiosa por el plantón. Lo que pasa es que ahora no quieres dar tu brazo a torcer.
»Estuvo en la casa matriz eligiéndose ropa; las chicas quedaron locas con él.


—¿Ah, sí? Perfecto, no me importa.


—Me contó Ingrid, la directora del taller, que revolucionó el local ese día, que todas bajaban como bobas con cualquier excusa para verlo y que están deseando que sea miércoles porque debe ir a retirar unas prendas que tuvieron que ajustarle. Dicen... Bueno, quizá sea sólo un rumor, pero ya sabes que, cuando el río suena, agua lleva.


—¿Qué dicen?


—¿Cómo? No acabas de decir que no te importa.


—Es obvio que no me interesa, pero me has dejado con el chisme a medias.


—Sí, claro... —Estela quiere reírse, pero se contiene y continúa contándome—: Bueno, la cosa es que una de las vendedoras anda pavoneándose porque afirma que intercambiaron los números de teléfono y que van a verse.


—Que le aproveche. —Me pongo de pie. Me he puesto de mal humor—. Tengo cosas que hacer y estoy aquí perdiendo el tiempo contigo. ¿No tienes trabajo, Estela?


—No la pagues conmigo. Coge el teléfono, llámale y discúlpate.


—Anda, ve a trabajar y deja de decir bobadas.


Le hago un gesto con la mano indicándole la salida mientras me siento tras mi escritorio y la ignoro para que se vaya.


En cuanto Estela sale de mi despacho, me pongo a rememorar los besos que nos dimos Pedro y yo; cierro los ojos y hasta puedo sentir sus manos acariciándome. Sigo extasiada en mis pensamientos y creo sentir el calor de su saliva cuando me lamió los pechos; un fuego me invade,estoy a punto de quemarme por dentro.


—¡Dios! He de sacarlo de mi cabeza. Ese hombre es perjudicial para mí, no puedo creer que esté teniendo estos pensamientos en medio de la oficina.


«¿A qué hora irá el miércoles al local?»


Enfurruñada por tener esas reflexiones, cojo las carpetas que me dejó Juliette y me obligo a trabajar.


Estoy cerca de mi casa. Mañana viajaremos para la sesión de fotos de la campaña y aún no he preparado las maletas. Antes de irme le he dicho a Antoniette que las haremos en cuanto llegue a casa.


Se abre el portón del garaje y, cuando estoy a punto de introducir mi coche, suena mi teléfono.


—Estela, ¿pasa algo?


—He venido a buscar la ropa que llevaremos para la sesión de fotos y... ¿adivinas quién está aquí? También ha pasado a retirar su ropa... Espera, mejor cuelgo y te envío una fotografía.


En la imagen se ve claramente a Pedro, que tiene una pierna cruzada y el codo apoyado en el mostrador; está ligeramente recostado en él, mientras habla muy de cerca con una de las empleadas.


No me puedo contener y digo en voz alta:
—Qué idiota, se cree el rey de la selva.


Me llega un mensaje por WhatsApp.


Estela: «¿No quieres que lo entretenga y así te vienes?»


Paula: «Que se folle a quien le dé la gana.»


Estela: «Te recuerdo que a quien le tiene ganas es a ti, pero como te haces la difícil... El hombre necesita buscar un desahogo. Acuérdate: quien se va a Sevilla, pierde su silla.»


Paula: «Que se desahogue con todo París, a mí qué me importa. Chao, Estela, debo hacer las maletas. Nos vemos mañana a las 9.45 en el aeropuerto.»


Estela: «¡¡¡Qué tozuda eres!!!»


Tiro el teléfono en mi bolso y me dispongo a bajar del coche, pero estoy que ni yo misma me aguanto.


Cojo mi móvil nuevamente y vuelvo a mirar la fotografía que me ha enviado Estela. Presa por los celos, sé que estoy a punto de hacer una estupidez, pero no soy capaz de contenerme.


Paula: «Espero que esta noche no te acuestes tarde y mañana seas puntual en el aeropuerto.»








DIMELO: CAPITULO 22




La tarde está al caer en París; los rayos de sol iluminan el río Sena, coloreándolo de tonalidades entre bermellón, carmesí y púrpura. Acabo de salir de una reunión con mis abogados, pero lo cierto es que no deseo volver a mi casa, así que conduzco hasta Bastille; de pronto me siento bohemia y por eso voy hacia allá. Estaciono mi coche y admiro la Columna de Julio, donde se une el París clásico con el moderno; siempre me ha impactado la unión mágica de esas callejuelas de edificaciones antiguas rodeadas de grandes avenidas. Así es París: mística, romántica, misteriosa, histórica, glamurosa.


Camino por el bulevar Richard Lenoir, donde los domingos por la mañana, igual que los jueves, hay un mercado al aire libre. En uno de los puestos me compro una manzana caramelizada; me recuerda a cuando era pequeña y mi padre me consentía comprándomela, aunque mi madre se opusiera porque decía que lo dulce no era bueno para mis dientes. Cierro los ojos y no puedo evitar añorar esa época; quisiera volver atrás en el tiempo, a la época cuando mis problemas los resolvían mis padres.


Continúo caminando y me interno en los jardines del puerto del Arsenal; necesito un poco de paz y ése es un paseo muy pintoresco y tranquilo. Recorro la pérgola decorada con flores, deambulo por la rosaleda y luego ingreso por el canal; allí me doy cuenta de que el sol ha caído un poco más, porque las luces empiezan a encenderse y se reflejan en el agua, igual que se encienden las de las embarcaciones de recreo que están ancladas en el lugar.


Marcos se ha vuelto loco; han pasado varios días desde el altercado con Pedro en la oficina y esta mañana he tenido noticias de él.


Teniendo en cuenta lo que vivimos juntos, jamás me habría imaginado acabar mi relación con él en estos términos, pero al parecer no hay manera de hacerle entrar en razón, aunque lo cierto es que en el fondo no me extraña: Marcos es así, es voluble y caprichoso cuando no puede tener lo que desea; entonces reacciona con berrinches y se escuda en el poder de su apellido. La sobreprotección de sus padres le ha impedido madurar.


Respetando los términos y las condiciones estipulados en los estatutos de la sociedad de Saint Clair, esta mañana convocó una asamblea de socios, a la que ha llegado acompañado de sus abogados y en la que me ha informado de su intención de vender su cincuenta por ciento de la compañía.


Cubo de agua helada a las diez de la mañana, momento inesperado que me ha asolado el alma.


—Marcos, dame tiempo, no puedes hacer esto así, de un día para otro. Sabes que quiero tu parte, pero déjame buscar de qué manera puedo adquirirla. Además, no veo la necesidad de que hayas venido con tus abogados.


Me esquiva la mirada y parece que le estoy hablando a las paredes. Sus abogados se mantienen al margen por el momento. Insisto.


—Marcos, arreglemos esto por las buenas, por favor.


—Paula, mis abogados te explicarán los términos de la disolución de nuestra sociedad; no tengo tiempo para quedarme, así que arréglalo todo con ellos. Te dirán de cuánto son los tiempos contractuales que tienes para comprarme mi parte. Si para entonces no cuentas con el dinero, se la venderé a alguien externo.


—No puedes hacerme esto Marcos, no me lo merezco.


Se me queda mirando fijamente; pensé que comprendería que no es necesario llegar al punto al que está llevando las cosas, pero se pone en pie, se despide con cordialidad de sus abogados ignorándome y se retira de la sala de juntas.


Mi universo de sueños ha comenzado a derrumbarse; mi esfuerzo y mi trabajo están siendo pisoteados, y después de hablar con mis abogados estoy casi segura de que será imposible adquirir esa parte de la sociedad en los plazos que Marcos estipula. Mis representantes legales intentarán una negociación con los suyos, pero ya sé la respuesta: para Marcos, esto no son negocios, sino venganza.


Él quiere destruirme, está empecinado en hacerlo a cualquier precio y no se detendrá hasta conseguirlo. No quiero ponerme a llorar, porque yo no soy así, pero una enorme congoja me invade y algunas lágrimas que recojo con premura se escapan de mis ojos. Necesito encontrar una solución, pero parece no haberla.


Suena mi teléfono, es Estela.


—¿Dónde andas? Estoy en tu casa y Antoniette me ha dicho que aún no has aparecido por aquí.


—No te alarmes, estoy bien; salí del bufete de abogados y me fui a caminar para pensar.


—¿Cómo te ha ido? Aunque, por el tono de tu voz, presumo que no muy bien.


—Espérame, voy para casa y te lo contaré; no tardaré.


—Bien, aquí me quedo; conduce con cuidado.


Llego a casa y Estela me está esperando como me ha prometido. La abrazo fuerte; necesito un abrazo de alguien que sé que me quiere bien, y ella está dispuesta a sostenerme como la gran amiga que es.— No podré comprarle la parte a Marcos, tendré que aceptar una sociedad con extraños; todo lo que Marcos propone a través de sus abogados es legal y está dentro del estatuto societario que firmamos. Tengo prioridad de compra pero, si no consigo el dinero en los tiempos estipulados, el proceso se abrirá a terceros.


—Cariño, yo tengo algunos ahorros; quizá pueda ayudarte a que no te falte tanto.


—El problema, Estela, es que carezco de efectivo: tengo todo mi capital invertido en las colecciones y, aunque la empresa cuenta con liquidez y me otorgarían con seguridad un crédito, no estoy en condiciones de solicitarlo, porque entonces, por pagar el préstamo, Saint Clair dejaría de producir, o viceversa. Estoy en un callejón sin salida. Marcos no estirará los plazos, no esperará a que se vendan las próximas colecciones para que yo me encuentre más holgada... No lo hará sencillamente porque lo que quiere es verme hundida.


—Me cago en Marcos. Me cago en su imbecilidad y en su ego, que es más grande que el de Napoleón.


—De todas formas, no me parece mal que, con tus ahorros, compres una parte de esas acciones que Marcos pondrá en venta..., ¡si quieres, claro! Cuantas menos acciones queden en manos de extraños, mucho mejor.


—Por supuesto que quiero, pero pretendo prestarte el dinero y que las compres a tu nombre.


—Estela, te lo agradezco. Sé que lo que me ofreces es de corazón, pero soy tu amiga y, por el enorme cariño que te tengo, te digo que no: quiero tu progreso económico y ésta es una gran oportunidad para que lo consigas.


—Saint Clair es tu sueño. No podría comprar parte de tu empresa porque sentiría que estoy traicionándote y aprovechándome de la situación.


La abrazo con fuerza y la beso en la mejilla.


—No seas tonta: todo lo contrario, me estarías ayudando. Saint Clair es mi sueño, pero también sé que, desde un principio, te has subido a él y lo has hecho propio, trabajando codo a codo conmigo. Yo estaría sumamente agradecida de que comprases esas acciones para que la empresa no se divida tanto.


—¿Y si les explicas a tus padres lo que sucede? Tal vez ellos puedan ayudarte.


—Mi madre lo tiene todo invertido en su fundación, y mi padre... Aunque me adora, sé que pedirle ayuda le causaría conflictos con su nueva esposa, y no quiero complicarle la vida.


—¡Pero tiene que haber una solución! Has trabajado muy duro para que venga un extraño a llevarse tus logros.


—No la hay, Estela. Marcos ha ejecutado perfectamente su plan y me ha hecho un jaque mate en su última jugada.
»Mis abogados dicen que yo acepté esos estatutos societarios y que no hay marcha atrás. Supongo que no me protegí porque nunca creí que llegaríamos a esto. En cambio, al parecer sus notarios y abogados redactaron la constitución de la sociedad a su favor, y yo simplemente me confié. Mientras que él siempre supo que tenía ese as en la manga.


—Debiste haber aceptado su dinero cuando quiso ponerlo todo a tu nombre.


—Sabes que no soy así, jamás habría aceptado eso, porque hubiese sido como ponerle precio a nuestra relación. Sin embargo, haber constituido esa sociedad ha sido lo mismo, para él lo ha sido. De todas formas, ahora que entiendo su jugada en los contratos, creo que nunca me hubiera dado el dinero.— No puedo creer lo que está pasando.


—Si tú estás así, imagínate cómo estoy yo.


—Saldremos adelante, sé que lo haremos. De todas maneras, seguirás siendo la accionista mayoritaria.


—Sí, pero todo cambiará; la dirección de la empresa cambiará. Estoy acostumbrada a no rendirle cuentas a nadie, ahora cada paso que pretenda dar tendrá que ser aprobado por una junta de accionistas. Es toda una complicación.


—Yo creo que detrás de Marcos siempre ha estado su padre; no lo veo a él con tanto cerebro como para haber ideado todo esto.


—Es posible... Aunque fue Marcos quien puso el dinero, sabemos que, sin lugar a dudas, éste se lo dio su padre. Y no es precisamente por ser tonto que Poget tiene la fortuna que tiene.


—Ratas... ¡Como si la pasta les hiciera falta con tanta urgencia que no pueden esperarte! ¿Y si hablas con el padre de Marcos?


—No lo haré, no permitiré una sola humillación más de los Poget. No puedo creer que Marcos me haya hecho esto.


—Pues créelo. A mí nunca me gustó y siempre te he dicho que no era hombre para ti. ¡Bah, qué digo hombre, ése es un engendro del demonio, que sólo vive para sí mismo!
»No es justo que todo se te complique y vaya en contra del crecimiento de la empresa, y él, que no puso más que el capital original, ahora te ponga en esta situación y no puedas hacer nada.


—La estúpida fui yo por ser confiada, y por reinvertir mis ganancias, además de los fondos de la compañía.


Me retuerzo las manos y Estela me las coge entre las suyas. 


Antoniette nos avisa de que la cena ya está lista y, aunque no tengo ganas de probar bocado, entre las dos me obligan a hacerlo.



****


Durante la semana he realizado varias entrevistas de trabajo y me siento bastante optimista; en algunas empresas se mostraron muy interesados en mí y creo que muy pronto tendré noticias favorables.


Llego a casa de André; me ha llamado para que cenemos juntos y creo que me vendrá bien un poco de distracción. 


Desde que he regresado de Lyon, no lo he visto, tan sólo hemos hablado por teléfono y ya me he disculpado oportunamente por no haber podido asistir a su cumpleaños.


Pedro, qué gusto verte. —Me abraza cuando me recibe en la entrada de su apartamento—. Pasa, amigo, pasa.


—También es un placer para mí. Esta semana ha sido bastante caótica... Bueno, ya te lo he contado un poco por teléfono. Me extrañó tu invitación para cenar juntos: siendo viernes, creí que quedarías con Estela.


—Estela va a dormir en casa de Paula. No sé qué ha pasado, sólo me dijo que su amiga la necesitaba porque no estaba bien, que ya me lo contaría cuando pudiera.


—¿Paula no está bien? ¿Qué le ha ocurrido?


Por más que intento mostrarme desinteresado, sé que no lo consigo y me insulto por dentro.


André me mira; estoy seguro de que estudia mi gesto, pero no me dice nada. Él está al tanto de lo que pasó el lunes en la oficina de Paula y, aunque tomó a broma mi proceder, sé que intuye que ella me interesa más allá de lo que yo intento dar a entender, pero respeta mi silencio y se lo agradezco.


Además, estoy intentando dejar de lado la atracción que ella me produce..., aunque, después de haber oído que le pasa algo, creo que no lo estoy haciendo muy bien, porque no puedo evitar sentir el impulso de salir hacia su casa para ver cómo se encuentra.


—Por lo que me dijo Estela, problemas en la empresa. Algo de la sociedad.


—Pero... ¿Saint Clair no es de su propiedad?


—Al parecer, no es la única propietaria. Yo tampoco lo sabía, ya que siempre ha sido ella la cara visible y quien lo lleva todo adelante, así que no sé. Estaba en una sesión de fotos cuando Estela me llamó y no pude atender mucho a lo que me decía, aunque..., ahora que lo pienso..., la expansión de Saint Clair fue astronómica en poco tiempo, así que no es descabellado suponer que tuvo que recurrir a inversiones externas para conseguirlo.


Dejamos de lado el tema de Paula para hablar de otros asuntos; yo intento no pensar en ella, pero no lo consigo.


—¿Tienes mucho trabajo?


—Por suerte no me falta, pero ando agobiado, ya que estoy organizándolo todo porque seguro que pronto viajaremos a las localizaciones para la campaña de Saint Clair.


—No quiero pensar en eso. Paula me enerva, creo que ha sido un gran error firmar ese contrato.


—Disfruta, hombre; ganarás un buen dinero y ya verás como en el viaje lo pasaremos bien.


En definitiva, la velada se hace muy grata. Nos ponemos a recordar viejos tiempos y realmente conseguimos relajarnos.


El sábado me ocupo de pasar por la casa matriz de Saint Clair para elegir ropa. Aún no había tenido tiempo de hacerlo, pero sé que es algo de lo que debo ocuparme.


Las empleadas del lugar se muestran muy solícitas; sabían que iría en algún momento y cuando llego me ayudan a elegir bastantes cosas. Me miro al espejo mientras me pruebo algunas prendas y me gusta la tendencia que marca Saint Clair; nunca me había comprado nada de la firma, pero realmente creo que me sienta bien este estilo.


Monica es una de las muchachas que trabaja en la tienda. 


Es una morena muy guapa que tiene un culo bien firme, respingón y redondeado; se ve perfecto para recibir una buena follada. Al ver que no le soy indiferente, no pierdo oportunidad y utilizo todos mis encantos para seducirla; terminamos intercambiando los teléfonos y quedamos en que la llamaré para salir a tomar algo el próximo sábado, ya que me dice que hoy no puede porque es el cumpleaños de su madre y... Creo que no me miente, puesto que se muestra bastante apenada; incluso diría que tiene ganas de invitarme para que la acompañe, pero no se atreve porque acabamos de conocernos.


—Llámame, Pedro.


—Lo haré, Monica, lo prometo.


El domingo por la mañana lo paso en Lyon para ver a mi madre. Los médicos consideran que ha entrado en el estadio avanzado de la enfermedad y han decidido cambiarle el tratamiento, por lo que me han llamado para ponerme al tanto y explicarme en qué consiste. Paso parte de la tarde con ella, aunque ni se entera de que estoy aquí. Sólo durante un rato me reconoce, pero me ve como a un niño
y me trata como tal; luego ya pierde la noción de quién soy y comienza a tratarme como, si en vez de ser su hijo, fuera su padre.


Es muy duro ver cómo, poco a poco, va perdiendo todas las funciones cognitivas. Sigo aguardando un milagro y ruego para que aparezca la cura para su enfermedad; mientras tanto, busco la forma de retrasar al máximo su avance y me centro en proporcionarle la mejor atención. Aunque en mi madre parece que nada funciona... Incluso hemos llegado a probar los tratamientos con células madre. Los médicos me dicen que no todos los pacientes reaccionan de la misma manera; por eso, a pesar de que en otros enfermos han dado buenos resultados, en ella parecen no funcionar.


Por la noche regreso a París.


Es media mañana del lunes. Termino de ducharme tras haber salido a correr y, cuando estoy secándome, oigo sonar mi teléfono, así que me ato una toalla en las caderas y salgo a coger la llamada.


—Buenos días, monsieur Alfonso, soy Juliette Barceló, la secretaria de la señorita Chaves.


—Buenos días. ¿Cómo le va, Juliette?


—Muy bien, muchas gracias, espero que a usted también.
»Le llamo para avisarle de que ya está todo arreglado para hacer las tomas en las localizaciones y que tenemos sus pasajes. La señorita Chaves me ha pedido que le informe de que el jueves a las doce menos diez de la mañana saldremos de viaje para realizar la producción de fotos para la campaña. ¿Desea que le recuerde los destinos?


—No es preciso, recuerdo perfectamente adónde vamos.


—Muy bien, sigo informándole. ¿Quiere tomar nota?


—Sí, Juliette, prosiga.


—Bien: el vuelo sale del aeropuerto de Orly; le pedimos que, en lo posible, esté dos horas antes para efectuar con tiempo los controles pertinentes. Estaré allí, así que yo misma le entregaré su billete.— ¿Qué día regresaremos?


—Serán siete días, monsieur Alfonso. No olvide llevar su documentación.


—Perfecto. Seré puntual.


—¿Desea hacerme alguna otra consulta?


—¿Es un vuelo directo?


—Así es, monsieur.


—Muy bien. No necesito saber nada más, Juliette. Le deseo un buen día.


—Lo mismo le digo.


Hace una semana de la última vez que vi a Paula; no he vuelto a llamarla y tampoco ella lo ha hecho. Creo que es mejor que separemos las cosas, porque no estoy para complicarme la vida con una mujer, además de que ésta se cree el centro del universo y es una histérica.


Mierda, me doy cuenta de que no podré salir con Monica; anoche estuvimos hablando por teléfono y quedamos finalmente para el viernes.


«La llamaré para avisarla, quizá pueda verla antes de irme.»