domingo, 4 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 24




Mi móvil suena en el bolsillo de mi pantalón. Me disculpo unos instantes con Monica para ver el mensaje que me ha llegado. No puedo dejar de sonreír con autosuficiencia: creo que Estela le ha dicho a Paula que estoy aquí. Pienso qué contestarle; sin embargo, recuerdo que dejó que el idiota de Poget se diera el gusto de echarme de la empresa, y entonces prevalece mi orgullo, que es más alto que la copa de un pino, y no me permite hacerlo. Guardo el móvil y sigo conversando con la morena.


—Bueno, entonces... ¿nos vemos cuando regrese de mi viaje?


Vuelve a sonar mi móvil: otro WhatsApp de Paula.


Paula: «Que bajo has caído: de pretender conquistar a la directora general de Saint Clair, ahora te conformas con la empleada de la tienda.»


No puedo contenerme y le contesto:
Pedro: «¿Celosa?»


Paula: «Ja, ja, ja... Más quisieras, sólo me mofo de ti. No tienes clase.»


Pedro: «Puede que yo no tenga clase, pero para tener la que tú tienes prefiero la mía. Dentro de mi estatus social, es de bien nacidos ser agradecidos. Creo que tú no sabes qué es eso.»


Paula: «Llega temprano al aeropuerto, Alfonso.»


Pedro: «Lo intentaré, aunque... te recomiendo que te despreocupes, porque el trasero de Monica me dará guerra toda la noche, así que quizá no duerma... Total, puedo hacerlo durante el viaje.»


Estoy seguro de que debe de estar furiosa. Pero ¿quién se cree que es para, ahora, montarme esta escena de celos? 


Porque eso es lo que ha sido. «Paula Chaves, perdiste tu oportunidad.»


Continúo hablando con Monica; hago uso de todos mis encantos de cazador y, si por ella fuera, ya mismo nos iríamos a alguna otra parte. Aunque me siento tentado, no sé por qué razón no doy mi zarpazo y prefiero postergar la salida hasta mi vuelta del viaje. Me desconozco: hace semanas que no me entierro en una mórbida vagina, y al pensar en ello me enfado conmigo mismo por desaprovechar esta oportunidad que se me presenta. Aunque no quiera reconocerlo, desde que he conocido a la rubia vanidosa no tengo otros pensamientos en mi cabeza, y, cuando la imagino, inevitablemente mi entrepierna se despierta y toda mi testosterona circula por mi cuerpo de forma irrefrenable. 


Creo que soy un animal en celo. Malditas hormonas sexuales, que parece que sólo conocen un nombre para activarse, y lo peor de todo es que ella no las percibe.


De pronto Estela interrumpe la charla y también mis extraños pensamientos. Se acerca a mí y noto que va cargada con muchas prendas; aunque un chico la ayuda empujando un perchero móvil, se ve desbordada de cosas, así que me ofrezco a brindarle mi ayuda y la libero un poco del peso que carga.— ¿Dónde vas con tantas cosas? Déjame ayudarte.


—Son las prendas que llevaremos a la sesión de fotos.


Estela deja de mirarme y mira a la joven empleada con desdén; me doy cuenta porque no se preocupa en disimular.


—Hay clientes, Monica, ¿por qué no vas a atenderlas? Tu turno no ha terminado para que estés aquí de cháchara.


—Lo siento, mademoiselle Saunière. Au revoir, Pedro.


—No la regañes, yo la he entretenido —intento justificarla.


Le guiño un ojo a la joven y se sonríe casi derretida; mi sonrisa matadora nunca falla y sé que se ha ido con desgana porque lo que quería era lanzárseme al cuello. Pero lo hago a propósito para que Estela se lo cuente a Paula... 


Creo que ella conoce el flirteo que hubo entre nosotros.


Inmediatamente me reprendo; después de la humillación que pasé en Saint Clair, ¿cómo puedo estar pensando en ella nuevamente y de esta forma?


—Entonces... no la entretengas, por favor, está en horario laboral.


—Te estás contagiando de tu jefa.


—¿Qué?


—Por la mala energía, digo.


—Paula es una persona muy agradable, sólo que a veces los problemas la superan; tiene muchas responsabilidades y las complicaciones parecen estar a la orden del día.


—No me interesan los problemas de tu amiga y, en cualquier caso, debería saber separar las cosas y mostrarse más profesional.


Estamos en la calle cargando las cosas en su coche.


—Uuuy, qué enojado estás con ella.


—¿Enojado? Te equivocas. Me tiene sin cuidado la rubia endiosada.


Me mira calculando mis palabras. Aunque intento disimular, creo que me brota por los poros la atracción que Paula me produce.


—En esos escenarios paradisíacos, pasaremos una bonita semana laboral, ¿no crees?


—Por mi parte, voy a trabajar y de muy mala gana. Estoy bastante arrepentido de haber firmado ese contrato.


—Intenta disfrutar, Pedro; te aseguro que hay muchos que quisieran estar en tu lugar. Cuando salga la campaña, casi no podrás caminar por las calles como lo haces hoy, todos te reconocerán.


—Hablas como si me hubiese tocado la lotería.


—Quizá ahora no lo veas de ese modo, pero presiento que con el tiempo sí lo harás.


Hago una mueca desacreditando lo que me dice; tampoco quiero pensar en el sentido que quiere darle a sus palabras.


—Bueno, Pedro, me despido hasta mañana, porque aún debo embalar todo esto y terminar de reunir mis pertenencias.


—Yo también debo acabar de hacer mis maletas. Nos vemos, Estela, voy a buscar mis cosas, que quedaron en el local.


—No entretengas a las empleadas, que la tienda está a rebosar de gente y Monica, al parecer, se distrae demasiado contigo.


—Prometo no entretenerla más en horario de trabajo.


Me palmea el hombro y se va; ha entendido mi insinuación.


Hoy no tengo tiempo de hacer mi rutina de ejercicios, así que tomo una ducha rápida y desayuno a gusto; luego me dispongo a vestirme, ya que debo salir para el aeropuerto. 


Estoy terminando de prepararme y me doy una ojeada en el espejo mientras me toco la barbilla.


—Necesitaría un buen afeitado.


Pero no tengo ganas de ponerme ahora, así que decido dejarlo estar. Me paso la mano por el pelo; creo que hoy luce más rebelde que nunca, pero ya voy casi con el tiempo justo, así que pienso que, así como estoy, me veo bien. Y la ropa informal que elegí ponerme concuerda con mi aspecto.


Ya estoy listo y esperando al taxi que me llevará al aeropuerto, que tiene que estar al caer, así que echo un último vistazo para asegurarme de que no me olvido de nada; compruebo que llevo la billetera y mi documentación, y entonces cierro mi apartamento y me voy a la entrada a esperar a que venga a recogerme.


Como suponía, el taxi no se demora. El chófer, un parisino muy amable, baja y me abre el maletero para que cargue el equipaje; luego nos montamos en el coche rumbo al aeropuerto de Orly.


Hay bastante tráfico, pero he salido con tiempo suficiente, así que durante el camino me distraigo revisando el correo desde mi móvil.


Finalmente llegamos a la terminal oeste, desde donde sale el vuelo, según me indicó Juliette. Le pago el trayecto al taxista y luego él sale para entregarme el equipaje.


—Que tenga buen viaje, monsieur.


—Gracias, le deseo un buen día a usted también.


Entro en la terminal aérea y me quito las gafas de sol que llevo puestas; arrastro mi maleta mientras camino hacia el lugar donde quedamos en encontrarnos, la entrada VIP de Iberia.


A distancia me doy cuenta de que Estela y André me han visto y me hacen señas, también están Juliette, el peluquero y el maquillador, a quienes formalmente conocí el día de la firma del contrato.


Diviso a algunos miembros del equipo de André, a quienes tengo vistos de su estudio fotográfico, y a otras dos personas que no conozco y que, cuando me acerco, me presentan como encargados del vestuario. ¡Mierda! ¡Quién iba a pensar que seríamos tantas personas! Hago un rápido recuento y somos diez, sin contar a la mismísima marquesa de Pompadour, que aún no ha llegado.


—Buenos días.


Abrazo a mi amigo y a Estela, y al resto los saludo con solemnidad, porque con ellos no tengo confianza.


—Monsieur Alfonso, tenga su billete de avión —me dice de inmediato Juliette, y me lo tiende.


—Muchas gracias. Pero llámame Pedro, Juliette.


—¿Por qué no vais entrando? Así, cuando Paula llegue, podremos facturar. Yo me quedaré aquí a esperarla, va con un poquito de retraso.


«Menos mal que se suponía que el que iba a llegar tarde era yo.»


Entramos en la sala, un ambiente con un mobiliario y una decoración sumamente modernos y actuales, donde prevalece la madera clara. Nos acomodamos en la zona de la cafetería. Conformamos un gran grupo pero, aunque estamos todos juntos, Estela, André y yo estamos sumidos en nuestra propia conversación.


Ha pasado un buen rato cuando lacónicamente levanto la vista y veo a Paula entrando en el salón. ¡Condenada mujer, que está siempre perfecta! Va vestida con unos tejanos muy ajustados de cintura alta, una camiseta a rayas en tonalidades grises y calza unas botas cortas de color suela. 


Luce escultural. Después de recorrer su armonioso cuerpo, elevo de nuevo la vista y me detengo en sus facciones. Esa boca... Me dan ganas de mordérsela. Lleva gafas oscuras y se ha recogido el cabello en un moño informal. Su cuello se aprecia largo, tentador. Miro con disimulo al resto de la gente que está en el salón VIP y noto cómo involuntariamente notan su presencia; los hombres la miran embobados, y las mujeres, envidiando su hermosura. Paula es una efigie de la belleza en carne y hueso. Llega hasta donde estamos y emite un saludo en general; yo no me preocupo en
devolvérselo. Cuando la vemos llegar, todos nos ponemos de pie para hacer la facturación y luego pasar a la zona de control de seguridad ubicada al lado.


—¿Qué te ha pasado? Creí que no llegarías.


—Luego te lo cuento, Estela. Vamos a facturar, que es tarde. Así pasamos a hacer los controles.


—Bien.


Yo ni me preocupo en mirarla cuando habla. Al cabo de unos minutos, se dirige a André:
—¿Finalmente tu equipo viene en el mismo avión?


—Por suerte, sí, ya que la bodega no iba muy llena.


—Me alegro, así no tenemos que apartarnos del plan original.







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