sábado, 3 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO 23





Llaman a mi puerta y respondo para dar paso; estoy segura de que es mi secretaria, porque otra persona se hubiera anunciado.


—Con permiso, Paula; te he traído estos informes de evaluación de flujos de fondos que solicitaste, y también el análisis de tendencias.


—Déjalos ahí, luego los revisaré —le indico señalando el escritorio. Justo acababa de levantarme para estirar un poco la espalda, así que le contesto sin darme la vuelta; estoy abstraída contemplando desde la lejanía el paisaje urbano.


—Ya he llamado a monsieur Alfonso para informarle del viaje.


Oír ese nombre hace que me dé la vuelta.


—Ya tenemos fecha de viaje, ¡¡¡yujuuu!!!


Estela entra en mi despacho emocionada porque ella también vendrá con nosotros y acaba de enterarse de que todo está organizado. Juliette y yo nos sonreímos por su entusiasmo.


—¿Deseáis tomar algo?


—Un té de jengibre helado para mí. Tú, Estela, ¿qué quieres beber?


—Una Coca-Cola que esté bien fría, por favor, Juliette. El calor en París es agobiante hoy.


Nos quedamos conversando en mi despacho mientras nos tomamos las bebidas.


—Me duelen los pies —le digo mientras me quito por un rato los zapatos de tacón; estamos en la zona de los sofás y me he recostado; hoy me siento desganada.


—Ven, que te hago uno de mis masajes.


—Gracias por consentirme, cielo.


—Si llamases a Pedro, estoy segura de que sabría cómo consentirte mucho mejor que yo.


Pedro es el modelo de mi campaña, no lo llamaré si no es para algo que tenga que ver con el trabajo. Ha sido un error haber avanzado para que sucediera algo más.


—Terca. ¡Pero si te conté que perdió el móvil!


—No me importa, debería habérselas ingeniado para avisarme.


—Y encima, cuando el desgraciado de Marcos lo echó, no hiciste nada, estuviste de pena. Se fue humillado.


—Que se joda.


—No, la que te jodes eres tú. Yo, en su lugar, nunca más te dirigiría la palabra, y no me digas que no te importa porque lo hiciste únicamente porque estabas furiosa por el plantón. Lo que pasa es que ahora no quieres dar tu brazo a torcer.
»Estuvo en la casa matriz eligiéndose ropa; las chicas quedaron locas con él.


—¿Ah, sí? Perfecto, no me importa.


—Me contó Ingrid, la directora del taller, que revolucionó el local ese día, que todas bajaban como bobas con cualquier excusa para verlo y que están deseando que sea miércoles porque debe ir a retirar unas prendas que tuvieron que ajustarle. Dicen... Bueno, quizá sea sólo un rumor, pero ya sabes que, cuando el río suena, agua lleva.


—¿Qué dicen?


—¿Cómo? No acabas de decir que no te importa.


—Es obvio que no me interesa, pero me has dejado con el chisme a medias.


—Sí, claro... —Estela quiere reírse, pero se contiene y continúa contándome—: Bueno, la cosa es que una de las vendedoras anda pavoneándose porque afirma que intercambiaron los números de teléfono y que van a verse.


—Que le aproveche. —Me pongo de pie. Me he puesto de mal humor—. Tengo cosas que hacer y estoy aquí perdiendo el tiempo contigo. ¿No tienes trabajo, Estela?


—No la pagues conmigo. Coge el teléfono, llámale y discúlpate.


—Anda, ve a trabajar y deja de decir bobadas.


Le hago un gesto con la mano indicándole la salida mientras me siento tras mi escritorio y la ignoro para que se vaya.


En cuanto Estela sale de mi despacho, me pongo a rememorar los besos que nos dimos Pedro y yo; cierro los ojos y hasta puedo sentir sus manos acariciándome. Sigo extasiada en mis pensamientos y creo sentir el calor de su saliva cuando me lamió los pechos; un fuego me invade,estoy a punto de quemarme por dentro.


—¡Dios! He de sacarlo de mi cabeza. Ese hombre es perjudicial para mí, no puedo creer que esté teniendo estos pensamientos en medio de la oficina.


«¿A qué hora irá el miércoles al local?»


Enfurruñada por tener esas reflexiones, cojo las carpetas que me dejó Juliette y me obligo a trabajar.


Estoy cerca de mi casa. Mañana viajaremos para la sesión de fotos de la campaña y aún no he preparado las maletas. Antes de irme le he dicho a Antoniette que las haremos en cuanto llegue a casa.


Se abre el portón del garaje y, cuando estoy a punto de introducir mi coche, suena mi teléfono.


—Estela, ¿pasa algo?


—He venido a buscar la ropa que llevaremos para la sesión de fotos y... ¿adivinas quién está aquí? También ha pasado a retirar su ropa... Espera, mejor cuelgo y te envío una fotografía.


En la imagen se ve claramente a Pedro, que tiene una pierna cruzada y el codo apoyado en el mostrador; está ligeramente recostado en él, mientras habla muy de cerca con una de las empleadas.


No me puedo contener y digo en voz alta:
—Qué idiota, se cree el rey de la selva.


Me llega un mensaje por WhatsApp.


Estela: «¿No quieres que lo entretenga y así te vienes?»


Paula: «Que se folle a quien le dé la gana.»


Estela: «Te recuerdo que a quien le tiene ganas es a ti, pero como te haces la difícil... El hombre necesita buscar un desahogo. Acuérdate: quien se va a Sevilla, pierde su silla.»


Paula: «Que se desahogue con todo París, a mí qué me importa. Chao, Estela, debo hacer las maletas. Nos vemos mañana a las 9.45 en el aeropuerto.»


Estela: «¡¡¡Qué tozuda eres!!!»


Tiro el teléfono en mi bolso y me dispongo a bajar del coche, pero estoy que ni yo misma me aguanto.


Cojo mi móvil nuevamente y vuelvo a mirar la fotografía que me ha enviado Estela. Presa por los celos, sé que estoy a punto de hacer una estupidez, pero no soy capaz de contenerme.


Paula: «Espero que esta noche no te acuestes tarde y mañana seas puntual en el aeropuerto.»








2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyy, está muerta de celos Paulita jajajajajajaja

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  2. Ay! que reacciones estúpidas que tiene Pau, que orgullosa! Ahora a bancarse los celos!

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