miércoles, 1 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 28





Paula estaba acostada a su lado, curvada contra su cuerpo. 


Ambos estaban desnudos. Después de su primera ronda, ella se había puesto la ropa interior y su camisa, una vista que Pedro encontraba particularmente sexy, especialmente cuando incluía en la ecuación sus rizos rubios totalmente revueltos.


Pedro sintió un tirón en su pecho ante la imagen de Paula en su cama. Se sentía correcta en ese lugar. Como si le perteneciera. Le asustaba un poco, porque nunca antes se había sentido de esa manera con alguien. Tenía treinta años, no era exactamente inocente, había dormido con un buen número de mujeres, algunas incluso que no vio más de dos veces. Pero todas sus relaciones habían sido casuales, y había sido absolutamente claro con ellas. En el pasado, siempre había utilizado su trabajo como excusa para evitar enseriarse con nadie. Ahora se daba cuenta que con la persona adecuada, no quería una excusa.


Pedro se inclinó, susurrando su nombre suavemente. Sabía que era un bastardo egoísta por despertarla, pero le encantaba la tranquilidad de su intimidad, lo que decía mucho acerca de su relación sin que ninguno de ellos tuviera que decirlo. Sin mencionar que habían pasado un par de horas y ella estaba acostada junto a él desnuda. Él bien podría sentarse allí en la oscuridad excitado, o podía hacer algo al respecto.


Él dijo su nombre una vez más, y ella se despertó. Él los rodó y besó su cuello mientras se acostaban de lado. Su boca vagó por el lateral de sus senos, y trabajó su lengua alrededor de uno de sus pezones. Paula se dibujó una sonrisa perezosa en su rostro.


—Hmm... —movió sus manos sobre él, suspirando mientras acariciaba su pecho y estómago. Sus manos se sumergieron más abajo y encontraron su erección dolorosamente dura. 


Sus ojos se abrieron maliciosamente.


—¿Ya?


—Creo que siempre está así cuando te tengo cerca.


Ella deslizó una rodilla sobre su cadera. —Eso me gusta.


No necesitando ningún estímulo adicional, Pedro se extendió hacia atrás y tomó un preservativo de la mesita. Rodando, apretó las caderas y lentamente se hundió en su cálido cuerpo. Tomó su trasero con una mano y rodó sus caderas hacia adelante y hacia atrás en un ritmo suave y calmado.


Cuando la escuchó jadear, hizo una pausa.


—¿Es demasiado?


Ella cerró los ojos y movió sus caderas contra él, instándolo más profundo.


—Es perfecto. Siéntete libre de despertarme así todas las noches que quieras.



*****


Carolina caminaba por la cubierta del barco con un pequeño morral colgando de su hombro y una sonrisa malvada en su cara. Su mejor amiga, Paula, no había vuelto al camarote la noche anterior y ella estaba feliz por eso. Pero era tiempo de poner las cosas en orden antes de que su amiga se metiera en un paquete del que no supiera salir luego.


Antes de salir de la habitación llamó para ordenar un desayuno para cuatro personas que enviarían al camarote de Pedro. Allí se dirigía en ese momento, con una muda de ropa limpia para Paula. Tampoco iba a dejarla hacer el paseo de la vergüenza vistiendo el mismo vestido de anoche. Porque seducir a Pedro era una cosa, pero al resto de los pasajeros del barco… no, definitivamente eso no estaba en el plan.


Llegó al camarote que Mauricio compartía con su hermano y tocó la puerta. Al cabo de unos minutos un ojeroso Mauricio la dejaba entrar mientras se frotaba la cara, se acercó a ella y le dio un beso rápido.


—Di que viniste para que me pueda vengar de esos dos —suplicó—. No tienes idea de lo frustrante que es escucharles follar como conejos mientras estás solo en la habitación.


Mauricio hizo su mejor cara de cachorro y Carolina tuvo que reírse de ella.


—Lo siento, cariño —se disculpó antes de besarlo. Dejó el morral a un lado y le dio un vistazo a la sala de estar, que era idéntica a la de su camarote.


—Tengo una idea de cómo puedes compensarme…


—Espero que hables de comida, porque el desayuno viene en camino.


Justo en ese momento un par de golpes sonaron en la puerta nuevamente, haciendo que Mauricio resoplara antes de levantarse para abrir.


—Eres una mujer cruel —se lamentó mientras hacía girar el pomo de la puerta.


—No tienes idea —respondió ella en voz baja.



*****


Durante el desayuno, Mauricio se sentó en la silla junto a Paula


Pedro se había levantado de la mesa un momento para ir al baño.


—Entonces… —dijo Mauricio, poniéndose cómodo.


Paula empezó a juguetear con el tenedor, haciendo figuras en su plato.


— ¿Entonces?—preguntó haciéndose la tonta.


Carolina se unió a la fiesta con sus insinuaciones poco sutiles.


—Te ves cansada esta mañana —dijo con una mirada insinuante en dirección a su amiga.


—Mauricio también se ve cansado, no veo que le digas nada al respecto —le dijo Paula.


—Eso es porque no me dejaban dormir —dijo Mauricio.


Paula abrió la boca para responder, pero la cerró inmediatamente. Se sonrojó y trató de disimular una sonrisa.


—Así de bien, ¿eh? —se burló su amiga.


Pedro volvió a la mesa y terminaron de tomar el desayuno en silencio. Eventualmente intercambiaban risitas que el doctor no alcanzaba a comprender, y decidió ignorar con un encogimiento de hombros. Aunque Mauricio estaba disfrutando las bromas a costillas de su hermano, empezó a sentirse cansado. Lanzó un largo bostezo y se disculpó antes de retirarse a su habitación.


—Traje un poco de ropa para ti —dijo Carolina, quien se sentía satisfecha al ver a Paula tan cómoda con la ropa de Pedro, aunque le venía un poco grande. Ella asintió y sonrió.


—Y cuéntame, Pedro… ¿Qué harás al llegar a Los Ángeles?


—Ir a ver a mis padres antes de volver a mi consulta —dijo no entendiendo el punto de aquella pregunta.


—Uhmm… pensé que habían hecho planes juntos…


Paula abrió los ojos como platos y se atragantó con un pedazo de pan. Pedro le dio golpecitos en la espalda y le tendió un vaso con agua para ayudarla.


—Carolina, creo que no es necesario hacer esto —le dijo a su amiga apenas pudo hablar.


Su amiga asintió y terminaron de desayunar en un incómodo silencio.




INEVITABLE: CAPITULO 27





Durante la siguiente semana Paula decidió volver a hacerle caso a Carolina y dedicarse a vivir su romance. Después de todo, la primera vez no había resultado tan mal ¿o sí?


Pedro se estaba convirtiendo en algo constante para ella, y le gustaba. La certeza de que apenas se diera la vuelta él estaría allí le asustaba, pero le gustaba. Su rutina incluía desayunos en la cama, paseos por la cubierta tomados de la mano, participar juntos en las actividades de las excursiones… quizás ella no debería acostumbrarse a esas cosas, pero era tan fácil. Sin embargo una duda empezaba a formarse en su mente… ¿qué pasaría cuando el viaje terminara y cada quien tuviese que volver a su vida?


Ese crucero estaba pensado para Paula se reencontrara con su musa perdida, pero también le estaba dando también la oportunidad de compartir cosas especiales con Pedro. Debo enviar una nota de agradecimiento a Vicky por esto, pensó.


El lunes tomaron el sol en la piscina mientras comentaban ideas para su novela. El martes exploraron las cascadas del río Dunn y volvieron a pasear en bicicleta, regresando con un montón de fotos nuevas al barco. El miércoles bucearon con esnórquel junto a rayas venenosas y el jueves vieron observaron la fauna marina desde un bote con fondo transparente. Cada noche era una fiesta a bordo del barco… una fiesta a la que asistieron, disfrutaron y luego continuaban en sus camarotes.


Cuando llegó el viernes Paula notó lo poco que había avanzado en su manuscrito, pero no le importó. Tenía la certeza de que la inspiración no se iba a volver a escapar de ella, así que cuando Pedro la invitó para que asistieran juntos al casino del barco, aceptó. Ella no era fanática de ese tipo de lugares, pero la emocionaba atreverse a cosas nuevas y que Pedro fuera parte de esa experiencia.


Durante el día estuvo sentada con su computadora, escribiendo, borrando y volviendo a escribir. Se había olvidado totalmente del tiempo, así que cuando Carolina apareció en su habitación no dudó y se puso en movimiento. 


Se merecía una noche de relax… y ella iba a conseguirla.


Su amiga la sorprendió con un hermoso vestido para la ocasión. Carolina extendió sobre la cama un espectacular atuendo de color violeta, anudado al cuello y con detalles en pedrería, era largo y ajustado pero con una abertura lateral que facilitaría caminar con él.


Después de bañarse y ponerse su ropa interior, su amiga le sugirió no ponerse sujetador para llevar ese vestido.


—¿Estás loca? —chilló Paula—. No tiene tirantes, no va a verse nada.


Carolina sonrió con un brillo malvado en sus ojos antes de levantar el traje y darle la vuelta para que la escritora lo viera por detrás.


—¡Yo no voy a ponerme eso! —gritó indignada.


—Oh sí, vas a usarlo y vas a dejarlo con la boca abierta.


Rindiéndose finalmente, Paula se vistió con ayuda de Carolina. Cerró el broche que ajustaba la parte superior y sintió la fría brisa del aire acondicionado acariciar su espalda totalmente desnuda.


—¡Perfecta! —exclamó Carolina.


Pedro pasó por ella unos minutos después y quedó impresionado por la vista, pero lo que realmente lo dejó sin aliento fue descubrir la espalda desnuda de Paula.


Él se quedó mirando impresionado, haciendo que Paula se sonrojara y Carolina soltara una carcajada por su reacción.


—Ahora, váyanse de aquí tortolitos —los despidió su amiga—. Y diviértanse.


Pedro y Paula salieron del camarote y caminaron entre risas por la cubierta. Cuando llegaron al casino un empleado los acompañó desde la puerta hasta el área central donde se ubicaban las diferentes mesas de juego.


—¿Y bien? —preguntó ella cuando estuvieron cerca del bar del casino.


—Te juro que cuando te invité tenía mil ideas de cosas por hacer para divertirnos pero ahora… —la frase quedó suspendida mientras él recorría su cuerpo con la mirada. Ella sonrió.


—¿Pero ahora?


—Ahora solo quiero sacarte de la vista de todos estos buitres y tenerte solo para mí —confesó.


Ambos rieron de la declaración, y Paula tenía que admitir que ella no opondría resistencia en caso de que Pedro decidiera abandonar el casino en ese momento.


Caminaron entre las mesas, saludaron a varios de los pasajeros con los que habían compartido durante las excursiones, intercambiaron algunas bromas y se sentaron a observarlos apostar en la mesa de Black Jack.


Los jugadores en la mesa estaban cada vez más animados y en un momento Pedro se vio incorporado a la partida. Paula estaba a su lado sonriendo, animándole.


—Si ganas esta mano, nos vamos a tu habitación —le susurró Paula en el oído.


—¿Y si pierdo? —preguntó él de la misma forma.


—No te gustaría averiguar eso —le guiñó el ojo.


—Eso es trampa —dijo Pedro.


Las cartas volaron sobre la mesa mientras las apuestas crecían. Paula sentía un nudo en el estómago y el calor crecer entre sus muslos. Deseaba a Pedro. 


Desesperadamente. No estaba segura de lo que le depararía el futuro, pero se preocuparía luego por eso.


Pedro, por su parte, nunca se había sentido tan motivado a ganar un juego. Miraba los naipes y le lanzaba guiños a Paula, haciéndola temblar de anticipación. Cuando los jugadores empezaron a revelar sus manos, el doctor sonrió victorioso.


—Que tengan una feliz noche, señores —anunció mientras lanzaba sus cartas y se levantaba—. Yo me retiro a disfrutar mi premio —le guiñó un ojo a los presentes y tomó a Paula de la mano. Juntos caminaron hacia la salida casi a las carreras, olvidándose de fichas y de cualquier otra cosa que no fueran ellos dos.


Llegaron al camarote que compartían Pedro y Mauricio entre risas, caricias y besos. Había una alegría casi infantil en sus rostros mientras se miraban. Pedro abrió la puerta usando su llave y la guio al interior, la empujó contra la puerta, cerrándola con el peso de sus cuerpos, y se lanzó a devorar sus labios.


Él descendió dejando un sendero de besos a través de su cuello hasta llegar a la clavícula, donde rasguñó usando sus dientes para luego lamer su piel mientras sus manos recorrían las curvas de Paula hasta asegurar sus glúteos, pegando su cuerpo contra el suyo, frotando su parte más blanda contra su parte más dura.


Paula gimió al sentir su contacto, ansiando más de su toque. 


Pedro mordisqueó el lóbulo de su oreja mientras ondulaba su cuerpo imitando los movimientos del sexo. Ella se sentía muy cerca del orgasmo, pero no quería llegar así. Quería tenerlo dentro. Quería todo de él.


—Te necesito, adentro —pidió Paula con la voz entrecortada—. Ahora.


Ella buscó a tientas las solapas de la chaqueta del traje de Pedro empujándola hacia atrás, pero él la detuvo. 


Presionando un último beso en sus labios él se separó de ella y la arrastró hacia la habitación. Paula se quedó a unos pasos de él, enfrentándolo, con la cama tras ella en silenciosa invitación.


Pedro empezó a quitarse la chaqueta con cuidada lentitud mientras la atravesaba con una mirada hambrienta. Paula sintió que todos sus temores e inhibiciones la abandonaban. Se sintió animada por el calor de su mirada, dispuesta a todo por él.


Sus manos se movieron a su corbata. Aflojó el nudo y se la quitó, y Paula tuvo que luchar contra la urgencia de sacarle de un tirón el resto de la ropa.


—¿Vas a desnudarte para mí? —preguntó en cambio, intentando que su voz sonara seductora—. Me gusta ese juego.


—Un intercambio —propuso Pedro—. Prenda por prenda.


Cuando se deshizo de la chaqueta de su traje arqueó una ceja en dirección de Paula.


—Tu turno.


Ella se quitó sus zarcillos y los lanzó sobre la chaqueta, sonriendo con descaro hacia Pedro. Él le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza. Este era un juego que ella no iba a ganarle, pensó. Desabrochó los botones de su camisa y se la quitó, revelando una estrecha camiseta blanca que mostraba los músculos de su pecho firme.


Paula estaba ansiosa por poner sus manos sobre él. Como siguiendo sus pensamientos, él cruzó el espacio que los separaba. Su pulso se disparó mientras Pedro se acercaba, pero él no mantuvo sus manos fuera de ella.


—Ahora tú —dijo él.


Ella llevó sus manos tras el cuello, soltando el nudo que sujetaba su vestido y lo dejó caer al piso formando un charco violeta a sus pies. Dio un paso al frente para salir, cerrando un poco más la distancia que había entre ellos.


—Tienes cuatro veces más ropa que yo.


Con un rápido tirón, él se sacó su camiseta por la cabeza.


— ¿Mejor?


Paula se tomó su tiempo admirando la vista. Los duros músculos, sus abdominales, el juego de la luz en el vello que oscurecía su pecho...


Ella se adelantó y descansó sus manos sobre su pecho. 


Besó suavemente su hombro. Hizo lo mismo sobre su pecho, y después se inclinó hacia abajo, arrastrando sus labios a través de sus costillas. Luego, incapaz de evitarlo, pasó su lengua a lo largo de la fina hilera de pelo que comenzaba en su ombligo y desaparecía debajo de la hebilla de su cinturón.


Pedro la levantó y la miró a los ojos con una ferocidad que la habría asustado en cualquier otra circunstancia. La empujó hacia atrás, y cuando ella sintió el borde de la cama contra la parte trasera de sus rodillas no necesitó ningún estímulo para tumbarse encima de ella.


—Todavía tienes demasiada ropa —dijo Paula apoyándose sobre sus codos.


—No por mucho tiempo.


Ella observó cómo Pedro abría la hebilla del cinturón y el botón de los pantalones.


Sus ojos se bebieron la imagen de ella tumbada en la cama frente a él mientras se los desabrochaba rápidamente. Paula atrapó un breve vistazo de sus bóxers negros justo antes de que él los deslizara fuera junto con los pantalones, calcetines y zapatos. Luego se paró delante de ella en todo su esplendor.


Los ojos de Paula fueron bajando a esa parte de él, que estaba dura y muy excitada. Por ella.


Pedro trepó a la cama y ella se echó atrás. Su mirada ardiente la hizo temblar de anticipación, pero seguía sin tocarla.


Él inclinó la cabeza hacia su cuerpo casi desnudo y Paula se arqueó buscando el contacto, anhelando su toque… necesitándolo.


—Pedro, por favor… —su voz sonaba tan necesitada que casi no se reconocía.


Pedro sonrió.


—¿Por favor? —repitió él—. Dime lo que necesitas Paula.


—A ti… solamente a ti —confesó.


—Entonces no te haré esperar más —sus manos se movieron a sus caderas y tiró de sus bragas bajándolas por sus piernas. Plantó un beso en cada tobillo mientras se deshacía de los zapatos, entonces su boca comenzó a deslizarse hacia arriba, por su rodilla hasta su muslo, luego a lo largo de su cadera, su estómago, en el valle de sus pechos, en su cuello y pasó rápidamente hacia su boca.


Ella gimió, finalmente capaz de besarlo. Su brazo se deslizó bajo su espalda, y tiró de ella sentándola en sus piernas, a horcajadas sobre sus caderas.


—Eres tan hermosa —dijo él, rozando su dedo a lo largo de su rostro—. No hay momento del día en que no piense en ti.


—¿En qué pensabas? —preguntó ella, deslizando sus manos hasta su pecho.


—En hacer esto. —Se llevó un pecho a la boca. Pasó su lengua sobre sus pezones erectos, lo lamió y chupó hasta que ella pensó que iba a enloquecer. Luego se movió al otro, que ya estaba duro y suplicando por su toque. Suavemente tomó su pecho y lo metió dentro de su boca.


Ella comenzó a oscilar en su regazo, desesperada por más. 


Mientras su boca continuaba su asalto sobre sus pechos, él deslizó sus manos alrededor de sus caderas. Con una mano agarró su culo, mientras que la otra la deslizó entre sus cuerpos. Sus dedos la acariciaban en su camino abriendo sus pliegues suaves y húmedos. Cuando encontró su centro, jugó con su pulgar, masajeando hacia adelante y hacia atrás hasta que la hizo temblar. Deslizó un dedo en ella, y luego otro hasta que la hizo gemir mientras sus dedos se movían dentro y fuera lentamente, encontrando un ritmo que casi la hizo acabar.Paula lo tomó del rostro y lo besó acaloradamente.


Con su lengua enredada con la suya, ella deslizó su mano por su pecho, su estómago y más abajo, hasta donde sus dedos lo encontraron duro y palpitante. Envolvió su mano alrededor de su eje y comenzó a acariciarlo


—¿Pensabas también en esto? —preguntó sintiéndose atrevida. Él hacía que ella se sintiera así. Pedro cerró los ojos y gimió.


—Sí…


Ella deslizó su mano hacia abajo, a la base, acariciando y ahuecando sus testículos mientras le susurraba en su oído.


—¿Qué más pensabas? Dime.


Pedro gimió más alto y antes de que Paula pudiera reaccionar estaba sobre su espalda y con él arrodillado entre sus piernas. En un suspiro él se estaba enterrando profundamente en su interior.


Gimieron al unísono mientras empezaban a moverse. Se sentía tan caliente… tan parecido, pero a la vez tan diferente a otras veces.


—Pedro…


—Uhmm…


—Condón —gimió ella, su voz tenía un borde de pánico—. No te pusiste condón.


Pedro salió rápidamente de su cuerpo, dejándola vacía y anhelante. Se estiró hasta abrir la gaveta de la mesita de noche tirándola casi fuera. Rápidamente encontró lo que buscaba y el sonido de una envoltura rasgándose fue música para los oídos de Paula.


—Déjame ponértelo —dijo apremiándolo.


—Si lo haces, esto podría terminar antes de que podamos empezar.


La vista de él rodando el condón sobre su pene consiguió excitarla aún más y empezó a arquear las caderas, necesitada.


—Pedro...


Él se movió sobre ella. Agarró sus manos y las puso sobre su cabeza.


—Estoy aquí —la calmó en su oído. Ella le sentía entre sus piernas, caliente, duro y listo para entrar una vez más. Él avanzó en ella, centímetro a centímetro, llenándola.


Ella abrió aún más sus piernas y él se movió más y más profundo, comenzando con un ritmo lento y tortuoso. Tomó una de sus caderas con su mano libre, deslizándose dentro y fuera mientras la clavaba en la cama. Ella tomó sus impulsos arqueándose suavemente una y otra vez y llevándola directo hasta el borde, luego retrocediendo, sosteniéndola suspendida allí por lo que pareció una eternidad. Ella gimió su nombre, frenética por tocarlo, pero él mantuvo sus muñecas contra la cama. Fue más lento y se retiró de ella casi todo el camino, fastidiándola con empujes superficiales.


—Por favor, Pedro... —rogó ella.


Él soltó sus manos, y cuando ella levantó la mirada vio que él estaba más cerca de perderse que ella.


—Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura —graznó él.


Ella lo hizo, y él se zambulló hasta el fondo en ella.


—Oh Dios, Paula, te sientes tan bien —gimió él.


Ella deslizó sus manos por su espalda y endureció sus piernas alrededor de sus caderas, instándolo a ir más profundo, necesitando que la llenara de la forma en que sólo él podría. Sus pechos se aplastaban contra su pecho mientras él golpeaba en ella, más fuerte y más rápido, luego movió sus caderas, golpeando el lugar que la haría irse por el borde. Él deslizó sus manos debajo de su trasero, manteniéndola quieta contra sus envites.


Él la acarició posesivamente. —Me encanta estar dentro de ti, nena... Ahora quiero sentir como te corres.


Eso fue todo lo que necesitó. Paula agarró sus hombros y gritó mientras alcanzaba su punto álgido y explotaba, aferrándose a él mientras ola tras ola de placer se estrellaba sobre ella. Pedro bombeaba largo y duro mientras la agonía de su orgasmo lo atenazaba estrechamente, y la siguió. Ella abrió los ojos justo a tiempo para ver el momento cuando rendía todo su control, su nombre fue un susurro tenso en sus labios mientras se estremecía y gemía y se empujaba profundamente una última vez antes de estrellarse sobre ella.


Permanecieron así, intentando recuperar el aliento. Con la cabeza enterrada en la almohada junto a ella, amortiguando su voz, Pedro habló primero.


—Wow.


Paula giró su cabeza, presionando su mejilla contra él.


—Era justo lo que iba a decir.




martes, 31 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 26




En los últimos días Paula había pasado mucho tiempo junto a Pedro. Habían entrado en una cómoda convivencia que la sorprendió. Se reían, se besaban, veían películas en el cine al aire libre, salían a bailar… eso la llevó a preguntarse si todo seguiría siendo igual cuando el viaje llegara a su fin, o si solo se trataba de una aventura vacacional.


No queriendo darle demasiadas vueltas al asunto se concentró en su manuscrito. Empezó a leer lo que tenía escrito mientras hacía apuntes en su libreta. Corrigió algunas ideas que no le gustaban y sumó algunos párrafos nuevos… tantos que ya había completado 25 mil palabras. El logro la hizo sentir emocionada.


Durante toda la semana Paula no se había puesto en contacto con Victoria, su editora. Decidió enviarle un correo electrónico aprovechando el internet inalámbrico del barco para ponerla al tanto de su progreso.


En un extenso mensaje le contó que había estado trabajando en una idea, le esbozó a grandes rasgos la trama y adelantó la cantidad de palabras que tenía escritas. 


Aprovechó para agradecerle por sugerirle aquel viaje y prometió tener más noticias tan pronto como pudiera.


Paula se sorprendió de lo rápido que llegó la respuesta de la editora. Ella se mostraba entusiasmada por las noticias, la animó a seguir escribiendo y a mantenerla informada.


El consejo editorial se reunirá a finales del mes. Espero tengas algo para entonces… pero no te sientas presionada. 
Solo haz tu magia.
Besos,
Vicky.


Siguió trabajando un par de horas después del intercambio de correos, cuando sus ojos empezaron a sentirse cansados. Decidió tomarse un descanso y escuchar algo de música.


En una de las paradas del barco, Pedro había comprado un disco de música romántica con ritmos caribeños. Ella no entendía las palabras, pero la cadencia de las notas la hacía suspirar. Dejó sonar una canción mientras cerraba los ojos. 


Rápidamente su mente se encontró reproduciendo imágenes que calentaron su sangre y la dejaron sin aliento.


*****


Ella debería estar molesta y, si pudiera hilvanar un solo pensamiento coherente, lo estaría sin ninguna duda, pero aquellas emociones no dejaban espacio para ningún pensamiento en su mente. Él la había engañado… había dibujado un perfecto cuento de hadas para ella con sus palabras y luego lo destruyó con sus acciones. Pero en lugar de estar molesta, sentía un delicioso abandono mientras él la desnudaba como si estuviera desenvolviendo un regalo. 


Sus labios sobre ella, la ardiente y húmeda caricia de su boca en los pechos y el sutil tirón en los pezones que pareció propagarse hasta alcanzar un lugar en su vientre, le provocaron unas nuevas sensaciones: deliciosas, adictivas…


El calor de las manos de Jake, de sus labios, le enviaba unos hormigueos por todo el cuerpo, que crecieron cada vez más hasta que pareció como si una corriente de deseo la
inundara. Debería huir. Después de todo él era su enemigo… pero cuando estaba con Jake se sentía confiada y segura. En completa libertad para explorar…


Cuando él se detuvo para observaría en medio de sus jadeos entrecortados, buscando su mirada, ella lo alentó a seguir. 


Con los pechos ruborizados y húmedos, calientes, hinchados, tensos y puntiagudos, ardiendo hasta límites insospechados por sus expertas atenciones, ella respiró hondo y emitió un por favor con un doloroso jadeo.


Los labios de Jake regresaron a los suyos, capturándolos en un beso profundo, sumergiendo su mente en un torbellino de sensaciones. Cuando sintió que él aminoraba la intensidad del beso y notó su mano en su rodilla desnuda, se dio cuenta de que Jake había estado distrayéndola. Sintió que la palma subía lentamente por la sensible piel del interior del muslo, acariciándola implacablemente hasta más arriba, donde se unían el muslo y la cadera. Con la punta del dedo, Jake siguió el pliegue de piel hacia su sexo. Luego subió la mano todavía más para poder seguir el pliegue del otro lado hasta el interior.


Jake rompió el beso. Ella abrió los ojos y, entre las pestañas, lo vio bajar la mirada para observar cómo le acariciaba. Jena cerró los ojos y oyó sus jadeos entrecortados mientras se balanceaba contra su mano. Su excitación crecía y en todo lo que podía pensar era en el ardiente latido de la suave carne entre sus muslos. Y en qué podría aliviarlo.


Cuando Jake deslizó los dedos más abajo y rozó su entrada, Jena sintió que el mundo se estremecía a su alrededor. Él la acarició, tanteando, explorando una y otra vez los pliegues resbaladizos e hinchados. Tocándola con dedos hábiles y expertos, hasta que ella se mordió el labio inferior para contener un gemido, hasta que, impotente, movió las caderas desasosegadamente, separando todavía más los muslos, suplicando que continuara acariciándola. Jake volvió a cubrirle los labios con los suyos y le dio lo que pedía.


Capturando sus labios hambrientos, él jugó y se burló de ella antes de volver a conquistar su boca mientras, entre sus muslos, dibujaba círculos con uno de sus largos dedos antes de introducirlo dentro. Ella se tensó ante esa intrusión, pero Jake continuó penetrándola lenta e implacablemente con el dedo, hasta que este quedó profundamente enterrado en ella.


Jake levantó la vista y miró atentamente los ojos de Jena, que arqueaba la espalda cuando él deslizaba el dedo en su cálido interior. La exploró con él y ella se movió desasosegadamente, conteniendo el aliento, tanteando con las manos basta que logró aferrarse a la parte superior de los brazos de Jake.


Ella interrumpió el beso, respiró hondo y contuvo el aire al notar que él movía la mano, buscando y acariciando con el pulgar el brote sensible que se escondía entre sus pliegues. 


Jena jadeó y se tensó, pero él continuó moviendo la mano en aquella íntima caricia, sin dejar de acariciarle el tenso brote con el pulgar. Entonces, Jake retiró el dedo con el que la llenaba, sólo para volver a sumergirlo en el interior de su resbaladiza funda. Levantó la cabeza y volvió a besarla, imitando con la lengua el movimiento de su dedo, llenándole la boca con ella una y otra vez. Conduciéndola a lo alto de un pico de creciente tensión.


Cada empuje del dedo en su funda, cada apremiante caricia de su pulgar, alimentaba ese fuego y la palpitante excitación que corría por sus venas, envolviéndola en unas intensas sensaciones que la hicieron arder.


—Vamos… —murmuró él contra sus labios, interrumpiendo el beso—. Déjate llevar.


Con los ojos entrecerrados, Jake observó cómo ella se balanceaba en la cima, al borde del orgasmo. Jena tenía la piel húmeda, los labios hinchados y separados, la
respiración jadeante...


Ella luchaba contra los estremecimientos sensuales, intentando contener las oleadas de placer que él le provocaba. Jake no imaginó que volvería estar así con ella. 


La extrañaba… la deseaba… No iba a descansar hasta que se rindiera a él. Hasta que lo aceptara otra vez.


Se concentró en asegurarse de que Jena alcanzaba el éxtasis, en que deseara volver a sentir aquel intenso placer. 


Movió la mano y presionó más profundamente en su apretada vaina; acariciándola con firmeza, entonces, la rozó con el pulgar y ella explotó.


Jake observó el goce que atravesó los rasgos de Jena mientras sus músculos internos ceñían el dedo invasor, mientras su vientre se tensaba y palpitaba. Las oleadas de su liberación empezaron a remitir, entonces Jake retiró su mano y se alzó sobre ella. Le hizo separar los muslos y se colocó entre ellos. La miró a la cara y observó cómo se mordía el labio inferior para contener un gemido, Jake la penetró con un largo y poderoso envite, y Jena supo que perdería la batalla.


El sonido de la jadeante respiración de la joven, su profundo gemido, lo impulsó hacia adelante.


Esta vez el acto fue mucho más descarado y provocador. 


Jena respondió con ansiosa lujuria a cada movimiento de Jake, quien la montaba con un salvaje abandono que les sumergía en un placer mutuo.


La llevó más allá, sumergiéndose más profunda y poderosamente en su interior, y ella respondió sin condiciones, abrazándole, reteniéndole, aferrándose a él cuando explotó, acunándole cuando se unió a su éxtasis.



*****


Carolina entró a la habitación de Paula para asegurarse de que su amiga estuviese bien. Se había estado comportando de una manera extraña todo el día. En la última semana Paula se dedicó a disfrutar del viaje y de su naciente relación con Pedro, pero ahora se encerraba en su habitación y no salía ni siquiera para tomar agua.


—¿Puedo pasar? —preguntó después de tocar la puerta.


—Entra.


Carolina atravesó el umbral y la encontró sentada en la cama, concentrada en la pantalla de su computadora portátil.


—¿Con que engañas a Pedro con ese cacharro?


Ella prefería las computadoras de escritorio, ponerse horarios y dedicarse a disfrutar cuando decían “vacaciones”.


Pero claro, ella nunca había tenido un bloqueo como el de Paula. Suponía que debía aprovechar la inspiración cuando llegara. Paula arqueó una ceja ante el intento de broma.


—No me mires con esa cara —dijo Carolina—. Solo vine a asegurarme de que estuvieras viva.


—Lo estoy.


—¿Tienes hambre? Ya casi es hora de cenar.


—En un momento… déjame terminar con esta idea.



Paula siguió tecleando frenéticamente, alternando la atención entre la computadora y la pequeña libreta negra que tenía junto a ella. Con un suspiró arqueó su espalda para estirarse, cerró la computadora y miró a su amiga con los ojos brillantes.


—Ya podemos ir a comer —anunció sonriente.


—Ah, no… no hasta que me muestres lo que sea que te ha tenido encerrada en estas cuatro paredes.


Paula volvió a abrir su computadora, activó la pantalla y se deslizó a través del documento de texto. Puso el computador en dirección a Carolina y ella se sentó para leer lo que allí estaba escrito.


Tras unos minutos que parecieron eternos ella soltó expresiones de sorpresa y halagos para la escritora.


—Por dios, chica… tú sí que sabes pervertir un inocente encuentro en un café —le guiñó el ojo—. ¿Alguna experiencia reciente?


Paula le golpeó suavemente el brazo.


—Hablo en serio… y cómo pasan del amor al odio, y de regreso. Esa pasión… —suspiró—. Cuando se dejan llevar por la pasión son dinamita pura, como Pedro y tú —se carcajeó—. Victoria va a amar esto. Le encantan este tipo de historias.


—¿Quién dijo que esto tiene que ver con Pedro?


—Tiene la etiqueta “estoy teniendo sexo fantástico” por todas partes —se burló su amiga—. Pero hay algo que me preocupa. Por cada paso que dan, retrocedes dos. No entiendo por qué le tienes miedo a lo que pasa con ustedes… Pedro no es igual que Sergio.


—Él también ha dicho eso.


—Pues deberías empezar a hacerle caso al chico, ¿no? —la amonestó—. Pedro no te va a manipular, ni a utilizar.


—Tengo miedo.


—Ya sé eso, tonta… pero ¿de qué?


—De enamorarme y que me decepcione.


—Cariño, ¿has pensado que puede haber algo peor que eso?


—¿Y sería?


—No conocer verdaderamente de qué se trata el amor. Y es una perspectiva triste considerando que tu negocio es el romance.