sábado, 16 de mayo de 2020

MI DESTINO: SINOPSIS




Paula es una joven moderna y extrovertida a la que le encanta salir con sus peculiares  amigos. 


Aunque no es el trabajo de sus sueños, se gana la vida como camarera en el restaurante del hotel Villa Aguamarina de Madrid.


Un día, a la salida de una fiesta en la que ella ha servido el catering a los invitados, ve que un coche se acerca peligrosamente a un hombre que está en la acera hablando por el móvil. Paula no lo piensa dos veces y va en su ayuda.


Sin saberlo, acaba de evitar el atropello de Pedro, el hijo del dueño del hotel. Serio, clásico, reservado y algo mayor que ella, en un principio se enfada al verse rodando por los suelos, pero minutos después se queda prendado con la muchacha que le ha salvado del accidente.



A partir de ese instante, el destino, y más concretamente Pedro, harán todo lo posible para que algo mágico suceda entre ellos .¿Estará Paula preparada para lo que le depara el futuro?




viernes, 15 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO FINAL




Después de aquella charla, ¿qué podía hacer una mujer que acababa de dar a luz excepto romper a llorar?


—¿Por qué estoy llorando? —susurró—. Acaba de amanecer en mi corazón y sin embargo estoy llorando como si se me hubiera roto.


Pedro la besó en la mejilla.


—¿No te parece que puede ser a causa de las diecisiete horas que llevas sin comer, sin dormir, y sufriendo ese horrible dolor?


—En realidad no me ha dolido tanto.


La explosión de risa de Pedro pudo oírse seis plantas más abajo.


—¡Dile eso a mi brazo! Aún estoy esperando que recupere la sensibilidad.


—Pobrecito —Paula alzó una mano, le acarició la barbilla y luego la pasó tras su cabeza, dejando bien claro dónde quería exactamente su boca. Obviamente, Pedro había pensado lo mismo. El tiempo pareció suspenderse cuando sus labios se encontraron. Pedro no se apartó hasta que oyeron un extraño ruidito a su lado.
Lola. Llorando.


Una enfermera entró y dijo animadamente:
—Creo que la niña tiene hambre, mamá. ¿Piensas amamantarla?


—Eso espero —contestó Paula. Un poco nerviosa—. ¿Das... clases?


—Para eso he venido, y sé que te va a ir muy bien —la enfermera se volvió hacia Pedro —. ¿Puede papá sostener a su nenita mientras yo preparo a mamá?


Su nenita.


Aquellas palabras sonaron tan bien a oídos de Pedro...


Paula lo observó en silencio, conteniendo el aliento. Entonces vio que sonreía y alargaba los brazos mientras la enfermera tomaba a la pequeña Lola de su cuna.


Su hija. La hija de ambos.


—Por supuesto que a papá le encantará tener a su nenita en brazos —dijo él con suavidad.





SU HÉROE. CAPÍTULO 50




Cuando, un rato después, instalaron una cunita a su lado, Pedro aún no había aparecido. Tal vez no pensaba volver. Paula estaba mirando a la niña cuando él entró en la habitación.


—Tengo buenas noticias —dijo, sin saludar, sin sonreír.


—¿Sí? —el corazón de Paula latió más deprisa. El simple hecho de verlo bastó para que se sintiera aturdida de necesidad, de deseo.


Y de amor.


¿Cuándo había sucedido? No podía localizar el momento concreto, el día, la semana. 


Simplemente sabía, como sabía su propio nombre, como sabía que sería capaz de morir por Lola, que Pedro formaba parte de su corazón y de su alma.


Pedro se acercó a la cama y se detuvo a casi un metro de ella.


—Quería contártelo enseguida —dijo—. He encontrado al tipo. Fue lo que dijiste sobre las seis plantas vacías del edificio en que Benjamin tenía sus oficinas. Los accionistas de Benjamin no fueron los únicos en sufrir cuando él se fue del país. Tenía otros acreedores, y con una empresa como la suya, quienquiera que le hubiera alquilado las seis plantas ocuparía un importante lugar en la lista. Hice que la policía lo comprobara anoche y acaban de confirmármelo. Se trata de un estudiante de Boston cuyo padre es dueño del edificio en que Benjamin tenía sus oficinas. Ya lo han arrestado.


Paula contempló la hermética expresión de Pedro por encima de su precioso bebé. Pasó unos segundos debatiendo si debía decirle lo que sentía.


La respuesta fue sí.


—¿Crees que eso es lo que me preocupa? —Preguntó, y el tono de su voz fue subiendo con cada palabra—. Miro por primera vez a mi niña y cuando vuelvo a alzar la vista has desaparecido. No sé si vas a volver y, cuando lo haces, lo único que se te ocurre decirme es que la policía ha practicado un arresto. ¡Qué bien! ¡Es estupendo! Has hecho tu trabajo y deberías sentirte orgulloso. ¡Ahora puedes salir de mi vida!


Rompió a llorar. Dolor y liberación, inseparablemente unidos. ¿Hormonas? ¡Pues que fueran las hormonas! Las hormonas tenían mucho sentido. Mucho más que los asesores de seguridad demasiado fuertes y demasiado competentes.


Pedro se acercó y se sentó en la cama. Deslizó un solo dedo por el dorso de la mano de Paula.


—Te quiero.


—Y yo te odio. Ya hemos tenido esta conversación durante el parto, ¿recuerdas? —Paula sorbió por la nariz, apartó su mano del delicioso contacto de la de Pedro y se llevó un pañuelo de papel a la nariz—. ¿Tenemos que repetirla?


—Tú no me odias.


—Y tú no me quieres. Al parecer, los hombres y las mujeres se mienten durante el parto. La verdad aflora cuando el bebé nace.


—Sí te quiero. No sé cómo ha sucedido, pero algo se ha liberado en mí desde que te he conocido. Una especie de desconfianza latente que existía incluso antes de que me casara con Barby. Probablemente habría desaparecido en un buen matrimonio, pero Barby y yo no tuvimos un buen matrimonio.


—Me lo dijiste cuando nos conocimos.


—Y pasé los siguientes seis meses deseando no haberlo hecho, negándome la oportunidad de volver a verte. Me daba miedo el poder del contacto que establecimos bajo los escombros. Te quiero. Y me ha dolido que no me incluyeras en tu felicidad cuando la niña ha nacido. Me ha parecido que ya no contaba para ti cuando acababa de darme cuenta de que tú lo eras todo para mí y después de haber pasado toda la noche probándolo.


—Si ya sabías que yo significaba tanto para ti, ¿por qué te has ido?


—Me he ido porque me dolía quedarme sabiendo que no era el lugar que me correspondía, que no me querías y que ni siquiera considerabas que Lola significaba algo para mí también.


Paula trató de decir que aquello no era cierto, pero Pedro la ignoró.


—Me ha parecido que lo único que podía hacer era mi trabajo. Y lo he hecho. Y ahora... te quiero. Si no quieres saber nada al respecto, supongo que no me quedará más remedio que vivir con ello, pero seguirá siendo verdad —sus palabras fueron precipitadas, intensas—. He estado aquí para ti y para Lola, pero no me ha parecido que tú me necesitaras. Si me quieres, dímelo, no me grites por haberme ido. Estoy aquí y quiero casarme contigo, y si dices que sí, estaré aquí el resto de mi vida.




jueves, 14 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 49






Paula no sabía cuándo se había ido Pedro


Recordaba que un momento le estaba apretando el brazo, sintiendo que se moría de dolor, y al siguiente, cuando alzó el rostro para sonreírle, había desaparecido.


—¿Dónde ha ido Pedro? —preguntó a la enfermera.


—Ha dicho algo sobre... uh... salir de aquí —la mujer parecía un poco desconcertada.


Pero ella no sabía que Pedro no era el padre del bebé. Probablemente estaría llamando a su despacho, o a su madre y los niños. Estaba volviendo a su verdadera vida.


«Me ha dicho que me amaba. No recuerdo cuando, pero sé que no lo he imaginado. Lo ha dicho más de una vez».


¿Y qué le había dicho ella casi tan a menudo?


Que lo odiaba. No era cierto. No recordaba por qué le había parecido tan importante arremeter contra todos los que la rodeaban, pero en su momento le había parecido totalmente necesario.


Y si ella no lo había dicho en serio, debía asumir que él tampoco.


Libre de dolor, exhausta, eufórica por su bebé... luego apagada.


Apagada. Vacía. Paula no sabía que los sentimientos podían oscilar de aquella manera. 


Sus emociones eran como grandes olas subiendo y bajando, agitándolo todo a su paso.




SU HÉROE. CAPÍTULO 48





La enfermera dejó al bebé sobre el estómago de Paula, aún enrojecido y desnudo. Era grande, con una húmeda mata de pelo negro en la cabeza, y aún seguía llorando. Paula la miró y no dejó de decir « ¡oh!» una y otra vez. Pedro pensó que nunca había escuchado tanta felicidad y una emoción tan musical en la voz de un ser humano.


Pero él no podía compartirlo. Paula no le había pedido que lo hiciera. Aquello hacía que su amor por el bebé careciera de significado, a pesar de que solo hacía unos instantes se sentía exultante de emoción.


«Ni siquiera me ha mirado», pensó. «No me ha tocado desde que ha dejado de necesitar mi brazo. Ni siquiera me había dicho que ya había pensado el nombre para la niña. En todas las conversaciones que hemos tenido no lo ha mencionado. Este no es mi bebé. Paula no me ha pedido que la ame a ella, ni a Lola. ¿Qué diablos hago yo aquí?»


—Necesito salir —murmuró, sin dirigirse a nadie en concreto.


Salió de la habitación tan rápido como pudo. Al principio no supo a dónde se dirigía. Solo estaba escapando. Merodeó por allí un rato, con los ojos enrojecidos a causa de la fatiga. Hacía casi veinte horas que no comía, pero no sentía ningún apetito.


Finalmente, sintiéndose derrotado, su mente cristalizó y se mostró dispuesta a la acción. Solo tenía una cosa que hacer. Lo que debería haber estado haciendo todo el tiempo. Lo único que debería haber estado haciendo.


Su trabajo.




SU HÉROE. CAPÍTULO 47




Pedro se preguntó cuántas veces le habría dicho aquello durante las últimas horas.


Paula le soltó el brazo y él se llevó la mano a la frente. Le dolía la espalda y la cabeza y sentía las articulaciones endurecidas. Como el primer día que se conocieron, bajo los escombros del edificio, tenían gente alrededor y sin embargo estaban solos. Solo ella, él, el bebé que estaba en camino, y un nivel de inevitable y apabullante sinceridad.


Pero para Paula estaba siendo diferente. Había entrado en una zona de dolor que él desconocía y que la consumía, y lo que decía ya no podía calificarse de sincero, sino de salvaje, desesperado e ilógico.


O eso esperaba, porque había dicho en más de una ocasión que lo odiaba.


«Mientras yo le digo que la amo como si no hubiera un mañana».


¿Se había detenido a pensar si era cierto?


El mundo parecía haber desaparecido. Lo único que quedaba era el dolor de Paula, su rostro, su necesidad, su coraje, su desmoronamiento. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa por evitarle el sufrimiento, por compartir su inexorable peso. De manera que le había dicho una y otra vez que estaba allí, que nunca la dejaría.


Y que la amaba.


¿Era aquella la mentira más miserable que había salido nunca de sus labios o era cierto?


«Nunca le dije a Barby que la amaba mientras daba a luz», recordó.


Puso un candado en su boca durante todo el parto para que no se le escapara algo que nunca había sido verdad.


Nunca había amado a Barby y se negaba a degradar a ambos diciéndoselo mientras daba a luz. No habría podido hacerlo aunque hubiera querido. Aquel fue el momento en que aceptó lo malo que era su matrimonio.


« ¿Estoy mintiendo a Paula ahora?»


No.


¡No!


Aquellas eran las palabras más sinceras y liberadoras que había dicho en su vida. Le hacían sentirse mareado de felicidad, de esperanza y alivio. Amaba a Paula. Amaba todo lo relacionado con ella. Ya amaba al bebé que estaba a punto de nacer, aunque no fuera suyo. 


El bebé formaba parte de Paula, y eso era más que suficiente.


Ella volvió a agarrarle el brazo y Pedro se preparó para sentir cómo le clavaba las uñas en la carne. Deslizó una mano por la piel interior de su brazo y luego apartó un mechón de pelo húmedo de su frente.


Era tan hermosa... Incluso en aquel estado lo era.


—Te quiero, Paula —dijo cuando notó que empezaba a temblar de nuevo, como si no fuera a tener otra oportunidad.


Ella ni siquiera lo oyó.


—¡Ayúdame! ¡Tengo que empujar!


Tras una hora de intensos esfuerzos asomó la coronilla del niño y la enfermera fue a por el doctor Feldman.


Mientras el médico trabajaba y Paula gritaba, Pedro sintió su propia impotencia como una soga ciñéndose en torno a su cuello. Habría dado un brazo si ello le hubiera facilitado las cosas.


—De acuerdo, empuja ahora, Paula. ¡Fuerte! —dijo el doctor Feldman.


Pedro no quería mirar como trabajaban las manos del médico.


—Más fuerte. Así. ¡Eso es!


El bebé salió disparado como un corcho y aterrizó casi al final de la cama. Paula gimió y empezó a respirar como una atleta después de un maratón. Estaba temblando incontrolablemente.


—¡Es una niña! —dijo el médico. Tras un momento se oyó un fuerte llanto —. Ya está. ¡Una niña preciosa!


—¿Está bien? —preguntó Pedro.


—Está perfectamente. Es preciosa. Solo vamos a darle un poco de oxígeno. ¿Tiene nombre ya?


—Lola, como mi madre —dijo Paula débilmente, y empezó a llorar—. ¡Oh! ¡Oh! ¡Tengo una niñita! ¡Tengo una preciosa niñita!


—Lola —repitió la enfermera—. Es bonito.


—En realidad, mi madre se llamaba Dolores—dijo Paula entre lágrimas —, pero todos la llamaban Lola.





miércoles, 13 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 46




Por algún motivo, el reloj reptante decía que eran las siete de la mañana. La madre de Pedro debía haberse quedado toda la noche con los niños. Paula trató de pensar en aquello, pero no pudo. Ya ni siquiera creía que el resto del mundo existiera.


Cuando cambió el turno, la enfermera que le tocaba le dijo que el anestesista estaría con ella en cuanto se ocupara de una pequeña emergencia que acababa de surgir. Paula no la creyó ni por un segundo. El anestesista no existía.


Pedro la persuadió para que se dieran el paseo número nueve por el pasillo. Ella aceptó, pero lo odió.


—¿No te ayuda?


—¡No! ¡Me duele! Fui a las clases. Estoy respirando como me enseñaron. Se suponía que no iba a doler tanto.


Cuando llegaron los sollozos, Pedro la abrazó y la besó.


—Tranquila. Todo va bien. Te quiero, Paula.
Todo va bien.


Ella no lo creyó. No creía a las enfermeras, así que, ¿por qué iba a creerlo a él? El mundo se estaba acabando, solo que no se lo había dicho a nadie. Quería que el mundo se acabara, porque así dejaría de experimentar aquel dolor.


Cuando volvieron al dormitorio, Pedro se excusó y salió. Tenía que ir al baño. Ella lo odió por ello. 


Estuvo fuera durante tres contracciones, que le parecieron mucho más dolorosas que las otras.


—Todo va bien —dijo él cuando volvió.


—Nada va bien. Quiero que estés aquí. Todo el rato. No pienso portarme como una buena paciente. Me siento mejor cuando me porto mal. ¡No estoy contenta y te odio!


—Tranquila.


—¡He dicho que te odio!


—Y yo te quiero, ¿de acuerdo? Estoy aquí para ti. Para siempre, si me dejas.


—¡Vete! No. No te vayas. Sigue conmigo. ¡Oh, Dios mío! ¿Cuándo va a acabar esto?


La enfermera había vuelto a conectarla al monitor para ver las contracciones.


—Bastante intensas —murmuró —. Aún no has roto aguas, ¿verdad, cariño?


—No.


—Vamos a hacerlo por ti y así se acelerarán las cosas.


Después, el ritmo de las contracciones volvió a aumentar. Apenas había tiempo entre una y otra para tomar aire, y el dolor no cesaba. Al parecer, el anestesista estaba de camino.


Pero ya era demasiado tarde.


—Has dilatado nueve centímetros, Paula. ¡Lo estás haciendo muy bien! —Dijo la enfermera—. Ya se ve la cabeza del bebé. Casi está aquí.


—Mi epidural...


—Ya no hay tiempo para eso, cariño.


—La odio —murmuró Paula cuando la enfermera salió de la habitación.


—Eso ya lo habías dicho antes —dijo Pedro —. Excepto que era una enfermera diferente.


Paula se aferró a su brazo y lo estrujó mientras jadeaba y gritaba.


—Quiero que me rescaten. ¿Recuerdas la noche que nos conocimos? ¿No fue maravilloso cuando nos rescataron?


—Esta vez tendrás que trabajar un poco más por tu cuenta, corazón.


—¡Ayúdame!


—Estoy aquí, cariño. Lo haré. Te quiero, Paula.