jueves, 14 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 47




Pedro se preguntó cuántas veces le habría dicho aquello durante las últimas horas.


Paula le soltó el brazo y él se llevó la mano a la frente. Le dolía la espalda y la cabeza y sentía las articulaciones endurecidas. Como el primer día que se conocieron, bajo los escombros del edificio, tenían gente alrededor y sin embargo estaban solos. Solo ella, él, el bebé que estaba en camino, y un nivel de inevitable y apabullante sinceridad.


Pero para Paula estaba siendo diferente. Había entrado en una zona de dolor que él desconocía y que la consumía, y lo que decía ya no podía calificarse de sincero, sino de salvaje, desesperado e ilógico.


O eso esperaba, porque había dicho en más de una ocasión que lo odiaba.


«Mientras yo le digo que la amo como si no hubiera un mañana».


¿Se había detenido a pensar si era cierto?


El mundo parecía haber desaparecido. Lo único que quedaba era el dolor de Paula, su rostro, su necesidad, su coraje, su desmoronamiento. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa por evitarle el sufrimiento, por compartir su inexorable peso. De manera que le había dicho una y otra vez que estaba allí, que nunca la dejaría.


Y que la amaba.


¿Era aquella la mentira más miserable que había salido nunca de sus labios o era cierto?


«Nunca le dije a Barby que la amaba mientras daba a luz», recordó.


Puso un candado en su boca durante todo el parto para que no se le escapara algo que nunca había sido verdad.


Nunca había amado a Barby y se negaba a degradar a ambos diciéndoselo mientras daba a luz. No habría podido hacerlo aunque hubiera querido. Aquel fue el momento en que aceptó lo malo que era su matrimonio.


« ¿Estoy mintiendo a Paula ahora?»


No.


¡No!


Aquellas eran las palabras más sinceras y liberadoras que había dicho en su vida. Le hacían sentirse mareado de felicidad, de esperanza y alivio. Amaba a Paula. Amaba todo lo relacionado con ella. Ya amaba al bebé que estaba a punto de nacer, aunque no fuera suyo. 


El bebé formaba parte de Paula, y eso era más que suficiente.


Ella volvió a agarrarle el brazo y Pedro se preparó para sentir cómo le clavaba las uñas en la carne. Deslizó una mano por la piel interior de su brazo y luego apartó un mechón de pelo húmedo de su frente.


Era tan hermosa... Incluso en aquel estado lo era.


—Te quiero, Paula —dijo cuando notó que empezaba a temblar de nuevo, como si no fuera a tener otra oportunidad.


Ella ni siquiera lo oyó.


—¡Ayúdame! ¡Tengo que empujar!


Tras una hora de intensos esfuerzos asomó la coronilla del niño y la enfermera fue a por el doctor Feldman.


Mientras el médico trabajaba y Paula gritaba, Pedro sintió su propia impotencia como una soga ciñéndose en torno a su cuello. Habría dado un brazo si ello le hubiera facilitado las cosas.


—De acuerdo, empuja ahora, Paula. ¡Fuerte! —dijo el doctor Feldman.


Pedro no quería mirar como trabajaban las manos del médico.


—Más fuerte. Así. ¡Eso es!


El bebé salió disparado como un corcho y aterrizó casi al final de la cama. Paula gimió y empezó a respirar como una atleta después de un maratón. Estaba temblando incontrolablemente.


—¡Es una niña! —dijo el médico. Tras un momento se oyó un fuerte llanto —. Ya está. ¡Una niña preciosa!


—¿Está bien? —preguntó Pedro.


—Está perfectamente. Es preciosa. Solo vamos a darle un poco de oxígeno. ¿Tiene nombre ya?


—Lola, como mi madre —dijo Paula débilmente, y empezó a llorar—. ¡Oh! ¡Oh! ¡Tengo una niñita! ¡Tengo una preciosa niñita!


—Lola —repitió la enfermera—. Es bonito.


—En realidad, mi madre se llamaba Dolores—dijo Paula entre lágrimas —, pero todos la llamaban Lola.





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