Paula se despertó cuando el sol de la mañana empezó a entrar por entre las cortinas. Sonrió mientras se estiraba como un gato, sintiéndose mejor que en mucho tiempo.
Giró la cabeza, miró el reloj y se sentó enseguida. ¡Las diez de la mañana!
¿Cómo podía haber dormido tanto?
Había tenido una noche agotadora, en la que Pedro y ella habían hecho el amor tres veces y Dany la había hecho levantarse otro par, pero aun así, lo normal era que Dany llevase ya un rato despierto.
Se giró para sentarse al borde de la cama y su mano tocó un papel.
He tenido que irme a trabajar. Dany está con Marguarita. Volveré a la
hora de la cena.
Te quiere,
P.
A Paula se le encogió el corazón en el pecho, pero prefirió no darle demasiadas vueltas al tema. Al menos, por el momento.
Salió de la cama, se puso unos pantalones de lino y una camiseta naranja y salió de la habitación para ir al piso de abajo.
Se asomó a varias habitaciones antes de encontrar a Dany, que estaba en la biblioteca. Había una manta negra en el suelo, y allí estaba tumbado, rodeado de juguetes, con la misma chica que lo había cuidado la noche anterior, que también estaba sentada en el suelo, haciéndole muecas y jugando con él.
–Señora Alfonso–murmuró esta al verla llegar, poniéndose en pie y colocando ambas manos con nerviosismo detrás de su espalda.
–En realidad soy Chaves –respondió Paula automáticamente, acercándose a la manta para arrodillarse al lado de su hijo y tomarlo en brazos.
Dany rio e intentó agarrarle el pelo. Y ella rio también y le dio un beso en la mejilla.
–Gracias por cuidarlo otra vez –dijo, poniéndose en pie y yendo a sentarse a un sofá.
–Es un placer, señora. El señor Alfonso me dijo que le podía dar un biberón, así que ya lo ha tomado y ha eructado. También lo he cambiado.
Paula asintió y sonrió. Deseó decirle que se marchara y quedarse a solas con su hijo, pero le dio pena, sobre todo, sabiendo que Eleanora era una tirana con sus empleados.
Se puso en pie, le dio otro beso al niño en la frente y lo dejó de nuevo en la manta.
–¿Te importaría cuidarlo otro rato? –le preguntó a la chica–. Me gustaría desayunar.
La joven la miró aliviada y corrió a sentarse en la manta.
–Por puesto, señora. Tómese el tiempo que quiera.
–Gracias.