domingo, 12 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 35




Como de costumbre, la cena con la familia de Pedro fue agotadora. Deliciosa, pero agotadora.


Su madre estuvo tan altiva como siempre y a pesar de que a Paula siempre le habían caído bien Adrian, el hermano de Pedro, y su esposa, Clarissa, se dio cuenta de que estaban cortados por el mismo patrón que Eleanora. Habían nacido en cunas de oro y nunca habían necesitado nada que no tuvieran. Habían sido educados para no ir jamás despeinados y no decir nunca nada inadecuado.


El único motivo por el que Paula no se sentía tan mal con ellos era que, a pesar de su origen, Adrian y Clarissa no eran tan fríos y críticos como su exsuegra. Desde que se había casado con Pedro, siempre la habían tratado como
a una más de la familia y se habían disgustado de verdad cuando Pedro y ella habían roto. 


Incluso esa noche, se habían comportado con ella exactamente igual que en el pasado.


Eso había contribuido a calmar sus nervios al entrar en el opulento comedor.


Eleanora ya estaba sentada a la cabecera de la mesa, como una reina esperando a su corte, cuando ellos llegaron, y su mirada la había hecho sentirse como un microbio a través de un microscopio.


Para su alivio, su exsuegra había jugado limpio mientras tomaban la sopa y la ensalada y había hablado de cosas sin importancia. Sin embargo, con el postre, Eleanora se había quitado parte de la máscara y había arremetido contra Paula todo lo que había podido.


Pero en esa ocasión Pedro la había defendido, algo que no había hecho nunca antes. Probablemente porque, en el pasado, los ataques de Eleanora habían sido mucho más sutiles, o solo había demostrado su odio por ella cuando ambas habían estado solas.


Esa noche, Pedro había contestado a cada uno de los ataques de su madre, siempre en defensa de Paula. Y una vez terminado el postre, cuando
parecía que Eleanora iba a rematar la jugada, él se había levantado, había dado las buenas noches a su familia y había tomado la mano de Paula para sacarla del comedor.


Ella todavía estaba aturdida por el alivio y por la fuerza que le había dado Pedro… y todavía iba aferrada a su mano como si se tratase de un salvavidas cuando llegaron al piso de arriba. Se sintió como en su primera cita, antes de saber lo que era realmente ser la señora de Pedro Alfonso.


Al llegar a la puerta de la habitación, los dos sonreían y a ella le faltaba un poco de aire. Pedro le puso un dedo en los labios para que guardase silencio.


Y ella se dio cuenta de que había estado a punto de echarse a reír como una niña de doce años.


Contuvo la risa y, sin soltar la mano de Pedro, lo siguió por el salón a oscuras.


La niñera que se había quedado con Dany estaba sentada al lado de la cuna, leyendo una revista. Cuando los vio, cerró la revista y se puso en pie.


–¿Qué tal ha estado? –le preguntó Pedro.


–Bien –respondió la joven con una sonrisa–. Ha estado todo el tiempo dormido.


Esa era una buena noticia para la niñera, pero no tanto para los padres, que pretendían dormir toda la noche del tirón.


–Eso significa que se despertará a medianoche –susurró Paula–. Prepárate para sufrir por fin los rigores de la paternidad.


Él sonrió y le brillaron los ojos.


–Lo estoy deseando.


Pedro le dio un par de billetes a la niñera y la acompañó a la puerta, dejando a Paula al lado de la cuna de Dany. Tenía un nudo en la garganta de la emoción, al pensar en que habían estado los dos, padre y madre, delante de la cuna de su hijo, viéndolo dormir.


Así era como se había imaginado siempre que sería formar una familia.


Había sido lo que había deseado cuando se había casado con Pedro y cuando había intentado quedarse embarazada al principio.


Era gracioso, cómo la vida nunca era como uno planeaba.


Pero aquello tampoco estaba mal. Tal vez no fuese lo ideal, tal vez no fuese como ella había soñado, pero seguía emocionándola y haciendo que se le encogiese el corazón dentro del pecho.


–Espero que no se esté poniendo enfermo –murmuró, poniéndole la mano en la frente. No parecía tener fiebre–. No suele dormir tanto.


–Ha tenido un día muy largo –respondió Pedro en el mismo tono–. Tú también estarías cansada si hubiese sido tu primer viaje tan largo.


Ella rio y tuvo que taparse la boca para no despertar al niño. Pedro sonrió también, la agarró del brazo y la llevó hacia el dormitorio.


Una vez dentro, la hizo girar y la empujó hacia la puerta mientras la besaba.


Estuvieron varios minutos besándose apasionadamente. Paula se quedó sin aliento, sin vista, sin cordura y todo su mundo se redujo a Pedro.


Cuando este la dejó por fin respirar, parpadeó y echó la cabeza hacia atrás, mientras Pedro continuaba mordisqueándole los labios.


–No era esto lo que yo tenía en mente cuando hablamos de compartir las habitaciones –consiguió decirle Paula por fin, después de tomar aire.


–Qué raro, porque es exactamente lo que yo había imaginado –murmuró él antes de chuparle el lóbulo de la oreja.


A Paula no le cabía la menor duda.


–Yo pensaba dormir en el sofá del salón. O irme a una de las habitaciones de invitados cuando nadie me viera –le dijo ella.


Pedro le pasó el labio por la línea que va de la clavícula hasta detrás de la oreja, haciéndola gemir.


–Eso no está bien. Nada bien –murmuró Paula.


Él la levantó y la llevó directamente hasta la cama.


–Pues a mí me parece estupendo –respondió, dejándola caer sobre el colchón como un saco de patatas.


Aunque Paula no se sentía en absoluto como un saco de patatas, sobre todo cuando Pedro se tumbó encima de ella.




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