martes, 24 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO FINAL






―No me digas que no disfrutaste de lo que hicimos anoche —dijo Pedro—. No me digas que no fue lo que querías… lo que todavía quieres. Permíteme…


Paula quería gritar que no, pero no pudo hacerlo ya que el beso que le dio él se lo impidió.


Durante un momento cedió. Quería aquel beso, lo deseaba desesperadamente y aunque le rompió su herido corazón, no pudo contenerse, no pudo evitar responderle con todo su amor y pasión.


Al sentir aquello, Pedro la abrazó y comenzó a besarla con la fuerza de una pasión primitiva.


Ella se permitió disfrutar de aquel placer agridulce durante unos segundos… sólo durante unos segundos. Muy pronto, aquel placer se convirtió en algo demasiado parecido a la agonía. Reuniendo toda su fuerza, lo empujó por el pecho tan fuertemente como pudo para lograr que dejara de besarla. Al separarse de él, no fue capaz de mirarlo a los ojos, ya que sabía que éstos debían reflejar un gran enfado.


—¡No! —espetó, desesperada—. Lo que ocurrió anoche fue… divertido. Disfruté, sí. Pero el matrimonio no se basa sólo en eso.


—Fue algo más que divertido —contestó Pedro con la respiración agitada—. Es lo que quiero de un matrimonio. Y quiero más.


Paula tuvo que admitir ante sí misma que ella también, por lo que no comprendió por qué estaba poniendo tanta resistencia.


—Yo también quiero más —admitió—. Estoy preparada a compartir tu cama. De hecho, lo disfrutaré, pero no me voy a casar contigo.


La expresión de la cara de él cambió por completo, reflejó su negativa ante aquello.


—O te casas conmigo o nada —retó.


—¿Por qué insistes tanto en el matrimonio? —preguntó ella.


—Ya sabes por qué. Quiero hijos… herederos. Y te quiero a ti.


Paula sintió como si el corazón se le rompiera en mil pedazos dentro del pecho.


—¿Qué más quieres? —exigió saber él—. No me pidas algo que no te puedo dar.


—¿Matrimonio o nada? —dijo ella con tristeza—. Entonces me temo que tiene que ser nada.


Si él hubiera discutido aquello, Paula sabía que se habría derrumbado. Pero Pedro no trató de hacerlo. En vez de ello, la miró a la cara y a continuación salió de la cocina. Ella se quedó paralizada en medio de la sala. Oyó cómo él subió a la planta de arriba para tomar sus zapatos y cómo bajó al poco rato. Entonces observó cómo agarró su abrigo del perchero y cómo se dirigió hacia la puerta de la casa sin decir ni una palabra.


—Adiós —dijo al abrir la puerta—. Adiós, Paula.


Ella no fue capaz de contestarle. Los ojos se le llenaron de lágrimas y parpadeó para ser capaz de verlo marchar. 


Impresionada, vio cómo él vaciló para después detenerse.


—No puedo… —dijo.


—Tú… ¿no puedes qué? —le preguntó ella.


Despacio, Pedro se dio la vuelta para mirarla y Paula apenas pudo reconocer su cara debido a la tensión que ésta reflejaba.


—No me pidas que me marche. No puedo hacerlo.


—¿Por qué no puedes hacerlo? —logró preguntarle ella.


—No te puedo dejar —respondió él.


Pedro… —comenzó a decir Paula, pero él levantó una mano para silenciarla.


—No… permíteme. Te daré respuestas. No sé si son las respuestas que quieres, pero son las que tengo. Por favor, escucha y después…


Pedro dejó de hablar como si se sintiera incapaz de decir qué ocurriría después. El hecho de que aquel hombre, que siempre parecía tan tranquilo y en control de toda la situación, no supiera qué decir, provocó que ella se quedara paralizada y que esperara a que él encontrara las palabras necesarias para continuar hablando.


—Dime —dijo con dulzura, consciente de que no había nada más que pudiera decir.


—Hace una semana tenia mi vida completamente planeada —explicó él—. Se suponía que me iba a casar con una mujer que me iba a ofrecer todo lo que yo quería… todo lo que pensé que necesitaba. Tenía todo bajo control… Sabía que funcionaría. Natalie y yo constituíamos un contrato muy bien planeado. Yo la hubiera tratado bien y no le habría faltado de nada. Pero entonces…


Pedro vaciló y se pasó las manos por el pelo. Tenía la mirada perdida.


—Entonces, durante la cena que se celebró antes de la boda, conocí a otra persona. La hermana de mi futura esposa… —continuó, mirando a una impresionada Paula a los ojos—. Me impactaste, bueno, hiciste más que eso. No podía apartar la mirada de ti.


—¿En aquel momento? —preguntó ella, turbada.


—Sí, en aquel momento —confirmó Pedro—. Me habían dicho que Natalie era la guapa y que tú no tenías estilo, que eras un ratón de biblioteca. Pero al verte, yo no estuve de acuerdo con eso. Vi a alguien que me intrigaba, alguien que me miraba a los ojos y mantenía mi mirada. Alguien que…


Él dejó de hablar y suspiró. Agitó la cabeza al recordar todo aquello.


—Alguien a quien me tenía que quitar de la cabeza si iba a seguir adelante con mis planes. Si me dejaba llevar por la atracción que sentía hacia ti, si perdía el control, todo se hubiera echado a perder. Pero el día de mi boda las cosas no salieron como las había planeado. Y al final de aquel día, no había sido sólo una chica Chaves la que había huido de mí, sino dos.


—Lo siento… —terció Paula, percatándose de la manera en la que la estaba mirando él.


Con una inesperada luz en los ojos.


—Vosotras dos huisteis de mí, pero sólo había una que me importaba. Sólo había una que no me podía quitar de la cabeza. Cuando me dijiste que Natalie no iba a presentarse a la boda, que me había abandonado, me puse furioso. Sentí mi orgullo herido, pero estaba decidido a no mostrar mis sentimientos.


—Por eso quisiste seguir adelante con la celebración del banquete.


—Efectivamente —concedió Pedro—. Todo iba a celebrarse según lo planeado. Nadie me iba a ver mostrando ninguna reacción… menos aún la familia de la mujer con la que se suponía que me iba a haber casado. Tenía otro plan reservado.


—¿Yo?


—Sí —confirmó él—. Pensé que tú estabas involucrada en todo desde el principio, que sabías lo de tu padre…


—¡Pero no lo sabía! —aseguró Paula—. Te lo juro…


—Ahora ya lo sé, pero en aquel momento no estaba pensando con mucha claridad. Estaba enfadado… y quería que alguien pagara por lo que había pasado. Y pensé que esa persona serías tú. Pero entonces tú también huiste de mí y repentinamente todo cambió. La deserción de Natalie me hirió el orgullo y me dejó con el sentimiento de haber sido utilizado. Cuando tú te fuiste, te eché de menos. No podía dejar de pensar en ti; quería que regresaras. Hubiera hecho lo que fuera para que hubieras vuelto… incluso venir hasta aquí para exigirte que ocuparas el lugar de tu hermana.


—Trayendo contigo el par de zapatos más incómodos que jamás me haya puesto —comentó ella, riéndose levemente.


—Esos zapatos te estaban destrozando los pies. No puedo comprender cómo pudiste siquiera ponerte de pie con ellos —respondió él, dejando claro que se preocupaba por ella—. Te eché de menos, Paula. Te deseaba. No podía seguir adelante sin ti. Pero no sabía qué me estaba pasando. No comprendía cómo me sentía. No sabía qué era.


Paula pensó que desde luego que no. Sintió cómo le dio un vuelco el corazón ante la confusión de Pedro. No comprendía cómo podía él reconocer el amor si no sabía lo que era.


—Cuando te dije que no creía en el amor, lo que quise decir fue que no sabía cómo hacerlo… cómo amar —continuó Pedro—. Ni siquiera pensaba que existía, por lo que no sabía lo que estaba sintiendo. Nadie antes me había hecho sentir de aquella manera. Pensé que era sólo deseo… te deseaba más que a ninguna otra mujer que jamás haya conocido. Y eso ya era suficientemente malo. Pero entonces…


—¿Entonces… qué?


—Entonces me preguntaste acerca de las cicatrices que tengo en la espalda… y te hablé de mi madre. Por primera vez en mi vida le hablé a alguien de mi madre.


Paula se quedó sin aliento y observó cómo él se acercó a ella.


—Y cuando he tratado de marcharme justo ahora… cuando has dicho que no te casarías conmigo… no he podido. No he podido alejarme de ti porque me he dado cuenta de que lo que sentí el día de la boda cuando te alejaste de mí no era algo nuevo. Era un sentimiento que ya había experimentado una vez… cuando mi madre me abandonó. Y entonces comprendí por qué no te querías casar conmigo.


Ella respiró profundamente antes de comenzar a hablar.


—Permíteme que te explique por qué… —dijo, pero dejó de hablar al percatarse de que Pedro se había acercado aún más a ella y de que le había tomado las manos.


—No… permíteme que te lo explique yo a ti —pidió él—. Porque creo que ahora comprendo. No aceptaste casarte conmigo porque yo dije que o el matrimonio o nada. Y no te estaba ofreciendo nada… nada que tú quisieras. Quería casarme contigo porque quería tenerte… abrazarte… quería mantenerte a mi lado y asegurarme de que nunca huirías de nuevo. Sobre eso me he comportado de una manera tan mala como mi madre… como tu padre. Pensé que podría controlarte, que podría hacer que hicieras lo que yo quería. Pero lo que debí haberte ofrecido era lo único que hubiera hecho que te quedaras a mi lado para siempre, si hubieras querido.


Pedro hizo una pausa y la miró directamente a los ojos. 


Paula sintió como si se le hubieran derretido las piernas al percatarse de las poderosas emociones que se estaban apoderando de él. Pero necesitaba que se lo dijera.


—Tú querías mi amor… —continuó él.


—Oh, Pedro


—Pero yo no podía reconocer lo que estaba sintiendo, así que… ¿cómo iba a decírtelo? Hasta que me di cuenta de que, si no lo decía, me tenía que marchar. Y no podía marcharme… Paula… Lo que he dicho…


—A mí me parece que es algo muy parecido al amor —logró decir ella—. Y lo sé porque eso mismo es lo que yo también he estado sintiendo.


—¿Sí? —preguntó Pedro.


La expresión de su cara había cambiado completamente. 


Sus ojos reflejaron un cálido brillo y le agarró las manos con más fuerza. La atrajo hacia sí, la apoyó contra su musculoso cuerpo… el único lugar en el mundo donde ella quería estar.


—¿Me amas? —quiso saber él.


—Te amo —aseguró Paula—. Te amo con todo mi corazón, con cada célula de mi cuerpo. Sin tu amor no podría afrontar un futuro contigo, pero existiendo amor de tu parte tú eres todo el futuro que necesito.


—¿Te casarás conmigo? ¿Te casaras conmigo y serás mi amante? Y ahora que ya sé que lo que siento es amor… ¿me permitirás amarte durante el resto de tu vida?


—No puedo pensar en nada que deseara más. Sí, Pedro, me casaré contigo… y juntos aprenderemos lo maravilloso que puede llegar a ser el amor cuando es recíproco. Cuando dos se convierten en uno.


Ella suspiró de alegría y, al abrazarla él, levantó la cara para besarla. Se dieron un profundo y apasionado beso, un beso extraordinario.


Tras ellos, la puerta de la casa se cerró. Se quedaron allí, en su propio y privado mundo, donde lo único que necesitaban era tenerse el uno al otro… y el amor que habían construido entre ambos.







NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 22




Paula no supo durante cuánto tiempo había estado hablando su padre antes de mantener silencio. Sólo supo que, cuando finalmente lo hizo, ella no tenía la fuerza mental suficiente para contestar. Sólo logró decir algo parecido a que sí, que comprendía. Sí, veía que su padre no tenía otra alternativa, desde luego que no una que fuera a arreglar la situación, una que evitara que su madrastra cayera en una depresión y que él no fuera a la cárcel.


Aquél era el peor escenario al que se podía enfrentar. 


Siempre había sabido que su padre podía ser extremadamente egoísta y que la esposa a la que era devoto incluso más que él. ¡Pero aquello era demasiado!


Debido a las estúpidas acciones de Augusto Chaves, estúpidas e ilegales, éste no sólo había arriesgado su casa y su salario, sino también su libertad. Si Pedro le hubiera denunciado, en aquel momento estaría en prisión.


Pero la denuncia era sólo una amenaza, siempre y cuando Pedro Alfonso obtuviera lo que quería. Y lo que éste quería era unirse en matrimonio con la familia Chaves.


Pedro había dicho en serio cada palabra cuando le había explicado que su familia le debía una esposa.


Durante todo el tiempo que estuvo escuchando las explicaciones y disculpas de su padre, supo que Pedro había estado esperando en la cocina con un café y esbozando una brillante sonrisa. Y con su maldita y arrogante convicción de que la tenía donde quería. O al menos eso pensaba.


Pero la realidad era que la convicción de él era cierta. La tenía exactamente donde quería. Donde la había querido desde el principio. La tenía atrapada, sin ningún lugar por donde salir corriendo y sin ninguna respuesta. A no ser que ella le fallara a todo el mundo, a no ser que arruinara a su propia familia y que muy probablemente, provocara que su madrastra sufriera una grave depresión.


Aparte del hecho de enviar a su padre a la cárcel por malversación de fondos.


Augusto Chaves se lo había admitido en la conversación telefónica que habían mantenido. Había admitido que había sido un estúpido, un completo idiota. Había despilfarrado hasta el último céntimo de la familia… ella no tenía duda de que había sido con gran ayuda de su codiciosa madrastra. Y entonces, para empeorar las cosas, había tomado prestado cierto dinero de un acuerdo de negocios. Su socio había sido Pedro Alfonso.


Agitó la cabeza, desesperada. Se restregó los ojos con las manos y pensó que sólo su padre podría referirse a malversar fondos que habían sido destinados a un acuerdo de negocios como «tomar prestado». Sólo su padre podía haberse gastado ese dinero y haber terminado en aquella terrible situación.


Sólo él podía ponerla a ella en una situación incluso peor.


Sabía que el egoísmo de su progenitor, su debilidad, terminaría haciéndole daño, pero no más del que ya le había hecho Pedro.


Recordó las insensibles palabras que le había dicho él al haberle afirmado que le daba igual casarse con una hermana Chaves que con la otra, ya que lo que quería era un matrimonio dinástico.


También le había dicho que había ido hasta su casa a por ella. Se había negado a creer que lo había dicho en serio, pero finalmente se había permitido a sí misma pensar, soñar, que él estaba comenzando a sentir algo por ella…


—¡No! —exclamó, llevándose una mano a la boca para contener el grito de angustia que casi se le escapó.


No, tenía que haber alguna manera de escapar de aquella situación. No iba a permitir que aquello sucediera. 


Quizá Pedro pensara que tenía lo que quería servido en un plato, pero ella se iba a encargar de probarle lo contrario. De alguna manera…


Pero primero tenía que vestirse. No podía enfrentarse a aquel arrogante y manipulador canalla vestida simplemente con la entallada bata azul que llevaba puesta. Debajo no llevaba nada… algo que Pedro sabía muy bien.


Se sintió avergonzada al recordar lo fácil que le había resultado a él hacer con ella lo que había querido. No había tenido ningún problema en atraerla a la cama y, si era sincera consigo misma, tenía que admitir que prácticamente había hecho todo el trabajo por él. Se había lanzado a sus brazos, a su cama…


Bueno, la cama había sido la suya. Y allí se había entregado a aquel hombre sin pensarlo. Él debió haber pensado que su despiadado plan para obtener un matrimonio de conveniencia había funcionado perfectamente.


Mientras subía a la planta de arriba para vestirse, se dijo a sí misma que se encargaría de aclarar todo aquello. Si había alguna manera de escapar a aquella situación, iba a encontrarla. Pedro Alfonso tenía que aprender que no podía simplemente aparecer y apoderarse de la vida de la gente. 


Alguien iba a tener que enfrentarse a él…


Pero se preguntó por qué tenía que ser ella.


Deseó poder ducharse y restregarse el cuerpo con una esponja bajo el agua caliente hasta borrar los recuerdos de las caricias de Pedro, de sus besos, besos que sentía la marcaban como suya. Pero no se atrevió a demorarse, ya que si no él se preguntaría qué ocurría. Por lo que se apresuró en vestirse y bajó de nuevo a la planta de abajo. 


Mientras lo hacía, se preguntó a sí misma cómo podía haber creído que amaba a un hombre que manipulaba a la gente de aquella manera, que compraba una esposa sin ofrecerle ningún compromiso emocional a cambio.


Un hombre que, cuando el matrimonio que tenía planeado no se había materializado, simplemente se acercaba a la siguiente persona en la lista de posibles candidatas.


Al llegar a la puerta de la cocina, respiró profundamente. 


Levantó la barbilla antes de entrar en la sala con actitud desafiante.


Pero de inmediato supo que estaba tratando de engañarse a sí misma si pretendía negar sus sentimientos hacia aquel hombre. Al verlo sentado a la pequeña mesa de la cocina le dio un vuelco el corazón. Pedro tenía su negro pelo todavía húmedo y llevaba la camisa por fuera del pantalón. Tuvo que reconocer que de ninguna manera podía negar lo que sentía hacia él. En cualquier otro momento sus sentimientos le hubieran llevado a aceptar su propuesta de matrimonio muy gustosamente.


Pero eran unos sentimientos que debía controlar, suprimir, tenía que apartarlos de su mente si iba a ser capaz de soportar la situación en la que se encontraba.


—Por fin —la saludó Pedro.


La manera en la que la miró de arriba abajo, cuestionando la necesidad de que se hubiera puesto unos pantalones vaqueros y un jersey verde, provocó que ella casi pudiera adivinar lo que estaba pensando. Seguro que se estaba preguntando por qué se había puesto ninguna ropa cuando él pretendía quitársela toda de nuevo. Pero se forzó en ignorar aquello. No se iban a dirigir juntos a ninguna cama… nunca más lo harían si ella conseguía lo que quería. Al sentir que todo su cuerpo protestaba ante aquello, se forzó en recuperar el control y levantó aún más la barbilla para desafiarlo y que le dijera lo que estaba pensando.


Pero Pedro o no se percató o decidió no hacer ningún comentario.


—Tu café está ahí… —fue lo que dijo, indicándole con la mano una taza que había sobre la encimera—. Te lo serví al oír que bajabas las escaleras, por lo que todavía debe de estar caliente.


Paula se acercó a la encimera, agarró la taza y se giró para vaciar su contenido en la pila. Con una mezcla de satisfacción y arrepentimiento, observó cómo el líquido marrón desaparecía por el desagüe. Le hubiera encantado beberse una estimulante taza de café, de hecho, no había nada que le apeteciera más en aquel momento, pero sintió que debía realizar algún gesto que evidenciara su estado de ánimo.


Pedro la observó y frunció el ceño.


—¿Había algún problema con el café? —preguntó.


—¡Esto no va a funcionar, Pedro! —declaró ella, decidiendo enfrentarse a él directamente.


—¿Qué es lo que no va a funcionar?


—Este plan que has creado para conseguir una esposa mediante el chantaje.


—Ya has hablado con tu padre.


—Sí, lo he hecho —contestó Paula—. Si recuerdas, precisamente fue eso lo que me aconsejaste ayer que hiciera. Ahora ya sé lo que siempre has pretendido.


—Lo que tu padre ha pretendido —corrigió él.


—Bueno, sí, lo que hizo estuvo muy mal. Desde luego que no puede simplemente salirse con la suya. Pero yo sé por qué lo hizo; lo hizo por Petra. Siempre fue muy tonto en lo que se refería a ella y nunca le podía negar nada. Ella nunca comprendió la carga que supuso el impuesto de sucesiones cuando murió el abuelo y continuó gastando y gastando. El dinero se tendrá que devolver.


—Lo dices con mucha labia —contestó Pedro, colocando su propia taza sobre la mesa e inclinándose hacia delante para mirar a Paula fijamente—. ¿Por casualidad te ha mencionado tu padre de cuánto dinero estamos hablando?


—Obviamente de mucho.


—Lo podrías decir así —dijo él, nombrándole una cantidad inimaginable de dinero.


Horrorizada, Paula tuvo que agarrarse a la silla más próxima para no caer al suelo.


—¿Realmente no lo sabías? —continuó Pedro.


—Yo…


—¿Crees que me iba a preocupar tanto si fuera menos dinero?


—Yo… —lo intentó ella de nuevo, pero le estaba dando vueltas la cabeza debido a lo impresionada que se había quedado.


Pensó que debía haberlo sabido, o por lo menos sospechado. No le extrañó que su padre hubiera tenido un aspecto tan envejecido y enfermizo. Pero sabía que, si hubiera preguntado, nadie le habría dicho la verdad, al igual que no le habían confiado las verdaderas razones de la boda, no hasta aquel momento en el que pensaban que ella podía ayudar.


—Lo siento —logró decir por fin—. No pensé que la situación fuera tan grave. ¿Pero realmente piensas que cualquier cantidad de dinero justifica jugar con la vida de la gente? ¿Que justifica manipular a una mujer para que se case contigo tanto si quiere como si no?


—Cuando te dije que debías hablar con tu padre, había pensado que te iba a confirmar la verdad. Yo no manipulé a tu hermana para que se casara conmigo. Ella dejó claro que se sentía atraída por mí y que mi riqueza formaba gran parte de esa atracción. Fue ella la que sugirió que nos casáramos.


Muy impresionada, Paula recordó las cosas que Natalie le había dicho, como por ejemplo que había pensado que podía hacerlo, que podía seguir adelante con la boda… y que haber conocido a Joen lo había cambiado todo.


Pero su hermana jamás le había contado toda la verdad.


—Natalie sabía que yo quería hijos para que heredaran mi fortuna y que tener un vínculo con el apellido Chaves me abriría puertas en la sociedad que el dinero no puede abrir. Y ella quería seguir manteniendo el estilo de vida que siempre había tenido, por lo que sugirió un plan que nos beneficiaría a ambos. Y a su padre, ya que, si me casaba con ella, no lo denunciaría, pero lo tendría suficientemente cerca como para controlar sus acciones.


—No denunciarlo… ¿no era parte del trato?


—Ni siquiera sé cuánto sabía Natalie de la precaria situación de su padre. Sé que sabía que tenía problemas económicos, pero dudo que fuera consciente del origen de éstos.


—Pero finalmente aquello no fue suficiente para ella. No cuando conoció a Joen —comentó Paula.


—No, la verdad es que me sorprendió —admitió Pedro pensativamente—. Este nuevo hombre debe de ser algo especial. Pero me dejó con un problema; tu padre seguía debiéndome el dinero.


—Y entonces decidiste, con bastante sangre fría, que yo podía sustituir a mi hermana, ¿no es así?


—No, Paula. Eso nunca. ¿No te das cuenta de que no hay nada que yo haga relacionado contigo que sea a sangre fría? La verdad es precisamente lo contrario: me alteras tanto la sangre que no puedo pensar con claridad. Provocas que haga locuras.


En aquel momento ella necesitó sentarse en la silla en la que había estado apoyándose. Sintió las piernas muy débiles y tuvo que sentarse antes de caer al suelo. Al sentarse ella, Pedro se levantó y comenzó a andar por la cocina.


—¿Como qué? —preguntó Paula.


—Como venir hasta aquí para devolverte unos zapatos que odiaba ver, ya que me recordaban el daño que le habían hecho a tus pies.


—Dijiste que habías venido a por mí.


—Y lo hice. No podía dejar de pensar en ti, te deseaba tanto que no podía mantenerme alejado de ti. Y sabía que tú también me deseabas a mí. Desde luego, también resolvía el problema de tu padre…


—Desde luego —repitió ella con voz temblorosa.


Decepcionada, se preguntó si había esperado una declaración de amor por parte de Pedro… cosa que no ocurriría jamás, ya que él ni siquiera sabía qué significaba amar. Simplemente la deseaba. Aquello era todo. Quizá fuera suficiente para él, pero no lo era para ella.


Amaba a aquel hombre desesperadamente, pero no creía que fuera a ser capaz de amar por los dos.


Tal vez lo amaba en aquel momento, pero con el tiempo, sin obtener nada a cambio, no sabía si ese amor sería suficientemente fuerte como para resistir.


—Entonces viniste aquí para exigirme que me casara contigo.


—Para exigírtelo, no. Era lo que tú también querías.


—No —se forzó en contestar Paula.


Pedro dejó de andar y se quedó mirándola fijamente. Se había quedado muy impresionado.


—No —repitió ella, sintiendo cómo la tensión del momento se apoderaba de su cuerpo. Tenía que decir aquello, tenía que negar que quisiera casarse con él. Pero hacerlo la estaba destruyendo.


—¿No? —preguntó Pedro, aturdido.


Con gran esfuerzo, ella se forzó en levantarse y en mirarlo.


—No, no quiero casarme contigo —insistió con gran dolor de su corazón.


—Eres una mentirosa —contestó él—. No lo dices en serio.


—Estoy hablando en serio —logró decir Paula—. No quiero casarme contigo, no cuando es simplemente una manera de pagar las deudas de mi padre y de salvarlo de la cárcel…


—¡Está bien! Saquemos a tu padre de todo esto, hagamos que sea algo sólo entre tú y yo.


Ella sintió que la cabeza le iba a explotar debido a todos los pensamientos contradictorios que se agolpaban en ella.


—No comprendo… ¿qué quieres decir?


—Vamos a olvidarnos de tu padre…


—¡No puedo! Lo que hizo estuvo mal. Te he acusado de utilizar a la gente… pero él puede llegar a ser igual que tú. Sé que te dijo dónde podías encontrarme.


—Me lo dijo su venenosa esposa. Él simplemente se quedó de pie y le permitió que lo dijera —aclaró Pedro—. Me olvidaré del dinero que me robó tu padre, cancelaré sus deudas, me olvidaré de la idea de denunciarlo… Me resultará más difícil aceptar que estaba preparado a utilizar a su propia hija para salvar su pellejo. Dudo que jamás pueda perdonarlo por ello. Pero si tú me lo pides, lo haré… si te casas conmigo.


El corazón de Paula le gritó que lo aceptara. Pero no podía…


—¿Por qué quieres casarte conmigo? —preguntó.


—Porque te deseo, ¡maldita sea! —contestó él, acercándose a ella y tomándole las manos—. Te deseo tanto que creo que me volveré loco si no te tengo a mi lado, en mi cama. ¿Lo que pasó anoche no te lo dejó claro?


—Lo que pasó anoche… —comenzó a decir ella. Pero fue incapaz de seguir hablando.


Quería decirle que la noche anterior había pensado que a él le importaba ella, que cuando la había llamado querida lo había hecho sinceramente y que tal vez algún día llegara a amarla.


Pero todo aquello había sido antes de haberse despertado aquella misma mañana y haber visto las cicatrices de su espalda, antes de haberse percatado de la profundidad de las heridas que aquel atractivo hombre tenía en el alma. Ya no le cabía duda de que él era incapaz de amar.


Pedro la deseaba. Muy intensamente. Pero desear no era amar.


No era suficiente. No cuando necesitaba que él le entregara mucho más.