martes, 24 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 22




Paula no supo durante cuánto tiempo había estado hablando su padre antes de mantener silencio. Sólo supo que, cuando finalmente lo hizo, ella no tenía la fuerza mental suficiente para contestar. Sólo logró decir algo parecido a que sí, que comprendía. Sí, veía que su padre no tenía otra alternativa, desde luego que no una que fuera a arreglar la situación, una que evitara que su madrastra cayera en una depresión y que él no fuera a la cárcel.


Aquél era el peor escenario al que se podía enfrentar. 


Siempre había sabido que su padre podía ser extremadamente egoísta y que la esposa a la que era devoto incluso más que él. ¡Pero aquello era demasiado!


Debido a las estúpidas acciones de Augusto Chaves, estúpidas e ilegales, éste no sólo había arriesgado su casa y su salario, sino también su libertad. Si Pedro le hubiera denunciado, en aquel momento estaría en prisión.


Pero la denuncia era sólo una amenaza, siempre y cuando Pedro Alfonso obtuviera lo que quería. Y lo que éste quería era unirse en matrimonio con la familia Chaves.


Pedro había dicho en serio cada palabra cuando le había explicado que su familia le debía una esposa.


Durante todo el tiempo que estuvo escuchando las explicaciones y disculpas de su padre, supo que Pedro había estado esperando en la cocina con un café y esbozando una brillante sonrisa. Y con su maldita y arrogante convicción de que la tenía donde quería. O al menos eso pensaba.


Pero la realidad era que la convicción de él era cierta. La tenía exactamente donde quería. Donde la había querido desde el principio. La tenía atrapada, sin ningún lugar por donde salir corriendo y sin ninguna respuesta. A no ser que ella le fallara a todo el mundo, a no ser que arruinara a su propia familia y que muy probablemente, provocara que su madrastra sufriera una grave depresión.


Aparte del hecho de enviar a su padre a la cárcel por malversación de fondos.


Augusto Chaves se lo había admitido en la conversación telefónica que habían mantenido. Había admitido que había sido un estúpido, un completo idiota. Había despilfarrado hasta el último céntimo de la familia… ella no tenía duda de que había sido con gran ayuda de su codiciosa madrastra. Y entonces, para empeorar las cosas, había tomado prestado cierto dinero de un acuerdo de negocios. Su socio había sido Pedro Alfonso.


Agitó la cabeza, desesperada. Se restregó los ojos con las manos y pensó que sólo su padre podría referirse a malversar fondos que habían sido destinados a un acuerdo de negocios como «tomar prestado». Sólo su padre podía haberse gastado ese dinero y haber terminado en aquella terrible situación.


Sólo él podía ponerla a ella en una situación incluso peor.


Sabía que el egoísmo de su progenitor, su debilidad, terminaría haciéndole daño, pero no más del que ya le había hecho Pedro.


Recordó las insensibles palabras que le había dicho él al haberle afirmado que le daba igual casarse con una hermana Chaves que con la otra, ya que lo que quería era un matrimonio dinástico.


También le había dicho que había ido hasta su casa a por ella. Se había negado a creer que lo había dicho en serio, pero finalmente se había permitido a sí misma pensar, soñar, que él estaba comenzando a sentir algo por ella…


—¡No! —exclamó, llevándose una mano a la boca para contener el grito de angustia que casi se le escapó.


No, tenía que haber alguna manera de escapar de aquella situación. No iba a permitir que aquello sucediera. 


Quizá Pedro pensara que tenía lo que quería servido en un plato, pero ella se iba a encargar de probarle lo contrario. De alguna manera…


Pero primero tenía que vestirse. No podía enfrentarse a aquel arrogante y manipulador canalla vestida simplemente con la entallada bata azul que llevaba puesta. Debajo no llevaba nada… algo que Pedro sabía muy bien.


Se sintió avergonzada al recordar lo fácil que le había resultado a él hacer con ella lo que había querido. No había tenido ningún problema en atraerla a la cama y, si era sincera consigo misma, tenía que admitir que prácticamente había hecho todo el trabajo por él. Se había lanzado a sus brazos, a su cama…


Bueno, la cama había sido la suya. Y allí se había entregado a aquel hombre sin pensarlo. Él debió haber pensado que su despiadado plan para obtener un matrimonio de conveniencia había funcionado perfectamente.


Mientras subía a la planta de arriba para vestirse, se dijo a sí misma que se encargaría de aclarar todo aquello. Si había alguna manera de escapar a aquella situación, iba a encontrarla. Pedro Alfonso tenía que aprender que no podía simplemente aparecer y apoderarse de la vida de la gente. 


Alguien iba a tener que enfrentarse a él…


Pero se preguntó por qué tenía que ser ella.


Deseó poder ducharse y restregarse el cuerpo con una esponja bajo el agua caliente hasta borrar los recuerdos de las caricias de Pedro, de sus besos, besos que sentía la marcaban como suya. Pero no se atrevió a demorarse, ya que si no él se preguntaría qué ocurría. Por lo que se apresuró en vestirse y bajó de nuevo a la planta de abajo. 


Mientras lo hacía, se preguntó a sí misma cómo podía haber creído que amaba a un hombre que manipulaba a la gente de aquella manera, que compraba una esposa sin ofrecerle ningún compromiso emocional a cambio.


Un hombre que, cuando el matrimonio que tenía planeado no se había materializado, simplemente se acercaba a la siguiente persona en la lista de posibles candidatas.


Al llegar a la puerta de la cocina, respiró profundamente. 


Levantó la barbilla antes de entrar en la sala con actitud desafiante.


Pero de inmediato supo que estaba tratando de engañarse a sí misma si pretendía negar sus sentimientos hacia aquel hombre. Al verlo sentado a la pequeña mesa de la cocina le dio un vuelco el corazón. Pedro tenía su negro pelo todavía húmedo y llevaba la camisa por fuera del pantalón. Tuvo que reconocer que de ninguna manera podía negar lo que sentía hacia él. En cualquier otro momento sus sentimientos le hubieran llevado a aceptar su propuesta de matrimonio muy gustosamente.


Pero eran unos sentimientos que debía controlar, suprimir, tenía que apartarlos de su mente si iba a ser capaz de soportar la situación en la que se encontraba.


—Por fin —la saludó Pedro.


La manera en la que la miró de arriba abajo, cuestionando la necesidad de que se hubiera puesto unos pantalones vaqueros y un jersey verde, provocó que ella casi pudiera adivinar lo que estaba pensando. Seguro que se estaba preguntando por qué se había puesto ninguna ropa cuando él pretendía quitársela toda de nuevo. Pero se forzó en ignorar aquello. No se iban a dirigir juntos a ninguna cama… nunca más lo harían si ella conseguía lo que quería. Al sentir que todo su cuerpo protestaba ante aquello, se forzó en recuperar el control y levantó aún más la barbilla para desafiarlo y que le dijera lo que estaba pensando.


Pero Pedro o no se percató o decidió no hacer ningún comentario.


—Tu café está ahí… —fue lo que dijo, indicándole con la mano una taza que había sobre la encimera—. Te lo serví al oír que bajabas las escaleras, por lo que todavía debe de estar caliente.


Paula se acercó a la encimera, agarró la taza y se giró para vaciar su contenido en la pila. Con una mezcla de satisfacción y arrepentimiento, observó cómo el líquido marrón desaparecía por el desagüe. Le hubiera encantado beberse una estimulante taza de café, de hecho, no había nada que le apeteciera más en aquel momento, pero sintió que debía realizar algún gesto que evidenciara su estado de ánimo.


Pedro la observó y frunció el ceño.


—¿Había algún problema con el café? —preguntó.


—¡Esto no va a funcionar, Pedro! —declaró ella, decidiendo enfrentarse a él directamente.


—¿Qué es lo que no va a funcionar?


—Este plan que has creado para conseguir una esposa mediante el chantaje.


—Ya has hablado con tu padre.


—Sí, lo he hecho —contestó Paula—. Si recuerdas, precisamente fue eso lo que me aconsejaste ayer que hiciera. Ahora ya sé lo que siempre has pretendido.


—Lo que tu padre ha pretendido —corrigió él.


—Bueno, sí, lo que hizo estuvo muy mal. Desde luego que no puede simplemente salirse con la suya. Pero yo sé por qué lo hizo; lo hizo por Petra. Siempre fue muy tonto en lo que se refería a ella y nunca le podía negar nada. Ella nunca comprendió la carga que supuso el impuesto de sucesiones cuando murió el abuelo y continuó gastando y gastando. El dinero se tendrá que devolver.


—Lo dices con mucha labia —contestó Pedro, colocando su propia taza sobre la mesa e inclinándose hacia delante para mirar a Paula fijamente—. ¿Por casualidad te ha mencionado tu padre de cuánto dinero estamos hablando?


—Obviamente de mucho.


—Lo podrías decir así —dijo él, nombrándole una cantidad inimaginable de dinero.


Horrorizada, Paula tuvo que agarrarse a la silla más próxima para no caer al suelo.


—¿Realmente no lo sabías? —continuó Pedro.


—Yo…


—¿Crees que me iba a preocupar tanto si fuera menos dinero?


—Yo… —lo intentó ella de nuevo, pero le estaba dando vueltas la cabeza debido a lo impresionada que se había quedado.


Pensó que debía haberlo sabido, o por lo menos sospechado. No le extrañó que su padre hubiera tenido un aspecto tan envejecido y enfermizo. Pero sabía que, si hubiera preguntado, nadie le habría dicho la verdad, al igual que no le habían confiado las verdaderas razones de la boda, no hasta aquel momento en el que pensaban que ella podía ayudar.


—Lo siento —logró decir por fin—. No pensé que la situación fuera tan grave. ¿Pero realmente piensas que cualquier cantidad de dinero justifica jugar con la vida de la gente? ¿Que justifica manipular a una mujer para que se case contigo tanto si quiere como si no?


—Cuando te dije que debías hablar con tu padre, había pensado que te iba a confirmar la verdad. Yo no manipulé a tu hermana para que se casara conmigo. Ella dejó claro que se sentía atraída por mí y que mi riqueza formaba gran parte de esa atracción. Fue ella la que sugirió que nos casáramos.


Muy impresionada, Paula recordó las cosas que Natalie le había dicho, como por ejemplo que había pensado que podía hacerlo, que podía seguir adelante con la boda… y que haber conocido a Joen lo había cambiado todo.


Pero su hermana jamás le había contado toda la verdad.


—Natalie sabía que yo quería hijos para que heredaran mi fortuna y que tener un vínculo con el apellido Chaves me abriría puertas en la sociedad que el dinero no puede abrir. Y ella quería seguir manteniendo el estilo de vida que siempre había tenido, por lo que sugirió un plan que nos beneficiaría a ambos. Y a su padre, ya que, si me casaba con ella, no lo denunciaría, pero lo tendría suficientemente cerca como para controlar sus acciones.


—No denunciarlo… ¿no era parte del trato?


—Ni siquiera sé cuánto sabía Natalie de la precaria situación de su padre. Sé que sabía que tenía problemas económicos, pero dudo que fuera consciente del origen de éstos.


—Pero finalmente aquello no fue suficiente para ella. No cuando conoció a Joen —comentó Paula.


—No, la verdad es que me sorprendió —admitió Pedro pensativamente—. Este nuevo hombre debe de ser algo especial. Pero me dejó con un problema; tu padre seguía debiéndome el dinero.


—Y entonces decidiste, con bastante sangre fría, que yo podía sustituir a mi hermana, ¿no es así?


—No, Paula. Eso nunca. ¿No te das cuenta de que no hay nada que yo haga relacionado contigo que sea a sangre fría? La verdad es precisamente lo contrario: me alteras tanto la sangre que no puedo pensar con claridad. Provocas que haga locuras.


En aquel momento ella necesitó sentarse en la silla en la que había estado apoyándose. Sintió las piernas muy débiles y tuvo que sentarse antes de caer al suelo. Al sentarse ella, Pedro se levantó y comenzó a andar por la cocina.


—¿Como qué? —preguntó Paula.


—Como venir hasta aquí para devolverte unos zapatos que odiaba ver, ya que me recordaban el daño que le habían hecho a tus pies.


—Dijiste que habías venido a por mí.


—Y lo hice. No podía dejar de pensar en ti, te deseaba tanto que no podía mantenerme alejado de ti. Y sabía que tú también me deseabas a mí. Desde luego, también resolvía el problema de tu padre…


—Desde luego —repitió ella con voz temblorosa.


Decepcionada, se preguntó si había esperado una declaración de amor por parte de Pedro… cosa que no ocurriría jamás, ya que él ni siquiera sabía qué significaba amar. Simplemente la deseaba. Aquello era todo. Quizá fuera suficiente para él, pero no lo era para ella.


Amaba a aquel hombre desesperadamente, pero no creía que fuera a ser capaz de amar por los dos.


Tal vez lo amaba en aquel momento, pero con el tiempo, sin obtener nada a cambio, no sabía si ese amor sería suficientemente fuerte como para resistir.


—Entonces viniste aquí para exigirme que me casara contigo.


—Para exigírtelo, no. Era lo que tú también querías.


—No —se forzó en contestar Paula.


Pedro dejó de andar y se quedó mirándola fijamente. Se había quedado muy impresionado.


—No —repitió ella, sintiendo cómo la tensión del momento se apoderaba de su cuerpo. Tenía que decir aquello, tenía que negar que quisiera casarse con él. Pero hacerlo la estaba destruyendo.


—¿No? —preguntó Pedro, aturdido.


Con gran esfuerzo, ella se forzó en levantarse y en mirarlo.


—No, no quiero casarme contigo —insistió con gran dolor de su corazón.


—Eres una mentirosa —contestó él—. No lo dices en serio.


—Estoy hablando en serio —logró decir Paula—. No quiero casarme contigo, no cuando es simplemente una manera de pagar las deudas de mi padre y de salvarlo de la cárcel…


—¡Está bien! Saquemos a tu padre de todo esto, hagamos que sea algo sólo entre tú y yo.


Ella sintió que la cabeza le iba a explotar debido a todos los pensamientos contradictorios que se agolpaban en ella.


—No comprendo… ¿qué quieres decir?


—Vamos a olvidarnos de tu padre…


—¡No puedo! Lo que hizo estuvo mal. Te he acusado de utilizar a la gente… pero él puede llegar a ser igual que tú. Sé que te dijo dónde podías encontrarme.


—Me lo dijo su venenosa esposa. Él simplemente se quedó de pie y le permitió que lo dijera —aclaró Pedro—. Me olvidaré del dinero que me robó tu padre, cancelaré sus deudas, me olvidaré de la idea de denunciarlo… Me resultará más difícil aceptar que estaba preparado a utilizar a su propia hija para salvar su pellejo. Dudo que jamás pueda perdonarlo por ello. Pero si tú me lo pides, lo haré… si te casas conmigo.


El corazón de Paula le gritó que lo aceptara. Pero no podía…


—¿Por qué quieres casarte conmigo? —preguntó.


—Porque te deseo, ¡maldita sea! —contestó él, acercándose a ella y tomándole las manos—. Te deseo tanto que creo que me volveré loco si no te tengo a mi lado, en mi cama. ¿Lo que pasó anoche no te lo dejó claro?


—Lo que pasó anoche… —comenzó a decir ella. Pero fue incapaz de seguir hablando.


Quería decirle que la noche anterior había pensado que a él le importaba ella, que cuando la había llamado querida lo había hecho sinceramente y que tal vez algún día llegara a amarla.


Pero todo aquello había sido antes de haberse despertado aquella misma mañana y haber visto las cicatrices de su espalda, antes de haberse percatado de la profundidad de las heridas que aquel atractivo hombre tenía en el alma. Ya no le cabía duda de que él era incapaz de amar.


Pedro la deseaba. Muy intensamente. Pero desear no era amar.


No era suficiente. No cuando necesitaba que él le entregara mucho más.






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