jueves, 28 de septiembre de 2017
RUMORES: CAPITULO 3
LOS rizos que se habían escapado de la sencilla cola que se había atado Paula flotaban al frío viento. La ligera cazadora para la lluvia la protegía de lo peor, pero sentía la nariz rosada al subir con firmeza por la colina.
Bishop's Crag era un conocido mojón histórico; era el punto más alto en varias millas a la redonda. Ella conocía el sitio bien, pero habían pasado años desde la última vez que había estado allí. Se detuvo para recuperar el aliento e inhaló con fuerza. Se había olvidado de lo precioso que era el campo y la sorprendió encontrar una leve capa de nieve temprana a aquellas alturas.
Pedro Alfonso era diferente; eso tenía que concedérselo.
Posiblemente aquella fuera la prueba a la que sometería a sus potenciales candidatas a novias. La idea la hizo sonreír antes de dar un respingo de sorpresa al reconocer el derrotero de sus pensamientos.
Ella no tenía novios. Al menos no los había tenido en mucho tiempo. Había tenido una breve pero intensa aventura con Hugo Gilmor, su primer agente, pero desde entonces no había sentido deseos de involucrarse con ningún hombre.
Había hecho algunos buenos amigos en la profesión y algunos de ellos eran hombres, pero nunca se había sentido inclinada a ir más allá de la amistad.
—Novio.
El viento se llevó la palabra de sus labios.
No, pensó sacudiendo la cabeza.
Estaba a punto de continuar cuando un movimiento por el rabillo del ojo le llamó la atención. A su izquierda, en un terreno más alto, justo bajo un grupo de árboles doblados por los vientos constantes, se erguía una figura solitaria que nunca podría ser vencida por una tormenta.
Paula siguió de forma automática la dirección de su mirada hacia el horizonte. Un punto oscuro apareció en el cielo antes de girar en un ángulo imposible en dirección al suelo para aterrizar en el brazo extendido de Pedro.
Asombrada por aquel ejercicio acrobático, Paula agitó la mano hacia la figura solitaria. Él no respondió y Paula lo achacó al hecho de que llevara al pájaro sujeto en la muñeca.
-¿Por qué no me dijiste que tenías una lechuza? -jadeó cuando por fin llegó a su lado.
A Paula le brillaban las mejillas del ejercicio y sus ojos fascinados se posaron en el pájaro inmóvil sobre la mano enguantada antes de sonreír al hombre.
-Es un halcón. Hembra.
Paula encontró más calidez en la mirada fría del ave que en la del hombre.
Ella no necesitaba ser adivina para experimentar la premonición del miedo. El viento agitaba su pelo espeso, pero su cara era como la roca en la que se balanceaba.
Parecía más en casa en aquel paisaje salvaje, que su pájaro. Pedro extendió la mano y la criatura despegó.
-¿No tienes miedo de que no vuelva?
-A veces desaparece, pero siempre vuelve a mí.
A Paula se le escapaba tanta fidelidad.
-¿Me vas a decir qué es lo que va mal?
Todos los escenarios románticos que había imaginado en su cabeza se estaban desintegrando bajo la dura luz de la realidad.
-¿Y por qué iba a ir algo mal, Paula?
Su murmullo sarcástico la hizo sentir impotente y enfadada.
Los últimos retazos de su temblorosa expectación se evaporaron bajo la fría mirada gris de él.
-Eso es lo que me gustaría saber. ¿Y puedes bajar de esa maldita roca? Me resulta imposible hablar con alguien a ese nivel -respondió ella exasperada ante su actitud prepotente. ¿Podría ser aquel el mismo hombre con el que había hablado el día anterior?-. Si te has arrepentido, me parece bien, pero no hace falta que me trates con esta frialdad.
Al mirar aquella cara radiante y aparentemente inocente una sonrisa asomó a los labios de Pedro cuando saltó de la roca en un ágil movimiento.
Aquella exhibición de agilidad pilló a Paula por sorpresa. Si se había imaginado que iba a ser menos intimidante a la altura de los ojos, se había equivocado. La furia controlada era la única descripción de la expresión de su cara. Su incredulidad y confusión fueron en aumento.
Por detrás del hombro de Pedro vio al halcón lanzarse sobre un pájaro más pequeño, probablemente una paloma. Su imaginación conjuró las duras garras destrozando el frágil esqueleto de su víctima. Hacían una buena pareja el hombre y el pájaro. Si él tuviera garras, no le costaría mucho imaginarlo abalanzarse sobre ella.
-¿Por qué me preguntaste si estaba casado?
-Porque no me...
De repente la voz le falló y empezó a comprender con incredulidad.
-No habrás leído alguno de esos artículos sobre...?
-Sobre ti y tu amante casado. Un hecho del que sacaste buen provecho -observó con desdén-. Te había dicho que había estado fuera del país.
-Esa soy yo. Nunca dejo una oportunidad de asaltar a un pobre hombre inocente que pase a mi lado. Por supuesto, hubiera sido más satisfactorio si hubieras tenido mujer y diez hijos -escupió las palabras con los dientes apretados.
¡Y pensar que le había impresionado que no se hubiera dejado afectar por aquellos feos rumores! ¡Y que lo había considerado cálido e interesante! Y el hecho de que siguiera siendo el hombre más viril que había encontrado nunca acentuaba su disgusto.
Y una madre inválida seria la guinda sobre la tarta.
El sarcasmo era lo único que cubría el dolor de haber descubierto cuál era su verdadera personalidad.
-No puedo soportar el engaño -respondió él con una austeridad que inflamó más a Paula.
-¡Y yo no puedo soportar a los puritanos aburridos!
-Tu familia debe haber vivido un infierno.
-¡Gracias a mentes retorcidas y sucias como la tuya, probablemente todavía lo sigan sufriendo!
-No intentes pasarme a mí la culpabilidad, Paula. Suponiendo que todavía seas capaz de sentirla...
-Lo que todavía soy capaz es de hacer bailar a un tipo como tú alrededor de mi dedo meñique.
Ahí le había tocado la fibra sensible. Lo podía notar en el brillo de furia de sus ojos. En eso constituía su enfado: no soportaba que dudaran de sus juicios. El gran Pedro Alfonso no soportaba que nadie jugara con él.
-Estoy seguro de que debes tener mucha práctica: eres muy profesional.
Paula lanzó un gemido como si le hubieran dado un puñetazo. El sonido de su palma abierta al golpear la mejilla de Pedro sonó como un latigazo.
-¡Oh, Dios! ¡Mira lo que me has hecho hacer! -apenas pudo pronunciar antes de que el pájaro se tirara a su cara mientras Pedro se abalanzaba sobre ella para tirarla al suelo y la criatura salía volando.
Pedro cayó con ella y la examinó cuando Paula lanzó un gemido y alzó la cabeza.
-Es solo un arañazo superficial. Has tenido suerte.
Paula enroscó los dedos sobre el suelo musgoso.
-Abre el champán para celebrarlo -gimió dejando caer la cabeza una vez más.
Un velo de transpiración le cubrió la pálida piel sobre el labio superior y tuvo que hacer un esfuerzo por superar las oleadas de náusea.
-No te quedará cicatriz -Paula dio un respingo al sentir que le tocaba la mejilla-. Apenas ha rozado la piel.
-¡No es eso! -inspiró varias veces con fuerza mientras suplicaba no ponerse en ridículo por completo-. Voy a vomitar y es todo por tu culpa.
Aquel era siempre el resultado de una breve ráfaga de furia, aquella humillante respuesta física. Al menos Pedro tuvo el sentido de dejarle cierta intimidad. Para un bastardo como él, mostraba bastante sensibilidad. Unos minutos más tarde, Paula se incorporó y trepó a la roca sobre la que había estado erguido él.
-¿Estás embarazada?
Aquellas palabras le hicieron perder el pie. Agitando los brazos como un molinillo, consiguió no caerse, aunque aquello no podía ser más humillante que arrojar todo el desayuno delante de él.
-No podría culparte si lo estuviera, ¿no crees? -respondió ella buscando un sitio plano en la superficie rocosa para sentarse. Entonces se palpó el ligero arañazo donde las garras del pájaro habían herido su cara. Sacó un pañuelo y escupió en él.
-He leído en alguna parte que la saliva es antiséptica -comentó en alto antes de pasarse la tela por la cara.
-Ella pensaba que me estabas atacando. Es muy sensible.
«¡Y yo soy un pedazo de madera!» ¡Aquel hombre era una joya!
-Yo también y por mucho que te hayan dicho lo contrario, la gente ha exagerado siempre cuando hablaba de mi carácter -comentó Paula a la defensiva.
La antigua broma de la familia acerca de su gancho izquierdo había sido lo que la había hecho luchar mucho por controlar sus impulsos. No podía permitirse perder los nervios porque la ponía enferma, físicamente enferma.
Todavía estaba temblorosa por los efectos.
-Bajo estas circunstancias no pienso llevarte la contraria. Me gustaría mantener la otra mejilla intacta.
-Yo nunca pego a nadie más pequeño que yo.
-Eso debe limitar mucho tu campo de acción.
-Eso es un chiste barato. Pensaba que tenías más clase.
-Y tú sabes mucho acerca de la clase, supongo
Pedro se acercó más a ella a tiempo de ver el brillo de furia en sus ojos. La ausencia de color en sus mejillas acentuaba la intensidad del azul. Si quisiera, hasta podría contar las pecas que tenía sobre la nariz. Poner maquillaje en una cara como aquella debía ser un pecado, pensó Pedro.
-Y si piensas abofetearme otra vez, te advierto que no lo consentiré.
«Ya somos dos», pensó ella entrecerrando los ojos y alzando la barbilla.
-Siento haberte pegado -se disculpó a regañadientes-. ¡Pero te lo merecías! No había pegado a nadie desde hace...
-¿Unas horas?
Aquella irónica sugerencia la hizo morderse el labio inferior.
-Años -respondió con glacial dignidad.
Todavía podía recordar la última vez en que la pérdida de control la había llevado a casa en malas condiciones.
Cuando ella y sus hermanas se habían enfrentado a aquellos gamberros que habían amenazado con tirar su muñeca por el puente, la rabia la había hecho verlo todo rojo. Mientras que Paula le dejaba la nariz sangrando al cabecilla de la banda, Ana se había tirado al arroyo turbulento a recuperar la muñeca y Lidia había acabado corriendo arroyo abajo a rescatarlas a ambas. Suponía que el incidente, que podía haber acabado en tragedia con facilidad, decía mucho acerca de sus diferentes personalidades.
-Al menos estás avergonzada de tu última escapada.
-¿De pegarte?
-De romper ese matrimonio.
-¡Ah, eso!
Le dirigió una mirada de soslayo y notó la mueca de desagrado en la boca de Pedro. Ver su desdén le produjo un vuelco en el estómago. Era difícil olvidar que había pensado cómo sabrían aquellos labios... Solo desearía que la oleada de calor que se extendió desde su vientre no llegara hasta las extremidades. ¡Lo último que necesitaba a ese momento era que el cerebro se le nublara por aquel tipo de cosas!
«Bueno, si él quiere una mujer marcada, ¿quién soy yo para decepcionarlo?», pensó rabiosa.
Lo único que no pensaba hacer era mostrarse como una pobre penitente para que la redimiera el maravilloso Pedro Alfonso.
-Leandro no es un niño, es bastante capaz de tomar sus propias decisiones -musitó -. Y creo que pensarás que ha sido muy agradecido conmigo.
«Y tiene todos los motivos para estarlo», pensó para sus adentros.
- Te envió su mujer una tarjeta de agradecimiento? -preguntó él con fastidioso mal gusto.
-No exactamente.
Paula parpadeó ante el recuerdo del encuentro con la famosa esposa de Leandro. Dallas había concedido varias entrevistas a la prensa para humillarla públicamente.
Aparentemente la publicidad no le había hecho ningún daño a las ventas de su disco, pero eso no iba a agradecérselo a Paula. Se rio con suavidad ante la idea.
-Es que no tienes vergüenza para nada? -preguntó Pedro con la cara sombría de disgusto-. ¿Lo encuentras divertido? ¿Eres de verdad tan egoísta?
- A qué pregunta quieres que conteste primero? -preguntó con sorna apoyando la barbilla en la mano. ¿O eran todas retóricas?
¿Cómo había podido atraerla alguna vez ese hombre?, meditó. Era estrecho de miras y malicioso. La burlona sonrisa se evaporó de su cara dejando una expresión de desdeñoso desprecio.
-Tengo la conciencia muy limpia, gracias, Pedro -dijo con sequedad.
La forma en que sus nudillos se pusieron blancos la fascinó.
Por la expresión de su cara nunca hubiera parecido que quería estrangularla, pensó Paula.
-¿Es que te gusta jugar con la gente? -preguntó Pedro con una mirada helada.
-¡Una chica tiene que divertirse!
El brillo en sus ojos aguileños la hizo a Paula sentirse inquieta, pero no pensaba dar marcha atrás.
Ladeó la cabeza como si estuviera meditando. Sería una pequeña venganza por sus insultos.
-Bueno.
-Bueno, tengo que hacer algo este mes próximo y encuentro a los hombres mayores, con ese aire de autoridad, muy atractivos. Estoy bastante dispuesta a sacrificar la energía de la juventud por... -lanzó una delicada carcajada-, por la experiencia. Me gustan los hombres experimentados, pero esto no es Hollywood, ¿verdad? Si hubieras estado casado, realmente no merecería la pena los problemas que causaría.
Y pensar que había creído que a él no lo afectaba la vida que llevaba. ¡Pensar que se había sentido atraída por su transparencia y su sinceridad! Con un esquema mental diferente, Pedro se hubiera detenido sin duda a reflexionar acerca de la naturaleza contradictoria de las respuestas de Paula. Pero Pedro no se detuvo; solo se adelantó y la sujetó por los hombros y notó la sorpresa y el desmayo en sus ojos azules antes de besarla.
La presión de su boca arqueó su cuerpo hacia atrás hasta que la cabeza rozó contra el suelo de musgo. Sus manos se deslizaron desde sus hombros hasta su cara y la inmovilizó.
Y no era que Paula tuviera ningún pensamiento de luchar; no tenía siquiera pensamientos. La única información que se filtraba en su cerebro eran cosas como el olor, la textura y el sabor. El olor del guante de cuero de su mano derecha, la lana de su jersey y el cítrico aroma de su fragancia masculina. La textura de su boca, la sensación de su lengua embistiendo en los recónditos lugares de su boca y el sabor de él... Ya lo conocía. Y ya no podía olvidarlo nunca.
El beso se detuvo tan bruscamente como había comenzado.
La débil luz del sol se filtró entre la fina barrera de sus pestañas entrecerradas. Paula escuchó el eco de su propio corazón.
-Di algo -dijo él con voz ronca-. Al menos, mírame.
Pedro no hubiera sido capaz de ver cómo su pecho palpitaba de la agitación no hubiera sabido siquiera que estaba viva.
Tenía el pelo desparramado alrededor de la cara como un rico marco dorado. El permanente fruncimiento de su ceño se profundizó al bajar la vista hacia ella.
Paula esbozó una sonrisa.
-Cómo podría negarme a una invitación como esa? O era una orden? No pongas esa cara de sorpresa, Pedro. .Qué esperabas? ¿Un ataque de histeria? Ya me han besado antes -aunque nunca de aquella manera. Su sistema nervioso se había cerrado incapaz de aceptar los mensajes que le llegaban-. Aunque tengo que admitir que con más finura...
Para su sorpresa, Pedro dio un respingo perceptible, encogió sus enormes hombros y apartó la vista de su cara.
No era que Paula se estuviera debilitando, pero Pedro no había tenido que usar la fuerza de aquel maravilloso cuerpo para inmovilizarla. Y todo el tiempo ella había sido consciente de la imponente fuerza que él mantenía a raya. Y no era solo que hubiera sido consciente de ella, si no que la había excitado. Unas emociones extrañas aletearon en su vientre.
-Estamos empatados -murmuró Pedro.
-Si me hubieran dado a elegir, hubiera preferido la bofetada.
Allí tendida, se sentía bastante vulnerable, pero no quería arriesgarse a moverse hasta recuperar el control de sus extremidades de nuevo.
-He sido un poco ingenua al esperar sutileza de alguien como tú. Supongo que la imaginación no será tu punto fuerte.
Con un grito de alarma, Paula cerró los ojos. Pedro se movió con sorprendente agilidad para alguien de su tamaño.
Cuando se atrevió a abrir un ojo, él estaba arrodillado a su lado. Los músculos de su abdomen se contrajeron de expectación, pero se relajaron en el instante en que él deslizó la yema de un dedo por su mejilla. Cada uno de los vellos de su cuerpo se erizó y la piel le cosquilleó en respuesta. Un gemido escapó de sus labios.
-Nunca he sabido callarme a tiempo -susurró con voz quebrada-. Estoy segura de que eres sutil a muerte.
-¿Para ser un hombre mayor con limitadas reservas de energía? -sugirió él con voz sedosa.
-¿Es que no sabes aceptar una broma?
Pedro se estaba quitando el guante de cetrería de la mano.
Una chica que podía excitarse solo de ver la mano de un hombre tenía grandes problemas, pensó ella amedrentada.
-La creatividad puede adoptar multitud de formas -Pedro se apoyó sobre el codo y le apartó los rizos de la frente-. Por ejemplo, yo podría ser ciego a los colores...
-¡Qué fascinante! -replicó ella con la voz demasiado aguda.
Pedro tiró de la cremallera de su cazadora impermeable y la deslizó hasta la base de su garganta-. Esto es una tontería.
Sus palabras sonaron apenas como un jadeo en vez de como una reprimenda. Paula enterró los dedos en su espeso pelo moreno para apartarlo, pero la suave textura de su lengua en la base del cuello la hizo apretarle la nuca de forma que parecía que iba a atraerlo más que a repelerlo.
Los asaltos a boca abierta sobre su cuello le provocaron una serie de gemidos guturales. La parte inferior del cuerpo de Pedro se pegó más a ella cuando avanzó hacia arriba para quedar a la altura de sus ojos.
-Debe ser difícil para una mujer acostumbrada a tanto refinamiento ser expuesta a esta cruda torpeza.
Su voz ronca reverberó en su oído y cuando sus labios juguetearon con el mismo orificio, Paula sintió estremecimientos eléctricos hasta la punta de los dedos.
Sus ojos azules estaban hirviendo cuando se enfrentó a su dura mirada; tenía la mirada nublada y confusa. Aquello era una tortura; cada suave y excitante caricia era una agonía.
¿Cómo con tan poco podía excitarla tanto?
Ni siquiera la había tocado, pero había despertado un deseo tan intenso en ella que apenas la dejaba respirar.
Desmadejada y aturdida entre la frustración y la desnuda necesidad, su primer movimiento de respuesta no estuvo cargado de finura. Paula alzó la cabeza un poco, enterró más los dedos en su pelo y apretó los labios, castamente cerrados, contra su boca.
Tenía la respiración jadeante cuando apartó la boca de él.
Los ojos grises se prendieron en los azules.
-Quiero...
La emoción le atenazó el cuello.
- Un poco de aspereza?
La sugerencia era tan fría como la expresión calculadora de sus ojos.
Por un segundo, Paula no pudo creer lo que había escuchado. Si la hubieran sumergido en una bañera de hielo, no hubiera reaccionado con más rapidez. Se mordió el labio inferior para evitar que un grito de dolor se le escapara de la garganta. Dobló las rodillas contra su pecho en un gesto protector y rodó de medio lado. Aunque tenía las rodillas temblorosas, consiguió levantarse con cierta gracia.
Si hubiera mirado atrás, él hubiera sido capaz de ver las lágrimas que rodaron por sus mejillas, así que no lo hizo.
RUMORES: CAPITULO 2
-¿Qué tal ha ido todo, Paula?
Carlos consiguió acercarse un momento a solas con su hija en cuanto los invitados empezaron a dispersarse.
-Mejor de lo que esperaba.
-Ya será agua pasada antes de que te enteres -la consoló.
Paula asintió. Ya había conseguido adoptar una actitud filosófica acerca de los rumores que habían estallado acerca de ella.
El mundo entero pensaba que había tenido una aventura con Leandro Elliot, el productor de la película que acababa de interpretar. Paula había leído incontables artículos acerca de cómo ella había roto su matrimonio solo para progresar en su carrera. La despechada mujer de Leandro, una tempestuosa cantante de Dallas, había concedido algunas entrevistas muy conmovedoras. Si Paula no hubiera sabido que ella y Leandro llevaban años con vidas separadas, ella misma se hubiera sentido conmovida.
Cuando Paula había aceptado distraer la atención pública del verdadero nuevo amor de Leandro, no había comprendido lo que aquella decisión iba a afectarla a ella y a su familia. Pero era demasiado tarde para arrepentirse, aunque si lo hubiera sabido, su decisión hubiera sido otra.
Pero su familia conocía la verdad y, en poco tiempo, en cuanto Leandro hiciera público el objeto de su amor, todo el mundo la sabría también.
-Será un alivio -admitió a su padre-. De todas formas, lo positivo es que averiguas quiénes son tus amigos de verdad.- Y hoy no ha sido tan malo como yo esperaba, a menos que me esté acostumbrando a la paranoia.
-Me pareció que estabas haciendo un nuevo amigo.
-Uno no significa demasiado -respondió Paula con sequedad.
-Pues creo que tu madre comentó que tenías a Pedro Alfonso detrás.
-Yo no lo diría así. Es un hombre interesante.
-Sin embargo, no es un hombre fácil de conocer. Es... distante. Nunca se ha involucrado de verdad en la vida del pueblo. Fíjate que lo conozco desde niño y sé que siempre aporta cantidades generosas a las asociaciones locales de caridad, pero...
Frunció el ceño al intentar poner en palabras sus dudas acerca de Pedro Alfonso. Las mujeres eran unas criaturas extrañas, pensó. Probablemente encontrarían atractivo el hecho de que un hombre fuera enigmático.
Paula estaba dividida entre la irritación y el afecto. Algunas veces sus padres se olvidaban del tiempo que llevaba en el gran mundo.
-Bueno, será una persona muy privada, pero al menos no me ha tratado como si fuese una mujer marcada. No hace falta que te preocupes tanto, papá. No estoy a punto de hacer algo tan estúpido.
«¿Lo estoy?» Se preguntó a sí misma. ¿No había algo muy atractivo en cometer una gran estupidez con Pedro Alfonso?
Carlos Chaves abrazó a su hija con fuerza.
-Ya sé que eres una chica sensata -dijo con voz llena de afecto.
«¿Lo soy?», se preguntó Paula recordando con un escalofrío la sensual expresión de la cara de Pedro al irse.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)