jueves, 13 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 10




Mientras el personal sanitario sacaba a Mariana en camilla de la habitación, Abril contemplaba asustada la escena desde el pasillo.


—Se la van a llevar al hospital para que se ponga buena —trató de tranquilizarla Paula.


—¿Quieres venir conmigo? —le preguntó Pedro de pronto
agarrándola del codo.


—Si quiero ir, pero...


Eleanora se inclinó en ese momento sobre Abril y la tomó
suavemente de los brazos.


—¿Quieres hacer galletas conmigo? Y luego Buff y yo te
llevaremos a ver el pony de Mariana. ¿Qué te parece?


—Quiero ver al pony —dijo la niña palmoteando alegremente.


—Estaremos bien —aseguró Eleanora mirando a Pedro y a
Paula—. Vamos, marchaos.


—Luego te llamo para ver si te estás divirtiendo mucho, ¿de
acuerdo? —dijo Paula abrazando a su hija.


—Adiós, mami —se despidió Abril asintiendo con la cabeza.


Ella se giró hacia Pedro y ambos bajaron corriendo las escaleras.


Una vez en la ambulancia, Paula miró a la niña. Estaba
enganchada a un monitor con una mascarilla de oxígeno que le cubría la nariz y la boca. Sintió como si la partieran por la mitad. Podía verse reflejada en los ojos de Mariana. Y si se fijaba con atención, podía ver la forma de la mandíbula de Eric en la cara de la niña.


—Te vas a poner bien —dijo acariciando la cabeza de la
pequeña—. Enseguida estarás jugando con Abril y persiguiendo a Buff por el campo.


Paula lo decía de corazón, porque su instinto así se lo indicaba. Y se fiaba de él para los asuntos familiares y para los negocios. Pero en lo que se refería a los hombres no podía decir lo mismo.


Cuando conoció a Eric estaba terminando la carrera de empresariales. Era guapo, encantador, y sólo tenía ojos para ella. Se enamoró perdidamente, y tras un breve noviazgo se casaron y se fueron a vivir a Washington. Pero transcurrido un año, cuando Paula estaba embarazada, descubrió que Eric había tenido una aventura. 


Entonces decidió seguir adelante por el bien del bebé. Su marido le juró que no volvería a serle infiel, pero la confianza se había roto y ella no parecía capaz de recuperarla. Eric seguía viajando mucho y no siempre le decía donde estaba. 


Cuando Abril nació, su hija reclamó por completo su atención hasta que a Eric le diagnosticaron cáncer. No podía abandonarlo en aquella situación.


Así que se quedó y cuidó de él y también de la niña.


Pero su experiencia la había vuelto desconfiada. No necesitaba apoyarse en ningún hombre. Se había equivocado con Eric, no era el tipo de persona que ella pensaba. Así que no confiaba en su instinto respecto a los hombres, y mucho menos respecto a Pedro Alfonsocuando la base de su vida estaba en juego.


La ambulancia se detuvo finalmente en la puerta del hospital.
Paula no era capaz de imaginar lo que les aguardaría los próximos días.


Pedro y él esperaron en la sala de urgencias mientras se llevaban a Mariana en camilla. Unos minutos más tarde apareció el médico de Mariana en la puerta y la dejó semi abierta para que pudieran ver a la niña.


—Vamos a operar. Ya te expliqué el procedimiento la semana pasada —dijo dirigiéndose a Pedro—. Estaremos en el quirófano aproximadamente tres horas. Estará en la sala de reanimación otras dos. Las primeras doce horas después de la operación serán el indicativo del resultado. La enfermera traerá los papeles para que los firmes.


Paula se giró para mirar a Pedro y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sintió que el labio inferior le temblaba. Un instante después, él la tenía abrazada y ella apoyaba la cabeza contra su pecho mientras escuchaba el latido de su corazón. Ninguno de los dos dijo nada.


Unos minutos más tarde, cuando se sintió algo más entera,
Paula alzó la cabeza. Él la miró. En sus ojos había una luz profunda que la emocionó y al mismo tiempo la asustó.


En cualquier caso, Pedro se recompuso en cuestión de segundos y ella comprobó con alivio que se apartaba.


—¿Podemos esperar aquí a que salga del quirófano? —
preguntó Paula saliendo del círculo de sus brazos algo avergonzada.


—No sé si podemos, pero vamos a hacerlo.


Estaba segura de que Pedro no quería estar tampoco lejos de allí.


Pero el momento reconfortante e íntimo que acababan de compartir había creado una atmósfera extraña entre ellos. 


Tal vez se les pasara durante la espera. O tal vez volverían a sentir aquella conexión otra vez.


Una conexión que a Paula le daba pánico.


Porque era demasiado peligrosa como para pensar siquiera en ella.


Pedro regresó a la sala de espera con dos vasos de café y unos sándwiches. Había llamado a su madre para decirle que iban a operar a Mariana y Paula había hablado un momento con Abril. Él también había hablado con la niña. 


Quería que se fuera acostumbrando a que formara parte de su vida.


Cuando llegó a la sala vio que Paula no estaba y casi lo agradeció. Prefería estar solo en situaciones de aquel tipo. Cuando tenía problemas o sentimientos a los que no quería enfrentarse, Fran solía decir que era como un oso que se metía en la cueva hasta que llegaba a un acuerdo consigo mismo. Ahora el viñedo era su cueva, excepto cuando su tío Stan andaba por allí. Desde que él había regresado a Willow Creek, Stan estaba completamente a la defensiva. El hermano de su padre siempre había echado una mano en los viñedos. Pedro nunca había estado muy unido a su tío hasta que descubrió la verdad sobre sus padres cuando tenía dieciocho años.


Entonces, todo se vino abajo.


Pedro dejó la bandeja con el café y los sándwiches encima de la mesa que había delante del sofá. Agarró uno de los vasos de plástico y se acercó a la ventana. Desde allí paseó la mirada por el campo.


Y viajó hacia atrás en el tiempo.


Siempre había respetado a su padre. Pablo Alfonso había visto las posibilidades de fabricar vino en el valle de Susquehanna antes de que se convirtiera en un sector importante de la zona. Pedro sentía fascinación por el proceso de la bodega y había decidido desde muy joven sacarse el título de bioquímico para aumentar la reputación de los vinos de Willow Creek. Desde niño sintió que entre sus padres había una especie de distanciamiento, aunque nunca supo la razón. Hasta que la descubrió.


Necesitaba su libro de familia para sacarse el pasaporte y poder realizar un viaje a Europa. Cuando lo encontró en el desván no dio crédito a sus ojos. El nombre de su madre no figuraba en su partida de nacimiento. En su lugar aparecía el de Dora Edwards. Pedro se encaró a sus padres y descubrió que Pablo había tenido una aventura diecinueve años atrás. 


Eleanora era amiga de su padre y siempre lo había amado. 


Dora era muy hermosa pero al parecer aspiraba a convertirse en una cantante famosa y por eso quería abortar. Cuando el padre de Pedro la convenció para que tuviera al niño y se lo entregara, Eleanora estuvo de acuerdo en criarlo como si fuera suyo.


El mundo de Pedro se vino abajo aquel día. No sabía ni quién era, y por eso lo primero que hizo fue buscar a Dora. La encontró cantando en un hotel de Atlantic City. Ambos comprendieron enseguida que no tenían nada en común ni ningún lazo que los atara, y después de aquel encuentro no volvieron a verse más.


Pedro se convirtió en un joven amargado, incapaz de perdonar a sus padres por haber alimentado aquella mentira durante tanto tiempo.


Cuando se graduó decidió dedicarse al campo de la investigación en lugar de regresar a Willow Creek. Cuando su trabajo empezó a ser reconocido ganó más dinero del que podía gastar. Con una reputación ya ganada, comenzó a tomarse más tiempo libre y entonces reparó en la asistente de investigación de su laboratorio, Fran Matthews. Seis meses más tarde se casó con ella.


—¿Pedro? —lo llamó Paula con voz suave.


El sonido de su nombre en sus labios lo devolvió al presente. 


Al mirarla vio en ella todas las cosas que la diferenciaban de Fran. El pelo de Paula tenía reflejos pelirrojos. También era más alta. Y tenía mucha más energía que su esposa.


Pedro se detuvo en aquel punto. No debería estar haciendo
comparaciones. No tenía ninguna necesidad.


—He ido al mostrador de enfermeras para ver si sabían algo —dijo ella tomando asiento en el sofá.


—No sabremos nada a no ser que... hasta que termine —se
corrigió Pedro.


Había estado a punto de decir «A no ser que algo salga mal». Pero ninguno de los dos tenía interés en ir por aquel camino.


Al sentarse al lado de Paula, Pedro no pudo negar la atracción que sentía por ella y lo culpable que se sentía. 


Nunca habían saltado las chispas de aquella manera con Fran. Se preguntó si lo que su padre había sentido por Dora Edwards no habría sido algo parecido.


Durante la hora siguiente, Paula se concentró en sus propios
pensamientos y él hizo lo mismo. Ambos pasaron las hojas de las revistas sin leerlas realmente.


Cuando el cardiólogo hizo su aparición en la sala todavía llevaba el gorro y la mascarilla.


—La operación ha salido bien. Voy a dejar a Mariana en la UCI de pediatría durante las próximas doce horas. Dentro de una hora y media podréis entrar a verla.


—Gracias —dijo Pedro acercándose para estrecharle la mano.


—No me las des —contestó el médico—. Es mi trabajo.


Y dicho aquello desapareció.


—Siento como si otra vez pudiera respirar —dijo Paula con una sonrisa.


—Te entiendo.


—¿Qué vamos a hacer ahora, Pedro? —preguntó ella poniéndose seria.


—Relajarnos unos minutos y despejarnos la cabeza.


—No me refiero a ahora. Me refiero a... Yo tengo mi vida en
Florida y la tuya está aquí. Las niñas se llevan fenomenal. Si Mariana es realmente hija mía...


—No adelantes acontecimientos o te volverás loca —dijo Pedro agarrándola suavemente de los hombros—. Dejemos que Mariana se recupere, hagamos la prueba del ADN y después ya veremos.






miércoles, 12 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 9





Diez minutos más tarde madre e hija caminaba por el sendero que llevaba al viñedo. Pasaron delante de un establo y Paula se preguntó si lo seguirían utilizando o estaría abandonado. Mientras Abril corría detrás del perro se fueron acercando a las viñas, que tendrían unos tres metros de altura y estaban alineadas en extensas filas.


Apenas había dado unos pasos cuando vio cómo Buff salía disparado.


Pedro estaba entre dos filas y sujetaba unas uvas con la mano, estudiándolas. Paula no tenía ganas de iniciar otra conversación con él, sobre todo de carácter personal. Pero no podía sencillamente ignorarlo y seguir andando.


Al verla acercarse, Pedro se puso de pie. Paula aspiró con fuerza el aire y se llenó los pulmones con el frío aire de febrero. Su chaqueta no le abrigaba lo suficiente, así que se frotó los brazos.


—¿Tienes frío? —le preguntó Pedro.


—Estoy bien.


Al menos lo estaba antes de hallarse tan cerca de él. Ahora el corazón le latía con fuerza y sentía las mejillas calientes. Era un fenómeno curioso que no había experimentado con anterioridad y que no le gustaba.


Pedro alzó las cejas ante aquella respuesta, como si no se la hubiera creído ni por un momento. Se bajó la cremallera de la cazadora y se la quitó. Antes de que Paula pudiera averiguar lo que iba hacer, él se la colocó por encima de los hombros. Estaba calentita y olía ligeramente a colonia y a una indiscutible virilidad que le atravesó el cuerpo en forma de oleada de calor.


—La necesitas —le ordenó cuando ella trató de quitarse la
cazadora—. Yo estoy acostumbrado al frío de Pensilvania, tú no.


Pedro le sujetaba las solapas alrededor de los hombros. 


Tenía las manos grandes, fuertes y callosas. Eran las manos de un hombre que trabajaba la tierra, no de un bioquímico.


—¿Siempre has ayudado a tu padre con el vino? —le preguntó por curiosidad.


—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Pedro con expresión
sombría.


—Creciste aquí. Luego te hiciste bioquímico, así que supongo que en parte fue para trabajar la uva.


—Esa fue mi primera intención cuando me matriculé en la
universidad. Pero luego... las circunstancias me llevaron por un camino diferente. Mi padre era el que llevaba el viñedo hasta que murió hace un año.


Paula tuvo la sensación de que había algo más en aquella
historia. Si Pedro amaba aquella tierra, como parecía que así era, y le gustaba el proceso de fabricar vino, ¿por qué no había ayudado a su padre? ¿Por qué no había regresado hasta entonces?


Paula escuchó el sonido de la risa de Abril y se giró para mirarla.


La niña había encontrado una piedra muy bonita.


—Hace colección —murmuró al ver la mirada de curiosidad de Pedro.


—Mariana no es una entusiasta de la naturaleza. Supongo que se debe a que a pasado la mayor parte de su vida dentro de casa. La ciudad no es el mejor sitio para recoger las hojas que caen de los árboles o cuidar las flores del jardín. Cuando llegamos aquí le compré un pony para que pasara más tiempo fuera.


Paula había visto el establo pero en aquel momento no supo si estaba habitado.


—Le tiene miedo —explicó Pedro sacudiendo la cabeza—. No he conseguido que se suba a él. Y ahora...


Paula sabía lo que estaba pensando. Que podría perderla. Que nunca llegaría a montar en aquel pony.


—¿Has concertado cita con el médico? —le preguntó.


—Esta tarde a las tres.


Un grito proveniente de la casa interrumpió la conversación. 


Era Eleanora, que venía corriendo hacia ellos.


—¡Pedro! ¡Mariana tiene problemas para respirar!


—¡Llama a urgencias! —respondió él saliendo disparado—. Yo le pondré el oxígeno.


Paula se acercó a toda prisa a Abril y la tomó de la mano. Luego se apresuró hacia la casa con Buff pisándole los talones. Mientras caminaba, el corazón le latía con fuerza contra el pecho. Si Mariana era hija suya...


Tratando de mantener a raya sus pensamientos, Paula agarró en brazos a Abril y subió a toda prisa los escalones del porche. Siguió a Pedro y deseó poder ayudar de alguna manera, rezando para no perder a Mariana... ni a Abril.







¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 8





Paula estaba colocando dos lazos rosas en las trenzas de Abril a la mañana siguiente cuando oyó que llamaban a la puerta del dormitorio.


—Adelante —dijo con voz neutra mientras remataba el lazo.


La puerta se abrió y Pedro entró. Ella contuvo la respiración sin poder evitarlo. Estaba tan atractivo... En lugar del traje llevaba puestos pantalones vaqueros y una camisa de franela con las mangas remangadas a la altura de los codos. 


Aunque el día anterior, ella se había percatado de su fuerza y su buena forma física, no habían sido tan evidentes. Tenía los brazos musculosos. Las piernas, embutidas en los pantalones, parecían poderosas. Sus caderas estrechas, los hombros anchos y aquel mechón de cabello oscuro que le caía sobre la frente provocaban sensaciones extrañas en la boca del estómago de Paula.


Aquel Pedro Alfonso parecía... menos civilizado. Más primitivo.


—¿Ya está? —preguntó Abril.


Paula sabía que no le gustaba estarse quieta ni siquiera un
momento.


—¿Te gustaría conocer a un persona? —le preguntó Pedro a la niña con una sonrisa.


—¿A quién? —inquirió Abril.


—A mi hija. Es de tu edad. Le he dicho que teníamos visitas.


—¿Podemos verla? —le preguntó la niña a su madre.


—Claro. Pero Mariana ha estado malita y necesita estar
tranquila, así que no puedes andar corriendo por ahí.


—Vamos —dijo Pedro tendiéndole la mano—. Te enseñaré donde está.


Para sorpresa de Paula, Abril le agarró la mano a Pedro y se fue con él. Al parecer, ya no era un extraño para ella. 


Confiaba en él lo suficiente como para seguirlo.


Cuando llegaron al cuarto de Mariana, la niña estaba tendida encima de la cama, tapada con una manta y apoyada sobre tres almohadas. Cuando los vio llegar sonrió.


—Mariana, esta es la amiguita de la que te hablé —dijo
acercándose con Abril todavía de la mano—. Abril, te presento a Mariana.


Sin preguntar siquiera, Abril se subió encima de la cama al lado de la otra niña.


—Tal vez no deberías... —intervino Paula acercándose al
instante.


—No pasa nada —respondió Pedro—. Se cansa enseguida y por eso tiene que estar en la cama la mayoría del tiempo. Pero puede estar acompañada.


Abril miró con timidez a su nueva amiga y agarró uno de los
peluches que había encima de la cama.


—Epi —dijo con una risa.


Mariana le devolvió la sonrisa. Estaba claro que las niñas
habían encontrado un punto de conexión.


—Y esta es Paula, la madre de Abril —le dijo Pedro a su hija.


La niña ladeó ligeramente la cabeza y la estudió con curiosidad.


—Hola, cariño. Vamos a quedarnos un tiempo aquí con tu padre y con tu abuela.


—¿Mientras estoy en el hospital? —preguntó de un modo tan adulto que a Paula casi se le olvidó que tenía tres años.


—Sí. Mientras estás en el hospital.


En aquel momento entró Eleanora con la bandeja del desayuno de Mariana y Buffington pisándole los talones.


—¡Oh! —exclamó con sorpresa al toparse de frente con Paula—. ¿No es un poco pronto para que Mariana tenga tantas emociones? — preguntó mirando a su hijo.


—Está harta de estar en el dormitorio. Y está harta de vernos a nosotros las caras. Creo que Abril y Paula le vendrán muy bien.


—Pero ahora es la hora de desayunar —insistió Eleanora dejando la bandeja sobre la mesilla de noche.


—Yo también tengo hambre, mamá —aseguró Abril aspirando el olor de los huevos fritos y el beicon—. ¿Puedo comer también?


—Claro —respondió Pedro— Aquí hay suficiente para las dos. Sólo hace falta otro vaso de leche y más zumo.


—Iré a buscarlo —se ofreció Eleanora—. También traeré algo más de beicon. Luego me quedaré con ellas un rato para asegurarme de que Mariana no se cansa demasiado.


—¿A ti te parece bien, Abril? —le preguntó Pedro a la niña
cuando Eleanora desapareció por las escaleras—. Quiero llevar a tu madre abajo para que desayune un poco.


—Podemos jugar con Epi —dijo la niña con entusiasmo tras mirar largamente a Mariana y después a Eleanora, que acababa de subir con otra bandeja.


—Me parece muy bien —aseguró Pedro agarrando suavemente a Paula del brazo—. Bajemos a la cocina. Luego subiremos a ver cómo están.


—¿A qué hora la operan el lunes? —preguntó ella cuando
estuvieron abajo.


—La ingresan sobre las seis de la tarde.


—Tengo la sensación de que tu madre no quiere que toque nada por aquí.


—No está acostumbrada a tener visitas en casa. Pero tengo la sensación de que tú no eres el tipo de mujer que permite que le digan lo que tiene que hacer y lo que no.


—¿Me estás comparando con alguien? —preguntó Paula sin
poder evitar pensar qué veía Pedro en ella cuando la miraba.


—Tal vez sí —respondió él tras una pausa en la que pareció
sorprendido—. Fran se mantenía siempre en un segundo plano. Por encima de todo pensaba que lo mejor era no crear problemas.


—¿Con tu madre?


—Sólo estuvimos una vez en Willow Creek. Yo tenía un asunto de negocios por la zona y ella quería ver los viñedos.


—Pero esta es tu casa.


—No, no lo era. Mi hogar estaba en Washington.


—Pero...


—Tengo mucho trabajo —la interrumpió él—. Sólo quería
asegurarme de que desayunabas antes de irme. ¿Quieres huevos revueltos y todo eso o...?


—Café con tostadas es suficiente —lo atajó Paula esta vez.


—A las nueve llamaré al médico para ver cuándo podemos hacer la prueba del ADN —dijo Pedro sacando el zumo de naranja de la nevera—. Puedes recorrer los viñedos tranquilamente con Abril. Así se entretendrá. Y si quieres llévate a Buff. Le encanta correr por el campo. Pero no paséis cerca del riachuelo que hay detrás de la casa. Es peligroso.


Pedro señaló la cafetera que había en la encimera y la tostada de pan casero que había al lado sobre un plato.


—Intenta sentirte cómoda aquí, Paula —dijo agarrando la
cazadora de cuero que había dejado en el respaldo de la silla—. Quiero que Abril y tú os sintáis como en casa.


Y dicho aquello salió por la puerta de atrás. Paula se preguntó si lo que Pedro quería realmente era que ella se sintiera como en casa o estaba más interesado en que fuera Abril la que se sintiera así.


Y ese pensamiento la asustó.


Cuando terminó de desayunar subió y estuvo un rato charlando y jugando con las niñas mientras Eleanora estaba abajo. Paula tuvo la sensación de que Mariana estaba muy pálida aquella mañana. Sus pensamientos estaban ocupados por la idea de la prueba de ADN mientras las dos niñas jugaban como si se conocieran de toda la vida.


A media mañana, Eleanora entró en la habitación, miró a
Mariana y dijo:
—Creo que será mejor que descanses, cariño.


—¿Tenemos que irnos? —preguntó Abril.


—Un ratito —respondió la mujer sonriendo—. ¿Por qué no vas a dar un paseo con Buff? Creo que necesita estirar las patas —dijo mirando a Paula.


—¿Podemos ir a ver los viñedos? —preguntó ella.


—Supongo que sí. Aunque no hay mucho que ver en esta época del año.


Paula estuvo a punto de sonreír al escuchar los gruñidos de
Eleanora. Parecía como si en su interior hubiera una mujer agradable a la que no supiera cómo dar salida.


—Para nosotras todo será nuevo.


—La nieve y el hielo se habrán mezclado con el sol, así que estará todo embarrado.


—Tendremos cuidado por donde pisamos.


—Será mejor que Abril se ponga uno de los abrigos de Mariana. Fuera hace frío. Si tú quieres uno de los míos...


—No hace falta —aseguró Paula—. No estaremos fuera mucho tiempo.