lunes, 24 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 20




Pedro entró en el dormitorio de Paula con ésta en los brazos. 


La luz de la luna se filtraba a través de los visillos que cubrían las ventanas, lanzando un oscuro reflejo de las ramas del sauce que había junto a la casa.


Paula, rodeando el cuello de Pedro con los brazos, apoyaba la cabeza en sus hombros. Amaba a aquel hombre y le deseaba más que a nada en el mundo, incluso más que un hijo.


Cuando entraron en la habitación, Paula sintió una súbita timidez, y se dio cuenta de que se trataba del ancestral temor de una mujer al encontrarse a solas con un hombre que iba a poseerla en breve. Instintivamente, se agitó en los brazos de Pedro.


Pedro la depositó lentamente en el suelo.


—¡Oh! —exclamó Paula al rozar con el cuerpo la prueba de la excitación de él.


—Sabes que te deseo.



Pedro, con sumo cuidado, le acarició los brazos. Luego, sus manos describieron círculos alrededor de los pechos de Paula, al tiempo que los pezones de ella se erguían.


—Pedro… —gimió ella con una pasión que la consumía.


Pedro le bajó la cremallera del vestido y se lo bajó hasta la cintura. Los ojos de él cubrieron aquel torso desnudo.


—Perfecta —dijo Pedro mientras deslizaba un dedo entre los senos de ella.


—Mis pechos son muy pequeños.


Pedro le besó un hombro.


—Tienes unos pechos perfectos —dijo él acariciándolos—. Están hechos a mi medida. Mira, me caben en las manos.


Paula se vio sobrecogida por una emoción tan intensa que le quitó el habla.


Quería mostrarle a Pedro lo que sentía en lo más profundo de su corazón.


Sin pensarlo, Paula le quitó la chaqueta de cuero, que cayó al suelo, e inmediatamente después le desabrochó la camisa. Comenzó a acariciarle el poderoso torso, deleitándose en sus músculos, y enterró los labios en la garganta de Pedro.


—Mmmmmm —gimió él.


Paula le besó la garganta y los hombros. Le cubrió el beso con numerosos y diminutos besos, le mordisqueó los pezones y saboreó el salado dulzor de su virilidad.


—Paula, cariño, no puedes hacerte idea de lo que me estás haciendo sufrir —dijo él con un bajo y gutural gemido.


Pedro nunca en la vida había deseado tanto a una mujer. Por primera vez desde la muerte de Santiago, se alegraba de estar vivo.


—¿Cómo… cómo es que te estoy haciendo sufrir? —preguntó ella mirándole a los ojos.


—Me estás volviendo loco, cariño. Estoy a punto de estallar.


Pedro—susurró ella mientras Pedro la conducía a la cama 
hasta depositarla allí—. Pedro, quiero que me hagas el amor.


De pie, mirándola tumbada en la cama, Pedro se quitó la camisa y se desabrochó el cinturón.


—Voy a hacerlo, Paula. Voy a hacerte el amor toda la noche.


Los ojos de Paula se agrandaron, maravillados y expectantes. Su boca se entreabrió al verle totalmente desnudo y, llena de un mar de emociones, le miró fijamente, deleitándose en la magnificencia de su cuerpo, duro y poderosamente excitado.


De repente, un miedo natural se apoderó de ella, dejándola inmóvil.


Pedro sintió el cambio inmediatamente.


—Me muero de ganas de estar dentro de ti, pero no voy a hacerte daño. Haré todo lo posible por ir despacio y con cuidado.


Pedro esperaba poder conseguirlo, aunque el deseo que sentía llegaba a dolerle físicamente.


Pedro se agachó y cogió los pantalones vaqueros del suelo. 


Rebuscó en los bolsillos y sacó un pequeño paquete de preservativos.


—Te deseo, pero… pero tengo un poco de miedo. No sé mucho de… En fin, ya me entiendes, no tengo mucha experiencia con los hombres.


Pedro se agachó, inclinándose sobre ella y, con sumo cuidado, le deslizó el vestido por las caderas y las piernas hasta despojarla de la prenda.


—Sigue tus instintos y todo saldrá a la perfección.


Pedro deseó tener la suficiente fuerza para limitarse a abrazarla hasta que todas las dudas de Paula se desvanecieran, pero su deseo le impedía llevar a cabo tan buenas intenciones.


Se tumbó junto a ella y la miró a los ojos. Con mano temblorosa, le acarició el cuerpo de la garganta al oscuro monte de Venus que estaba cubierto por unas diminutas braguitas azules. Deslizó dos dedos por debajo del elástico y encontró el húmedo calor que rodeaba el corazón de su feminidad.


Paula lanzó un grito de placer y el le cubrió la boca con un beso. ¡Paula estaba caliente! ¡Caliente, mojada y enfebrecida por la pasión!


Pedro la besó con fiereza mientras le acariciaba todo el cuerpo. Sabía que no podía aguantar mucho más, que tenía que poseerla inmediatamente.


Paula se agitó, retorciendo el cuerpo a un lado y a otro, alzando las caderas, y sus movimientos no hicieron más que inflamar la pasión de él.


Pedro… por favor, más despacio. Estás… estás asustándome.


Lentamente, Pedro dejó de acariciarla y la miró a los ojos, viendo en ellos un verdadero temor. Los ojos de Paula estaban cubiertos de lágrimas.


—No, por favor, cariño, no llores —dijo él besándole la mejilla.


—Compréndelo. Te deseo, Pedro, te deseo con pasión, pero no estoy acostumbrada a estas cosas. Tengo tanto miedo de mí misma como de ti.


—No tengas miedo de mí, cielo. Perdona si he sido demasiado brusco. Es que… te deseo tanto…


Pedro le besó la frente y Paula se relajó, confiaba en él.


—Dime que me deseas —dijo Pedro.


Pedro continuó acariciándole los pechos, aunque suavemente, durante varios minutos, tranquilizándola con sus caricias. Luego, muy lentamente, deslizó una mano por debajo de la braguita de Paula y le acarició el oscuro triángulo. Mientras la acariciaba, Paula se arqueó convulsivamente, volviendo la cabeza hacia un lado y a otro, gimiendo de placer.


Pedro bajó la cabeza y se apoderó de uno de los pezones de Paula con la boca. Al principio, lo chupó cuidadosamente, incrementando la presión gradualmente hasta hacerla gritar de placer.


—¿Te gusta así, cielo? —preguntó Pedro besándole la garganta.


—Sí… ¡Oh… sí…!


De repente, Paula sintió una sobrecogedora urgencia por culminar el placer que Pedro le estaba dando.


Pedro… Por favor, por favor —dijo ella enfebrecida por la pasión.


—¿QUE quieres, mi vida?


—Te deseo, te deseo.


—¿Qué quieres que haga? —preguntó él anhelando adentrarse en el cuerpo de Paula.


—Hazme el amor, hazme el amor ya. Nunca he deseado tanto algo en mi vida.


Pedro la besó todo el cuerpo. Luego, levantándole las caderas, se apoderó de su feminidad con la boca.


Paula enterró los dedos en los hombros de Pedro, apretándose contra su boca, agonizando de placer.


—¡Pedro…Pedro! —gritó Paula al tiempo que experimentaba un clímax.


Pedro se dio cuenta al momento y alzó el rostro.


—No tengas miedo de sentirlo todo —le dijo Pedro—. Entrégate a mí por completo. Lo quiero todo.


Pedro… Te quiero dentro de mí —dijo ella arqueando las caderas, rogándole—  Nada de despacio y con cuidado. Tómame, con fuerza y rápidamente. Tómame ahora mismo.


—¡Sí!


Inmediatamente, Pedro se posicionó encima de ella y le separó las piernas. Con casi ternura, la fue penetrando, adentrándose en ella poco a poco hasta que por fin, con un empujón final, la penetró por completo.


—Paula… mi Paula…


Mientras la necesidad de la culminación aumentaba, Paula se movió rítmicamente, animando a Pedro a aliviar a ambos. 


Él apresuró el ritmo y por último, con un movimiento final, ambos se vieron sobrecogidos por un insoportable placer.


Pedro se salió de ella, pero la mantuvo en el círculo de sus brazos y Paula apoyó la cabeza en su hombro. Respirando profundamente, Paula comenzó el descenso del éxtasis.


«Así que esto es el sexo entre un hombre y una mujer», pensó Paula. «Esta increíble sensación de realización de uno mismo. Esta maravillosa sensación de amar y ser amado».


Pedro abrió los ojos, la miró y le acarició los labios con los dedos.


Paula abrió la boca para hablar, pero él la silencio con un rápido beso.


—Ssssss. No lo digas. Por favor, no lo digas.


Acariciándole el castaño vello del pecho, Paula contestó:
—El que no lo diga no cambia lo que siento.


—Lo que ambos sentimos es algo especial —admitió él—. Yo nunca he sentido esto con ninguna otra mujer. No compliquemos las cosas poniendo etiquetas a nuestros sentimientos. Lo que hay entre los dos es maravilloso.


—¿Durante el tiempo que dure? —preguntó Paula con deseos de confesarle su amor, pero consciente de que Pedro no iba a comprometerse a nada.


—En lo que a mí concierne, podría durar toda la vida. Los dos juntos y esto increíble que ha ocurrido entre los dos.


Paula sabía que lo que Pedro podía ofrecerle no era suficiente a largo plazo. Pero en esos momentos, esa noche, aceptó los salvajes deseos de su cuerpo y se olvidó del resto.


—Quédate a pasar la noche conmigo —dijo ella apretándose contra él, mirando su cuerpo desnudo—. Dame más, hazme…


Inmediatamente, Pedro le selló los labios con los suyos y, cuando la estrechó en sus brazos, Paula gimió al volver a sentir un deseo que exigía satisfacción.


Pedro comenzó a acariciarla y ella, instintivamente, se frotó contra él.


Inmediatamente. Pedro se excitó.


Levantándole las caderas, Pedro la colocó encima de sí y Paula gimió de placer


—Vamos cariño, dirígeme tú esta vez. Móntame con fiereza.


Pedro arqueó el cuerpo y la llenó completamente.


El sonido que se escapó de la garganta de Paula fue una mezcla de gemido y grito. Con cada movimiento, daba tanto como recibía. Pedro alzó la cabeza y se apoderó de uno de los pezones de Paula con la boca al tiempo que le acariciaba las nalgas acompasando la rítmica ondulación.


Paula sintió incrementarse la tensión de su cuerpo, que buscaba el momento del éxtasis consciente del placer que la esperaba; sin embargo, al mismo tiempo, quería prolongar el camino de la culminación.


Pedro… esto es tan maravilloso… Eres tan…


Paula comenzó a moverse más y más rápidamente, el placer que experimentaba era cada vez más fuerte y tenso.


—¡Qué caliente estás, cariño, y qué mojada! —gimió él—. Ya casi has llegado. Un poco más… un poco más…


Pedro apresuró sus movimientos y la profundidad de la penetración al tiempo que intensificaba su asalto a los pechos de Paula.


Paula lanzó un grito de placer al alcanzar un feroz clímax.


El grito de Paula disparó el momento de la satisfacción del deseo de Pedro sacudiéndole convulsivamente.








EL VAGABUNDO: CAPITULO 19




—¿Te apetece un café? —preguntó Paula a Sergio mientras se dirigían al cuarto de estar.


—Preferiría una copa de vino blanco, ¿no te parece?


Sergio se quitó los guantes de piel, los metió en el bolsillo del abrigo y luego lo dejó colocado encima de una mecedora que había junto a la ventana.


—Me parece que no tenemos vino blanco —dijo Paula al recordar que su tía Mirta y Tomas habían acabado la botella que había en la casa—. Lo siento, Sergio, pero ya sabes que casi nunca bebo alcohol.


Sergio se sentó en el sofá y dio unas palmaditas en el cojín que había junto a donde se había sentado.


—Olvida el vino y siéntate a mi lado.


Paula se sentó y Sergio, rodeándole los hombros con el brazo, la atrajo hacia sí.


—La fiesta ha sido todo un éxito, ¿no te parece? —comentó Sergio antes de besar la mano de Paula.


—Sí, todo un éxito. Cora debe estar muy contenta.


—Mamá estaba encantada. Está muy metida en las obras de caridad, y le complace enormemente que tú también te intereses en ellas.


En ese momento, Sergio se inclinó sobre Paula en busca de sus labios.


—Y a mí me gusta que a tu madre le guste.


Paula se dispuso a besarle, deseosa de que Sergio despertase su deseo.


La boca de Sergio era suave y húmeda. Su beso fue tierno y, sorprendentemente, apasionado. Paula le rodeó el cuello con los brazos, estrechándose contra él. Le acarició los labios con la lengua y él, después de lanzar un gemido, abrió la boca. Paula introdujo la lengua en aquella mojada caverna.


Algo iba mal, muy mal. Paula le estaba besando y estaba siendo correspondida con entusiasmo; sin embargo, todo lo que sintió fue frío en los hombros desnudos y la pegajosa lengua de Sergio.


Paula cerró los ojos con la esperanza de que aquella sensación desagradable desapareciese y fuese reemplazada por la pasión. Por fin, Paula se apartó de él.


—Dios mío, Paula, esto ha sido todo un beso.


Ella miró a Sergio, fijándose en las gafas y en las enrojecidas mejillas. Sergio tenía un aspecto adorable, pero no deseable.


Un ruido en la ventana atrajo la atención de Paula y ésta lanzó una exclamación.


—¿Ocurre algo? —preguntó Sergio.


—No, nada en absoluto —respondió Paula mientras contemplaba el rostro de Pedro Alfonso contra el cristal—. Sergio, es muy tarde y estoy cansada.


Precipitadamente, Paula se puso en pie. Sergio la miró fijamente con expresión de perplejidad.


—Sí, lo comprendo, pero… Bueno, esperaba que… esperaba que…


—En otra ocasión.


Sergio se levantó, cogió el abrigo y se lo puso. Paula le acompañó hasta la puerta rezando por que Sergio consiguiera meterse en el coche sin ver a Pedro.


Paula abrió la puerta y, en ese momento, Sergio la rodeó con sus brazos, la atrajo hacia sí y la besó con pasión.


Mirando por encima del hombro de Sergio, Paula vio a Pedro acercarse al roble que había en el jardín delantero de la casa.


—Llámame pronto.


—Que duermas bien, cariño —dijo Sergio—. Sueña conmigo.


—Y tú también sueña conmigo.


Paula se quedó en la puerta hasta que Sergio se alejó en su coche.


En el momento en que se metió en la casa y fue a cerrar la puerta, Pedro salió de detrás del roble y, corriendo hacia la entrada de la casa, le impidió a Paula cerrar.


—¡Márchate, Pedro!


—Si me marcho, ¿soñarás conmigo? —preguntó Pedro en tono de burla—. ¿Siempre dice tantas tonterías?


Paula le lanzó una mirada furiosa.


—¿Estás loco? ¡Cómo te atreves a espiarme por la ventana!


—¿Cómo si no iba a saber lo que estabas haciendo con ese idiota? Oye, hace mucho frío, ¿vas a dejar que me quede aquí congelado?


—Te lo mereces.


—Si no me hubieses visto por la ventana, ¿habrías pasado la noche con Woolton?


—Eso no es asunto tuyo.


—Se habría quedado si se lo hubieras pedido.


—Ya lo sé.


—¿Te hace sentir lo mismo que yo?


—Vete, Pedro.


Pedro le acarició la garganta con el dedo índice, deteniéndose justo al llegar a los senos.


—No, no me hace sentir lo mismo que tú.


—No podía soportar verle besarte.


—Quería desearle. Lo he intentado, lo he intentado con todas mis fuerzas.


Paula aceptó lo inevitable, permitió que la cogiese en brazos.
Pedro la miró y ella le devolvió la mirada.


—Quiero llevarte en brazos hasta tu habitación. Quiero pasar la noche contigo y hacerte el amor.


Pedro


—Dime que quieres que me quede.


—Quiero que te quedes.