lunes, 24 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 19




—¿Te apetece un café? —preguntó Paula a Sergio mientras se dirigían al cuarto de estar.


—Preferiría una copa de vino blanco, ¿no te parece?


Sergio se quitó los guantes de piel, los metió en el bolsillo del abrigo y luego lo dejó colocado encima de una mecedora que había junto a la ventana.


—Me parece que no tenemos vino blanco —dijo Paula al recordar que su tía Mirta y Tomas habían acabado la botella que había en la casa—. Lo siento, Sergio, pero ya sabes que casi nunca bebo alcohol.


Sergio se sentó en el sofá y dio unas palmaditas en el cojín que había junto a donde se había sentado.


—Olvida el vino y siéntate a mi lado.


Paula se sentó y Sergio, rodeándole los hombros con el brazo, la atrajo hacia sí.


—La fiesta ha sido todo un éxito, ¿no te parece? —comentó Sergio antes de besar la mano de Paula.


—Sí, todo un éxito. Cora debe estar muy contenta.


—Mamá estaba encantada. Está muy metida en las obras de caridad, y le complace enormemente que tú también te intereses en ellas.


En ese momento, Sergio se inclinó sobre Paula en busca de sus labios.


—Y a mí me gusta que a tu madre le guste.


Paula se dispuso a besarle, deseosa de que Sergio despertase su deseo.


La boca de Sergio era suave y húmeda. Su beso fue tierno y, sorprendentemente, apasionado. Paula le rodeó el cuello con los brazos, estrechándose contra él. Le acarició los labios con la lengua y él, después de lanzar un gemido, abrió la boca. Paula introdujo la lengua en aquella mojada caverna.


Algo iba mal, muy mal. Paula le estaba besando y estaba siendo correspondida con entusiasmo; sin embargo, todo lo que sintió fue frío en los hombros desnudos y la pegajosa lengua de Sergio.


Paula cerró los ojos con la esperanza de que aquella sensación desagradable desapareciese y fuese reemplazada por la pasión. Por fin, Paula se apartó de él.


—Dios mío, Paula, esto ha sido todo un beso.


Ella miró a Sergio, fijándose en las gafas y en las enrojecidas mejillas. Sergio tenía un aspecto adorable, pero no deseable.


Un ruido en la ventana atrajo la atención de Paula y ésta lanzó una exclamación.


—¿Ocurre algo? —preguntó Sergio.


—No, nada en absoluto —respondió Paula mientras contemplaba el rostro de Pedro Alfonso contra el cristal—. Sergio, es muy tarde y estoy cansada.


Precipitadamente, Paula se puso en pie. Sergio la miró fijamente con expresión de perplejidad.


—Sí, lo comprendo, pero… Bueno, esperaba que… esperaba que…


—En otra ocasión.


Sergio se levantó, cogió el abrigo y se lo puso. Paula le acompañó hasta la puerta rezando por que Sergio consiguiera meterse en el coche sin ver a Pedro.


Paula abrió la puerta y, en ese momento, Sergio la rodeó con sus brazos, la atrajo hacia sí y la besó con pasión.


Mirando por encima del hombro de Sergio, Paula vio a Pedro acercarse al roble que había en el jardín delantero de la casa.


—Llámame pronto.


—Que duermas bien, cariño —dijo Sergio—. Sueña conmigo.


—Y tú también sueña conmigo.


Paula se quedó en la puerta hasta que Sergio se alejó en su coche.


En el momento en que se metió en la casa y fue a cerrar la puerta, Pedro salió de detrás del roble y, corriendo hacia la entrada de la casa, le impidió a Paula cerrar.


—¡Márchate, Pedro!


—Si me marcho, ¿soñarás conmigo? —preguntó Pedro en tono de burla—. ¿Siempre dice tantas tonterías?


Paula le lanzó una mirada furiosa.


—¿Estás loco? ¡Cómo te atreves a espiarme por la ventana!


—¿Cómo si no iba a saber lo que estabas haciendo con ese idiota? Oye, hace mucho frío, ¿vas a dejar que me quede aquí congelado?


—Te lo mereces.


—Si no me hubieses visto por la ventana, ¿habrías pasado la noche con Woolton?


—Eso no es asunto tuyo.


—Se habría quedado si se lo hubieras pedido.


—Ya lo sé.


—¿Te hace sentir lo mismo que yo?


—Vete, Pedro.


Pedro le acarició la garganta con el dedo índice, deteniéndose justo al llegar a los senos.


—No, no me hace sentir lo mismo que tú.


—No podía soportar verle besarte.


—Quería desearle. Lo he intentado, lo he intentado con todas mis fuerzas.


Paula aceptó lo inevitable, permitió que la cogiese en brazos.
Pedro la miró y ella le devolvió la mirada.


—Quiero llevarte en brazos hasta tu habitación. Quiero pasar la noche contigo y hacerte el amor.


Pedro


—Dime que quieres que me quede.


—Quiero que te quedes.







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