martes, 6 de diciembre de 2016
ENAMORAME: CAPITULO 7
Acompaño a los padres de Mica hasta la puerta para despedirlos. Sinceramente no es fácil ser viudo. Calculo que como está el mundo de hoy, no es sencillo confiar en que un grupo de niñas se queden en la casa donde no hay una “mamá”. Por suerte hace años que nos conocemos y mi reputación se encuentra a salvo con las familias de los amigos de los niños. También en casa se encuentra Concepción, que es una de las asistentes de casa y niñera de mis pequeños, ella acompaña al chofer todos los días a la hora de retirar a los pequeños del colegio. Eso sí… ¡la mañana es mía! desde siempre tuve y tengo por norma llevarlos yo mismo a sus clases, pienso que por poco que sea, significa mucho para ellos que su papá vea sus dibujos y reciba por parte de la maestra sus avances.
Vuelvo al presente y pienso en la señorita Pau, esa chispeante mujer que conocí apenas hace unas horas, pero que inspira a no querer dejarla ir. Es alegre, sincera, directa y hermosa.
Peligroso para mis defensas. Por norma nunca contrato para que trabajen en casa, a mujeres que encuentro bellas. No quiero tentarme con una y tener que asumir luego una demanda por acoso sexual.
Pero esta chica Pau, no solo es bella, sino que tengo la ferviente necesidad de apropiarme de ella.
Necesito una cocinera,«pienso», seguro es eso. Porque por más que adore a Concepción y a Rita mi asistente, ambas son unos desastres en la cocina, queman la comida, me hacen las tostadas carbonizadas y el café aguachento. Y mis hijos no pueden vivir a macarrones con queso, que es lo único que seguramente puedan preparar bien.
Los niños y yo necesitamos una dieta balanceada y ella recientemente perdió todo. Sería algo muy beneficioso para ambas partes, solamente tendríamos que fijar la cantidad de dinero por la cual ella estaría dispuesta a meterse en mi dominio, y listo.
Es raro que haya perdido absolutamente todo en su separación. Soy abogado y puedo oler los chanchullos donde los hay. Por lo poco que sé, el hombre mantenía una relación extramatrimonial con su mejor amiga, y si ella le entrego todo a su ex, cuando él le fue infiel, ¡ha sido una tonta! Con un abogado como yo de su lado, no le quedaría ni el cortaúñas al cobarde.
Con calma Pedro, primero lo primero… ofrecer trabajo a la joven y si no acepta buscar una nueva cocinera« me molesta mucho esa segunda opción» suelo ser hombre de “donde pone el ojo pone la bala” y me cuesta contratar gente para que trabaje en la intimidad de mi hogar.
Segundo: hablar de los derechos legales que tiene ante un caso así… el adulterio puede ser muy beneficioso para la parte damnificada.
Tercero, meterla en mi cama y darle lo que hace tiempo no debe estar recibiendo. Solo un imbécil dejaría a una mujer así… hermosa, con bellas curvas, simpática y la frutilla del pastel ¡sabe cocinar!
Acomodo mi entrepierna, la que repentinamente se pone nerviosa cuando pienso en la señorita Pau. Y antes de salir del baño, miro la imagen que me devuelve el espejo. Soy un hombre relativamente joven, atlético, pero cansado. Las responsabilidades que adquirí de un día para otro, me agotan.
Amo a mis hijos, mi trabajo y tengo buenos amigos, pero a la noche, cuando ya acosté a los niños, les serví su vaso con agua, y tras darles un millón de besos, es cuando me doy cuenta lo solo que estoy.
Mujeres no me faltan. Pero solo de la puerta para afuera, tan solo una logró traspasar mi frontera y esa es Pamela… mi secretaria. Al principio solo fue una amistad, ella venía a ver a los chicos con dulces, los sacaba a pasear al parque y al cine, pero no eran los niños su objetivo, ese era yo.
Un whisky de más fuera de hora, unos expedientes decisivos para finiquitar un caso, hicieron que “la amistad” pasara a mayores. Mi mano en su espalda baja, mientras ella se servía un café, luego sus labios sobre los míos y ¡listo! La relación arruinada. Reconozco que es una chica muy eficiente, tanto en la oficina como en la cama. Pero no es la mujer que me completa. Ni Angie ni Marisa, todas son bellas y despampanantes, mundanas y sensuales… ¡pero no!
Ninguna es digna de conocer la intimidad de mi hogar.
Durante las cuatro horas de fiesta de pijamas, las niñas saltaron sobre los sillones blancos, se escondieron por toda la casa, corrieron y gritaron, se maquillaron, rompieron algunas cosas y parecían no tener fin.
Eso parecía.
Hasta que la señorita Pau las llamó a cenar. Sobre la gran mesa de la cocina, y para mi asombro había dispuesto un gran mantel blanco, platitos de plástico en cada uno de los lugares, vasos y servilletas. También una gran jarra de jugo de naranja, y varias fuentes de diferentes y extrañas preparaciones.
¿Pulpo?
—¿Preparó pulpo a las niñas? —Exclamé lleno de asombro.
Ella dejó escapar una sonora risa que produjo escalofríos en mi espalda.
Espontanea fue la primera palabra que se me cruzó por la cabeza. La segunda fue cama nuevamente.
«¡Basta!»
—Son salchichas con forma de pulpitos—respondió la señorita Pau con una enorme y brillante sonrisa —mire… pruebe una,señor Alfonso—comentó mientras tomaba un tenedor.
Para mi asombro, mientras las niñas iban llegando, la señorita Pau pinchó uno de los extraños pulpos, lo sumergió en una especie de salsa, y con una mano debajo para evitar derramar la salsa, caminó hasta mí.
—Vamos, abra la boca y pruebe.
Admito que dudé un momento.
Esto era putamente familiar y ya comenzaba a molestarme.
Pero como un crío, obedecí y abrí la boca. El sabor me arrastró al pasado. A ese momento de mi vida, en el que el pequeño Pedro Alfonso era una persona sin complicaciones y ciento por ciento feliz.
—Y... ¿le gustó? —preguntó.
Aclare mi garganta antes de responder y mis ojos viajaron hasta su perfecta dentadura blanca.
—Delicioso.
Su sonrisa se ensanchó y giró sobre sus talones para continuar con la tarea de alimentar a los niños.
—Estaré en mi escritorio por si me necesita—comenté a Concepción y a la señorita Pau, pero nuevamente fui sorprendido con su descaro.
—¿Usted no va a acompañarnos señor Alfonso? Seguramente Sara quiera que usted esté presente en su cena de cumpleaños.
—Si papito porfi…porfi—comenzó a pedir Sara uniendo sus manitas en suplica, y al instante mi hijo Felipe se sumó al pedido.
Abracé a mis pequeños por detrás y tras acariciar sus cabelleras tomé asiento en el extremo de la mesa.
La cena fue encantadora, todo resultó demasiado delicioso, incluso las momias de salchicha y masa. Ni hablemos del pastel y los pastelillos. Las niñas devoraron todo hasta el atracón, y tras pagar lo correspondiente tuve que dejar partir a la señorita Pau.
Junto con Concepción, acostamos a las pequeñas en la enorme cama comunitaria que armamos en el living, y tras colocar una película en Netflix, pude finalmente librarme de las pequeñuelas.
—Papito—llamó mi hija, por lo que caminé hasta donde ella se encontraba acostada.
—Dime cielo.
Pero ella se limitó a abrazarme con fuerza. Y tras un gran beso en la mejilla susurró en mi oído…«Este fue el mejor cumpleaños del mundo»
Pero, ¿Qué era de diferente este cumpleaños de los anteriores?
¿Será porque fue en casa y no en un gran club repleto de animadores?
¿O será porque tuvo su pastel y pastelillos a tiempo?
—Qué bueno hijita que la pasaras bien, ¿fue el mejor por tu pastel o porque tienes un campamento en la sala de casa?
Ella sonrió y me enseñó su “ventanita” … como acostumbra llamarle a la falta de uno de sus incisivos.
—Papito, este fue mi mejor cumpleaños del mundo, porque estuviste solo para mí… y cenaste los pulpos y las momias con nosotras.
Un nudo en la garganta y el pecho oprimido fueron el resultado a su angelical comentario.
—¿Sabes una cosa Sara?... para mí, este también fue el mejor cumpleaños del mundo.
Tras otro beso me despedí.
Fui a la cocina a servirme un café. Son más de las doce de la noche y tengo que terminar varios expedientes antes de poder ir a la cama.
Últimamente no encuentro el placer de ir allí. Mi cama es muy grande para mí y hace tiempo que no duermo bien.
Coloco una capsula en la cafetera, y decido tomar otro trozo del delicioso pastel. Nunca soy de comer cosas dulces, pero en este momento se me antoja una porción.
Un sonido capta mi atención. Es el ring ton de un móvil, pero no el mío porque siempre lo traigo en mute, además jamás, pero jamás elegiría la canción “La Mordidita” de Ricky Martin como sonido. Busco con la mirada la dirección de donde proviene el molesto sonido, cuando finalmente lo encuentro.
Es un móvil con carcasa rosa y en la pantalla de éste se ve de imagen de fondo, un sugerente cupcake rojo con una cereza en la punta, por tal detalle pude concluir a quien pertenece.
Escucho que la máquina de café termina mi capuchino y por un momento dudo… entre tomar mi café o ir a llevar el teléfono a la descuidada y olvidadiza señorita Pau.
Miro mi café y las llaves del coche, café versus llaves, relax… o conducir por la helada noche hasta la pastelería.
Tomo las llaves del coche, como si un titiritero dirigiera mis movimientos. Coloco mi gran abrigo y salgo de casa. Rita me observa.
—Regreso en diez minutos—comento como única explicación—cuida a las niñas por favor.
lunes, 5 de diciembre de 2016
ENAMORAME: CAPITULO 6
Corroboro varias veces la dirección en la agenda, antes de cometer un desastre al llegar con mi entrega en la casa equivocada.
La casa… «Si es que así puede llamarse», es una mansión de dos… ¡no, de dos, no!… ¡tres pisos! «Woow»
La verja está tan alejada de la casa, que me canso de solo pensar en caminar esa distancia. Espero tengan de esos carritos de golf para que alguien me traslade.
Ni bien asomo la nariz de la camioneta a la casa, escucho un agradecido… “¡Por fin!”
Observo en todas direcciones buscando el mágico artefacto por el cual me espían y finalmente veo entre la oscuridad de la noche un parlante con cámara entre los arbustos que hay a mi izquierda.
El gran portón se abre en dos, dándome a entender que ingrese con mi coche.
Obedezco.
Guio la camioneta por los metros y metros del exuberante jardín, hasta dar con una hermosa fuente circular. Desciendo y en cuanto estoy por dar la vuelta para abrir la parte trasera, la puerta de la casa se abre y escucho un grito…
—¡Papito ya llegó!
Levanto la mirada, y en la fría y ventosa noche estival, veo a la pequeña niña de rosa, que expectante espera por su fiesta soñada.
Desciendo del vehículo y giro para buscar en la parte trasera las dos grandes bolsas de papel que tengo repletas de pastelillos, además de mi botiquín de emergencias.
Subo la escalinata que da a la entrada principal, y luego de pasar por dos enormes columnas de mármol, traspaso el umbral.
La pequeña criatura se encuentra de la mano de una mucama «deduzco por el atuendo» y con una encantadora sonrisa en la que puedo ver todos sus pequeños dientitos de leche y la ausencia de algunos de ellos, soy recompensada con un gran abrazo.
¡Exacto!
La pequeña ratona bailarina, vestida de pantis blancas, malla de danza rosa y tutú al tono, me estrechó cariñosamente en un abrazo.
Al encontrarme de pie con las manos ocupadas, y la niña rodeando mi cintura con sus pequeños bracitos, me vi en la necesidad de con la mirada, pedir ayuda a la joven mujer que miraba con una gran emoción plasmada en el rostro, la dulce demostración de cariño.
Ella tomó las bolsas y la caja plástica, para que yo pudiera ponerme de rodillas y devolver el tierno gesto que tuvo la niña para conmigo.
Lentamente me puse de rodillas y nos abrazamos con la pequeña Sara como si nos conociéramos de toda la vida.
—¡Feliz cumpleaños! —le dije emocionada al recibir tanto afecto—sin dudas lo necesitaba… un reconfortante y sincero abrazo.
—Gracias —dijo ella mostrando nuevamente su amplia sonrisa.
Su cabello castaño con dos coletas, y su cara pecosa la hacían comestible, y al instante sentí empatía por tan bella criatura. Mis inoportunos ojos se llenaron de lágrimas con una maldita melancolía.
Tras el abrazo, rápidamente me pongo de pie para no seguir poniéndome sentimental y no perder más tiempo en la entrega. Vuelvo a coger las bolsas que había cedido momentáneamente y solamente con un gesto de cabeza agradezco a la gentil dama que sostuvo mis paquetes.
—Sara, ve con las amigas. Y usted señorita sígame por favor —comenta la elegante y uniformada mujer.
Tal como lo indica, voy tras ella.
Pasamos por una gran sala, y cuando digo “gran” es que es ¡enoooorme! Exacto, así… con muchas “o” para que entiendan mejor a lo que me refiero. Calculo que, si no se encontrara en las condiciones que está en este momento, sería muy elegante y sofisticada. Muebles de roble y mármol, grandes sillones de color blanco, candelabro de cristal y biblioteca de piso a techo.
Pero esta noche en ella se ha montado una especie de campamento rosa, varios colchones en el piso con cubres rosa y unas diez niñas vistiendo igual que la cumpleañera, saltan y gritan sobre ellos. Creo que esto solo intensifica para mejor el estilo… no dejo de encontrarlo como una especie de “glamour hogareño”
En una gran televisión se ve a la ídola de la cumpleañera, Angelina Ballerina cantando y bailando junto a sus amigos. A un lado, en una mesa baja, hay vasos caídos con refresco, marshmallow, patatas fritas y salchichas. ¡Por Dios, qué descontrol! «Y eso que me encantan los niños»
Seguimos de largo por un pasillo, donde al final de este, se advierte una puerta vaivén. Al traspasarla lo que veo me asombra, enternece y preocupa en partes iguales.
—Señor Alfonso —digo sorprendida.
El interrumpe su tarea y toma un trapo de cocina para limpiar sus manos, antes de rodear la mesa central de la cocina.
Encontrar al elegante caballero que visitó mí tienda hoy a la tarde, vistiendo un gastado pantalón de mezclilla, con una ajustada t-shirt blanca hace que mis ratones den vueltas al aire y que me replantee muchas cosas.
Ejemplo…: el tirar las bolsas a la mierda, lanzar al hombre sobre la mesada, embetunar su cuerpo de crema rosa y lamer desde el empeine de su pie hasta detrás de su oreja.
Sé que no es buena idea.
¡Ni que fuera a hacerlo!
No soy una ninfómana… «O no lo era antes de ver al señor abogado en vestimenta casual» fue tan solo un pensamiento. Un sucio, perverso y rosa pensamiento.
Sacudo mi cabeza para aclarar mis ideas y deposito los paquetes sobre la mesada. Estrecho la mano que el hombre gentilmente me tiende y noto cómo se me eriza el vello de la nuca.
—Gracias por llegar a tiempo Pau.
—No se preocupe, como dije… Pau alias puntualidad. Y dígame… ¿Qué es lo que está haciendo con los pasteles que compró en mi tienda?
Porque casi infarto al ver uno de mis perfectos y deliciosos pasteles de chocolate aserrado en diagonal y todo resquebrajado.
—Bueno —tose y aclara su garganta —estoy armando el pastel de tres pisos. Por lo que vi en YouTube antes debo rellenar cada uno de los bizcochos.
—Pero, ¿qué fue lo que le hizo ese pobre bizcocho para que usted lo mutile de esa forma?
—¿Mutilar? —pregunta con desconcierto.
—Hágase a un lado, déjeme hacerle RCP a ese pobre bizcochuelo a ver si logramos salvarlo… de lo contrario será pastel de dos pisos. ¿Tendrá un delantal para prestarme?
El pobre hombre se hace a un lado, un tanto desconcertado por mi actitud. Pasa su mano por su rostro denotando cansancio y en silencio, como un niño bueno, rebusca en un cajón hasta dar con un delantal
Es negro y un poco grande para mí, pero no hay otra opción… lo tomo y antes de colocármelo, leo la frase que tiene al frente en color blanco.
“En esta casa manda mamá y cocina papá”
«Tierno» pienso.
Y también pienso que todos los especímenes masculinos buenos, ya están ocupados.
Lo doblo a la mitad y me lo coloco solo de la cintura para abajo, gracias a mi pancita “harinera” es la parte de la ropa que siempre se me ensucia.
Observo el desastre que ha hecho el bello hombre, y es de no creer... ¡lo arruinó por completo!
—Señor Alfonso, ¿por casualidad tendrá Nutella, nueces o almendras y un gran recipiente?
Alfonso rebusca en el refri hasta dar con la deliciosa Nutella, en el armario encuentra un paquete de frutos secos y deposita todo a mi lado junto a un gran bowl de vidrio.
¡Perfecto!... hora de operar.
Tomo lo que queda del bizcocho y comienzo a romperlo dentro del bowl.
—Pero ¿qué hace con el pastel señorita Pau?
Se lo nota preocupado y estresado, por lo que le pido tome asiento en uno de los taburetes que se encuentra junto a mí.
—Usted tranquilo señor… ya verá.
Una vez que deshago todo el bizcocho, coloco el pote de Nutella sobre él y pico en pequeños trozos las nueces, con todo comienzo a formar una pasta compacta y la cubro con film de cocina que encuentro en un lado. Camino hasta el refrigerador y guardo la mezcla para que enfríe.
—En unos minutos ¡tendremos trufas! —explico a Alfonso mientras guiño un ojo.
Tose y yo sonrío. Últimamente encuentro encantador ese gesto suyo de aclarar su garganta antes de hablar.
Tomo el siguiente bizcocho, que gracias a Dios permanece intacto de las manos del papurri y con mi gran cuchilla comienzo a separarlo perfectamente en dos.
Una vez que tengo las mitades prontas, coloco el relleno y superpongo una sobre otra.
Alfonso me observa en silencio.
—Debo reconocer señorita Pau que estoy sorprendido. Nunca pensé que la repostería fuera una tarea tan difícil.
Sonrío.
Seguro es de los que menosprecian el arte de la dulzura.
—La repostería es una ciencia ¿sabe? —Alfonso observa en silencio y con interés… por lo que prosigo —una ciencia exacta, si algo falla, ¡falla todo! Hay que pesar, calcular y medir temperatura. Pero el final… ahhh el resultado es tan gratificante que hace que todo valga la pena.
Camino nuevamente hasta el frigorífico y saco la mezcla que dejé enfriando hace un momento. La transfiero a la mesada y me dispongo a formar bolitas para las trufas, cuando se me ocurre una mejor idea.
—¿Tiene sus manos limpias?
—¿Disculpe? —parece desconcertado por mi pregunta.
—¿Deme sus manos por favor? —duda por un momento, clava sus feroces ojos en los míos y duda… aunque finalmente sucumbe. Me las entrega, y yo volteando sus palmas arriba inspecciono que se encuentren limpias.
El tener las manos de Alfonso entre las mías, es la peor idea que pude haber tenido en toda la noche… son enormes, pulcras y masculinas a la vez. Todo un festín para mis ojitos luego de la obligada castidad que estoy viviendo.
Recalculando «grita mi yo interior con una mano en la cintura y el palote de amasar en la otra»
Imagino a mi yo interior como un poco mafiosa… una especie de alter ego de todo lo que la diplomática y correcta Pau no deja salir fuera. Luego de ver la serie de Netflix “Orange is the new black” la imagino como a Red… ama y dueña de la cocina, con el cabello teñido en un furioso tono ciruela y con un relleno dulce tras la fría coraza de sentimientos.
—Preste atención. Tomamos una cantidad de mezcla y formamos bolitas… luego las pasamos por confite de colores y ¡voilà! Súper trufichispas de chocolate. Ahora es su turno, continúe formando trufas mientras yo termino con el pastel.
—Es que usted lo hace parecer tan fácil, y yo dudo poder hacer algo tan perfecto como eso —señala la pequeña bolita de colores que reposa en el plato.
—No tienen que ser perfectas, solo tienen que ser hechas con amor, créame que su niña estará feliz.
—¡Papá! Sara y las insoportables han roto la lámpara que era de la abuela.
Un niño de unos siete años aproximadamente, vestido con disfraz de Batman entra a la cocina para dar la noticia de la rotura.
Alfonso cierra los ojos, mientras presiona con sus dedos índices fuertemente sus sienes.
—Son tan solo niñitas —. Balbuceo para quitar dramatismo a la situación.
Quita las manos de su rostro, dejando la huella de chocolate a cada lado de su frente. Pienso en los tornillos que tiene Frankenstein y sonrío, gesto que al señor ogro no le gusta para nada.
—¿Niñitas? —grita y se pone de pie —¿niñitas? —camina hasta donde me encuentro y comienza a elevar su tono de voz cada vez más… —esas “niñas” —señala en dirección a la sala —son unas salvajes, que visten tutú como princesitas y se comportan como ¡vándalos!
«Gritaba el estresado hombre»
Pobre… me da pena ver cómo la casa y la fiesta se le escapa de las manos a ese machote alfa.
—Y para colmo de males… ¡la cocinera renunció hoy! —continuó Alfonso con su feroz lamento —eso quiere decir, que tendré que pedir pizza para 13 niños y la casa terminará…
Se interrumpió de golpe.
—Terminará… ¿sucia? —rematé la frase por él.
—Sí… ¡Hecha un desastre! Pero disculpe el descargo que estoy haciendo con usted. Agradezco enormemente todo lo que ha hecho por nosotros. Sara va a estar muy feliz cuando vea el pastel.
Saca la cartera del bolsillo trasero de su pantalón, pero cuando está a punto de tomar unos billetes, elevo mi mano para detenerlo.
Sé que soy una tonta y que rápidamente genero empatía con las personas… pero en este caso es más bien un acto de caridad… siento que no puedo abandonar esta familia en pleno caos. Y para ser sincera, temo por lo que las niñas vayan a comer… ¡Dios bendito pizza congelada, no por favor!
—¿Le gustaría que lo ayudara con las niñas?... porque verá, no solo soy la mejor repostera del condado –guiño mi ojo nuevamente y puedo notar que ese gesto lo incomoda… —también resulta que soy chef.
—Pero usted, ¿no tiene algo que hacer? Es viernes a la noche, y no tengo idea de cuánto puede llegar a durar el asunto.
Hago una mueca con mi rostro.
—Bueno, técnicamente mis planes eran comprar comida chatarra y mirar una maratón de películas románticas. Como bien escuchó hoy a la tarde, mi vida se alteró un pelín. «Hago un gesto con mis dedos índice y pulgar» mostrando lo “poquito” que se alteró mi vida y luego me largo a reír —. Pero al mal tiempo, buena cara — agrego para romper el silencio que se produjo luego de mi comentario —después de todo, ¿quién necesita casa, esposo, trabajo o mejor amiga? Y déjeme decirle algo señor Alfonso… que, como repostero, ¡usted es un excelente abogado!
Ambos reímos y su risa produjo una contracción en mi estómago de lo más inquietante.
—Está usted en lo cierto señorita, la repostería no es lo mío, pero déjeme decirle que en los últimos cuatro años he perfeccionado mi arte en la cocina.
—Eso es muy bueno, sobre todo para su esposa, porque por más que yo ame la cocina, sé que lleva tiempo y con niños pequeños el trabajo se multiplica. Hablando justamente de eso… debo hacerle una pregunta.
—Dirá usted ¿qué quiere saber?
—¿Prefiere que hable con su señora por el menú a preparar para los niños o lo decide usted?
El estado de incomodidad en el que repentinamente se encontró ese hombre, me hizo pensar que mi pregunta no le cayó para nada bien.
—Ella falleció hace poco más de cuatro años.
—¡Cuánto lo lamento!
Fingió una especie de sonrisa y palmeo mi hombro.
—No se preocupe,—suspiró con pesar—los niños están bien, y eso es lo más importante para mí. Sara era una bebita cuando sucedió el accidente. Mi esposa siempre fue una mujer muy independiente, no era la típica mamá que prepara galletas junto a los niños, o se tirar en la alfombra a jugar… ella viajaba mucho por su trabajo y los niños estaban acostumbrados a no verla por días. De hecho, se había mudado con el jardinero de casa dos meses antes del accidente, dejando los niños a mi cuidado. De todas formas, Felipe «el pequeño Batman que acaba de entrar» fue el que más la extrañó, tenía tres años y en su momento hizo un retroceso, volvió a orinarse en la cama, quería usar el chupete de su hermana y estaba enojado conmigo todo el tiempo. Por suerte poco a poco nos fuimos adaptando a la vida de a tres. No fue fácil, pasamos a ser tres en mi cama. Recuerdo que la psicóloga estaba en contra, pero me impuse… ella no fue quien quedó sin madre.
—Entiendo —digo con un nudo en la garganta. Tengo ganas de abrazar a este hombre. Pienso en la tierna imagen de ver a los tres abrazados pasando la noche a la protección de ellos mismos.
La chica de uniforme que me recibió a la entrada, ingresa en ese momento a la cocina interrumpiendo el emotivo momento, viene seguida de un hermoso y gordo cachorro de Labrador.
—Señor Alfonso llegó Micaela y sus padres quieren saludarlo.
—Gracias Concepción, diles que ya voy. ¿Tú podrías sacar a Bobby un momento al parque?… temo que se trepe a la mesa y se haga un festín con el pastel.
—Claro señor… Bobby vamos bebé—dijo Concepción al llamar al perro. Este agitó su trasero y salió feliz.
«Esperen»
¿Dijo Bobby?... ¡mi Bobby!
Por un momento quedé muda. ¿Otra vez?, ¡oh sí! La segunda vez que no sé qué decir en la semana.
Nota mental: ir al médico.
—Pau… ¿me escucha?
Salgo de mi viaje y veo que Alfonso se encuentra próximo a salir de la cocina mientras me habla.
—Sí, aquí estoy señor.
—Haga de cuenta que esta es su casa, le doy libre albedrío en todo, prepare lo que considere más conveniente para los niños.
Y en silencio se selló el acuerdo entre Alfonso y yo, solo asentí como una tonta, y como si fuera parte de la casa, me puse a inspeccionar en detalle el refrigerador y las alacenas en busca de alimentos para preparar.
Veo salchichas ¡perfecto! adoro cortarlas en tercios y luego hacerles cortes longitudinales para que al momento que se pongan a cocinar en el agua adquieran forma de pulpitos, con masa de hojaldre también armaré un par de salchichas en camisa, herviré un pack de huevos de codorniz que hallo; y en un cajón encuentro a mi amada levadura, la tomo y luego la huelo mmm… ¡adoro su olor! Si esto no es una señal, que me expliquen de qué se trata… claramente percibo que el universo quiere que prepare pizza. «Mi especialidad» Seamos sinceros, a los niños les gusta comer con la mano, por lo que considero ideal estas tres preparaciones… ¡manos a la masa!
«Literalmenteotra vez»
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