martes, 6 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 7





Acompaño a los padres de Mica hasta la puerta para despedirlos. Sinceramente no es fácil ser viudo. Calculo que como está el mundo de hoy, no es sencillo confiar en que un grupo de niñas se queden en la casa donde no hay una “mamá”. Por suerte hace años que nos conocemos y mi reputación se encuentra a salvo con las familias de los amigos de los niños. También en casa se encuentra Concepción, que es una de las asistentes de casa y niñera de mis pequeños, ella acompaña al chofer todos los días a la hora de retirar a los pequeños del colegio. Eso sí… ¡la mañana es mía! desde siempre tuve y tengo por norma llevarlos yo mismo a sus clases, pienso que por poco que sea, significa mucho para ellos que su papá vea sus dibujos y reciba por parte de la maestra sus avances.


Vuelvo al presente y pienso en la señorita Pau, esa chispeante mujer que conocí apenas hace unas horas, pero que inspira a no querer dejarla ir. Es alegre, sincera, directa y hermosa.


Peligroso para mis defensas. Por norma nunca contrato para que trabajen en casa, a mujeres que encuentro bellas. No quiero tentarme con una y tener que asumir luego una demanda por acoso sexual.


Pero esta chica Pau, no solo es bella, sino que tengo la ferviente necesidad de apropiarme de ella.


Necesito una cocinera,«pienso», seguro es eso. Porque por más que adore a Concepción y a Rita mi asistente, ambas son unos desastres en la cocina, queman la comida, me hacen las tostadas carbonizadas y el café aguachento. Y mis hijos no pueden vivir a macarrones con queso, que es lo único que seguramente puedan preparar bien.


Los niños y yo necesitamos una dieta balanceada y ella recientemente perdió todo. Sería algo muy beneficioso para ambas partes, solamente tendríamos que fijar la cantidad de dinero por la cual ella estaría dispuesta a meterse en mi dominio, y listo.


Es raro que haya perdido absolutamente todo en su separación. Soy abogado y puedo oler los chanchullos donde los hay. Por lo poco que sé, el hombre mantenía una relación extramatrimonial con su mejor amiga, y si ella le entrego todo a su ex, cuando él le fue infiel, ¡ha sido una tonta! Con un abogado como yo de su lado, no le quedaría ni el cortaúñas al cobarde.


Con calma Pedro, primero lo primero… ofrecer trabajo a la joven y si no acepta buscar una nueva cocinera« me molesta mucho esa segunda opción» suelo ser hombre de “donde pone el ojo pone la bala” y me cuesta contratar gente para que trabaje en la intimidad de mi hogar.


Segundo: hablar de los derechos legales que tiene ante un caso así… el adulterio puede ser muy beneficioso para la parte damnificada.


Tercero, meterla en mi cama y darle lo que hace tiempo no debe estar recibiendo. Solo un imbécil dejaría a una mujer así… hermosa, con bellas curvas, simpática y la frutilla del pastel ¡sabe cocinar!


Acomodo mi entrepierna, la que repentinamente se pone nerviosa cuando pienso en la señorita Pau. Y antes de salir del baño, miro la imagen que me devuelve el espejo. Soy un hombre relativamente joven, atlético, pero cansado. Las responsabilidades que adquirí de un día para otro, me agotan.


Amo a mis hijos, mi trabajo y tengo buenos amigos, pero a la noche, cuando ya acosté a los niños, les serví su vaso con agua, y tras darles un millón de besos, es cuando me doy cuenta lo solo que estoy.


Mujeres no me faltan. Pero solo de la puerta para afuera, tan solo una logró traspasar mi frontera y esa es Pamela… mi secretaria. Al principio solo fue una amistad, ella venía a ver a los chicos con dulces, los sacaba a pasear al parque y al cine, pero no eran los niños su objetivo, ese era yo.


Un whisky de más fuera de hora, unos expedientes decisivos para finiquitar un caso, hicieron que “la amistad” pasara a mayores. Mi mano en su espalda baja, mientras ella se servía un café, luego sus labios sobre los míos y ¡listo! La relación arruinada. Reconozco que es una chica muy eficiente, tanto en la oficina como en la cama. Pero no es la mujer que me completa. Ni Angie ni Marisa, todas son bellas y despampanantes, mundanas y sensuales… ¡pero no! 


Ninguna es digna de conocer la intimidad de mi hogar.


Durante las cuatro horas de fiesta de pijamas, las niñas saltaron sobre los sillones blancos, se escondieron por toda la casa, corrieron y gritaron, se maquillaron, rompieron algunas cosas y parecían no tener fin.


Eso parecía.


Hasta que la señorita Pau las llamó a cenar. Sobre la gran mesa de la cocina, y para mi asombro había dispuesto un gran mantel blanco, platitos de plástico en cada uno de los lugares, vasos y servilletas. También una gran jarra de jugo de naranja, y varias fuentes de diferentes y extrañas preparaciones.


¿Pulpo?


—¿Preparó pulpo a las niñas? —Exclamé lleno de asombro.


Ella dejó escapar una sonora risa que produjo escalofríos en mi espalda.


Espontanea fue la primera palabra que se me cruzó por la cabeza. La segunda fue cama nuevamente.


«¡Basta!»


—Son salchichas con forma de pulpitos—respondió la señorita Pau con una enorme y brillante sonrisa —mire… pruebe una,señor Alfonso—comentó mientras tomaba un tenedor.


Para mi asombro, mientras las niñas iban llegando, la señorita Pau pinchó uno de los extraños pulpos, lo sumergió en una especie de salsa, y con una mano debajo para evitar derramar la salsa, caminó hasta mí.


—Vamos, abra la boca y pruebe.


Admito que dudé un momento.


Esto era putamente familiar y ya comenzaba a molestarme. 


Pero como un crío, obedecí y abrí la boca. El sabor me arrastró al pasado. A ese momento de mi vida, en el que el pequeño Pedro Alfonso era una persona sin complicaciones y ciento por ciento feliz.


—Y... ¿le gustó? —preguntó.


Aclare mi garganta antes de responder y mis ojos viajaron hasta su perfecta dentadura blanca.


—Delicioso.


Su sonrisa se ensanchó y giró sobre sus talones para continuar con la tarea de alimentar a los niños.


—Estaré en mi escritorio por si me necesita—comenté a Concepción y a la señorita Pau, pero nuevamente fui sorprendido con su descaro.


—¿Usted no va a acompañarnos señor Alfonso?  Seguramente Sara quiera que usted esté presente en su cena de cumpleaños.


—Si papito porfi…porfi—comenzó a pedir Sara uniendo sus manitas en suplica, y al instante mi hijo Felipe se sumó al pedido.


Abracé a mis pequeños por detrás y tras acariciar sus cabelleras tomé asiento en el extremo de la mesa.


La cena fue encantadora, todo resultó demasiado delicioso, incluso las momias de salchicha y masa. Ni hablemos del pastel y los pastelillos. Las niñas devoraron todo hasta el atracón, y tras pagar lo correspondiente tuve que dejar partir a la señorita Pau.


Junto con Concepción, acostamos a las pequeñas en la enorme cama comunitaria que armamos en el living, y tras colocar una película en Netflix, pude finalmente librarme de las pequeñuelas.


—Papito—llamó mi hija, por lo que caminé hasta donde ella se encontraba acostada.


—Dime cielo.


Pero ella se limitó a abrazarme con fuerza. Y tras un gran beso en la mejilla susurró en mi oído…«Este fue el mejor cumpleaños del mundo»


Pero, ¿Qué era de diferente este cumpleaños de los anteriores?


¿Será porque fue en casa y no en un gran club repleto de animadores?


¿O será porque tuvo su pastel y pastelillos a tiempo?


—Qué bueno hijita que la pasaras bien, ¿fue el mejor por tu pastel o porque tienes un campamento en la sala de casa?


Ella sonrió y me enseñó su “ventanita” … como acostumbra llamarle a la falta de uno de sus incisivos.


—Papito, este fue mi mejor cumpleaños del mundo, porque estuviste solo para mí… y cenaste los pulpos y las momias con nosotras.


Un nudo en la garganta y el pecho oprimido fueron el resultado a su angelical comentario.


—¿Sabes una cosa Sara?... para mí, este también fue el mejor cumpleaños del mundo.


Tras otro beso me despedí.


Fui a la cocina a servirme un café. Son más de las doce de la noche y tengo que terminar varios expedientes antes de poder ir a la cama.


Últimamente no encuentro el placer de ir allí. Mi cama es muy grande para mí y hace tiempo que no duermo bien. 


Coloco una capsula en la cafetera, y decido tomar otro trozo del delicioso pastel. Nunca soy de comer cosas dulces, pero en este momento se me antoja una porción.


Un sonido capta mi atención. Es el ring ton de un móvil, pero no el mío porque siempre lo traigo en mute, además jamás, pero jamás elegiría la canción “La Mordidita” de Ricky Martin como sonido. Busco con la mirada la dirección de donde proviene el molesto sonido, cuando finalmente lo encuentro. 


Es un móvil con carcasa rosa y en la pantalla de éste se ve de imagen de fondo, un sugerente cupcake rojo con una cereza en la punta, por tal detalle pude concluir a quien pertenece.


Escucho que la máquina de café termina mi capuchino y por un momento dudo… entre tomar mi café o ir a llevar el teléfono a la descuidada y olvidadiza señorita Pau.


Miro mi café y las llaves del coche, café versus llaves, relax… o conducir por la helada noche hasta la pastelería.


Tomo las llaves del coche, como si un titiritero dirigiera mis movimientos. Coloco mi gran abrigo y salgo de casa. Rita me observa.


—Regreso en diez minutos—comento como única explicación—cuida a las niñas por favor.







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