sábado, 26 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 5




Pedro condujo durante una hora su coche deportivo sin dirigirse a ningún lugar en concreto. Pensó en llamar a su amigo Sergio, pero después decidió que no quería que nadie se hiciera una idea equivocada sobre Paula o su hija. 


Problemas como los que tuvo él cuando era un niño.


Finalmente aparcó frente al hotel y apagó el motor. 


Permaneció un rato dentro del coche, pensando en cómo podría pasar a formar parte de la vida de su hija.


Y de la de su madre.


«Paula Chaves no parece una madre», pensó frotándose la cara. Siempre había pensado que no podía estar más guapa que la noche de después de la boda, pero no era cierto. 


Trató de imaginar todo por lo que ella había pasado: su vientre abultado por la criatura que llevó en el interior, y cuando lo hizo, un sentimiento extraño se apoderó de él. 


¿Nostalgia?


¿Quería formar parte de la vida de Paula por la pequeña?


Desechó esa idea de manera inmediata. Había estado quince meses pensando en Paula, y tratando de localizarla. 


Ella se había mudado a vivir con sus padres, y su teléfono no figuraba en la guía. Pero, aunque hubiera sido de otra manera, tampoco habrían cambiado mucho las cosas. Se habría vuelto loco si se hubiera enterado de que ella llevaba a su hija en el vientre. Habría querido estar con ella, pero con su trabajo, eso habría sido algo imposible. No podía marcharse cuando sus compañeros y su patria lo necesitaban.


Odiaba habérselo perdido todo.


Suspiró con resignación, salió del coche y se dirigió a su habitación. No se fijó en que las mujeres le sonreían al pasar. Tampoco notó la manera en que trataban de llamar su atención. Lo único que veía era a Paula sujetando a su hija contra el pecho y acariciándole la espalda. Le habría gustado tomar a la pequeña en brazos, sentir la responsabilidad.


Juliana era su hija. Sangre de su sangre, y estaba dispuesto a darle todo lo que él nunca había tenido.


Y eso incluía el nombre paterno.




CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 4




Pedro avanzó por el camino que llevaba hasta la casa. Era una casita situada en mitad de un pequeño bosque, lo bastante alejada de la calle como para tener intimidad.


Se detuvo de pronto. «Una hija. Mi hija», pensó. Paula había dado a luz a su hija. Sola, sin él. Sin que él supiera que se había convertido en padre. ¡Y su hija ya tenía seis meses! Él se había perdido todo. No había visto a Paula embarazada. No había visto nacer a su hija, ese momento en el que el pánico se apodera de los padres al ver el dolor del parto. Se había perdido la primera sonrisa de la pequeña, la primera mirada de orgullo de su madre… ¡Maldición!


En aquella casa había una niña que era mitad suya. Un vida que Paula y él crearon la noche que pasaron juntos. Y ella había tratado de ocultárselo, y de quitarle la oportunidad de ser algo más de lo que era.


La rabia se apoderó de él y, cuando llegó a la puerta, llamó con fuerza.


Momentos más tarde, se abrió de golpe. Y Pedro se quedó sin respiración.


Paula estaba preciosa. Pedro sintió que su corazón comenzaba a latir muy rápido. La miró de arriba abajo. 


Nunca había visto a una mujer a quien le quedaran tan bien los vaqueros. Ni a alguien que estuviera tan sexy con una simple camiseta. El cabello rojizo le caía sobre los hombros, y si él no hubiera estado contemplando su cuerpo, se habría fijado en la mirada de sorpresa y rabia que tenía en la cara.


—Creo que tienes algo que enseñarme —le dijo.


—Voy a partirle la cara a tu hermana, para que lo sepas —dijo ella.


El día que Lisa entró en el banco de Charleston, a Paula se le cayó el mundo encima. Por aquel entonces se sentía muy sola y, al ver a su mejor amiga, sintió que la angustia que tenía contenida se desbordaba. Había echado mucho de menos a Pedro. Mucho.


—Sí, bueno, eso no es nada comparado con lo que pienso hacer contigo.


—Quizá deberías regresar cuando te hayas calmado un poco.


—Estoy calmado.


Paula arqueó una ceja y dijo:
—Inténtalo de nuevo, Pedro. Parece que estás listo para la batalla.


—Siempre estoy listo dijo dando un paso adelante—. Es mi trabajo. ¿O también te has olvidado de eso? —Paula no se había olvidado de nada. Ni de la expresión de sus ojos cuando la deseaba, ni de la mirada que ponía cuando se enfadaba. Y Pedro estaba furioso—. ¿Vas a invitarme a entrar o voy a tener que abrirme paso a la fuerza?


Ella no dijo nada y dio un paso atrás. Gesticuló para que Pedro entrara y, cuando lo hizo, cerró la puerta.


Pedro estaba muy cerca de Paula y ella solo deseaba que la besara. Que la abrazara. Al ver que sus pensamientos entraban en terreno peligroso, dijo:
—No he intentado ocultártelo, Pedro.


—Entonces, ¿cómo soy el último en enterarme?


—No pude localizarte. Eres agente secreto —entró en el salón—. Todo lo que haces es secreto y misterioso. Llamé a tu unidad y hablé con un alférez de hielo…


—¿De hielo?


—Su actitud hizo que se me congelara la sangre.


Pedro trató de no sonreír. «Ha llamado», pensó. Saber que ella había intentado localizarlo hizo que se calmara un poco.


—Me dijo que puesto que no era tu esposa ni un familiar cercano, no podía hablar contigo. Incluso Lisa trató de localizarte una vez, pero como nadie se estaba muriendo ni nada parecido, no le hicieron caso —se encogió de hombros—. Y bueno, decirle que es el padre de una niña que pesó ocho libras al nacer, no es algo que se deba dejar en un mensaje.


—No, supongo que no —dijo él, y la imaginó embarazada llamando por teléfono para localizarlo.


—Decidí que lo mejor era esperar.


—Te llamé un par de veces y te escribí. Las cartas me las devolvieron sin abrir, con el sello de «dirección incorrecta».


—Me mudé de casa para estar cerca de mis padres. Pero siempre me gustó vivir aquí, así que regresé —no pensaba reconocer ante nadie que había regresado por Pedro. Había sobrevivido sin él. Había tenido sola a su hija, ¿no? Pero después regresó al lugar donde él sabría encontrarla si quería.


Pedro miró a su alrededor. Los muebles eran elegantes, pero la tapicería era informal. Se fijó en los juguetes que había en un rincón y, al agacharse para recoger una muñeca, sintió que le daba un vuelco el corazón. Trató de imaginarse a su hija jugando con ella.


—¿Dónde está?


—Está dormida.


—Quiero verla —dijo mirándola a los ojos.


—No voy a despertarla para que vea a un extraño, Pedro.


—No soy un extraño.


—Para ella sí lo eres.


—No la despertaré. Solo quiero mirarla un instante.


—Dentro de unos minutos, ¿vale?


Pedro se conformó enseguida. Solo quería que ella supiera que no iba a marcharse sin ver a su hija.


—¿Y que les dijiste a tus padres?


—Solo lo que tenían que saber —y cuando nació Juliana, sus padres se comportaron como los abuelos que todo niño debería tener.


—Maldita sea. ¿Así que creen que soy un cretino que permitió que su hija diera a luz sin ayuda?


—No. No piensan nada de eso. Lo comprendieron.


En realidad, su padre había sido el más difícil. Si Paula se lo hubiera permitido, habría movido tierra y cielo para encontrar a Pedro, y obligarlo a que se casara con ella. Y eso era lo último que Paula deseaba.


No quería casarse solo porque tuviera un hijo. 


Pero Pedro era un hombre respetable, y Paula sospechaba que se avecinaba una dura batalla. Él se cruzó de brazos y dijo:
—Cuéntame, ¿cómo ha sucedido?


—Cielos, Pedro, ¿no crees que a lo mejor nos olvidamos de ponernos protección alguna vez?


—No seas tonta. Eso lo suponía. Son cosas que pasan. Yo lo deseaba tanto como tú. No me arrepiento.


Paula recordó la noche que pasaron juntos. Podría haberse lanzado a sus brazos de nuevo, si él no la hubiese estado mirando como si estuviera enojado.


—Yo tampoco, Pedro.


—Entonces, si aceptas eso, ¿por qué no podías aceptar que yo quisiera saberlo para ayudarte?


—Aparte de no poder contactar contigo —le recordó—, no necesitaba ayuda.


—¿Y eso te parece bien?


—Quizá sí, quizá no —entró en la cocina para preparar una taza de café.


Quizá pensaba que un hombre como él, con un trabajo peligroso, no podía preocuparse por ella y por la niña cuando se suponía que debía concentrarse en mantenerse con vida. 


La idea de que Pedro pudiera distraerse pensando en ella mientras estaba en primera línea de fuego hacía que Paula tuviera pesadillas y evitó que insistiera para que contactaran con él. Se había acostumbrado a hacer todo sola, pero no había dejado de desearlo ni un solo momento y se preguntaba qué diría cuando se enterara de que tenía una hija.


Pedro la siguió y dijo:
—¿Y qué pasa con lo que yo necesitaba, Paula?


—¿Y necesitabas una hija?


—¿Cómo diablos voy a saberlo? Nunca he tenido ninguna. Y si dependiera de ti, nunca me habría enterado de que tengo una.


—Baja el tono de voz —dijo Paula.


Pedro se acercó a ella, le agarró los brazos y la miró.


—Háblame, Pau —Paula se percató de que él estaba más dolido de lo que ella pensaba—. Has ocultado a mi hija —continuó—, y eso no se perdona fácilmente.


—Hice lo que tenía que hacer, con los recursos que tenía. 
Estabas ilocalizable. Ni siquiera podían decirme si estabas en este país.


Pedro había estado fuera del país, pero no podía decírselo.


—¿Has pensado en mí alguna vez?


Paula se sintió dolida e insultada. Dio un paso atrás y se soltó.


Recordó que en aquellos momentos había estado muy enfadada con él porque no estuviera allí para ver nacer a su hija y no compartir la responsabilidad. Pero él estaba luchando contra el enemigo, convirtiéndose en héroe, algo mucho más importante… Paula sabía que no debía haber permitido que ese hombre la tocara. No por Paula, sino porque sus caricias le habían llegado hasta lo más profundo de su corazón.


—Si lo hubiera sabido, te habría dejado.


—Pero la Marina no. Sé que tener un hijo no es algo importante para los militares. Las mujeres los tienen solas todos los días. Pero sabía que en cuanto Lisa te lo contara, vendrías.


—Y ahora que estoy aquí, vamos a casarnos.


—Oh, ¿así que ahora has venido a rescatarme, Alfonso? ¿Parezco una mujer necesitada?


—Pareces la madre de mi hija, y esa niña necesita mi nombre.


—El mío me ha servido durante veintinueve años. Es lo bastante bueno para ella.


—¿Por qué eres tan cabezota?


—No quiero un hombre que se case conmigo solo por el bien de la niña.


—¿Por qué? ¿Te parece algo anticuado?


—Sí —«además me plantea muchas dudas», pensó. No quería casarse con un hombre que apenas conocía. Y no quería vivir con la incertidumbre de si él la quería por ser quien era o solo porque era la madre de su hija. ¿O era solo porque le parecía que era lo que tenía que hacer?


Pedro se cubrió el rostro con las manos.


—Eres la mujer más extraña que conozco.


—¿No es por eso por lo que nos acostamos? ¿Porque no estaba desesperada por estar contigo como las otras mujeres?


—No, no es por eso, y si no lo crees, entonces es mejor que no haya estado por aquí cuando te enteraste de que estabas embarazada de mí.


—¿Por qué?


—Porque me habría asegurado de que supieras lo que siento de verdad por ti, Paula.


—No me quieres, Pedro, así que no lo digas.


—No lo haré. No es cierto —Paula sintió cómo se le quebraba el corazón. Al menos, estaba siendo sincero—. Pero sea lo que sea lo que siento por ti es lo suficientemente fuerte como para que lleve meses pensando en ti —se dirigió hacia el pasillo.


—¿Perdón? —preguntó Paula, incrédula—. ¿Dónde diablos te crees que vas?


—Quiero ir a ver a mi hija.


Pedro, espera.


—Llevo mucho tiempo esperando. Me he perdido seis meses de su vida. No pienso perder ni un minuto más.


Desde el otro lado del pasillo se escuchó un llanto suave y Pedro se quedó de piedra.


—Ya lo has conseguido —soltó Paula. Pasó a su lado y se alejó por el pasillo.


Pedro la siguió y entró en una pequeña habitación decorada con hadas de color rosa. Pero no le interesaba ni el papel de la pared ni los móviles que había en el techo, sino la mujer que estaba junto a la cuna.


Había cierta frialdad en ella que no había notado antes. Era como si hubiera erigido una pared entre ellos e hiciera todo lo posible para mantenerla en pie. ¿Era para mantenerlo alejado de ella, o de su hija? Pedro no pensaba darse por vencido.


Tenía mucha paciencia, y aunque ella conseguía encender la llama del amor con solo mirarlo, era capaz de contenerse para no tomarla entre sus brazos y besarla con pasión. 


Observó mientras Paula se agachaba para mirar dentro de la cuna y se quedó de piedra al ver que sacaba a una niña regordeta que movía las piernas en el aire. La niña lloró más fuerte y Paula la estrechó contra su pecho.


Pedro pensó que su corazón estaba a punto de estallar de alegría.


—Juliana —dijo él, y Paula lo miró—. Lisa me dijo su nombre, y… —señaló las letras que estaban colgadas de la pared. Se acercó un poco más para ver mejor a su hija. 


Tenía el pelo oscuro como él y sus mismos ojos, pero la belleza de su madre. Con la cabeza apoyada en el pecho de su madre, lo miraba con los ojos bien abiertos. Pedro nunca había visto algo tan bonito. Y comenzó a quererla en ese mismo instante.


—Hola, princesa —Paula miró a Pedro, y al ver que se acercaba a su hija con inseguridad sintió que se le encogía el corazón—. Es preciosa.


—Sí —contestó Paula mientras él acariciaba el brazo de Juliana. La pequeña no dejaba de mirarlo, como si estuviera familiarizándose con su cara.


Pedro se acercó a ellas todo lo que pudo, y dijo:
—Mira lo que hemos hecho, Paula —se inclinó para besar la frente de su hija.


Paula sintió que su corazón se derretía un poquito. Había pasado tanto tiempo sola con Juliana que compartirla con Pedro se le hacía extraño… y agradable. No sabía qué podía esperar de Pedro Alfonso, agente secreto de la Marina, pero desde luego, no esperaba que se enamorara de su hija nada más verla—. Quiero tomarla en brazos, pero sé que la asustaré.


—Todavía está un poco dormida.


—Siento haberla despertado. No lo pensé.


—No importa —dijo Paula mirándolo a los ojos y pendiente de cómo acariciaba el brazo de su hija. Al retirar la mano, Pedro rozó sin querer el pecho de Paula y ella se estremeció.


Pedro la miró con la misma intensidad con la que miraba a su hija.


—Estoy aquí. Voy a quedarme, y formaré parte de su vida, te guste o no.


—Lo sé.


—No te gusta.


—No.


Él arqueó una ceja y acarició la cabeza de la niña.


—Entonces, ¿es la guerra? —sujetó a Paula por la barbilla para que lo mirara—. Creo que te has olvidado de por qué nos juntamos aquel día.


—Los dos estábamos excitados.


Pedro esbozó una sonrisa.


—Sí, claro —acercó su rostro y la besó en los labios.


Ella trató de retirarse, pero él la rodeó con los brazos y la sujetó. La pequeña se movió y agarró la camisa de Pedro, y después una de sus medallas. Pedro sintió que algo explosionaba en su interior, algo que nunca había experimentado antes, y besó a Paula con más decisión.


En el momento que ella respondió a sus besos, él, se retiró. 


Quería gritar de alegría.


—Ten presente que formaré parte de tu vida, Paula —sonrió—. Ha llegado papá.


Miró a Juliana, le acarició la cabeza y, de pronto, supo que era lo mejor que le había pasado en su vida. Paula se comportaba como una leona defendiendo a su cachorro, así que Pedro no insistió en tomar a la pequeña en brazos a pesar de que anhelaba sostenerla junto a su pecho.


—Os veré muy pronto —dijo, y salió de la habitación.


Paula se agarró a la cuna porque le flaquearon las piernas. Miró a Juliana. La pequeña estaba balbuceando y haciendo pucheros.


—Ese era papá. ¿Qué te parece? Juliana se movió entre sus brazos y sonrió—. Sí, eso es lo que él les hace a las mujeres. Va a ser una lata, cariño. ¿Qué podemos hacer?


Su hija no le ofreció ninguna solución y Paula tampoco la tenía. Lo único que sabía era que Pedro Alfonso podía hacer que se derritiera con solo una mirada. Y con un beso… la tenía dominada.


Pero no pensaba casarse con él. Así que lo mejor sería mantenerlo alejado de su vida. No permitiría que creyera que estaba dispuesta a casarse con él. Ella creía en su futuro.


Juliana y ella estaban bien, las dos solas.


Por un lado, temía que Pedro volviera a verlas. Y él lo haría. 


Puede que no lo conociera mucho, pero estaba segura de una cosa. Había trazado una línea de batalla y ella tenía miedo del primer ataque. Porque el teniente Pedro Alfonso, aparte de ser atractivo como el demonio, era un caballero.


Su ataque sería sutil, pero estaba convencida de que Pedro lucharía de verdad cuando se tratara de algo que quisiera conseguir.







viernes, 25 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 3





Cuando Pedro abrió la puerta, su hermana lo miró y él dijo:
—Esa no es la bienvenida que esperaba me diera mi hermana.


—Me preguntaba si todavía podía considerarte mi hermano —Lisa frunció el ceño y se adentró en el salón.


Pedro la agarró de la mano.


—Eh, ¿qué pasa? ¿Has tenido un mal día con el bebé? Por cierto, me muero de ganas de conocerlo.


—¿De veras?


—Claro que sí. El tío Pedro quiere mimar a su sobrinita. Tengo derecho —dijo con dulzura.


—¿Ves alguna cosa de bebé por la casa?


Pedro miró a su alrededor. La casa en la que vivían su hermana y su marido estaba muy ordenada y llena de cosas de adultos.


—No te entiendo.


—No he tenido un hijo, Pedro.


—Entonces, ¿por qué me enviaste esa postal?


Lisa miró a otro lado para evitar su mirada. Era algo que no había hecho nunca.


—Te mandé la postal para que regresaras a casa a enfrentarte a tus responsabilidades.


—¿Qué responsabilidades?


—La que tienes hacia tu hija, Pedro.


—No tengo ninguna hija. No soy padre.


—¿Ah, no? Ha cumplido seis meses y se llama Juliana. Tiene el mismo pelo y los mismos ojos que tú.


Pedro se quedó boquiabierto. «¿Una hija? ¿Hay una hija mía por el mundo?». Miró a su hermana y sintió un nudo en la garganta.


—Paula. ¿Dónde está Paula? Intenté llamarla.


—¿La llamaste?


La miró como diciendo: «gracias por confiar en mí», y dijo:
—Sí, la llamé… en cuanto tuve la oportunidad de comunicar con tierra. Le mandé alguna carta mientras estábamos mar adentro, pero ella no podía contestar. Aun así, cuando llegué a Estados Unidos no encontré ni su dirección ni su teléfono.


—¿La has llamado de verdad? —le preguntó Lisa mirándolo a los ojos—. Cuando me dijo que no quería que tú te enteraras, pensé que era una manera de esconder sus sentimientos.


—¿No crees que tenía derecho a saberlo?


—¡Por supuesto! Por eso envié la carta. Por favor, Pedro, creía que no habías contactado con ella. Esa es la impresión que me dio.


—¿Cómo te enteraste?


—Brian y yo estábamos de vacaciones en Charleston y fuimos al banco a canjear un cheque. Paula era la directora del banco. Se ha mudado aquí de nuevo, pero no quiere tenerte en su vida.


—Me tendrá aunque no quiera —murmuró él y se dirigió hacia la puerta.


—¡Pedro, espera! Esto no va a gustarle nada —Lisa se cruzó de brazos—. ¿Qué vas a hacer?


—Hablar con ella, pedirle que se case conmigo, darle mi nombre a mi hija. No quiero que crezca como yo lo hice, Lisa. No voy a permitir eso. Dime dónde vive.