lunes, 12 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 15




Paula estaba casi en el establo cuando oyó que se acercaba un coche. Entonces, escuchó dos portazos. Al darse la vuelta, se encontró con Emma y su hija Catalina, que se dirigían hacia ella.


Emma saludó a Paula con la mano. Sin embargo, la atención de la pequeña se centraba en los caballos que había en el corral.


—¿Qué os trae por aquí? —preguntó Paula.


—Catalina quiere visitar los caballos de la tía Karen —afirmó Emma—. Está obsesionada con ellos desde que su abuelo le regaló un pony. Y ahora que tiene siete…


—Casi tengo ocho —la interrumpió la niña.


—Perdona, hija —dijo Emma, con una sonrisa—. Ahora que casi tiene ocho años, quiere un caballo de adulto.


Paula sacudió la cabeza. Tal vez podría haber algo de verdad en aquella explicación, pero había más. Emma, que estaba completamente enganchada a su trabajo, no haría aquel viaje en un día de diario solo para satisfacer la curiosidad de su hija. Paula estaba segura de que aquello tenía más que ver con los comentarios que Stella o Carla, o ambas, le habían hecho sobre la cena de hacía dos noches.


—Sí, claro —replicó Paula—, pero hay muchos caballos en el rancho de tus padres. ¿Cuál es la verdadera razón de que estés aquí?


—Bueno, queríamos saber cómo estabas… ¿Te adaptas bien a esto?


—¿Qué es lo que has oído? —replicó Paula con una sonrisa.


No pensaba dejarse engañar.


—¿Oído? —mintió Emma—. ¿Es que hay algo que oír?


—Venga ya, Emma.


—Entonces, ¿es cierto? preguntó la abogada, tras soltar una carcajada—. ¿Estabas muy a gustito con el nuevo empleado de Esteban en el restaurante de Stella hace dos noches? Eso fue lo primero que escuché cuando fui a tomarme un café esta mañana. Carla no podía esperar a contármelo todo.


—De « a gustito» nada. Además, estábamos con Esteban y Karen. ¿Te parece que deberíamos estar hablando de esto delante de tu hija?


En realidad, Catalina se había acercado al corral, por lo que no podía oír nada. Emma se echó a reír.


—Buen intento para librarte de mí, pero te advierto que no te vas a salir con la tuya, Paula. Ahora, cuéntamelo todo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Quién es ese tipo? ¿Qué sabes sobre él? ¿Hasta dónde llega vuestra relación?


—No hay nada que contar. Eso es lo que te he dicho y me mantengo.


—¿De verdad? ¿Podría ser el hombre en cuestión el que se dirige en estos momentos hacia nosotros? Tal vez él sea más comunicativo.


Paula se dio la vuelta y lanzó una mirada de advertencia a Pedro.


—Mantente alejado de aquí —le gritó.


—¿Por qué? —preguntó él, confuso.


—Porque Emma quiere hacerte unas preguntas y es una abogada con mucha experiencia. Te freirá para que le digas lo que quiere saber.


—Yo no tengo nada que ocultar —replicó Pedro, acercándose a ellas—. ¿Cuál es el delito?


—No hay delito alguno —dijo Paula, resignada a lo inevitable—. Emma ha escuchado ciertas cosas sobre nosotros.


—Fascinante —comentó él—. Según esos comentarios, ¿fui bueno?


Emma miró rápidamente a Paula.


—Vaya, eso sí que es fascinante —observó la abogada—. Mis fuentes no parecían saber que las cosas hubieran ido tan lejos.


—Las cosas, como tú las llamas, no han llegado a ninguna parte —replicó Paula—. Pedro solo está tomándote el pelo. Parece que le divierte crear confusión mientras que yo, por el contrario, estoy harta de que la gente diseccione mi vida…


—Lo siento —dijo Emma, inmediatamente—. No me he parado a pensar. Tienes razón. Yo tendría que saberlo mejor que nadie. He tenido mis encontronazos con los medios de comunicación. Sé lo rápidamente que las cosas se pueden escapar de las manos.


—¿Los medios de comunicación? —preguntó Pedro, sin comprender—. ¿Y por qué iban a verse ellos implicados en esto? Pensé que estábamos hablando de chismorreos de un pequeño pueblo.


—Emma ha tenido muchos roces con la prensa de Denver —mintió Paula.


—¿No eres tú ahora la esposa de Fernando Hamilton? —preguntó Pedro—. Seguramente lo has superado si te decidiste a casarte con el editor del periódico local.


—Confío en mi marido —afirmó Emma—, pero no en los medios de comunicación en general.


—De acuerdo —dijo Pedro—, pero, ¿qué tiene todo eso que ver con Paula?


—No importa —comentó esta, rápidamente—. ¿Me necesitabas para algo?


—Oh, sí —afirmó él, tras un segundo de duda—. Iba a decirte que me marcho ya. Estaré fuera la mayor parte del día. Acuérdate de lo que hablamos.


—Mi memoria no es tan mala —replicó Paula—. No necesito que me recuerdes constantemente que no confías en mi buen juicio.


—Paula…


—Lo sé, lo sé. No haré ninguna estupidez.


—Estupendo. Si la haces, me enteraré de todos modos.


—¿Y quién te lo va a decir? ¿Medianoche? ¿Ya habla el caballo contigo?


—Maldita sea, Paula. Esto no es ningún juego. Ese animal sigue siendo peligroso.


Paula acababa de escuchar aquellas palabras cuando oyó que Catalina llamaba a un caballo que se acercaba a ella. Se volvió justo a tiempo para ver que Medianoche se acercaba a la niña, que estaba subida en lo alto de la valla.


Pedro vio la potencial tragedia justo en el mismo momento. 


Antes de que Paula pudiera reaccionar, fue corriendo hacia la niña y la tomó en brazos antes de que el caballo se acercara.


—¿Por qué has hecho eso? —protestó la niña, mirando a Pedro con desaprobación.


No sabía el peligro en el que había estado.


—Porque a Medianoche le dan miedo las niñas bonitas —respondió él.


—¿Qué a ese caballo tan grande le dan miedo las niñas? —preguntó Catalina, incrédula.


—Sí.


—Pues a mí no me parecía asustado.


Emma se volvió hacia Paula, interrogándola con la mirada.


—Es el caballo problemático con el que he estado trabajando —susurró ella.


Al oír aquello, Emma palideció. Tomó a su hija en brazos y la estrechó con tanta fuerza que la pequeña protestó.


—¡Mamá, basta ya!


—Lo siento, hija, durante un momento me asusté mucho. Gracias —le dijo a Pedro.


—De nada. Probablemente no habría ocurrido nada, pero es mejor prevenir que curar —añadió, mirando significativamente a Paula.


—Te prometo que utilizaré la cabeza —dijo ella—. Ahora, vete. Esteban te necesita esta mañana. Probablemente quiera marcharse ya.


Pedro asintió. Entonces, después de mirarla largamente, se dio la vuelta, se montó en su caballo y se marchó.


—Dios mío. Ya veo de lo que hablaba Carla. Las chispas que saltaban entre vosotros eran mejores que los fuegos artificiales del Cuatro de Julio.


—¿Es tu novio, tía Paula? —le preguntó la niña, tras interpretar las palabras de su madre.


—Claro que no —respondió Paula, acaloradamente.


Sin embargo, la idea estaba empezando a parecer más atractiva de lo que quería admitir. Ver cómo Pedro había protegido a la pequeña Catalina contra su pecho había contribuido a incrementar ese atractivo.







domingo, 11 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 14





—¿Qué tal te fue anoche con Pedro? —le preguntó Esteban, mientras desayunaban a la mañana siguiente.


—¿Qué estuviste anoche con Pedro? —quiso saber Karen, asombrada.


—Se pasó por aquí —contestó ella muy tensa—. Estuvimos charlando durante un rato, aunque tuvo una conversación mucho más interesante con Esteban.


—¡Maldita sea! —exclamó él.


Enseguida, el rubor le cubrió las mejillas.


—Me alegra saber que te pusiste de mi parte. En realidad, es bastante tierno por parte de Pedro sentirse tan preocupado por mí, aunque me moleste que piense que no tengo ni un gramo de sensatez en la cabeza.


Karen escuchaba atentamente, completamente atónita por lo que oía.


—Dios santo… Pedro es tierno y enojoso a la vez. ¿Y dónde estaba yo cuando ocurría todo esto?


—Metida en la cama, esperando a tu marido —dijo Paula—. ¿Ves lo que ocurre cuando se piensa solo en una cosa? Te pierdes toda la diversión que pasa por aquí.


—Bueno —susurró Karen, sonrojándose. Entonces, miró apasionadamente a su marido—, yo no estaría tan segura.


—Yo me marcho al establo. Si los caballos están en celo, al menos no tengo que escucharlos…


—Pero yo quiero que me cuentes todo lo que hablaste con Pedro, Paula. No me voy a olvidar…


—Sí, ya lo sé —suspiró ella—. Es una triste verdad que voy a tener que aceptar. Eres la celestina más insistente de las de tu clase, y yo tengo la mala fortuna de vivir bajo tu mismo techo.


—Podrías irte a vivir con Pedro —sugirió Esteban.


—¿Qué es lo que he hecho yo? —suspiró ella, resignada—. Eres peor que ella.


—En realidad, yo creo que formamos un equipo fantástico —dijo Karen—. Acéptalo, tesoro. No puedes escapar a tu destino.


—Me niego.


—Lo sé —replicó Karen, con una sonrisa—. Precisamente por eso esto resulta tan divertido.





EL ANONIMATO: CAPITULO 13




Después de varios días, Pedro se vio obligado a aceptar el hecho de que había subestimado a Paula cuando pensó que no era nada más que una niña mimada y rica que estaba de paso en el rancho. Tenía la cabeza bien asentada sobre los hombros y una habilidad real con los caballos. 


Parecía tener un don mágico para aquellos animales. 


Aunque todavía no había conseguido resolver el problema de Señorita Molly, le iba muy bien con Medianoche. El semental se acercaba a ella inmediatamente en cuanto la veía, algo que Pedro podía entender perfectamente. El caballo era macho, ¿no? Y Paula era una hembra de los pies a la cabeza.


Se sentía más impresionado por el modo en que se ponía a trabajar sin que nadie se lo pidiera. No le importaba mancharse, ni se quejaba nunca del calor, de las uñas rotas o de la paja que se le enredaba en el cabello.


Al final de la primera semana que pasaron trabajando juntos, se acercó a él y, con las manos en las caderas, los vaqueros muy sucios, la blusa húmeda y las mejillas arreboladas, le dijo:
—¿Algo más?


Pedro no pudo resistirse.


—Solo esto —murmuró.


Entonces, le dio un beso que subió la temperatura del establo a niveles peligrosos.


En el minuto en que la soltó, Pedro se dio cuenta de que había cometido un error. Un hombre que cruzaba esa clase de línea y descubría que la tentación era tan espectacular como prometía ser, estaba más o menos destinado a repetir la experiencia.


—¿A qué ha venido esto?


—Ojalá lo supiera —susurró él.


Como el deseo de volver a besarla era irresistible, se dio la vuelta antes de poder repetir la experiencia.


Trabajó hasta el agotamiento durante el resto del día. 


Desgraciadamente, nada pudo borrar de su memoria el recuerdo de los labios de Lauren ni de la suavidad de sus curvas.


—Idiota —murmuró


A medida que la noche fue pasando, las lamentaciones de Pedro se fueron haciendo aún mayores. El sabor de los labios de Paula seguía dentro de él, igual que ocurría con la pasión, con el anhelo. Iba de un lado a otro de su casita de tres habitaciones, lleno de inquietud. Por fin, se acomodó en el porche. Cuando el balancín no consiguió relajarlo, se dirigió a la casa principal, decidido a verla. Tal vez un enfrentamiento con ella, el intercambio de unas palabras algo caldeadas le recordaría por qué no había debido besar a Paula en primer lugar. Dado que casi nunca tenían una conversación civilizada, se dio cuenta que la posibilidad de una discusión era bastante alta.


Encontró a Paula sentada en los escalones del porche, con unos vaqueros y una camiseta de hombreras que deberían haber estado prohibidos para alguien con un cuerpo como el de ella. ¿Cómo podía pensar un hombre cuando una mujer iba vestida de aquella manera?


—Esteban está dentro —dijo ella, cuando lo vio.


—No he venido a ver a Esteban.


—¿Cómo?


—Sobre lo de esta mañana… —comenzó, metiéndose las manos en los bolsillos, mientras se mantenía a una prudente distancia.


—¿Sí?


—No tenía ningún derecho a hacer lo que hice.


—¿Te refieres a lo de besarme?


—Claro que me refiero a eso —le espetó—. ¿Por qué si no me iba a estar disculpando?


—¿Eso lo que estás haciendo? —preguntó ella, con una ligera sonrisa en los labios —. ¿Estás disculpándote?


—Sí, maldita sea.


—Eso debe de ser una experiencia completamente nueva para ti —comentó, entre risas.


—¿Por qué?


—Porque no se te da muy bien —replicó Paula—. No importa —añadió, cuando vio que Pedro estaba a punto de darse la vuelta y marcharse—. No tienes por qué disculparte, pero no te acostumbres.


—Créeme, no lo haré —prometió él.


Decidió que, en lo sucesivo, mantendría las distancias con ella.


—¿Te apetece un poco de té helado?


—¿Cómo dices?


—No es una pregunta muy difícil —respondió ella, entre risas—. Es una noche muy calurosa. Te he preguntado si te apetecía un poco de té helado. Tengo aquí una jarra. Puedo entrar en la cocina a buscar otro vaso.


Pedro consideró aquel gesto de amistad. ¿Qué mal podría haber en ello, especialmente cuando acababa de dejar todas las cartas encima de la mesa? Paula sabía que no iba a haber más besos. Además, había planeado mantenerse alejado de ella en lo sucesivo. Mientras tanto, no había razón para no compartir con ella unos minutos de cortés conversación.


—Claro —dijo él, por fin—, pero iré yo a buscar el vaso. Sé dónde están…


Así tendría la oportunidad de disfrutar de unos minutos para despejarse y olvidarse de la tentación de volver a besarla. Se imaginó que sentaría un muy mal precedente si la besaba cinco minutos después de haber prometido que no volvería a hacerlo.


—Como quieras —replicó ella, como si no le importara en absoluto.


Por alguna razón, aquello molestó a Pedro casi tanto como todo lo que Paula hacía.


Pasó a su lado, entró en la cocina y tomó un vaso. Iba camino del porche cuando Esteban lo sorprendió.


—¿Necesitas algo, Pedro?


—Solo he entrado por un vaso.


—¿Es que no tienes ninguno en tu casa?—le preguntó Esteban, con cierta sorna.


—Es que Paula me ha invitado a que me tome un vaso de té helado con ella —respondió, apretando los dientes.


—Entonces, ¿os lleváis ya los dos mejor?


—Es una prueba constante para nuestro instinto natural, pero lo estamos intentando.


—Me alegro. Bueno, que os divirtáis.


—Podrías salir y unirte a nosotros —dijo Pedro, desesperado por tener más compañía.


—No. Yo tengo planes y no os incluyen a vosotros. Karen está arriba.


—Sí, claro —musitó Pedro. ¿Cómo no se lo habría imaginado?—. Bueno, hasta mañana.


—Nos vemos al alba. Tenemos que llevar la manada a los pastos del oeste.


Pedro se le había olvidado completamente que se había ofrecido a ayudarle.


—¿Y Paula?


—¿Qué pasa con Paula?


—Tal vez sea mejor que le diga que se pase el día de compras o algo por el estilo.


—Claro, ¿por qué no? —dijo Esteban, con una enorme risotada—. Creo que, después de todo, voy a aceptar tu invitación.


—No crees que le parezca bien, ¿verdad?


—Creo que te cortará en trocitos si le sugieres algo como eso —comentó Esteban alegremente.


—Solo era una idea. No quiero que esté con Medianoche a solas sin nadie para echarle una mano.


—Entonces, cuéntale lo que te preocupa y deja que sea ella quien decida.


—¿Ella? Paula es impulsiva y testaruda. Se pasará todo el día con ese maldito caballo solo para molestarme.


—Será su elección.


—¿Y si regresamos y la encontramos tumbada en el suelo con un par de costillas rotas o algo peor? ¿Será eso también su elección?


—Estás realmente preocupado, ¿verdad, Pedro? ¿Es que no van tan bien las cosas como yo había esperado?


—Hasta cierto punto, pero Paula es la clase de mujer que siempre va al límite, y tú lo sabes.


—Habla con ella. Paula es mucho más sensata de lo que tú te piensas. No va a hacer ninguna locura.


—Está bien —dijo Pedro, en tono sombrío—. Hablaré con ella, aunque no creo que sirva de nada.


Con eso, abrió la puerta y salió al porche tras dar un buen portazo. Así, ella no podría acusarlo de moverse solapadamente.


—Me alegra saber que tienes una impresión tan favorable de mi sentido común —dijo Paula, suavemente.


Pedro lanzó un gruñido. No se le había ocurrido pensar que ella podría escucharlo todo.


—Lo siento…


—¿De verdad? ¿O es que sientes que te haya oído?


—Más bien lo último —contestó él, con cierto candor—. Trato de no insultar a las mujeres en su cara.


—¿Y por la espalda?


—Si vamos a tener un enfrentamiento verbal, ¿te importa darme un poco de té?


—Ahí está la jarra. Sírvete tú mismo.


Muy a su pesar, Pedro reprimió una sonrisa. Debería haberse imaginado que Paula no iba a servirle. Se sirvió él té, dio un largo trago y trató de encontrar una excusa para defenderse.


—Dado que has oído todo lo que hemos dicho, supongo que no habrá posibilidad alguna de que consideres irte mañana a Winding River para pasarte el día de compras, ¿verdad?


—No. La constancia es algo muy importante cuando se trabaja con un caballo. Necesito quedarme aquí.


—¿Me prometes al menos no meterte en el corral? —sugirió él, sabiendo que Paula tenía razón.


—Medianoche no va a hacerme ningún daño.


—Maldita sea, eso no lo sabes. Hace unas pocas semanas era completamente salvaje.


—Y cada día confía más en mí. Lo has visto tú mismo.


—No quiero que confíes y que corras riesgos, especialmente cuando no hay nadie para ayudarte.


—Esta no es una típica orden machista, ¿verdad? —preguntó ella. De repente, la expresión de su rostro se había suavizado—. Estás realmente preocupado por mí.


—No estoy seguro que el seguro de Esteban y Karen tenga suficiente cobertura como para repararte la cabeza —respondió, sin admitir que realmente le preocupaba.


—No. Estás realmente preocupado por mí, ¿verdad, Pedro? Admítelo.


—De acuerdo —confesó él, tras una pequeña pausa—. Sí, estoy preocupado por ti.


—¿Por qué?


—Porque todo lo que tenga que ver con los caballos de por aquí es responsabilidad mía.


—Entonces, esto es puramente una preocupación egoísta por tu parte —afirmó ella, desafiándolo para que lo negara.


—Sí.


—Es mentira, pero esta vez lo dejaré pasar.


Paula se puso de pie. El movimiento fue suficiente para que Pedro pudiera aspirar el aroma de su perfume. 


Entonces, ella le colocó la mano en la mejilla y luego la retiró muy lentamente.


—Gracias por preocuparte de mí.


Se marchó antes de que a Pedro se le ocurriera una respuesta satisfactoria.