viernes, 13 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 30





Pedro recorrió arriba y abajo la cocina. ¿Habría conseguido llegar Paula al taxi antes de que entrara su padre? Tuvo la respuesta en cuanto Roberto entró en el apartamento.


–Me he encontrado con la señorita Chaves abajo –le dijo quitándose lentamente el abrigo.


–Ah, sí –contestó Pedro sin querer ofrecer ningún detalle de la historia por si no coincidía con la de Paula –. Papá, siéntate, por favor –en aquel instante recibió un mensaje de texto.


Miró el móvil para leer el mensaje de Paula. 


«No podemos hacer esto. No está bien».


Pedro contestó: «No te pongas nerviosa».


–La señorita Chaves es muy trabajadora –su padre tomó asiento en un taburete–. Solo estaré un momento, Pedro. He venido porque quería decirte en persona lo contento que estoy con tu aparición de anoche. He recibido varias llamadas favorables de los miembros de junta. Están muy impresionados. Yo también. Estuviste perfecto.


Cada palabra de halago de su padre hacía sentir a Pedro más turbado. Ahora entendía de primera mano por qué Paula se encontraba tan incómoda. ¿Y si le contaba de pronto a su padre que Paula y él tenían una relación? ¿Cómo se lo tomaría? ¿Se sentiría decepcionado? ¿Le acusaría de volver otra vez a las andadas?


La respuesta no importaba. Paula se pondría furiosa. Si quería tener alguna posibilidad de seguir con ella, no podía poner en peligro todo el trabajo que había hecho.


Si se tratara del prestigio profesional de Pedro, podría verse tentado a arrojarlo todo por la borda con tal de poder estar cada noche con Paula.


Cuando su padre se fue y pudo responder mejor al mensaje que ella le había mandado, se preguntó si habría conseguido calmarla con su último mensaje: «Todo está bien. Voy a tu oficina».


La respuesta de Paula fue demasiado rápida: «No, por favor. Eso solo empeoraría las cosas».


Pedro le envió un mensaje a su asistente para que retrasara sus reuniones matinales. Luego dejó el móvil bocabajo en la encimera de la cocina. No iba a entablar una conversación con Paula por mensaje como si fueran unos adolescentes. 


Tenía que verla. Cuando la tuviera entre sus brazos, todo estaría bien.


Se duchó rápidamente y una vez abajo le pidió a su chófer que le llevara a la oficina de Paula lo más rápidamente
posible. Cada semáforo en rojo con el que se topaban suponía una tortura. El teléfono de Pedro no paraba de sonar, pero no podía concentrarse en el trabajo y finalmente tuvo que silenciarlo. Los negocios tendrían que esperar. 


Nada era más importante que ver a Paula.


Prácticamente saltó del coche cuando llegaron al edificio de su oficina. El ascensor estaba fuera de servicio y subió las escaleras de dos en dos hasta llegar al octavo piso. Abrió la puerta de Relaciones Públicas Chaves, la oficina estaba aterradoramente silenciosa.


–¿Pau? ¿Estás aquí? –Pedro se atusó la corbata y la chaqueta del traje, cruzó la zona de recepción y se dirigió a su despacho. Asomó la cabeza al doblar la esquina. La puerta estaba abierta.


Escuchó unos sollozos.


Oh, no. Estaba llorando. Se aclaró la garganta sonoramente para no asustarla.


–¿Pau?


Ella se asomó a la puerta del despacho. Tenía las mejillas rojas y manchadas de lágrimas, pero estaba tan bella como siempre.


Pedro, te dije que no vinieras. No quiero hablar de ello. Vete, por favor. No podemos hacer esto. Yo no quiero
hacerlo. No está bien.


–Mi padre no sabe nada ni lo sospecha, Pau. Todo está bien.


Ella se pasó los delicados dedos por la rubia melena y apoyó el hombro contra la pared, como si le costara trabajo mantenerse de pie.


–Para ti es muy fácil decirlo. Tú no tienes tanto que perder como yo. No se trata solo de mi negocio o de mi profesión. Se trata de mi vida entera. Mi identidad está ligada a esta estúpida oficina que no puedo permitirme. Toda mi vida gira en torno a mantener las luces encendidas y seguir adelante. No tengo nada más. No puedo permitirme cometer un error.


Pedro sintió una punzada en el pecho.


Odiaba la palabra «error».


–¿Crees que lo de anoche fue un error?


–Si me despiden del trabajo más importante de toda mi carrera, entonces sí.


La cabeza a Pedro le daba vueltas, le costaba trabajo creer que Paula fuera a estar tan mal si la despedían. Tenía que haber otra manera.


–¿Y si te pago yo los honorarios que mi padre te prometió? O déjame comprarte la oficina –se acercó un poco más a ella. Quería tocarla, pero notaba la impenetrable fortaleza que había construido a su alrededor.


–¿Crees que quiero tu dinero? ¿Que quiero que me rescates? Tengo que hacer esto por mí misma. He estado sola desde los dieciocho años. No sé hacerlo de otro modo. Y no olvides que todo el mundo sabe que he estado trabajando en este proyecto. Mis futuros clientes me preguntarán al respecto, y querrán saber qué tiene que decir Roberto Alfonso sobre el trabajo que hice. Si les cuenta
que tuvo que despedirme porque me acosté con su hijo, estoy acabada. No habrá vuelta atrás para mí.


–Si yo superé mi escándalo, tú podrás salir de esto.


–Nuestras situaciones no son iguales. Tú eres Pedro Alfonso. Tu familia representa el sueño americano, eres un hombre inteligente, guapo y hecho a sí mismo. La gente te adora. Yo solo tuve que mostrarles lo bueno que hay en ti.
Yo no soy nadie, Pedro. Si esto sale a la luz me convertiré en una nota a pie de página, y no puedo permitírmelo. No puedo volver a Virginia con la cabeza baja por la vergüenza y decirle a mi padre que él tenía razón, que fue un error venir a Nueva York y pensar que podía dirigir mi propia firma de relaciones públicas. Creo que no entiendes las repercusiones.


Pedro entendía de dónde procedía, pero eso no cambiaba el hecho de que él quisiera tenerla en su vida.


–Escucho todo lo que dices, pero darle una oportunidad a lo que tenemos es más importante que todo eso. Creo que esto va más allá de tu trabajo o de mi familia.


Paula adquirió una expresión de total confusión.


–No sé de qué estás hablando. No hay nada más.


Pedro se atrevió a acercarse un poco más y le agarró el codo. En cuanto la tocó, sintió cuánto se había cerrado a él.


–Piensa en por qué estás en esta situación. Tu ex. Él es la razón por la que te ves así con tus finanzas, pero también creo que es la razón por la que te da tanto miedo dejar que alguien entre en tu vida.


Paula le deslizó la mirada por el rostro.


–No. Te equivocas. De eso hace más de un año, y he conseguido salir adelante sin él.


Pedro asintió y se dio cuenta de que aquella revelación en particular le resultaba conflictiva a Paula. Él sabía
cómo se sentía.


–Me importas, Pau. Mucho. Sé lo que es que te hagan daño. A todos nos han hecho daño. Tal vez no haya pasado exactamente por lo mismo que tú, pero te entiendo. Y sé que entre nosotros podría haber algo de verdad si me dejaras pasar –la miró a los ojos.


Paula necesitaba tiempo. Podía verlo.


Y por mucho que le costara dárselo, tenía que hacerlo.


–Quiero que pienses en ello. Quiero que pienses en lo que significa de verdad.


Paula aspiró con fuerza el aire.


–No se trata de lo que tú quieres, Pedro. Se trata también de lo que yo quiero.


–Entonces dime qué quieres.


–¿Ahora mismo? Quiero que te vayas, que sigas con tu vida y me prometas que no volverás a pensar en mí cuando la
gala haya terminado.


Pedro sintió como si le hubieran dado un mazazo en el corazón. Aquellas no eran las palabras de una mujer que
estaba dispuesta a pensar en todo lo que él le acababa de decir.


–Puedo prometer muchas cosas, pero eso no. No después de anoche.


–Bueno, pues tendrás que intentarlo, porque yo tengo un trabajo que hacer.







jueves, 12 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 29







Paula se despertó sintiendo como si flotara en un sueño. 


¿Había sucedido de verdad lo de la noche anterior? El sol
de la mañana se filtraba a través de las ventanas del dormitorio de Pedro.


Paula se subió la sábana al pecho. La sábana de Pedro. La cama de Pedro.


Se escuchó el inconfundible sonido de unas patas en el suelo de madera y Moro apareció por la puerta. En cuanto la vio, se acercó a ella.


–Buenos días, amigo –Paula se puso de lado para mirarle.


El perro bajó la cabeza para que le acariciara detrás de las orejas, y ella así lo hizo.


–Menuda pareja hacéis –dijo Pedro a su espalda.


Paula miró atrás, atraída por su tono de voz soñoliento. Se quedó sin respiración al verlo con aquellos pantalones de pijama grises y sin camisa. Llevaba dos tazas de café en la mano.


–Buenos días –Paula no pudo evitar sonreír al verlo tan sexy.


Pedro apoyó la rodilla en la cama y se inclinó para darle un beso en la frente.


–Buenos días, preciosa –le pasó una taza–. Leche y una de azúcar, ¿verdad?


Ella asintió sin dar crédito a que se acordara.


Sopló suavemente el café y le dio un sorbito. Se sentía bien, pero algo turbada. La noche anterior había sido absolutamente maravillosa, le había encantado rendirse por fin a él, pero no cabía duda de que se había tratado de un momento de debilidad.


Lo que más le preocupaba era el contrato que tenía con su padre. Había hecho un pacto consigo misma para honrar aquel acuerdo, y lo había roto.


Odiaba tener que poner excusas, pero era la única manera de lidiar con lo que había hecho.


–Ojalá pudiéramos pasar la mañana en la cama –Pedro dejó la taza de café en la mesilla y se metió bajo las sábanas con ella–. Pero tengo una tonelada de reuniones que empiezan a las nueve.


–Reuniones –a Paula le latió el corazón con fuerza–. Oh, Dios mío, ¿qué hora es?


–Poco más de las siete. No me digas que llegas tarde a algo, es muy temprano.


–Yo también tengo una reunión a las nueve en punto. Pero tengo que llegar a mi apartamento, ducharme, cambiarme y luego ir a la oficina y preparar café. Si no me voy ahora mismo no llegaré – Paula apartó las sábanas y se dio cuenta al instante de que estaba desnuda.


Agarró una almohada y se cubrió el cuerpo, escudriñando el suelo en busca de las braguitas y el sujetador.


–Es un poco tarde para el recato, Suero de Leche. No queda en tu cuerpo un solo centímetro que no haya explorado anoche.


–¿Puedes, por favor, ayudarme a encontrar mi ropa interior?


Pedro buscó en su lado de la cama y sacó las prendas.


–¿No me puedo quedar esto de recuerdo?


Ella se las quitó de la mano.


–Muy gracioso –se sujetó la almohada en el pecho con la barbilla y agarró la ropa interior. No sabía muy bien por qué
no quería que Pedro la viera desnuda ahora. Tal vez se sentía culpable–. Tengo que encontrar mi vestido.


Dejó a un lado la almohada y corrió al salón. Pedro la siguió. 


Ver el vestido y los zapatos tirados en el suelo hizo que
recordara todo de golpe, el calor de su mano en la espalda desnuda, sus besos, el glorioso modo en que la había
llenado.


–Espera un momento –le pidió Pedro mientras ella trataba de ponerse el vestido–. Por el amor de Dios, deja que te ayude con la cremallera. Dime qué te pasa. Sé que tienes miedo, y necesito saber por qué. No creo que sea por esa reunión.


Al escuchar su voz, el cuerpo de Paula solo quería estar desnudo junto al suyo todo el día, sobre todo cuando el cálido aliento de Pedro le acariciaba la oreja. Pero su cerebro estaba a la defensiva.


–Yo… –Paula aspiró con fuerza el aire.


–¿Tú qué? ¿Estás preocupada? ¿Crees que lo que hicimos anoche no está bien?


Ella exhaló.


–Sí –no había nada más que decir.


Pedro la giró y la estrechó entre sus brazos.


–Lo entiendo –murmuró acariciándole la espalda en gesto tranquilizador–. Escucha, los dos sabemos que esta no es
la situación ideal, pero no tenemos nada de qué avergonzarnos. Yo te deseo, tú me deseas. Es así de simple.


–Pero tu padre… El contrato…


Pedro la estrechó todavía con más fuerza entre sus brazos.


–No te preocupes por mi padre. No se va a enterar –la besó en la frente–. Y ahora déjame que te acompañe abajo a
tomar un taxi para que no llegues tarde a tu reunión.


Paula negó con la cabeza.


–¿Y si hay alguien en la puerta del edificio? ¿Fotógrafos?


–Llamaré al portal para asegurarme de que no hay moros en la costa. Los porteros son muy profesionales.


–Tú llama, pero bajaré yo sola. Es más seguro así –el estómago le dio un vuelco. No le gustaba la idea de tener que andar escabulléndose.


–¿Qué clase de caballero sería yo si no te acompaño abajo? Te diré lo que haremos. Te acompañaré hasta el vestíbulo. Y no acepto un no por respuesta.


Paula recogió sus cosas mientras Pedro hacía la llamada. 


Luego él se puso una sudadera y unas zapatillas de deporte sin atarse los cordones. Se metieron en el ascensor sin hablar, pero Pedro le tomó la mano y se la acarició suavemente con el pulgar.


A Paula le daba vueltas la cabeza.


¿Qué estaban haciendo? ¿Esto era cosa de una noche? 


Eran preguntas que necesitaban respuestas, pero no había
tiempo, al menos aquella mañana. Y en cualquier caso, Pedro tenía que continuar la farsa con Julia al menos
hasta la gala.


No había nada en aquella situación que presagiara una relación auténtica y duradera. Ya veía a sus hijos preguntándoles cómo se habían conocido: «Bueno, papá tenía una novia falsa porque mamá le dijo que eso le serviría para obtener buena publicidad, y tu abuelo no quería ni que nos acercáramos, así que papá y mamá
cayeron en la tentación, tuvieron una aventura secreta y tórrida y mintieron a todo el mundo».


El móvil de Pedro emitió un sonido y se lo sacó del bolsillo de la sudadera.


Sonrió mirando la pantalla.


–Es mi padre, me felicita por Midnight Hour.


Las puertas del ascensor se abrieron.


–Estuviste increíble –dijo saliendo al vestíbulo mientras Pedro sostenía las puertas–. Estoy segura de que hoy vas a recibir muchas felicitaciones.


El teléfono de Pedro volvió a emitir un sonido. Esta vez no sonrió al leer el mensaje. Se quedó pálido.


–Eh, Carl –le gritó al portero con tono de pánico–. Consíguele un taxi a la señorita Chaves ahora mismo.


–¿Qué ocurre? –preguntó Paula angustiada.


–Tienes que irte –le espetó Pedro pulsando el botón del ascensor–. Mi padre viene de camino.


Las puertas se cerraron.


«Oh, Dios mío, no». El portero sacórápidamente a Paula fuera, pero fue demasiado tarde. Estuvo a punto de
tropezarse con Roberto Alfonso.


–Hola, señorita Chaves –dijo Roberto mirando a través de la puerta de cristal hacia el vestíbulo del edificio de Pedro–. ¿Estaba usted reunida con Pedro?


–Eh… sí. Sí, señor –se sintió fatal–. Ha habido una gran respuesta a la entrevista de anoche. Solo quería asegurarme de sacarle el mayor partido. Asegurarme de que todos los medios hablen de ello. Pedro y yo estábamos repasando algunas cosas.


«Deja de hablar. Estás cavando tu propia tumba».


–Eso es lo que me gusta de usted, señorita Chaves. Siempre pensando, siempre trabajando duro sin dejar pasar
ninguna oportunidad.


Ahora Paula se sintió mil veces peor.


–Gracias, señor.


El portero consiguió por fin parar un taxi y le hizo una señal a Paula.


Ella estaba desesperada por escapar de allí.


–Tengo que irme, señor. Me espera una reunión en la oficina.


–Claro, claro –asintió Roberto–. Que tenga un buen día.