sábado, 26 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 4




Después de veinte minutos en silencio entraron en la ciudad de Victoria. Tomaron un desvió saliendo de la ciudad y cuando pasaron cerca del coche del sheriff, Pedro se detuvo a su lado provocando que Paula se tensara.


— ¿Qué tal Pedro? — preguntó un hombre de uniforme saliendo del coche y acercándose a la ventanilla.


—Ryan, ella es Paula. — dijo mirándolo muy serio.


El sheriff la miró a través de sus gafas de espejo— Quítate la gorra.


Muy nerviosa lo hizo, dejando caer sus rizos rojos sobre su hombro. El sheriff levantó ambas cejas y miró a Pedro, que le observaba con los ojos entrecerrados. El hombre carraspeó y se quitó las gafas mirándola otra vez con sus ojos marrones. Sonrió amablemente — Bienvenida a Victoria,Paula.


—Gracias, sheriff. — respondió aliviada sonriendo radiante —Tienen una ciudad preciosa.


Pedro la miró como si quisiera matarla y el sheriff sonrió apoyando los brazos en la ventanilla abierta— Quizás le apetezca darse una vuelta por aquí el sábado. Tenemos feria de ganado y habrá fiesta por la noche.


Miró a Pedro que apretó los labios — Todavía no sé si podré hacerlo. Pero gracias.


—¿Si viene, me promete un baile?


—Ryan, ¿qué coño te pasa? — preguntó Pedro mirándolo como si fuera imbécil.


El sheriff se sonrojó y a Paula le dio pena, así que miró a Pedro entrecerrando los ojos— ¡Sólo quiere ser amable!


—Cierra el pico, Paula. —miró al sheriff— ¿Me avisarás si ves algo raro?


—Claro. Todo en orden. He dado aviso a los chicos para los coches de fuera.


—Llámame si te enteras de algo. —dijo arrancando la camioneta. El sheriff se llevó una mano al sombrero despidiéndose de ella, que sonrió en respuesta.


Cuando continuaron su camino, miró a Pedro con los ojos entrecerrados— Has sido muy grosero.


—Siempre soy así. No se va a sorprender


La indiferencia de su voz la pasmó —Pues tienes que ser amable. ¡Es importante llevarse bien con la comunidad!


—¿Qué sabrás tú de comunidad, si vivías en Nueva York?


—Vivía en Brooklyn y conocía a todos mis vecinos.


—Si me necesitan, saben que me tienen. — la miró como si estuviera mal de la cabeza— Ahora deja de darme la paliza, ¿quieres? Tengo mucho en qué pensar.


—Como si tu conversación fuera interesante.


La traspasó con sus ojos azules— Hace unos minutos te interesaba mucho lo que te decía.


Se puso como un tomate y para disimular, enrolló sus rizos metiéndoselos bajo la gorra, que se colocó a toda prisa. 


Aquel hombre tenía un carácter terrible.


Entraron en un camino de tierra e interesada miró a su alrededor. Era de ciudad. Lo que sabía de ranchos, era lo que había visto en la tele y lo miraba todo alucinada. Cuando vio un vaquero a caballo, se adelantó emocionada. La camioneta seguía su camino y el vaquero que observaba encima de una loma, no se movía del sitio mirando el horizonte. Parecía un anuncio de la tele. Se le quedó mirando embobada, llegando su mirada hasta Pedro, que la observaba mirándola como si fuera idiota —¿Qué? ¡Nunca había visto un vaquero!


—Pues te vas a hartar.


Cuando llegaron a lo alto de la pequeña colina, vieron una casa de madera de buen tamaño. Necesitaba una buena mano de pintura y una de las mosquiteras de una de las ventanas estaba desprendida. Se notaba que nadie se ocupaba de la casa. Incluso el porche de madera no se barría desde hacía mucho y puso cara de asco cuando vio que uno de los perros hacía pis en allí mismo.


—Bienvenida al rancho Alfonso. — dijo con ironía al ver su cara.


Se bajó a toda prisa de la camioneta y ella tiró de la palanca sin poder apartar la vista de la casa. Sólo necesitaba un poco de cariño, pensó para sí misma imaginando cómo quedarían aquellas contraventanas pintadas de rojo. Sonrió bajando del vehículo, cuando se abrió la puerta principal chirriando como en las películas y poniéndole la piel de gallina. Un hombre de unos sesenta años con la camisa sucia y abierta, mostrando una camiseta que debía ser blanca, pero que estaba llena de manchas, salió sonriendo bajo su barba de seis días.


— Ya habéis llegado— se quitó la gorra que llevaba, mostrando su pelo cano en las sienes. Sus ojos azules miraron a Paula, que se sonrojó algo incómoda por colarse en su casa.


— Bienvenida. — dijo afable acercándose.


—Ella es Paula. — dijo Pedro bajando la maleta. A toda prisa la metió en la casa mientras Paula y el hombre se miraban.


Él bajó los tres escalones y extendió la mano— Me llamo Armando Alfonso.


—Paula Chaves. Gracias por acogerme.


El hombre sonrió— Cuando mi hijo me comentó el problema, no podía negarme a rescatar a una damisela en apuros. — se puso la gorra y miró hacia la casa— Además nos vendrán bien dos manos más.


—Será un placer ayudar.


—Ven, estarás agotada y necesitas descansar. Además, agradecerás un té helado, ¿verdad?


Sonrió porque era precisamente lo que necesitaba. Le siguió subiendo las escaleras del porche e hizo una mueca al ver una cucaracha muerta al lado de uno de los perros, que estaba tumbado durmiendo la siesta. Ni se molestó en olfatearla. Menudo perro guardián.


Armando abrió la puerta y la dejó pasar como todo un caballero. En cuanto entró, miró horrorizada a su alrededor. 


¡Allí no se limpiaba desde hacía años! Todo estaba lleno de polvo y varias prendas de ropa estaban sobre los sofás. Giró la cabeza hacia la cocina que estaba a su izquierda. Era grande y abierta hacia el salón, que también era el comedor. 


La estancia era enorme, pero al ver las moscas sobre los cacharros del fregadero, tomó aire pensando en dónde se había metido. No había visto una cocina así en la vida. ¡Por Dios, era chef! ¡Las cocinas eran sagradas!


Armando la miró de reojo y ella forzó una sonrisa— ¿La asistenta está de vacaciones? — preguntó intentando hacer una broma.


—Mi esposa murió hace cuatro años y desde entonces han pasado por aquí tres mujeres. — se encogió de hombros quitándose la gorra y rascándose la cabeza— Pero no sé qué pasa, que no nos duran mucho.


Sorprendida le miró— ¿Y eso?


Se sonrojó ligeramente— Es que Pedro se resiste…


—¿Se resiste a qué? — preguntó intrigada.


—¿A qué va a ser, muchacha? A casarse con alguna.


Le miró con la boca abierta— ¿Buscaban marido?


Armando sonrió orgulloso—Es que mi chico es muy buen partido. Encontrarlas no es problema, pero después se ponen pesadas y Pedro aguanta y aguanta, hasta que explota y se van.


—Entiendo. — dijo sin entender nada. Estaba claro que estaba buenísimo, pero con su carácter seguramente las chicas se habían ido para no aguantarle.


Pedro apareció de la parte de atrás de la casa— La maleta está en tu habitación. Hay cinco, así que no te será difícil encontrarla. — dijo irónico saliendo de la casa a toda prisa.


—Tiene un toro enfermo. — dijo Armando justificándole.


—Claro. — sonrió mirando a su alrededor y puso los brazos en jarras— Bueno, ¿dónde está ese té helado?


Armando fue hasta la nevera y sacó una jarra. La cara de horror de Paula al ver una mosca flotando en ella, le hizo entrecerrar sus ojos azules — Será mejor que tomes un refresco.


Paula forzó una sonrisa— Sí. Un refresco me vendrá de perlas.


Armando sacó una lata de coca cola y ella la cogió antes de que cogiera un vaso, que seguramente no se había lavado en un mes — Gracias. —disimuladamente limpió la parte de arriba con la camiseta antes de abrirla. Después de beber le miró sintiéndose mucho mejor. — ¿Tú no vas a ver al toro?


—Estoy esperando un camión de pienso.


“Pues mientras esperaba, podía haberse puesto a limpiar”, pensó ella irónica viendo que una de las cortinas se sostenía sola por la mierda que tenía. Bueno, no merecía la pena lamentarse. Cuanto antes empezara, mucho mejor.


Dejó la lata de refresco sobre la mesa de la cocina, plagada de periódicos. Aquel debía ser el punto de lectura de la casa. 


Empezó a recoger todos los periódicos, excepto el que estaba abierto y los llevó hasta el porche donde los tiró al suelo. Armando se quedó con la boca abierta viéndola ir recogiendo la ropa que estaba por allí tirada, colocándola en un montón. También fue quitando las cortinas de todas las ventanas que encontraba y una manta hecha de ganchillo con vivos colores, que estaba sobre el sofá. También había una almohada. Seguro que allí alguien se echaba la siesta


Todo lo puso en un montón y eso no le llevo más de diez minutos. Miró a Armando levantando la ceja— ¿La lavadora?


Armando con el brazo señaló la parte de atrás y ella cogió toda la ropa que podía. Olía fatal. Fue por el pasillo que él le había indicado y de la que pasaba, vio varias puertas abiertas. Las habitaciones estaban todavía peor que el salón. Parecía que había pasado por allí un huracán. Sólo la habitación donde vio la maleta, estaba con la cama hecha, aunque todo lo demás estaba hecho un asco. El polvo de los muebles era visible desde allí.


Continuó su camino hacia la parte de atrás y encontró la lavadora en un cuarto lleno de trastos. Se notaba que no la usaban. Se puso a sacar cosas como botas y una caña de pescar que estaba encima, preguntándose si funcionaría por la falta de uso. ¡Dios esperaba que sí! ¡Si tenía que lavar todo aquello a mano, tardaría una eternidad!


Metió los vaqueros primero, pues suponía que era lo que más usaban. Puso el programa de lavado más fuerte que encontró y echó el detergente sobre la ropa antes de cerrar la tapa. Cuando pulsó el botón y escuchó como empezaba a vibrar, suspiró de alivio. Sonriendo decidida, volvió al salón donde Armando se estaba comiendo un sándwich.


—¿Qué comes? —preguntó horrorizada.


—Un sándwich de pavo.


Se acercó a toda prisa a ver que sólo tenía el pan de sándwich y el pavo. Afortunadamente acababa de abrir el paquete, pero al ver el cuchillo que había utilizado para abrirlo casi le da un infarto. Aquello debía tener todos los gérmenes del mundo. Con curiosidad abrió la nevera y la volvió a cerrar al ver la rejilla negra. Armando entrecerró los ojos— No serás de esas a las que todo le parece mal, ¿verdad?


Se sonrojó porque le había ofendido, pero ese hombre necesitaba un golpe de realidad— ¿No te das cuenta que podéis poneros enfermos con tanta suciedad?


—No está tan sucio. Ha estado peor.


Gimió porque no quería ni imaginárselo —Trabajamos todo el día fuera y no tenemos energías para hacer las cosas de casa. Pedro lo intenta, pero no puede estar a todo.


Apretó los labios entendiendo. Aquellos hombres necesitaban ayuda y ya que estaba allí, ella iba a ayudarles en todo lo que pudiera. Sonrió provocando una sonrisa en su anfitrión antes de morder el sándwich— Entonces es una suerte que yo esté aquí. La casa estará como nueva en un periquete.


—Con que tengamos cena. — la indiferencia de su voz le hizo hacer una mueca.


—Eso seguro.


—Entonces por mí perfecto. —dijo terminando el sándwich y levantándose— Te veo luego, voy a ir al granero a supervisar la colocación del pienso que estará al llegar. Si necesitas algo pega un grito y vendrán diez peones.


—Gracias, Armando.


—Descansa. Estarás agotada.


¿Descansar? ¿Con todo lo que había que hacer?


Buscó todo lo que necesitaba. No había guantes y ni estropajo. Tampoco lejía. Decidió hacer una lista de todo lo que pudiera necesitar. Miró la nevera. Para ello también tenía que revisar la comida. Gimió al ir hacia ella y abrirla con cara de asco. La mitad de la comida eran restos que estaban para tirar y lo que pudo salvar, fue el queso y unos huevos. Aunque no tenía ni idea de cuándo eran los huevos.


Limpió el frigorífico con lo que tenía, que era un paño de cocina y agua del grifo. Cuando terminó pensó que al menos para la cena podría hacer una tortilla de queso. Después se mordió el labio inferior pensando que un hombre como Pedro, que trabaja todo el día, no podía cenar sólo eso. 


Abrió el congelador y sonrió al ver varios filetes congelados. 


Los sacó colocándolos sobre un plato, al que puso otro encima para que las moscas no se cebaran. Entonces empezó a fregar los platos. No había lavavajillas, pero no le extrañaba, ya que no había ni estropajo. Hizo lo que pudo, pero necesitaba productos de limpieza. Con el trapo húmedo empezó a limpiar todas las superficies del salón. El paño terminó negro y tuvo que lavarlo varias veces. Encontró la escoba en el cuarto de la lavadora y casi grita de alegría al ver una aspiradora de los años cincuenta. ¿Funcionaría?


Deseando probarla la sacó del estante donde la tenían olvidada. Estaba llena de polvo, pero en ese momento a Paula era lo que menos le importaba. Emocionada por probar esa aspiradora. cogió el enchufe y la enchufó. Oyó un ploff en la casa y frunció el ceño al ver que la aspiradora no funcionaba al darle al botón.


—Vaya. — dijo decepcionada sacándola al porche donde estaba colocando la basura.


Al salir abrió los ojos como platos al ver que los perros habían destrozado los periódicos, dejándolo todo lleno de papelitos por todas partes — ¡Mierda, mierda! — gritó entrando en casa para coger la escoba. Al salir con la escoba en la mano, miró a los perros con el ceño fruncido— ¡Os habéis portado muy mal! — dijo muy seria a los chuchos tumbados, que únicamente levantaron la cabeza para mirarla antes de ignorarla de nuevo— Grrr... —gruñó ella antes de empezar a barrer. Ya que estaba, barrió todo el porche que rodeaba la casa y cuando terminó, metió toda la basura en una bolsa vacía de pienso que estaba en el cuarto de la lavadora, porque por supuesto no había bolsas de basura. 


Aquella casa era un desastre. Fue a ver cómo iba la lavadora, pero aquel chisme parecía apagado. Se acercó lentamente y abrió la tapa superior para ver allí los vaqueros mojados— Mierda, ¿y ahora qué pasa?


Se subió a ella para comprobar que por detrás estaba enchufada y entonces pensó en la aspiradora. Abrió los ojos como platos y saltó de la lavadora para encender la luz— Vaya. Me he cargado los plomos. —dijo mirando la bombilla que no se encendía — Genial, a Pedro le va a encantar.


Entonces pensó que no tenía por qué enterarse, así que salió fuera y miró a su alrededor. A la derecha había lo que parecía un granero enorme pintado de rojo oxido y a su lado había otro edificio, que ella supuso que sería el establo.


— ¡Eh! ¿Hay alguien ahí? — gritó a pleno pulmón.


No salió nadie— Grita y vendrán a ayudarte diez peones. — dijo ella entre dientes— Menudos guardaespaldas que tengo. Puede venir toda la familia Falconi, que aquí no se enteraría nadie. —miró a los perros y uno de ellos pareció asentir.


Exasperada entró en la casa y buscó los plomos. Hasta que descubrió que había sótano pasaron unos cuarenta minutos, porque no había visto la puerta cubierta de abrigos metidos en un armario. Aquello estaba oscuro como la boca del lobo y se estremeció al pensar en lo que habría allí.


—Devorada por las ratas en un rancho de Texas… no se supo más de ella. — susurró metiendo la cabeza dentro. 


Gritó asustada cuando algo le tocó la cara y salió moviendo las manos al darse cuenta que era una telaraña —Tranquila, Paula. —dijo apartando un rizo pelirrojo de la mejilla. Tomó aire y pensó— Tiene que haber una linterna en algún sitio.


Pues no, no la había en ningún cajón de la cocina. Con el orden que había en esa casa, seguro que estaba en una caja de zapatos, metida en uno de los armarios de los chicos. Por suerte al buscarla, encontró un estropajo y eso le alegró el día. También encontró una vela a la mitad, pero no encontró un maldito mechero. Frustrada volvió a salir y gritó


— Maldita sea, ¿es que no hay nadie?


Un hombre que parecía que tenía noventa años, vestido con un peto vaquero, salió del establo — ¿Quiere algo?


Ella sonrió —¡No hay luz!


El hombre sin responderle se dio la vuelta entrando en el establo. Esperó a que el hombre volviera y frunció el ceño cuando cinco minutos después no había vuelto a salir.


Miró a los perros— Vendrá, ¿no?


Para su sorpresa en ese momento los dos perros se levantaron y salieron del porche ignorándola— No te hace caso nadie. Debes imponerte, Paula. — dijo decidida bajando los escalones y caminando hacia el establo.


Cuando entró, entrecerró los ojos por la falta de luz y vio al hombre cepillando un caballo precioso, negro con un pelo muy brillante— Perdone.


El hombre no se volvió y ella se acercó más —Perdone, pero no tengo luz.


—Ya me lo ha dicho— dijo sin mirarla.


—¿Tendrá una linterna para ver los plomos?


El hombre con el pelo totalmente blanco la miró y Paula pudo ver que tenía la cara llena de arrugas— Claro. Allí tienes una lámpara.


¿Una lámpara? ¡Necesitaba una linterna! Miró hacia el final del establo y caminó hasta allí. Había estanterías con todo tipo de cosas y ella buscó lo que necesitaba. Abrió los ojos como platos al ver una lámpara. ¡Una lámpara de aceite como las de las películas! La cogió por el asa levantándola. 


Aquello debería estar en un museo, ¿no? No tenía ni idea de que todavía existían esas cosas. Miró al hombre sobre su hombro, que seguía cepillando al caballo— Perdone, ¿pero esto cómo funciona?


La miró como si estuviera viendo un extraterrestre y Paula se sonrojó— Es que nunca he utilizado ninguna.


El hombre se acercó lentamente con el cepillo en la mano y cuando estuvo a su lado escupió en el suelo a su lado sobresaltándola. Estaba claro que ya no estaba en Seattle. 


El hombre abrió la puertecita de cristal y cogió la gran caja de cerillas que ella no había visto. Cogió una cerilla y se la mostró— Esto se hace así. — Paula frunció el ceño viendo como colocaba la cerilla en el lateral de la caja y la encendía mirándola como si fuera retrasada —Y ahora la enciendes. —metió la cerilla por la puerta de cristal encendiendo la lámpara.


Decidió morderse la lengua y darle simplemente las gracias— Por cierto, ¿cómo se llama?


—Me llaman abuelo. Todos me llaman abuelo.


—Pues abuelo, mucho gusto. — dijo alargando la mano. El hombre la miró de arriba abajo— Yo soy Paula.


—¿Te vas a casar con mi nieto?


¡Era el abuelo de Pedro! Paula se fijó en sus ojos azules y pudo ver claramente cómo sería Pedro con noventa años —No, sólo vengo a limpiar.


—Como todas. Pero todas se quieren casar con él.


—Pues yo sólo limpio. —dijo empezando a divertirse con ese hombre. Se acercó a él— ¿Me guarda un secreto?


—Depende— entrecerró los ojos acercándose a ella— ¿Es jugoso?


—Puede. A mí no me gusta su nieto.


—¡Eso no es un secreto, niña! ¡Eso es mentira!


Paula se echó a reír divertida y le guiñó un ojo antes de ir hacia la puerta— Tengo mucho que hacer para amoríos.


—¡Le pedirás matrimonio antes de un mes!


Se volvió sorprendida— ¿Le han pedido matrimonio?


—¡Las que trabajaron aquí, le dijeron que no limpiarían más sin la alianza en el dedo! ¡Qué estaban hartas de cuidar a dos viejos!


—Menudas zorras. — dijo para sí Paula asombrada.


El abuelo sonrió y le guiñó un ojo antes de coger el cepillo para seguir cepillando al caballo.


—Le veo luego, abuelo.


—Quiero sopa.


Sonrió saliendo del establo. Así que no sólo eran dos hombres, sino tres. Aunque realmente nadie le había dicho cuántos vivían allí. Decidió averiguarlo antes de hacer la cena, no fuera a ser que se quedara corta. Sólo tenía tres filetes descongelados. Fue hasta las habitaciones y para su alivio sólo tres tenían ropa en el armario. Resuelta volvió al congelador y sacó otro filete. Quedaban tres horas para las seis, así que supuso que le daría tiempo.











REFUGIO: CAPITULO 3




No había un autobús directo hacia Houston Texas, así que tuvo que coger hasta siete autobuses y tardó tres malditos días en llegar, después de aguantar la cháchara de varios compañeros de viaje. Daba igual que ella prácticamente no contestara. Hablaban solos.


Agotada y sudorosa, llegó cuando estaba amaneciendo y en la estación se tomó un café. Iba a marcar el número con el móvil, cuando decidió deshacerse de él. Lo desconectó y le quitó la tarjeta, destrozándola antes de romper el móvil y tirar la batería aparte. Un hombre que estaba a su lado, la miró como si estuviera chiflada y Paula disimuló sonrojándose— Me ha dejado el novio.


—Pues debe ser gilipollas. — dijo mirándola con admiración.


Apretó los labios y se levantó tirando de su maleta hasta los teléfonos de monedas. Juró por lo bajo cuando probó dos que no funcionaban y otro tenía el cordón roto.


—Ahora casi no se usan. —dijo una limpiadora que pasaba ante ella con una mopa gigante.


—Estupendo. — dijo pasándose la mano por los ojos de frustración. Cuando levantó la vista, vio un móvil ante ella y miró a la mujer que le sonreía— Venga, llama.


—Muchas gracias. — dijo emocionada. Marcó el número rápidamente y tardaron varios tonos en responder.


—Alfonso.


—Me han dicho que le llame cuando llegue.


—¿Has llegado?


—Estoy aquí.


—Tardaré un par de horas en llegar. ¿Cómo eres? —preguntó el hombre con una voz profunda que le dio algo de miedo.


—Tengo una maleta azul y soy pelirroja.


—Dos horas. —dijo antes de colgar.


Sonrió a la mujer— Vengo a trabajar y no me conoce.


—Oh, entonces me alegro todavía más de haberte dejado el móvil. Suerte chica. — dijo empujando la mopa por el suelo.


—Gracias. — sonrió más relajada y miró a su alrededor sin saber qué hacer. Entonces vio un cajero y fue hasta allí a toda prisa. Sacó todo el dinero de su cuenta, que no era mucho. Sólo tenía setecientos dólares y con lo que guardaba en el bolsillo, tenía setecientos cincuenta y dos con setenta centavos. Esperaba que a donde la llevaran, pudiera encontrar trabajo pronto. Con el dinero en el bolsillo de su pantalón vaquero, se sentó en un banco a esperar. Tenía hambre, pero no quería que si llegaba ese hombre, no la viera por allí.


Tenía unas ganas de dormir horribles y se quitó la gorra mostrando sus rizos sudorosos. Un hombre la miró desde el banco de al lado y se volvió a colocar la gorra disimuladamente. Al ver que se levantaba, se tensó y le cuando se detuvo ante ella le preguntó— Así que eres de Nueva York, ¿eh?


—No. — dijo sonrojándose por la mentira— Soy de Seattle.


El hombre miró la gorra y arqueó una ceja, antes de alejarse tirando de su maleta. Suspiró de alivio cuando se alejó y se relajó apoyando la espalda en el respaldo del asiento. 


Después de esperar mucho rato, se le empezaron a cerrar los ojos cuando vio unos vaqueros ante ella. Levantó la vista lentamente tensándose y vio una camiseta blanca. Tragó saliva porque le quedaba algo apretada y le marcaba su vientre plano. Siguió subiendo la vista y sus ojos verdes se abrieron como platos al ver a un tío con un sombrero de vaquero, mirándola con el ceño fruncido. Se parecía al del anuncio de desodorante masculino que la volvía loca y pensó cómo estaría sin camiseta, metido en el agua del mar, con ese pelo moreno algo mojado resaltando sus ojos azules.


—Vamos.


Atónita le vio ir hacia la puerta —Perdona. — dijo levantándose de un salto y siguiéndole tirando de su maleta.


Él se volvió chasqueando la lengua, se agachó a coger su maleta y como si no pesara nada, continuó su camino — No, no era eso. —desconfiada se detuvo y él al ver que no lo seguía, hizo lo mismo.


—Vamos. Tengo mucho que hacer.


—¿Cómo sé que eres tú?


Él suspiró mirándola de arriba abajo— Tu primo se llama Gerardo.


—Vale. — dijo sonriendo yendo hacia la puerta y adelantándole. Él levantó una ceja antes de seguirla.


Cuando llegaron al exterior Paula se detuvo porque no sabía dónde ir. El hombre la adelantó sin mirarla y fue hasta una camioneta roja. Le tiró la maleta en la parte posterior de mala manera y rodeó la camioneta, subiéndose detrás del asiento del conductor.


— ¿Subes o no?


—Sí, claro— tiró de la manilla y se subió a su lado.


Él movió el volante para salir al tráfico, cuando frenó en seco, casi empotrándola en el salpicadero. A toda prisa se puso el cinturón y él levantó una ceja antes de salir quemando rueda. Al ver como adelantaba, no tuvo claro si había ido hasta Texas a morir— Perdona, ¿puedes ir más despacio?


—¿Cómo te llamas?


—Paula.


—Bien, Paula… estas son las reglas. En el rancho mando yo.


—¿Rancho? — preguntó con los ojos como platos.


—No saldrás de allí sin mí. —la miró de reojo— ¿Me has entendido?


—Sí. — susurró nerviosa apretando las manos.


—Mientras estés allí, ayudarás en lo que puedas. No es una pensión.


—Lo entiendo. Trabajaré.


—Nada de crear problemas, ¿me oyes?


—Sí.


—Harás lo que yo te mande y nada de lloriquear a Armando, ¿me oyes?


No hacía más que preguntar me oyes como si estuviera sorda y molesta preguntó—¿Quién es Armando?


La miró con desconfianza— Ya le conocerás en cuanto lleguemos.


—Vale. — aquel tipo tomó un desvió y susurró después de varios minutos —Por cierto, ¿cómo te llamas?


—Pedro.


—¿Pedro Alfonso? — preguntó algo extrañada.


—Sí, ¿por?


—Nada. —dijo algo sonrojada— Sólo que suena a jugador de baloncesto o algo así.


Él la miró como si fuera estúpida y se puso como un tomate. 


Decidió mantener la boca cerrada porque no parecía muy hablador. Le miró de reojo— ¿Sabes por qué estoy aquí?


—Sé lo suficiente. Ahora olvídate del tema.


—¿Me sigo llamando con mi nombre antiguo o con el nuevo?


—Usa el que tienes en el permiso de conducir.


—Vale, entonces me llamo…


—Yo te llamaré por tu nombre. Al menos en la finca, de la que no saldrás hasta que se solucione el asunto.


Paula abrió los ojos como platos — ¡Llevo casi dos años en protección de testigos! ¡Pueden pasar siglos!


—No lo creas. —dijo él entre dientes ante de adelantar un camión.


Al ver lo cerca que pasaban del tráiler, apretó el asiento con los dedos, pensando que seguramente no llegarían a su destino— ¿Tienes prisa?


—Me has llamado en el peor momento. —dijo entre dientes —Te esperaba mañana.


—Lo siento. — se quedó callada varios segundos y lo miró de reojo— ¿Ha pasado algo?


—Uno de mis toros tiene un cólico.


Lo miró asombrada —¿Y eso es tan importante como para arriesgar la vida en la carretera? Pensé que tenías la casa ardiendo o algo así.


—Cuando gastes setecientos mil en un toro, me cuentas si es importante o no.


—¿Setecientos mil? — estaba atónita — Hablas de dólares ¿no?


—Dólares americanos. — dijo acelerando.


Se le pusieron los pelos de punta cuando adelantaron a una caravana, que les pitó sobresaltándola. Paula del susto llevo una mano al salpicadero. Él la miró de reojo— ¿Tienes miedo?


—¡Me voy a mear encima! —gritó histérica— ¡Reduce o detente para que pueda bajarme!


—Serás exagerada.


Con alivio vio que reducía ligeramente. Ella sólo esperaba que llegaran cuanto antes, porque entre el cansancio y que Pedro la estaba poniendo de los nervios, estaba al borde de ponerse a gritar como loca. Ya tenía bastante con que intentaran matarla unos mafiosos, como para aguantar aquello. Recordar porque estaba allí, le hizo mirarle de reojo y preguntarse si sabía realmente dónde se había metido. No le parecía justo que se involucrara sin tenerlo todo claro.


Pedro


Él frunció el ceño tensándose y la miró de reojo como si desconfiara de ella — ¿Qué?


—¿Seguro que sabes dónde te estás metiendo? Son muy peligrosos.


—Gerardo me ha informado de todo.


—¿Y por qué me ayudas? Te estás arriesgando mucho.


Él apretó los labios antes de mirarla brevemente apretando el volante— A tu primo le debo mucho. Se está cobrando el favor.


Eso indicaba que él no había querido ayudarla y su primo le había obligado. Se cruzó de brazos mirando la carretera, pensando que era lógico. Nadie en su sano juicio se metería en eso, a no ser que le obligaran. No quería obligar a nadie a que arriesgara la vida por ella, si no estaba dispuesto a ayudarla— Detén la camioneta.


—¿Qué?


—Detente.


—¡No voy a parar! Si tienes que ir al baño, haber ido antes. ¡Has tenido dos horas para mear!


—¡No quiero ir al baño!


La miró como si estuviera mal de la cabeza— ¿Entonces qué pasa?


—¡Para el coche!


Pedro se detuvo en la cuneta y la miró muy cabreado— ¿Qué parte de tengo prisa, no has entendido?


Paula bajó de la furgoneta y fue hasta la parte de atrás para coger la maleta, pero pesaba mucho para sacarla desde abajo. Así que se subió a la rueda, para entrar en la parte de atrás. Pedro bajó de la camioneta, llevándoselo los demonios del cabreo que tenía por el portazo que pego— ¿Qué coño estás haciendo?


Paula tiró la maleta fuera de la camioneta, dejándola caer a la cuneta y Pedro la volvió a subir — ¡No hagas eso!


La volvió a coger para tirarla y Pedro empujando de la maleta se lo impidió— Paula, baja de ahí y sube a la cabina. — dijo mirándola como si quisiera matarla.


Lo miró con sus ojos verdes y no pudo evitar que se reflejaran sus miedos— No quiero que nadie más muera por mi culpa y menos si no quiere ayudarme.


Esas palabras dejaron a Pedro paralizado mirándola y Paula tiró la maleta a la cuneta. Se bajó de la parte de atrás colocando el pie en la rueda, pero antes de bajar Pedro la cogió por la cintura y sujetándola con un brazo alrededor de ella, la llevó hacia la cabina— ¿Qué haces? — gritó sorprendida.


—Cierra la boca. — la metió dentro tirándola sobre el asiento y cerró de un portazo. Iba a salir, cuando escuchó un golpe en la parte de atrás y gimió porque suponía que el ordenador portátil no habría sobrevivido. Rodeó la camioneta por delante, mirándola como si quisiera descuartizarla y se subió detrás del volante, cerrando de un portazo. Esa camioneta no le iba a durar mucho.


—Ahora escúchame bien. ¡No voy a fingir que estoy contento de que estés aquí! —ella iba a decir algo— ¡Pero no porque tenga miedo sino porque tengo mucho trabajo y tú vas a complicar mucho las cosas!


Paula frunció el ceño bajo la visera — ¿En qué sentido?


Pedro la miró de arriba abajo y gruñendo arrancó la camioneta. Se sonrojó por aquella mirada. ¿La consideraba atractiva? ¿Era por eso? Sabía que era algo llamativa con sus rizos rojos y tenía buenos pechos. Además estaba delgada donde debía, así que sí podía considerarse atractiva. Lo que pasaba era que llevaba tres años sin salir con nadie desde que había empezado aquella pesadilla. 


Tenía veintiséis años y sólo se había acostado con dos hombres. Le miró de reojo y sonrió porque entendió lo que estaba pasando. Seguro que pensaba que su esposa se pondría celosa, pero no tenía que preocuparse. Siempre se había llevado bien con todo el mundo y seguro que se hacían amigas. Le miró de reojo sonriendo— No tienes que preocuparte. Me llevaré muy bien con tu mujer y soy una niñera de primera. Cuidé a todos los niños del barrio cuando estaba en el instituto.


Pedro volvió a gruñir apretando el volante sin mirarla —¿No quieres hablar de ello? Soy de la opinión que los problemas hay que hablarlos para evitar complicaciones mayores.


—¿Quieres hablar del problema? — dijo entre dientes.


—Claro. —sonrió de oreja a oreja — Vamos, cuéntame cuál es el problema. Intentaré ayudarte en todo lo posible.


Pedro la miró como si quisiera matarla— El problema es que hace tres meses que no me acuesto con una mujer y desde que te he visto, tengo ganas de arrancarte las bragas y echarte un polvo que te haga gritar de placer. — la mandíbula de Paula cayó hacia su pecho, mientras el corazón palpitaba alocadamente — ¿Crees que puedes ayudarme en eso?


—Mummm— roja como un tomate miró a la carretera sin saber qué decir. Sobre todo porque se moría por experimentar lo que él le había dicho.


Pedro la miró divertido—Vamos Paula, hablemos del asunto. ¿Tú qué opinas?


—Mejor lo dejamos.


—Sí, será lo mejor— dijo él entre dientes.