lunes, 25 de enero de 2016

A TRES PASOS: CAPITULO 1





Paula levantó la caja de cartón del suelo del ascensor, gimiendo por lo que pesaba. Sopló sobre un mechón rubio que le cayó sobre la cara y salió del ascensor caminando rápidamente porque temía que la caja se rompiera. Tenía que haber contratado a una empresa de mudanzas, pero no es que le sobrara el dinero precisamente después de comprar su piso. Cuando llegó a la puerta, dejó la caja al lado de las otras y suspiró agotada. Oyó el clinck del ascensor y miró hacia atrás viendo como las puertas doradas se cerraban.-No, no, no…- echó a correr hasta el ascensor mientras las puertas se cerraban – ¡Mierda!- exclamó cuando se cerraron del todo justo cuando llegó. 


Había dejado dentro cuatro cajas.- mordiéndose el labio inferior, miró con sus ojos azules hacia las luces y se dio cuenta que bajaba al hall. Pulsó el botón impaciente y se estiró sus pantaloncitos cortos negros. –Venga….- el ascensor empezó a subir y sonrió.-Estupendo.


Escuchó que se habría la otra puerta de esa planta y se volvió distraída. Una chica con un top rojo y unos shorts del mismo color salió del piso. – ¡Hasta luego, cariño!- gritó antes de cerrar la puerta sin esperar respuesta. Paula sonrió y dijo mirando a la despampanante morena- Hola.


-Hola- respondió con cara de borde para luego ignorarla y volver a pulsar el botón.


-¿Vives aquí?- preguntó intentando ser amable.


La morena la miró de arriba abajo, desde su coleta pasando por su camiseta de tirantes rosa, hasta llegar a sus deportivas negras. Cuando volvió a subir la mirada, la taladró con sus ojos negros y preguntó- ¿Y a ti qué te importa?


Se sonrojó intensamente y farfulló- No, sino me importa


-¿Entonces para qué preguntas? –la mujer puso los ojos en blanco y volvió a mirar a la puerta- ¿Qué diablos le ocurre a este ascensor?


Justo en ese momento se abrió y esa antipática miró las cajas-Genial.


-¿Puedes sujetar la puerta un momento?


Cogió la primera caja y la sacó del ascensor. Cuando iba a por la siguiente, apretó los labios al ver que no había sujetado la puerta. Esa tía era una desagradable de primera. 


Pobre del novio. Sacó las cajas rápidamente y sonrió forzadamente antes de decir con ironía- Gracias.


La chica volvió a chasquear la lengua justo antes de que se cerraran las puertas del ascensor- Será estúpida.


Dos minutos después estaba metiendo las cajas en el piso, porque prefería ir guardándolas antes de buscar las siguientes a su antiguo piso, cuando llegó el ascensor a la planta y se bajó una pelirroja impresionante con un vestido ajustado verde. –Hola- dijo radiante antes de ir hacia la puerta de al lado.


-Hola- respondió con una sonrisa viéndola llamar a la puerta mientras recogía la última caja.


Desde el interior del piso la voz de un hombre gritó- ¡Está abierto!


La pelirroja soltó una risita antes de entrar diciéndole al hombre- Mi amor, no deberías dejar la puerta abierta. Puede entrar cualquiera.


Paula se quedó con la boca abierta mientras cerraba tras ella. Ese tío debía ser un hacha. En menos de quince minutos había visto salir a una y entrar a otra. Y las dos preciosas. Hizo una mueca entrando en la casa. Su hermano era un ligón pero aquello era demasiado.


Dos horas después llevaba un paragüero y un perchero en las manos, cuando salió del ascensor y casi le mete un brazo del perchero en el ojo a un hombre que entraba en ese momento- Oh , lo siento. –dijo apartando aquel trasto para verle la cara. El hombre la miró con aburrimiento, pero Paula se había quedado demasiado impresionada para que sus neuronas actuaran. Era el hombre más atractivo que había visto en su vida. Era el macizo más impresionante de su triste existencia. ¡Y ella con esas pintas!


-¿Sales del ascensor o me acompañas al hall?- preguntó él observando su paragüero.


-Oh, sí. – Salió del ascensor y él se tuvo que apartar para que no le volviera a golpear con el perchero.- Claro- soltó una risita estúpida que ni ella se creía y le observó entrar. Los vaqueros le sentaban de miedo. Dios mío, que trasero. –Por cierto, soy tu vecina.


El tío la miró de arriba abajo y dijo- Muy bien. Te veré por aquí…


-Paula. Me llamo Paula…- sonrió radiante mientras las puertas se cerraban esperando su nombre sin dejar de comérselo con los ojos.


-Eso. Hasta luego, Paola.


Frunció el ceño cuando se giró lentamente- ¿Paola? ¿Estará sordo? Le he dicho mi nombre dos veces.- dijo para sí preocupada yendo hacia su puerta. Estaba abriendo cuando una chica de unos quince años salió del piso. Tenía el pelo castaño cortado por la barbilla y un vestido de flores precioso con unas manoletinas blancas- Hola, ¿eres la nueva vecina?


-Sí- respondió confusa pensando que aquel piso parecía el camarote de los hermanos Marx.- ¿Tú vives aquí?


-Sí, soy Leticia. La sobrina de Pedro- extendió la mano con una agradable sonrisa.- Sólo estaré aquí el mes de julio porque mis padres están de vacaciones. Una vuelta al mundo.


-Yo soy Paula- dejó el paragüero en el suelo para estrecharle la mano- Encantada de tenerte por aquí. Si necesitas algo...


-Lo mismo digo. Bueno, me voy que he quedado con mis amigas para ir a dar una vuelta.


-Pásatelo bien- dijo sacando las llaves.


La chica la observó atentamente- Si quieres, luego puedo ayudarte con eso.


-Oh, gracias. Pero dentro de dos horas me voy a trabajar. Tengo turno de noche.


-¿En qué trabajas?


-Estoy en mi último año de residencia.


-¿Eres médico?- preguntó sorprendida


-Sí- metió la llave en la cerradura.


La chica se mordió el labio inferior- ¿No habrás comprado el piso?


Esa pregunta la extrañó un poco y se volvió – ¿Sí por? ¿No pasará algo raro, no?


Leticia se sonrojó- No, no pasa nada. Es que llevaba en venta un tiempo.


-¿Me estás ocultando algo?- se preocupó al verle la cara. Parecía que estaba mintiendo.


-No, que va. –Sonrió y le hizo un gesto con la mano sin darle importancia.- Me tengo que ir. Hasta mañana.


Entró en el piso pensando en ello. ¿No le pasaría algo raro a la casa? Con el salón lleno de cajas, empezó a revisar el piso como si fuera un arquitecto. Revisó cada pared, cada grifo y cada ventana. Abrió el enorme ventanal del salón que, daba a una pequeña terraza, que era la razón por la que había comprado la casa. Desde la terraza miró el salón, que era bastante grande para lo que estaba acostumbrada. Era el piso que siempre había querido tener. De dos habitaciones con un baño enorme estilo antiguo y una cocina que no parecía una caja de zapatos. Si hasta tenía una isleta de mármol en el centro. Tomó aire y miró hacia la calle. 


Estaba en frente de Whashigton Square Park. La casa le había costado un ojo de la cara y parte del fideicomiso que sus padres le habían dejado al morir, pero había merecido la pena.


Le había costado decidirse, pero después de cinco visitas y de acribillar a preguntas al agente inmobiliario, había comprado su primera casa. Y ahora llegaba esta niña y la empezaba a poner nerviosa.


Suspiró quitándose la goma del pelo y dejándolo caer por los hombros. –No pasa nada, Paula. Todo está bien.-dijo para sí yendo hacia la ducha.


Cuando llegó a su taquilla después de un turno de doce horas, suspiró abriendo la puerta metálica, pensando en todo lo que tenía que hacer en casa. Ni siquiera tenía cama. 


Tenía que ir a comprar una cuanto antes.


-¿Qué tal, Paula?


Se volvió para ver a su compañera Malena, que dejaba el bolso en el banco y se sentaba para quitarse la camiseta, quedándose en sujetador. La conocía desde que habían entrado juntas en su primer año de residencia y eran amigas desde entonces- Agotada. Sólo quiero dormir veinte horas seguidas.


-¿Sigues en urgencias? Te habían trasladado allí por una sustitución ¿no?- su amiga se recogió sus rizos morenos en una coleta mientras se levantaba para abrir su taquilla y coger el pijama azul.


-Sí. Lo odio. Odio ver huesos rotos todo el día y accidentes de tráfico. Además tengo que entregar el artículo a la revista médica y hay que pulirlo.


Malena la miró con sus ojos marrones y sonrió-Siempre lo consigues. Y urgencias es tu última parada antes de llegar a psiquiatría. El nirvana.


Paula se echó a reír- Lo dice la que quiere ser obstetra.


-Ese es mi nirvana. Una semana y podremos dedicarnos a lo nuestro para siempre.


-Uff, no sé si aguantaré una semana. –dijo divertida.- Por cierto, ya me he mudado.


-¿Vas a hacer fiesta?


-¿Para qué? Si todos los que conozco están aquí metidos todo el día.


-Exagerada.


-Además no tengo ni un mueble.


-El sábado tengo libre ¿y tú?


Salió disparada hasta el tablón de la sala adjunta y miró los turnos. Volvió corriendo- ¡Libre!


-Pues nos dedicaremos a tu casa. Estoy dispuesta a todo.


-¿A pintar?- preguntó maliciosa.


Malena gimió atándose el pantalón del pijama- Hecho, pero que haya comida.


-De eso me encargo yo. Y hasta te compraré una cerveza.


-Generosa.


Paula se puso el vestido verde que había llevado, cogió su enorme bolso tirando el pijama al cubo de lavado. –Te llamo luego ¿vale? Voy a ver si encuentro una cama antes de dormirme.


Su amiga se echó a reír. –Llévate una camilla.


-Muy graciosa.


Cuando llegó al aparcamiento pensó que quizás debería vender su coche. En Nueva York era mucho más cómodo ir en metro y antes vivía muy lejos, pero ahora que se había comprado la casa en el centro, ya no lo necesitaría. Miró su viejo Golf y suspiró. Llevaba con ella desde el instituto y lo había reparado mil veces negándose a comprar otro, pero ahora….


Se subió a su coche y fue hasta un centro comercial especializado en muebles y enseres de la casa. Se pasó tres horas eligiendo cosas, entre ellas una cama de latón que le había encantado en cuanto la vio. Le recordaba a una que tenía su abuela en su casa de campo y no pudo evitarlo. Era preciosa y mereció cada dólar.


Ya que estaba allí, eligió unos sofás blancos y una mesa de comedor con las sillas forradas en terciopelo rosa claro. La alfombra del salón tenía ese color, además de grises perla y violetas. Hasta se compró un televisor de cuarenta y dos pulgadas. Y eso que ella nunca veía la televisión, pero tenía que tener uno. Sábanas, toallas y un precioso edredón de seda beige con las alfombras a juego. Pero lo más importante eran las cortinas. Tenía que comprar cortinas para cuando dormía de día, porque la claridad no la dejaba pegar ojo. Después de repasar mentalmente todo lo que necesitaba, el chico que la ayudaba le preguntó amablemente- ¿Se lo llevamos a casa?


-Sí, por favor.


-Lo tendrá allí a las ocho como mucho.


Suspiró porque no podría dormir pero asintió, porque cuanto antes lo quitara del medio mucho mejor.


Cuando llegó a su piso oyó voces en el de al lado, pero se acabaron enseguida. Se duchó, se puso un pantalón corto y una camiseta de tirantes roja. Con el pelo húmedo y descalza, miró las paredes pensando qué color escoger. –Uff, gris perla para el salón y amarillo pálido para las habitaciones.- dijo harta del tema antes de ir hacia la cocina. 


Cuando entró fue hasta la nevera y abrió una de las puertas para coger una cola –Cafeína, cafeína.- dijo entre dientes tirando de la chapa.


Apoyada con la palma de la mano sobre la encimera de la cocina, mientras bebía medio refresco miró al techo y frunció el ceño al ver la lámpara. ¡Era horrible! ¿Por qué no se había fijado en eso antes?


Se dio cuenta que necesitaba descansar ya. No podía esperar sin dormir cuatro horas, hasta que llegaran los de los muebles. Decidida fue hasta una de las cajas que ponía dormitorio y buscó una manta. La tiró en el suelo y se tumbó encima. Gimió pues entre el turno de doce horas y la mudanza del día anterior estaba hecha polvo. Se tapó los ojos con la mano y al darse cuenta que la claridad la seguía molestando, recogió la manta y fue hasta el baño. Sonrió al cerrar la puerta y se metió en la bañera suspirando de gusto cuando se tumbó en ella poniéndose cómoda. Era lo bastante grande para no tener las piernas encogidas y aunque la espalda no estaba recta, estaba a gusto. Para alguien que había dormido en una silla, aquello estaba más que bien.


Bostezó y cuando se estaba quedando dormida se sobresaltó al escuchar música a todo volumen. ¿Cristina Aguilera? Podía dormir con eso, se dijo. Estaba acostumbrada a dormir en cualquier sitio. Decidió concentrarse en dormir y lo estaba consiguiendo con Katy Perry cuando escuchó los gritos de un hombre diciendo- ¡No! ¡Así no! ¿Qué coño te pasa? ¡Pareces una momia!


-Lo siento, cariño. No sé qué me pasa…


-¿Lo sientes? ¡Mueve ese culo de una vez o te vas!


Paula se sentó en la bañera, acercando rápidamente la oreja a la pared- Cariño, no te pongas así. Lo haré bien.


-¡Arriba y abajo! ¡No es tan difícil!


Uff, que hombre más exigente. Paula hizo una mueca alejándose de la pared – ¡Así, así!- grito él haciéndola pegar la oreja otra vez.


-¿Lo hago bien?


-¡Deja de hablar de una vez y mueve el culo!


-¡Vaya!- dijo ella indignada por cómo se comportaba con su amante.


-¡Sí! –A Paula se le cortó el aliento y escuchó- ¡Ya he terminado, puedes irte!


Paula se quedó con la boca abierta esperando lo que decía ella.- Cariño ¿no necesitas más?


-De ti ya he tenido suficiente. ¡La siguiente!


Paula jadeó apartándose de la pared como si le estuviera quemando- Será posible. Estará bueno, pero es un crápula.- se tumbó decidida a dormirse, pero al escuchar su voz cada cinco minutos dando órdenes de posturas se puso de los nervios. Seguramente porque hacía un año que no tenía sexo.- Necesitas un polvo- dijo entre dientes.


Ya que no podía dormir, lo mejor era que aprovechara el tiempo, así que salió de la bañera y miró el reloj. El chico le había dicho que le llevarían los muebles de cuatro a ocho como mucho, así que tenía tiempo de sobra para ir a comprar la pintura y todo lo que necesitaba para pintar. Se miró y se encogió de hombros porque no estaba dispuesta a cambiarse. Se puso unas chanclas y cogió el bolso. Salió de la casa revisando su móvil y estaba esperando el ascensor cuando salieron dos mujeres de la casa de su vecino.


Ella las miró de reojo cuando se pusieron a su lado, pero ni se molestó en saludarlas. No cabía duda que ese hombre tenía buen gusto porque eran guapísimas.


-Uff, cada día es más exigente- dijo una de ella apartándose el cabello negro.- Y nos queda toda la tarde.


-Pero es el mejor-dijo la otra entrando en el ascensor.- Te publicitará y sólo por eso merece la pena aguantarlo.


Paula frunció el ceño mirando su móvil sin verlo, empezando a pensar que su vecino no solo era un crápula, sino también un cerdo.


-¿Te ha dicho Courtney lo que hizo por ella? –la morena negó la cabeza- Pues le consiguió la portada del Vogue.


-No me digas. ¿Fue Pedro?


-Y a Shadow la pulió hasta ser lo que es ahora.- soltó una risita – Aunque ellos se pasaban en la cama más tiempo que trabajando.


-Es buen fotógrafo pero como amante es…- la morena sonrió con picardía.


Se abrieron las puertas y Paula entró sin perder detalle.- Ya lo sé, es increíble.


-¿Tú también?


-¿Y quién no? ¿Le has visto? Ese carácter y ese cuerpo…


Se echaron a reír a carcajadas mientras Paula no salía de su asombro. Así que era fotógrafo y era evidente que no se había acostado con ellas esa mañana. Aunque sí que lo había hecho antes, pero eso no tenía importancia. Las miró disimuladamente de arriba abajo y suspiró. Le sacaban una cabeza y eran preciosas. Estaba claro que su vecino no estaba a su alcance si tenía esas mujeres para divertirse. 


Hizo una mueca y salió tras ellas para ir a buscar su coche.







A TRES PASOS: SINOPSIS




Paula estaba ilusionada por la compra de su primer apartamento, sin saber que viviría al lado de Pedro Alfonso, un hombre de mal carácter y malos modales que la volvía loca en todos los sentidos...

domingo, 24 de enero de 2016

UNA NOVIA DIFERENTE: EPILOGO





MIRA a tus hermanas.


Pedro levantó a su hijo Ramiro para que viera a las niñas que dormían en la cuna.


El niño abrió los ojos como platos.


–¿Puedo tocarlas?


Pedro asintió, con el corazón henchido de orgullo cuando su hijo tocaba la nariz de cada una con el dedo.


–Se parecen a mamá –dijo, mirando maravillado los cabellos rizados.


–En efecto.


–¿Yo a quién me parezco, papá?


Pedro tragó saliva. Le costaba creer lo afortunado que era. 


Los primeros meses del matrimonio habían sido maravillosos. Después de una boda de ensueño y de una prolongada luna de miel, Paula había vuelto a su trabajo en la escuela. La habían recibido con los brazos abiertos al saber que estaba casada con uno de sus mayores benefactores.


Pero la sombra del bebé que habían perdido seguía cerniéndose sobre su felicidad. Fue la llegada de Ramiro lo que ayudó a disiparla, aunque no el trágico recuerdo.


Pedro se asustó más de lo que creía posible cuando Paula se quedó embarazada de gemelos. Ella, que había estado trabajando a media jornada desde que adoptaron a Ramiro, pidió enseguida una baja para tranquilizarlo. De no haber sido porque tenían que ocuparse de Ramiro, Pedro no creía que hubiera podido soportarlo. El pequeño era una bendición en todos los sentidos, y además tenían dos hijas preciosas.


–Tú te pareces a la mujer que te concibió, Ramiro, quien te quería muchísimo.


–Se fue a vivir con los ángeles.


–Así es. Y ahora salgamos para no despertar a las niñas ni a mamá –le dio un beso en la frente a su esposa durmiente y salió de la habitación con su hijo.


Fuera esperaban su cuñado con su mujer y Fernanda, que estaba hablando con los padres adoptivos de Paula. Marcos, quien pronto dejaría las muletas por un bastón, se había casado con su enfermera.


–Podéis entrar –les dijo Ramiro dándose importancia–. Pero solo si estáis muy callados, ¿verdad, papá?


–Eso es.


–Y estamos muy orgullosos, ¿a que sí?


–Mucho –corroboró Pedro, mirando a su esposa dormida a través de la ventana–. Muy orgullosos y muy, muy felices.







UNA NOVIA DIFERENTE: CAPITULO 17







Paula oyó voces, pero no abrió los ojos. Se sentía como si le hubieran rellenado la cabeza de algodón.


–¿Dónde estoy? –estaba en una cama, y cuando intentó llevarse una mano a la cabeza sintió dolor y volvió a bajarla. El catéter le hizo recordarlo todo–. ¿El bebé?


Pedro estaba allí. Quizá había estado allí todo el tiempo. No dijo nada, pero las palabras no eran necesarias. La verdad se reflejaba en su rostro.


–Lo siento...


Le agarró la mano, la que no estaba conectada al goteo intravenoso, y la apretó con delicadeza. Paula parecía una pieza de porcelana semitransparente, a punto de romperse.


–Todo saldrá bien.


Apretó la mandíbula y tragó saliva con dificultad. Todo saldría bien, todo tenía que salir bien...


El trayecto en ambulancia había sido una pesadilla, y cuando llegaron al hospital y Pedro se quedó esperando mientras la atendían, llegó a pensar que la había perdido para siempre.


Al recordarlo se puso pálido. Tuvo que agarrarse a la barra metálica de la cama para controlar sus temblores e intentar salir del horrible vacío interior.


Nunca más quería volver a sumirse en aquella oscuridad.


No quería pensar en los maravillosos momentos que podrían haber compartido y que él había desperdiciado por negarse a aceptar que había cosas que no podían controlarse... como el corazón.



***


Paula suspiró y cerró los ojos. Al despertar, Pedro seguía allí, sin afeitar y todavía con el esmoquin.


–¿Por qué no estás en casa? –le preguntó, pero entonces recordó que no era su casa y sintió ganas de llorar.


Él le sonrió y le agarró la mano.


–Quería estar aquí cuando despertaras.


Paula se incorporó con gran esfuerzo.


–Lo siento mucho, Pedro.


–¿Qué sientes?


–Haber echado a perder tu cena. El niño, mi padre... todo. Tranquilo, sé lo que vas a decir.


Él arqueó una ceja y la miró de un modo extraño.


–¿Lo sabes?


–Un padre estafador y expresidiario... –intentó contener las lágrimas–, un bebé perdido, el matrimonio disuelto después de dieciocho meses... –esbozó una triste sonrisa–. No hace falta ser muy inteligente.


La sonrisa de Paula le partió el corazón. La enfermera le había recogido el pelo en una cola y parecía muy joven, frágil y hermosa... Tanto, que casi hacía daño mirarla. 


Cuánto había cambiado él desde que ella entrara en su vida...


–Dile a Sonia que prepare mi equipaje. Me vuelvo a mi apartamento.


–¡Ni hablar!


Paula lo miró con asombro. No estaba siendo precisamente amable con ella.


–Echaré de menos esto...


–¿El qué?


–Tu carácter despótico e intransigente. ¿Puedes pasarme un poco de agua?


Él le acercó el vaso a los labios.


Pedro se sentó a su lado, haciendo que el colchón se hundiera bajo su peso.


–Creo que deberíamos hablar de ello, ¿no?


Ella cerró con fuerza los ojos y negó con la cabeza. Hablar era lo último que quería hacer. Había perdido a su bebé y nada podría llenar el oscuro agujero que había quedado en su corazón.


–Oye, ya sé que te sientes obligado a no echarme porque acabo de salir del hospital, pero estaré bien, te lo aseguro.


–No es verdad.


Su tono comprensivo y cariñoso hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.


–Mi padre cumplirá su amenaza y... y para ti será más fácil evitar el escándalo si no estás conmigo.


–Todo eso me da igual.


–¿Pero cómo? Mi padre es un criminal.


–Lo es, en efecto, y eso hace que sea muy fácil manipularlo.


–No te entiendo.


–Digamos que tengo el presentimiento de que tu padre va a iniciar una nueva vida en Argentina muy pronto.


–Él no se irá.


Pedro sonrió con picardía.


–Puedo ser muy persuasivo...


–Pero aunque se vaya yo seguiré siendo su hija... una bastarda –lo miró con ojos llorosos–. Creo que nuestra madre... Creo que se habría quedado con nosotros si hubiera podido, pero él...


–Creo que tu madre quería que tuvieras una vida mejor de la que había tenido ella.


Paula asintió.


–Y la tengo.


Él entrelazó sus dedos con los suyos y le levantó la mano para besársela.


–Te prometo que será aún mejor.


–No hay bebé... No tienes que fingir.


–Lo único que he fingido es que no te amaba, pero te amo, Paula. Tú lo eres todo para mí.


Ella lo miró con ojos brillantes como estrellas.


–¿Lo dices por... por el aborto?


Él le apretó la mano.


–Adoptaremos un hijo. Lo he estado pensando y tenías razón. ¿Por qué traer otro niño al mundo cuando hay tantos que necesitan un hogar y una familia? Podemos adoptar dos, o tres, si quieres.


–¿Pero tú quieres tener un hijo?


Él la besó con tanta ternura que la hizo llorar de emoción.


–Te quiero más a ti. Por un momento, ahí fuera... –la voz se le quebró y cerró los ojos con un gemido.


Paula, con el corazón palpitándole a un ritmo frenético, vio cómo luchaba por mantener el control y pudo sentir la intensidad de sus emociones.


–¿Pedro? –le acarició la mano.


Él volvió a abrir los ojos.


–Lo siento, pero... –tragó saliva antes de continuar–. Habías perdido mucha sangre y no quiero correr el riesgo –la miró fijamente a los ojos–. No podría volver a pasar por lo mismo, Paula.


Ella se puso a llorar.


–¿De verdad me quieres?


–Te adoro.


–Pero has sido muy correcto y amable conmigo...


Él se echó a reír.


–Te prometo que nunca más volveré a serlo.


Ella le agarró la mano y se la llevó a los labios para besarle la palma.


–Te quiero, Pedro. Te quiero muchísimo, pero no puedo seguir casada contigo.


–¿Por qué?


–Porque eres un Alfonso y el nombre significa mucho para ti. Es normal que estés orgulloso de serlo, mientras que yo...


–Eres tonta –la cortó él en tono afectuoso–. Claro que estoy orgulloso. De estar casado con la mujer más hermosa del mundo.


–Te quiero, Pedro.


–Tenemos toda la vida para amarnos. Ahora necesitas descansar.


Paula se esforzó obstinadamente en mantener los ojos abiertos.


–No puedo, no quiero...


–Tranquila. Estaré aquí cuando despiertes. Y mientras duermes me dedicaré a planear nuestra boda.


Ella abrió los ojos de golpe.


–Ya estamos casados.


–Esta vez quiero hacerlo bien... Te lo mereces todo, cariño. Una iglesia, un vestido, flores, ir del brazo de tu padre adoptivo.... Han estado aquí para verte, por cierto, y Marcos te manda recuerdos. Fernanda está en la sala de espera.


–¿Y tus padres?


Él se encogió de hombros.


–¿Por qué no? ¿Qué sería una boda sin escándalos? Aunque te advierto que si ellos están presentes nadie se fijará en nosotros...


Paula esbozó una temblorosa sonrisa. Tenía los ojos llenos de lágrimas.


–Me encantaría... Pero lo que de verdad quiero, Pedro, es a ti.


Él se agachó y le dio un beso en los labios.


–A mí me has tenido desde el primer momento en que te vi. Pero he tardado un poco en darme cuenta.