lunes, 24 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPITULO 1

 


El cielo a finales de verano sobre Lenape Bay estaba teñido con sombras púrpuras, rosas y azules. Paula Wallace alzó su rostro para observar los últimos rayos del sol, mientras bajaba a toda velocidad por la carretera de las dunas en su descapotable rojo.

El cansancio de un largo viaje se dejaba sentir. Hacía una semana que había salido para la convención de alcaldes del estado y le parecía una eternidad. El trabajo había sido agotador, las reuniones interminables. El primero de septiembre representaba el fin oficial de la temporada de verano en las urbanizaciones de la bahía, el día en que «los pichones» se iban y los lugareños retomaban el negocio menos caótico de vivir.

A Paula le encantaba el comienzo del otoño en la bahía. La época en que la playa quedaba desierta y su ático libre de los inquilinos que a regañadientes permitía que lo ocuparan durante la temporada alta como un suplemento para sus ingresos. Era aquella temporada sin nombre que había entre los días cada vez más cortos del verano y los vientos del norte de últimos de octubre.

Sólo podía lamentarse por el tiempo perdido. Participar en la convención era importante, incluso vital, si Lenape o cualquiera de las demás ciudades de la bahía querían sobrevivir otro año.

Suspiró. Los problemas parecían insuperables. Los cinco pueblos de su área sufrían los efectos depresivos de la recesión económica. Aunque los balances de aquella última temporada arrojaban un resultado ligeramente superior a la anterior, sólo permitían albergar un optimismo cauto de que podía vislumbrarse el final del túnel. La gente aún recordaba el problema de la contaminación de las costas hacía pocos años. La prensa les había vapuleado y los turistas habían desaparecido. Paula sabía que, al más mínimo rumor de cualquier imperfección, aparecerían los buitres sobre la costa, relamiéndose los labios en anticipación al festín inminente.

No podía permitir que sucediera. Lenape Bay era su hogar. Había nacido y crecido allí. Allí había pasado la mayor parte de sus treinta y tres años, descontando los de la universidad y su breve tentativa de matrimonio. Después de su divorcio, cinco años atrás, había regresado. A su exmarido, Andres, nunca le había gustado la vida en una ciudad pequeña y ella odiaba vivir en Boston. Siempre había habido una manzana de la discordia entre ellos, un árbol entero, ahora que lo pensaba. Volver a casa le había brindado la oportunidad de redefinirse en un marco seguro y confortable.

Maestra de profesión, los dos primeros años había desempeñado el cargo de vicedirectora de la escuela elemental. Había sido un tiempo de transición en su vida, donde los viejos sueños se habían dormido mientras los nuevos tomaban el relevo.

Lenape Bay también se había visto obligada a cambiar con la muerte repentina del Mayor Horacio Leach, una verdadera institución en la ciudad durante cuarenta años. Algunos miembros del ayuntamiento se habían puesto en contacto con ella para que aceptara el puesto de alcaldesa con el argumento de que necesitaban una persona más activa e implicada de lo que había sido el viejo Horacio. Querían sangre nueva, ideas nuevas que revitalizaran el pueblo.

Aunque la oferta le atraía, al principio se mostró reacia a comprometerse. Hasta que su padre, Claudio Chaves, contribuyó con su granito de arena. Con su jactancia habitual, la había convencido de que se arriesgara.

—Acepta el reto —le había dicho.

Ella lo había aceptado. Ningún otro de su comité de elección se había mostrado más trabajador ni le había servido de más apoyo. Y nadie se había sentido más orgulloso cuando ella había hecho el juramento de la alcaldía.

Poco después de su elección, hacía tres años, Claudio había sufrido un ataque cardíaco fatal. Paula se apartó de los ojos un mechón de cabello mientras lo recordaba. No cabía duda de que su padre siempre había sido la fuerza a tener en cuenta en Lenape Bay. Había sido una personalidad formidable en el completo sentido de la palabra, habiendo fundado el Banco Central Chaves cuando sólo contaba con treinta años. Nadie cuestionaba que había sido él quien había sacado al pueblo de su modorra provinciana para convertirlo en un centro turístico de importancia.

Paula todavía se acordaba de los paseos junto a él por Main Street cuando era niña. La gente prácticamente hacía reverencias y caía de rodillas a su paso. Claudio tenía un aura a su alrededor que exigía respeto y no aceptaba nada que no fuera la excelencia y una obediencia ciega.

Nadie podía saberlo mejor que Paula y su hermano Pablo. Claudio gobernaba su familia de la misma manera en que gobernaba el banco, con una total dedicación. Los únicos recuerdos que Paula tenía de su madre eran los cuadros que adornaban las paredes de su caserón de la bahía. Claudio había suplido con creces cualquier falta de afecto materno que ella hubiera podido sentir. Paula lo había querido tiernamente y lo seguía echando de menos, aunque había tenido que hacerse adulta para reconocer que, a veces, su obsesión por controlarlo todo llegaba a ser sofocante.

Pero había momentos, sobre todo en los últimos tiempos, en que deseaba que todavía estuviera vivo. Claudio habría sabido cómo arreglar los asuntos de la ciudad. Habría sabido cómo ponerse al mando y dar vuelta a aquella marea de tristeza que parecía romper sobre toda la gente. Quería mucho a su hermano, pero hacía tiempo que había admitido que no había heredado la perspicacia de su padre para los negocios. Desde su muerte, Pablo se las había arreglado para deshacer la mayor parte de lo que a su padre le había costado toda la vida levantar.

En justicia, Paula no podía culpar por entero a Pablo. Era obvio que Claudio no había escogido el momento para morirse. Había dejado una madeja enredada de asuntos bancarios y negocios personales que, entre los dos hermanos, sólo empezaban a desentrañar ahora. Suspiró. Parecía que la ciudad y la familia Chaves necesitaban de un milagro urgente.



ANGEL O DEMONIO: SINOPSIS



Paula Chaves nunca había conocido a alguien como Pedro Alfonso. Él la sedujo llevándola del amoroso abrazo de su familia a sus brazos. Pero cuando el padre de Paula quiso poner un alto a su romance, obligó a Pedro a dejar el pueblo.

Ahora, Pedro había regresado y les asegurándoles a todos, especialmente a la divorciada Paula Chaves Wallace, que venía para quedarse.

Porque él quería vengarse del pueblo entero.


domingo, 23 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO FINAL





Cinco meses más tarde



Paula colgó cuidadosamente el antiguo vestido de época eduardiana en una percha y lo metió en el armario. Sonrió y acarició el suave encaje de su traje blanco, mientras recordaba el jardín, la boda, los besos y las promesas.

—Sal de ahí, señora Alfonso —la llamó Pedro desde el dormitorio—. Creía que habíamos resuelto ese asunto de la virginidad y la vergüenza. Y, además, necesito a mi mujer.

Ella sonrió recordando su noche de bodas porque, aunque no era dócil ni virgen, se había escondido en el vestidor preocupada porque el camisón que Silvia le había regalado fuera demasiado transparente. Pedro había disipado algunas de sus preocupaciones al aparecer totalmente desnudo y pedirle que se quedara en el mismo estado que él inmediatamente.

Paula salió del vestidor y sonrió a su marido, que estaba tumbado en la cama. Habían tenido algunas peleas desde que se habían casado, pero siempre se habían reconciliado antes de irse a dormir. A veces, Paula pensaba que Pedro elegía las peleas por lo mucho que le gustaban las reconciliaciones.

—Me duele el dedo pulgar —dijo Pedro.

—Lo siento. No deberías haber intentado bailar el Watusi con la señora Handelmeir.

—No era el Watusi exactamente y lo habríamos hecho bien si Bart no me hubiera pisado el pie con la silla de ruedas. Ese hombre es un peligro, no sé cómo le dieron una licencia de piloto.

—Fue en otra época —Paula le acarició el dedo y lo besó. Al mirar hacia arriba vio que la respiración de Pedro se aceleraba y que tenía la mirada fija en su corto camisón.

—Se me acaba de ocurrir que ésta es nuestra segunda noche de bodas —murmuró—, así que deberíamos aprovecharla.

—¿Cómo explicas que es la segunda?

—Porque acabamos de llegar de una segunda fiesta de boda.

Se habían casado a mediados de septiembre, cuando el jardín estaba en su última floración antes del otoño. A ella le habría gustado invitar a sus amigos de la residencia de ancianos, pero no había suficiente espacio en el jardín, así que, cuando encontraron el momento oportuno, se vistieron con sus trajes de boda e hicieron una fiesta para ellos.

—Qué buena idea has tenido —susurró Paula mientras se acurrucaba junto a Pedro en la cama—, haciendo una fiesta para todo el mundo.

—Yo no he hecho nada.

—Se me hace extraño que Joaquín se haya ido por tanto tiempo. Deberíamos llamarlo.

—Silvia cuidará de él; además, quería dejarnos solos. Recuerda que quiere que lo llames abuelo.

Joaquin Alfonso les había pedido que se mudaran a la casa. Les había dicho que quería estar allí cuando nacieran sus bisnietos. Cuando aceptaron, mandó ampliar el dormitorio principal y se mudó a otro cuarto en la punta opuesta de la casa para dejarles intimidad. Después se fue a California para hacer una larga visita.

Pedro abrazó a Paula y le besó la cabeza. Su buena suerte no dejaba de sorprenderlo. Paula tenía mucho amor que repartía con extremada generosidad. Sus padres la adoraban, su abuelo pensaba que era una santa y él estaba en el cielo. La vida que nunca pensó que le gustaría tener era en aquel momento el rasero con el que lo medía todo.

—He estado… pensando que… deberíamos comprar una furgoneta.

—¿Una furgoneta? —preguntó Paula asombrada.

—Sí, una furgoneta. La vamos a necesitar para llevar a los niños a la escuela.

—No necesitaremos una furgoneta en años. Ni siquiera estoy embarazada.

—Podrías estarlo, podríamos solucionar eso esta noche.

—Y yo que pensaba que querías que esperáramos para tener nuestra familia.

—¿Esperar a qué? —preguntó Pedro confuso.

—Es verdad, para qué esperar —susurró ella mientras bajaba su cabeza para obtener un largo y apasionado beso.

Fueron cada día más felices.





EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 59




Pedro sonrió y recibió el aplauso de sus invitados mientras recibía el micrófono. Odiaba la parte del discurso, pero quería agradecer a todos su trabajo.

—Gracias. Espero que hayan disfrutado de esta noche tanto como yo.

Se oyeron más aplausos y él movió su mirada de una mesa a otra. Un movimiento en el fondo captó su atención, una forma entre las sombras que le pareció familiar. Mientras abría la boca otra vez, la sombra se puso a la luz… y todo lo que había planeado decir se borró de su cabeza.

Paula. Llevaba los hombros al descubierto, un vestido de terciopelo azul que envolvía su cuerpo con un efecto devastador y el pelo peinado hacia atrás. Pero a Pedro no le hubiera importado que llevara uno de sus vestidos diez tallas más grandes, era lo más bonito que había visto nunca.

No se dio cuenta de que el micrófono salió volando al echarlo a un lado para apresurarse hacia ella por el pasillo. Se encontraron a mitad de éste y Pedro la apretó contra su cuerpo. El corazón de Paula latía con fuerza mientras que Pedro la besaba. Lentamente, su abrazo se hizo más reposado hasta que se separaron para mirarse con ternura y sonreír. Pedro susurró su nombre y Paula le quitó la marca que su pintalabios le había dejado en la boca.

Pedro la besó de nuevo y alrededor de ellos se oyeron risitas, al igual que suspiros de más de una mujer. Paula sabía cómo se sentían. Ella sabía lo que era desear un amor como el que había encontrado con Pedro.

—Damas y caballeros —dijo Pedro tomando a Paula por la cintura—. Algunos de mis colegas han estado comentando que desde que volví a Chicago he estado distraído. Quiero que todos sepan que ha sido por la mejor de las razones. Me gustaría presentarles a mi adorable prometida, Paula Chaves.

Paula se sonrojó por el orgullo que pudo distinguirse en su voz y lo besó de nuevo. Todavía tenían que decidir cosas sobre sus vidas o dónde vivirían, pero lo único que realmente importaba era lo mucho que se amaban. Y eso era más que suficiente.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 58





Paula respiró hondo para tranquilizarse mientras se maquillaba. Llegaba tarde. La cena habría terminado para cuando llegara al salón de banquetes del hotel. 

Un accidente en la autopista había retrasado varias horas su llegada. Sacó su traje de noche, se lo puso y se miró fugazmente en el espejo. No estaba mal, pero todavía no sabía cómo iba a competir con animadoras y ex miss Illinois. Sus viejas inseguridades se apoderaron de ella por un momento y tomó aire, tratando de quitárselas de encima. Amaba a Pedro y sabía que él la quería. Había visto en sus ojos cómo la deseaba y cómo sentía la necesidad de besarla. También había visto que la miraba como si fuera la cosa más hermosa del mundo. Además, Pedro nunca le habría dicho que la amaba si no fuese verdad… le habían hecho tanto daño que no se tomaría el asunto a la ligera. Debería haber recordado eso antes de enviarlo de vuelta a Chicago sin ella.

—Es a mí a quien quiere —dijo levantando la barbilla.



sábado, 22 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 57




Pedro estaba cansado. El ambiente festivo de la cena anual de la empresa no estaba hecho para él. Tenía problemas para dormir tan lejos de Paula. Se dio cuenta de que ella había cambiado su percepción de las cosas.

Tenía mil ideas para ayudar al centro de Divine. Necesitaban nuevos negocios en todas partes como un nuevo granero o una inmobiliaria para tentar a los alumnos adinerados a matricularse en la universidad privada. Incluso había encontrado inversores, unos que creían más en construir cosas buenas que en ganar dinero lo más rápidamente posible, aunque la mayor parte de la inversión provendría de él. No quería que nadie tuviera que preocuparse por cierres o por propietarios de fuera.

—¿Algo va mal, jefe? —le preguntó su ayudante. Iba elegantemente vestida con un traje de noche rojo que dejaba al descubierto sus atributos físicos, pero él apenas se dio cuenta.

—Estaba pensando en un proyecto nuevo. Espero que todo el mundo lo esté pasando bien —dijo. Miró a la gente deseando ver a Paula en lugar de ese mar de trajes y vestidos.

—Esta cena es muy esperada durante todo el año, aunque nos tienes pensando qué es lo que se te pasa por la cabeza. Desde que volviste no eres el mismo.

—Probablemente no quiera saber si eso es bueno o malo.

—Es bueno, pero ya casi es la hora de tu discurso. Espero que lo hayas preparado. Este público es duro y beligerante.

—Son todos unos comediantes.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 56




Aquella pregunta persiguió a Paula algunos días, al igual que el recuerdo del último beso. Ella amaba a Pedro. No había ninguna duda sobre ello. Con su ex marido se había estado engañando para creer que lo amaba de esa misma manera, pero quizá una parte de ella siempre había pertenecido a Pedro. No lo habría besado la primera vez si no hubiera presentido cómo era realmente.

Era un hermoso mes de junio, tan extrañamente fresco como cálido había sido mayo. Paula trabajaba en el jardín de los Alfonso y en el inventario de la colección de arte de Joaquin, investigando y dando precio a las obras que ella consideraba que no tenían precio. En el huerto crecían espinacas, lechugas que pronto habría que cortar las matas de tomates y calabacines.

No atendía las llamadas de Pedro, así que él le enviaba osos de peluche con nombres ridículos que estaba considerando para sus hijos. Paula sonrió pensando en el último que había enviado mientras podaba los rábanos. 

Era un surfista llamado Moondoggie. 

Los envíos diarios era lo que la hacían seguir adelante en su ausencia. ¿Cómo había sabido Pedro que las flores y los dulces la hubieran perturbado? Eran las típicas cosas que se enviaban a una mujer. ¿Era porque podía ver tan claramente dentro de ella igual que ella creía ver dentro de él? ¿No era eso algo a lo que poder agarrarse? ¿En lo que confiar? ¿Era suficiente? Tenía que serlo.

Paula encendió los aspersores del huerto y entró en casa. Comía con Joaquin cada día, excepto cuando llevaba la comida a los presos. Joaquin estaba cada día mejor, saliendo de la depresión que tenía desde la muerte de su mujer. Ayudó el tratamiento que finalmente había aceptado.

—¿Qué te parece ensalada de pollo? —sugirió ella con falsa alegría al entrar en el salón.

—¿Qué te parece contarme la verdad? Estoy cansado de ser educado y esperar a que encuentres el momento adecuado para decir algo. ¿Qué pasa entre mi nieto y tú?

—Él me ha propuesto matrimonio, así que le dije que volviera a Chicago.

—¿Qué hiciste qué?

—Pensé que tenía que volver a su vida por un tiempo para que estuviera seguro de lo que quería… para asegurarse de que me quería a mí.

—Jovencita, tú eres muy buena —dijo Joaquin, quien parecía molesto.

—Vale, pero tú sabes que yo no soy el tipo de mujer que siempre lo ha atraído.

—Es verdad, eres mucho mejor —levantó la mano y le indicó que se sentara junto a él—. No eres una cría cobarde, así que no actúes como tal. Ve por él. Demuéstrale que lo amas.

¿Se atrevería? Miró al profesor. Le llevaría tiempo volver a encontrarse a sí mismo y quizá su sonrisa nunca sería la misma, pero era un hombre sabio. Las lecciones que había enseñado en sus clases no eran únicamente sobre arte, sino también sobre la vida y, a su manera, continuaba enseñando a Paula.

Las palabras de Pedro resonaron en la cabeza de Paula. El había dicho que ella tenía que creer en ellos dos y en ella misma y eso significaba creer que merecía ser amada, tenía que confiar, no en el chico que había sido, sino en el hombre en que se había convertido.

—¿De verdad crees que debo hacerlo?

—Claro. Es una cuestión de tiempo que yo tenga bisnietos, Paula. La Pequeña Sargento también está esperando.

Se miraron y Paula recordó que a Pedro le había enseñado a amar un maestro en la materia.

—Entonces será mejor que me vaya, no me gustaría decepcionar a la Pequeña Sargento.

—Eso es. Te pareces mucho a ella, ¿sabes?

Ése era quizá el mejor piropo que le habían dicho nunca y la mantuvo fuerte hasta que hizo planes apresurados para conducir hasta Chicago.