jueves, 28 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 2




En una crisis de negocios Pau podía ser el Peñón de Gibraltar, pero cuando se trataba de su vida personal se venía abajo en seguida, al menos delante de él. Con Damian siempre lograba mantener un aire de estoicismo en deferencia al credo de reserva del hombre mayor.


—No sé si me siento más desgraciada o furiosa —dijo con suavidad—. Fue tal sorpresa. El padrino me lo dijo en el momento en que bajé del avión y... y...


Así como Pau rara vez lloraba, el frágil temblor de los labios pintados y el rápido parpadeo le indicaron a Pedro que era hora de intervenir y distraerla.


—Cariño, estoy seguro de que todo esto te parece devastador en este momento, pero a riesgo de sonar poco sensible y cínico... bueno, te enamoras más veces que las que yo me duermo.


—¡No es verdad! —la expresión de indignación herida la tenía muy dominada. Él la había visto usarla innumerables veces en su juventud para convencer a Damian de que era inocente de cualquier travesura en que la hubieran descubierto; pero Pedro era menos ingenuo. La miró fijamente hasta que ella no pudo dejar de esbozar una sonrisa tímida—. De acuerdo —musitó—. Corrige eso a «más veces que las que duermes en tu propia cama», y lo aceptaré. Pero esta vez es diferente.


—Hmm.


—Hablo en serio, Pedro —afirmó con convicción. Lo que siento por Ivan era... es
—corrigió— realmente especial. Él es... bueno... es único.


—Único, ¿eh? Me lo imagino —dijo con asombro—. ¿Quién habría pensado que Ivan tendría tanto en común con todos los chicos de los que te enamoraste en los últimos diez años?


—¡Pero de eso trata! Ivan no es como los chicos de los que me enamoré antes —una sonrisa extasiada apareció en su cara—. Es inteligente, considerado, compasivo, divertido y... y... —agitó los brazos—. Y maravilloso.


—¡Y está casado! —le recordó—. Palabra que no sólo hace sonar campanillas, sino que incluso evoca imágenes de anillos y campanillas —el rostro de ella quedó consumido por una expresión de absoluta desolación, haciendo que Pedro deseara no haber sido tan directo. Demonios, quizá ese Carey era especial de verdad. Rodeó el escritorio y le pasó un brazo por los hombros abatidos—. Lo siento, cariño. No ha sido justo. Lo último que necesitas es que yo te lo recuerde. Pero puedes conseguir algo mejor que un tipo que es lo bastante estúpido como para dejarte. En este caso el perdedor es él.


—Gracias, Pedro. Pero, por desgracia, en esta ocasión eso no hace que me sienta mejor.


—Funcionó cuando te separaste de Tomas —adoptó una expresión cómicamente asombrada—. Y con Dario y con Hernan. Por no mencionar a Risueño, Gruñón, Dormilón y todos sus predecesores.


—Sí —ante su intento de humor ella hizo una mueca—, supongo que después de mil
repeticiones todo pierde impacto.


—Muy bien, pero no deja de ser menos cierto. Entonces, qué te parece si dejas de ir de víctima y empiezas a mirar el lado bueno, ¿eh?


—Cielos, Pedro, tu simpatía y compasión resultan abrumadoras —hizo un mohín.


—Tal como yo lo veo, Pau, tú ya sientes bastante pena por ti misma. Alimentar tu desgracia con una falsa compasión sólo te animara a pensar más en ese idiota —tiró de un rizo plateado—. Y pienso que eres más divertida cuando estás dispuesta a comerte el mundo, Paula Chaves —sonrió, le abrazó fugazmente y le dio un beso en la cabeza.


La suavidad sedosa de su pelo era familiar, pero la leve fragancia de su champú no. Se centró en el aroma, pero lo distrajo el modo en que sus dedos jugaron con el puño de su camisa y el cosquilleo en su muñeca.


Pedro...


—Hmm —¿qué perfume era ese? No era el de siempre. Resultaba más almizcleño y empalagoso.


—¡Pedro! —su mano dejó de ser gentil al tirar de la muñeca—. ¿Me estás escuchando?


—¿Eh? Lo siento; ¿qué has dicho?


—Que tenías razón...


—¿Me lo puedes dar por escrito?


Ella sacó la lengua y le golpeó el hombro.


—He decidido que estar abatida no le hace ningún bien a mi situación, razón por la que estoy aquí. Necesito tu ayuda, Pedro.


—¿Mi ayuda?


—Sí, porque en esta ocasión no pienso arrastrarme como una criatura patética y rechazada para desperdiciar meses curándome las heridas en un exilio social autoimpuesto.


La idea de que alguna vez perdiera una semana en un exilio social autoimpuesto, por no mencionar meses, resultaba fantástica en extremo. Durante los últimos diez años de su vida Paula había saltado de «un amor de su vida» a otro con apenas un día o dos para recuperarse.


—Vas a luchar, ¿eh? Es un buen síntoma. Deja que adivine. Piensas quitarle la alfombra de los pies al oportunista Carey diciéndole a Damian que su matrimonio es un ardid para ser ascendido en...


—¡No seas ridículo! —exclamó perpleja—. El padrino lo despediría en el acto si lo supiera.


—¿Y? ¿Qué mejor manera de vengarte de él?


—Pero yo no quiero vengarme, Pedro; sólo quiero recuperarlo.


—¿Estás loca? El tipo se ha casado.


—En realidad, no —sacudió la cabeza—. No es un matrimonio de verdad. No se casaron en una iglesia y no duermen juntos.


—¿Te lo contó Carey? —la expresión de ella hizo que la pregunta fuera retórica—. ¿Y tú le creíste?


—Por supuesto. Ivan no me mentiría.


—Claro. ¿Se te ha ocurrido que el sincero y viejo Ivan podría estar intentando conseguir la tarta y comérsela también?


—No —dijo—. No conoces a Ivan como yo.


—Te conozco a ti, Pau, y no estás hecha para el papel de amante. Por el amor del cielo, siempre has comparado la infidelidad con el asesinato; recuerdo que cuando salí con dos chicas al mismo tiempo lo llamaste «violación emocional». ¡Y eso que no me acostaba con ninguna! ¿De verdad crees que eres capaz de tener una aventura con un hombre casado y vivir contigo misma?


—Te lo repito, Pedro, no está casado de verdad.


—Escucha, puede que no haya pasado por el altar, pero, pequeña, ¡casarse es casarse!  Créeme, ¡a su esposa no le va a gustar tu intento de arrebatárselo! Sin importar los motivos calculadores que haya podido tener Carey para casarse con esa pobre mujer, te apuesto dinero contra donuts que el único motivo por el que ella se casó es porque se imagina enamorada de él.


—¡Oh, Pedro, eres tan ingenuo! —lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Paula no sufrió ese problema—. Fue Kiara Dent quien en primer lugar le sugirió a Ivan lo del matrimonio fingido —explicó—. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Kiara se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia. Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Pedro —continuó—. Kiara es una mujer que sólo piensa en su carrera. El interés que tiene por Ivan es sólo profesional, nada más.


—¡Tonterías! —replicó él—. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Carey. Piensa en ello, Pau. Si sólo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien... —calló para dejar que las palabras surtieran su impacto—. Por lo que tú has dicho, se ofreció voluntaria al papel.


La duda nubló los ojos de Paula mientras se mordía el labio.


—¡Te equivocas! —exclamó con énfasis—. Kiara le dijo a Ivan que no ponía objeción alguna a que tuviera relaciones durante su falso matrimonio, siempre y cuando fuera discreto.


—Imagino que eso también te lo contó Ivan, ¿no es cierto? —gimió Pedro.


—Sí, y le creo.


—Entonces se reduce a un cara o cruz entre proponerte a ti para el premio a la Señorita Ingenua del año o a él para un Oscar.


—Basta, Pedro—imploró—. ¿No puedes ver que lo que tienen Kiara y él es sólo... un acuerdo de negocios? Un acuerdo temporal. Lo que yo siento por él es... —enderezó los hombros—. Bueno, de verdad creo que lo amo.


—¡Pues tu proceso mental apesta! —rugió, incapaz de contener la frustración—. Dios mío, Paula, ¿te oyes a ti misma? Estás ahí tratando de justificar tu participación en un asunto sórdido con un hombre casado. Bueno, cariño, si esperas que te dé mi bendición, tendrás que esperar mucho. ¡Puede que a mí no me interese el matrimonio, pero considero sagrado el de los demás!


—¡Deja de ser tan santurrón, Pedro! ¡Te repito que no es un matrimonio de verdad!


—¡Si es legal... es real!


—¡No es espiritualmente real!


—Dame fuerzas —Pedro alzó la vista al cielo en busca de una pista sobre cómo tratar a una mujer decidida a sabotear su cordura—. De acuerdo —decidió cambiar de táctica—. De acuerdo, finjamos que debido a tus estrechos conceptos de cómo debe ser un matrimonio de verdad, Ivan Carey esté «técnicamente» libre. ¿Por qué, entonces, armas tanto revuelo por el asunto? Quiero decir, dado que lo quieres y él te quiere a ti, si no lo consideras «casado de verdad», ¿dónde demonios radica tu problema?


—El problema —repuso— es que todo el mundo sabe que Kiara no sale mucho, e Ivan es tan agradable que siente que no está bien colocarla en una posición en la que, si alguien averiguara que él y yo nos veíamos, quedaría como una tonta.


—¡Pero si el tipo es un santo!


—Pero para mí no tiene sentido esperar hasta que Kiara empiece a salir con alguien —hizo caso omiso de su sarcasmo—. Santo cielo, Pedro, ¡lo único que hace es trabajar! Está tan entregada a su carrera que los hombres a los que es probable que conozca son otros ejecutivos que, gracias al pensamiento medieval del padrino, estarán todos casados.


—Bueno, quizá tengas suerte y el chico que se encarga del mantenimiento de las fotocopiadoras se encapriche de ella —sugirió con tono seco.


—Imposible —repuso como si lo hubiera considerado—. Sergio es gay. Lo sé porque el año pasado perdí casi todo un mes tratando de conquistarlo.


—¿Quisiste seducir al mecánico de las fotocopiadoras?


—Está muy bueno —se encogió de hombros—. ¡Cielos! Qué sentido del humor tan retorcido tiene... —antes de que él pudiera digerir ese comentario fascinante, ella continuó—: Mira, Pedro, sé que no te gusta mucho la idea de que vea a Ivan...


—¿Qué te hace pensar eso?


—¡Por favor, Pedro! Necesito tu ayuda. ¿Al menos puedes escucharme? —unos enormes ojos azules grisáceos le suplicaron hasta que hicieron que pensara que era él quien se equivocaba.



MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 1




La puerta del despacho de Pedro se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la estancia iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una rubia de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.


—Buenos días, Pau —saludó, dejando el informe que había estado leyendo—. Damian
me dijo que habías vuelto.


—¡Él lo sabía! —respondió a modo de saludo.


«Oh, oh», pensó Pedro, que habría preferido a los bomberos. Paula Chaves furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano. El modo en que podía oscilar de la volatilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional.


—¿Puedes creerlo? —demandó ella—. ¡Sabía en todo momento que estaba casado! ¡Quiero decir, lo sabía y no dijo ni una sola palabra! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan enfadada que podría arrancarle el corazón! No estaba preparada para que me lo soltara de esa manera. Incluso ahora me cuesta creer lo sucedido, y...


—Paula —interrumpió, sabiendo que si no la cortaba en ese momento podría divagar durante una hora sin que él se enterara de nada—. ¿De qué estás hablando? ¿Quién lo sabía?


—El padrino, por supuesto —fue de un lado a otro sin dejar de pasarse la mano por su corto pelo—. ¡Ha sabido en todo momento que estaba casado y yo ni siquiera me enteré hasta ayer por la noche! Así... —chasqueó los dedos—. ¡Se levanta y se casa sin decir una palabra!


Cualquiera que no conociera a Damian Porter habría pensado que la evidente irritación de su ahijada al descubrir que ella era la última en enterarse de su matrimonio era comprensible. Pero Pedro conocía a Damian Porter. También era su tutor y lo había criado desde los diez años. Lo cual habría sido reto más que suficiente para cualquier soltero, sin los quebraderos de cabeza adicionales de educar a la airada y gesticulante rubia que no paraba de moverse en el despacho de Pedro.


—Quiero decir, ¿puedes creértelo? —repitió. Pedro no podía. La idea de que Damian, de setenta y dos años, se hubiera casado sin mencionárselo a ninguno de los dos resultaba incomprensible. No, imposible; incomprensible era Paula.


—¡Maldita sea, Pedro! —bufó—. ¿Es que no vas a decir nada? No me vendría mal un poco de simpatía.


—Lo siento —murmuró, luchando por contener una sonrisa—. Te prometo que te brindaré toda mi simpatía si te calmas y me cuentas de qué demonios estás hablando.


—¡Hablo de Ivan Carey! —su tono y su mirada impaciente indicaron que el nombre debería significar algo para él.


—Carey... Carey... —el nombre resultaba vagamente familiar, pero...— ¡Ah! ¿Te refieres al tipo que Damian ascendió a Director de Diseño hace más o menos una semana?


Un suspiro sonoro y un gesto de ella confirmaron que había identificado al hombre.


Pedro apenas iba por el departamento de diseño, y en las raras ocasiones en que tenía que tratar con él lo hacía a través del director, pero Carey y él aún no habían necesitado ponerse en contacto.


—¿Y? —instó cuando Pau no añadió nada más—. ¿Qué pasa con él?


—Te lo acabo de decir —espetó—. Se casó.


—Entonces es él quien necesita mi simpatía, no tú —ese comentario por lo general habría provocado uno de los discursos a favor del matrimonio de Paula; pero lo único que consiguió fue que frunciera los labios y parpadeara con vehemencia—. ¿Pau? ¿Qué pasa?


—¡Se casó con Kiara Dent!


—Hmmm... ¿su secretaria? —Pedro tuvo que volver a esforzarse por darle una cara al nombre.


—¡Sí! —exclamó antes de menear otra vez la cabeza—. Todo es una locura. Quiero decir, ¿puedes creerte que de verdad se casara con ella?


—Bueno, ella siempre me dio la impresión de ser más el tipo de persona orientada hacia su carrera que la amante de un ejecutivo —ofreció, ya que estaba claro que Paula quería su opinión—. Pero es atractiva, así...


—¡Pedro! —le lanzó una mirada de «¿eres un completo imbécil?»— ¡Sólo se casaron para que Ivan pudiera conseguir el ascenso! —el tono rebosaba desaprobación e indignación—. Es lo que se conoce como matrimonio de conveniencia.


—Un matrimonio de conveniencia... —Pedro rió—. Esa sí que es una tontería.


—¡El único tonto eres tú! —replicó, antes de musitar lo que podría haber sido una disculpa y respirar hondo para calmarse—. Por si no te has dado cuenta, este asunto no me parece gracioso.


—Es evidente. Pero desde donde estoy yo, siempre y cuando no sea mi boda, pequeña, no me parece el fin del mundo.


—¡No lo entiendes! —en esa ocasión se pasó las dos manos por el pelo, revolviéndolo por completo—. ¡Pedro, no se aman! ¡Toda la situación es un desastre!


Paula era una romántica incurable y, por ende, sus emociones y reacciones siempre resultaban más extremas que razonables, aunque a Pedro le sorprendió la pasión con la que reaccionaba ante el matrimonio de dos empleados de la empresa.


—No sabía que tú y esa tal Kiara fuerais tan amigas.


—Bueno, lo éramos. Lo somos. ¡Oh, no lo sé! —respiró hondo y suspiró—. Sólo llegamos a conocernos cuando quise que alguien trazara algunos planos para mejorar mi cocina...


Hizo falta toda la voluntad de Pedro para que no estallara en una carcajada. La única mejora útil que Pau podía hacer en su cocina era forrarla con plomo y donarla al gobierno como contenedor para residuos nucleares. El sólo hecho de recordar su reciente intento de hacerle una tarta de cumpleaños a Damian bastaba para que se le encogiera el estómago.


—Descubrimos que teníamos mucho en común, y por ello a veces al salir del trabajo salíamos. Nada especial, ir al cine, a cenar o a dar un paseo por la playa, ya sabes. Pero una noche regresamos a mi casa y... bueno, nos sorprendió descubrir que nos atraíamos mutuamente, pero una cosa llevó a la otra y terminamos besándonos y...


—¿Qué? ¡Paula! —ella se sobresaltó al oír el tono de su voz. Pedro no había pretendido gritar, pero... Demonios, no era un puritano, aunque...


—¡No me mires así! Besarse es algo perfectamente normal. Tengo veintiséis años y estoy enamorada de él.


—¿De él ¿Te refieres a Carey?


—Sí —lo miró con expresión cansada—. Ivan Carey, del departamento de diseño. Bueno, como iba diciendo...


Pedro sintió un profundo alivio. Había mezclado a Kiara con Carey y durante unos segundos su actitud abierta de vivir y dejar vivir se había visto sacudida.


—Oh, Pedro... me siento tan confusa.


—Cuéntamelo —musitó; una elección desgraciada de palabras, ya que Paula las tomó al pie de la letra y comenzó una exhaustiva narración de lo que sentía por Carey



MAS QUE AMIGOS: SINOPSIS




Casi todas las mujeres encontraban irresistible a Pedro Alfonso, pero para Paula simplemente era el chico con el que había crecido... sexy, estupendo, pero nada más.


Pedro sentía mucho cariño por Paula... ¡aunque a menudo criticaba su desastrosa manera de cocinar y su aún más desastrosa vida amorosa! 


Era una mujer imposible, pero en el momento de necesitar una esposa falsa para asegurarse un trato de negocios, no pudo pensar en alguien mejor. Sin embargo, fingir estar casados significaba compartir un dormitorio... ¡y descubrir una atracción sexual que no era nada fingida!






miércoles, 27 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO FINAL




Oír aquello conmovió a Pau.


Buscó apoyo moral en su amiga Tamara, que, a pocos pasos de ellos, enternecida, se tapaba la boca con una servilleta mientras grandes lagrimones corrían por su cara. Aquel loco, desatado, imprevisible y maravilloso amor era lo que ella siempre había buscado y de pronto Paula lo tenía frente a ella; sin poder evitarlo, se emocionó.


Aquellas lágrimas tan significativas a Pedro le dieron valor para acercarse a ella y lenta, muy lentamente, le pasó una mano por la cintura, hizo que lo mirara a los ojos y dijo:
—Ahora que has conseguido que te diga las cosas que nunca pensé decir delante de tantas personas y que sabes que te quiero con locura, ¿qué tal si me dices que tú también me has echado de menos?


Pau cerró los ojos. Aquello era una locura, pero... ¡viva la locura!


Tras tomar aire y saber que ella sentía exactamente lo mismo que él y que ante eso nada se podía hacer, abrió los ojos y, segura de lo que iba a decir, murmuró sonriendo:
—Te he echado de menos, Pedro.


Aquellas simples palabras le hicieron saber a él que por fin todo estaba bien y suspiró mientras corregía:
—Pepe, cariño. Pepe para ti.


Volvía a tener a la mujer que amaba a su lado y, acercando sus labios a los de ella, la besó, sin importarle las docenas de ojos emocionados que los observaban, ni los aplausos que se oyeron tras aquel candoroso y romántico beso.


Un vez que sus bocas se separaron, Paula, sin comprender todavía lo que había ocurrido, fue a hablar cuando él la cogió entre sus brazos y, entre vítores, la sacó del restaurante.


—Pedro, suéltame.


—Pepe—murmuró él.


—Tengo que trabajar. —Ella rio.


—No, cielo. Hoy no trabajas. Te doy el día libre.


Divertida por aquello, sonrió y, al ver que bajaba la escalera del hotel mientras la gente aplaudía a su paso, preguntó:
—¿Adónde vamos?


Pedro, feliz como nunca en su vida, anunció:
—A mi casa, que a partir de este instante es nuestra casa. Allí te desnudaré, te haré el amor y terminaré de convencerte para que te cases conmigo mañana mismo, aunque sea en Las Vegas. Ah, por cierto, hablé con tu padre esta mañana y tanto él como tu madre nos dan su bendición y no te esperan esta noche a dormir.


Alucinada, lo miró.


—¿Has hablado con mis padres?


Él asintió y explicó:
—Cuando saliste de casa, me recibieron y tuve una larga e interesante conversación con ellos. Por cierto, tu madre hace unas tostadas muy ricas.


Boquiabierta al pensar en sus padres, soltó una carcajada y, observándolo, cuchicheó:
—Pepe, estás loco.


Encantado por aquello, él la besó y añadió:
—Me encanta que me llames Pepe y, sobre todo, saber que hago buena pareja con Pau la Loca.


La susodicha, al oír aquello, puso los ojos en blanco pero finalmente sonrió. Él acababa de cometer una gran locura por amor y, sin duda, ella no se iba a quedar atrás.


Los cuentos de princesas que su madre le leía cuando era pequeña no existían o raramente pasaban en la vida. Sin embargo, ella era una chica afortunada y su cuento de amor, con su morboso y maravilloso príncipe llamado Pedro, acababa de comenzar.