sábado, 18 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 9




Iba conduciendo muy concentrado y Paula lo miraba de reojo, más impresionada de lo que hubiera querido admitir. Era tan atractivo así, conduciendo...


Ridículo, se regañó a sí misma. Seguía siendo Pedro Alfonso. Además de ser su jefe era un hombre desagradable y antipático. No le gustaba en absoluto. Entonces, ¿por qué se fijaba en su boca, en sus manos...?


–¿Adónde voy?


–¿Qué?


–Gabriel me ha pedido que te lleve a casa. Y supongo que sabes dónde vives, ¿no?


–Ah, sí –murmuró ella, demasiado nerviosa como para replicar con un sarcasmo.


Paula le indicó qué calles debía tomar mientras el limpiaparabrisas se movía rítmicamente. El único sonido dentro del coche.


–¿Por qué no le has dicho a mis amigos que nos conocíamos? –le preguntó cuando el silencio empezó a ser demasiado opresivo.


–Probablemente por la misma razón que tú. Pensé que la situación sería aún más incómoda.


No dijo nada más.


Cualquier otro hombre habría hecho preguntas, habría intentado ser amable, pero evidentemente Pedro no estaba de humor para charlar.


–Vivo en esta calle. Puedes dejarme aquí si quieres.


–¿En qué número vives? –Pasado el semáforo. 


Como siempre, no había un solo espacio vacío en la calle, de modo que Pedro tuvo que detener el coche en segunda fila.


–Gracias por traerme. Espero no haberte desviado mucho de tu camino.


Un golpe de aire helado hizo que se detuviera un momento al abrir la puerta –Jo, qué noche más horrible.


–Espera un momento –murmuró Pedro, mientras buscaba un paraguas en el asiento trasero–. Te acompaño al portal.


–No hace falta...


–¡Venga, sal de una vez! –la interrumpió él, con cara de pocos amigos–. Cuanto antes lo hagas, antes llegaré a casa.


–Es ese portal de ahí –dijo Paula, levantando el pie derecho, que había metido en un charco.


–¿Por qué no te has puesto unos zapatos más normales?


–Si hubiera sabido que iba a una expedición polar me habría puesto botas –respondió ella, irritada–. Además, estos zapatos son muy normales.


–Ya, bueno...


Estaban muy cerca uno del otro mientras se dirigían al portal. Y él era tan alto, tan fuerte, que ella sintió la tentación de abrazarlo.


Claro que a Pedro le habría dado un ataque. O quizá no, quizá la habría besado bajo el paraguas... Paula tragó saliva. ¿Qué tonterías estaba pensando?


Se puso tan nerviosa que cuando iba a meter la llave en la cerradura se le cayó al suelo.


–Trae, abriré yo –dijo Pedro, quitándole la llave.


–Gracias. Y gracias otra vez por traerme.


Ése era el pie para que él dijese «ha sido un placer».


–Hasta mañana –dijo, sin embargo.


«Pues muy bien, si vas a ponerte así no te invito a entran».


–¿Quieres que vaya mañana a la oficina?


–Para eso te pago, ¿no?


–Pero, ¿no dices que soy un desastre?


–No eres precisamente un éxito como secretaria. Pero eres lo único que hay en este
momento. Tenemos un contrato importante que resolver esta semana... como sabrías si
hubieras estado prestando atención, y no puedo perder el tiempo explicándoselo todo a otra secretaria. Mejor me quedo contigo.


–Vaya hombre, gracias por el voto de confianza.


–Tampoco tú has disimulado cuánto te desagrada trabajar para mí –replicó él–. La
cuestión es que tú no puedes permitirte el lujo de perder este trabajo y yo no tengo tiempo de buscar otra secretaria.


–¿Estás diciendo que ninguno de los dos tiene otra salida? –preguntó Paula.


–Precisamente. Así que será mejor que intentemos llevarnos lo mejor posible – suspiró Pedro–. Y sugiero que bebas un poco de agua antes de irte a la cama. Mañana tenemos mucho que hacer, así que no llegues tarde.



CITA SORPRESA: CAPITULO 8




Y si era siempre tan aburrido como aquella noche, menos. Con la excusa de que tenía que conducir apenas bebió y, aunque no le podía poner pegas a un comportamiento responsable, al menos podría aparentar que lo estaba pasando bien.


Seguramente estaría aterrorizado ante la idea de que Paula se le tirase encima para obligarlo a casarse con ella. Era comprensible, después de cómo sus amigos estaban «vendiéndola», pero no tenía nada de qué preocuparse. Salir con él era lo último que se le ocurriría hacer en la vida. 


No estaba tan desesperada. Pedro, sentado a su lado, no disimulaba su desaprobación mientras Paula reía, bebía demasiado vino o hablaba de sus amigos y sus fiestas, dejando claro que no estaba en el mercado para un viudo.


Por supuesto, cuanto más serio se ponía, más tenía ella que compensar.


Paola y Gabriel se habían molestado en organizar aquella cena y, al menos, alguien debía aparentar que lo estaba pasando bien.


Además, podría haber pedido un taxi para volver a casa y recoger su coche al día siguiente pero eso, por supuesto, jamás se le ocurriría al estirado Pedro Alfonso.


Naturalmente, él también participaba en la conversación, pero dejando claro que, consideraba a Paula demasiado boba. Y eso la ponía nerviosa. Y cuanto más nerviosa estaba, más bebía y más alto hablaba. 


A las doce, Pedro miró su reloj.


–Debo irme –dijo, levantándose.


–Yo creo que tú también deberías irte, Paula –sonrió Gabriel–. O mañana, llegarás tarde a
trabajar.


–No me hables de eso –murmuró ella, cerrando los ojos. Un error, porque cuando los abrió la habitación estaba dando vueltas.


–¿Podrías llevarla a casa, Pedro? –preguntó Paola–. En su estado, no debería ir sola.


–¿Qué estado? Me encuentro perfectamente –protestó Paula, levantándose con más o menos estabilidad–. Estoy genial.


–Estás divina –asintió Paola–. Pero es hora de irse. Pedro va a llevarte a casa.


–¿Por qué no me lleva Jonathan?


–Porque no he traído el coche y vivo en dirección contraria.


–No me importa llevarte –dijo Pedro entonces, suspirando al ver que Paola y su marido la ayudaban a ponerse el abrigo como si fuera una niña.


Paula les dio las gracias por la cena, aunque tenía la desagradable impresión de que las palabras le habían salido más bien ininteligibles. 


Desgraciadamente estaba lloviendo y, al bajar la escalera del portal, dio un tropezón. Pedro tuvo que sujetarla para que no acabase de bruces en el suelo.


–¡Cuidado!


–Es que el suelo está resbaladizo –se excusó Paula.


–Eres tú la que está resbaladiza –murmuró él, abriendo la puerta del coche con innecesaria galantería.


Harta de ser tratada como una niña, Paula se cruzó de brazos, prácticamente haciendo un mohín con los labios. Pero no dijo nada.


El coche estaba limpísimo. Nada de papeles, nada de colillas en el cenicero, ni siquiera un juguete olvidado en el asiento. Era increíble que aquel hombre tuviera una hija pequeña, pensó. 


¿Qué clase de disciplina tendría que soportar la pobre Ariana?


Medio mareada, se inclinó para encender la radio y buscó una emisora de música rock, pero él la apagó bruscamente.


–Ponte el cinturón.


–¡Sí, señor! –exclamó Paula.



Pedro puso el brazo sobre el asiento mientras daba marcha atrás y ella, nerviosa, fingió estar buscando algo en su bolso para que no pensara que estaba acercándose invitadoramente a su mano.


La proximidad de Pedro Alfonso en un sitio tan pequeño, con la lluvia golpeando los cristales, era abrumadora. Las lucecitas del salpicadero iluminaban su cara, destacando los pómulos altos y el gesto severo de su boca.


CITA SORPRESA: CAPITULO 7




Paula se sintió culpable por haber dicho esas cosas de él, pero ¿cómo iba a saber que su brusquedad escondía un corazón roto?


Los otros, ajenos a la verdad, seguían promocionándola.


–Paula es una gran comunicadora –estaba diciendo Gabriel. Era la clase de frase que sólo decía alguien que había pasado mucho tiempo en Estados Unidos–. Se lleva fenomenal
con la gente.


–No sólo con la gente –intervino Jonathan–. También es muy buena con los animales. ¿Te acuerdas de aquel perro en el bar, Paola?


–Ah, sí –sonrió su amiga, fingiendo un escalofrío.


–A veces me despierto con sudores fríos recordándolo –siguió Jonathan–. Paula se
enfrentó con un skin head cubierto de tatuajes que estaba pegando a su perro. Le dijo que la gente como él no debía tener animales y se llevó al perro mientras los demás nos quedábamos boquiabiertos.


Pedro la miró, sorprendido. 


–¿Qué fue del perro?


–Era un alsaciano al que yo no me habría acercado ni muerto, pero con Paula era como un cachorro. Por cierto, ¿qué fue de él? –preguntó Jonathan.


–Vive en casa de mis padres. Y ahora está gordo como una vaca.


–¿Tú crees que el perro quería separarse de su dueño? –preguntó Pedro.


–Me imagino que sí. A nadie le gusta que le peguen –contestó Paula–. Además, alguien tenía que hacer algo.


De repente, todos se quedaron en silencio.


–Un consejo –dijo entonces Gabriel–. Paula parece encantadora, pero no se te ocurra maltratar a un animal si ella está cerca o te meterás en un buen lío. Tiene muy mal genio cuando se trata de los animales.


–Intentaré acordarme.


–Lo que Paula necesita –ahora era Paola quien hablaba– es una casa en el campo donde pueda tener pollos, perros y todo tipo de animales abandonados.


–De eso nada –objetó ella.


Una casa en el campo no estaría mal, pero eso de «lo que necesita Paula» sonaba a solterona que buscaba marido. Ella no estaba buscando marido desesperadamente... y menos un marido como Pedro Alfonso.


–En realidad, yo soy una chica de ciudad. Aún no estoy preparada para hacer mermeladas. Yo estaba pensando en un trabajo de Relaciones Públicas... –Paula no pudo terminar la frase porque todos, incluido Pedro, se echaron a reír.


–¿Qué os hace tanta gracia?


–Cariño, no eres suficientemente dura como para meterte en el mundo de las Relaciones Públicas. Tú siempre estás con el más débil –sonrió Paola–. Eso es como decir que quieres ser neurocirujana.


Después de eso, se pusieron a discutir sobre qué trabajo le iría bien. Así, sin contar con ella. Jonathan sugirió que podría ser exterminadora de ratas.


–Se llevaría todas las ratas a casa y las pondría en una camita.


Paula apretó los dientes. Pedro la estaba mirando con una sonrisa irónica en los labios. Seguramente era una de esas personas que asociaba tener buen corazón con ser un idiota.


Y no le habría importado si los otros tres no estuvieran tan decididos a convertirla en una excelente ama de casa. ¿No se daban cuenta de que él no parecía impresionado? Y las cosas empeoraron durante la cena, cuando Paola, sin ninguna sutileza, empezó a hablar sobre la hija de Pedro.


–¿Cómo se llama?


–Ariana –contestó él, con desgana.


Lógico. También su jefe se había dado cuenta de la descarada publicidad y no podía estar pasándolo mejor que ella.


–Tiene nueve años –añadió. Evidentemente iban a sacarle la información de una u otra manera...


–Debe de ser difícil para ti criarla solo –dijo Paola.


Pedro se encogió de hombros.


–Ariana tenía dos años cuando Ana murió y hemos tenido varias niñeras, pero Ariana nunca se encariñó con ninguna. Desde que va al colegio nos arreglamos con una señora que va a casa todos los días. Recoge a la niña en el colegio, limpia la casa y nos hace la cena.


Lo había dicho sin emoción, como si su hija fuera sólo otro problema logístico. Era por Ariana por quien Paula sentía pena; la pobre niña... Nunca había llamado al despacho ni la había visto por allí, de modo que seguramente tendría prohibido molestar a su ocupado papá. 


Habiendo crecido con cuatro hermanos, Paula imaginaba que la vida de aquella niña debía de ser muy solitaria. No podía ser muy divertido crecer con la compañía de un ama de llaves y alguien como Pedro Alfonso.




viernes, 17 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 6




–Hola


Paula miró a Paula a los ojos, como retándolo a decir que la conocía. Y él le devolvió una mirada glacial de sus ojos grises.


–Paula, te presento a Pedro Alfonso –dijo Gabriel–. Le hemos contado todo sobre ti.


Genial, pensó ella. De modo que Pedro sabía lo triste que era su vida.


–Paula Chaves –se presentó, sin mirarlo a los ojos. A pesar de su evidente desgana, Pedro apretó su mano con fuerza, mucha más de la que ella había esperado.


–Estás siendo muy formal, Paula. Al menos no tengo que presentarte a Jonathan –sonrió Gabriel–. Jonathan prácticamente vive con ella –le explicó a Pedro.


–¿Ah, sí?


–Paula comparte casa con una amiga mía –explicó Jonathan. Evidentemente, Paola le había dicho que su presencia allí era necesaria para que no fuese obvio que aquello era una cita a ciegas, aunque su presencia no podía engañar a Pedro Alfonso–. ¿Cómo estás, Paula? Hace tiempo que no te veía.


–Estoy bien.


Además de querer morirse, claro. Paola le dio una copa de vino.


Pedro estaba contándonos sus desgraciadas experiencias con las secretarias temporales. Y hemos pensado que tú podrías darle un par de consejos.


Ah, claro, Gabriel y Paola la habían convertido en una secretaria ejecutiva. Genial.


Como si no se sintiera suficientemente humillada.


–No creo que sea tan difícil encontrar una buena secretaria. ¿Qué pasa con la que tienes?


–Que nunca llega a su hora –dijo Pedro, mirando el reloj de la chimenea con expresión irónica. Sin duda, él habría llegado a las nueve en punto, antes de que sus anfitriones lo tuvieran todo listo.–No se puede contar con ella para nada.


No se podía contar con ella, ¿eh?


Paula tomó un sorbo de vino, con expresión desafiante.


–A lo mejor trabajar contigo no la motiva lo suficiente. ¿Por qué será?


Pedro se encogió de hombros.


–¿Por pereza? Además, parece que es un poco mentirosilla.


Paula se puso como un tomate. Supuestamente, debía de estar cenando con un tal Guillermo, que era analista financiero y estaba a punto de pedir su mano.


Sin duda, Gabriel y Paola le habrían hablado de su desastrosa relación con Sebastian y, aunque no fuera así, había quedado como una idiota. Si hubiera un analista financiero esperándola en casa, sus amigos no tendrían que prepararle citas a ciegas.


Paula dejó escapar un suspiro. Vaya desastre.


–Háblale de tu jefe –intervino Paola–. Por lo visto, es un ogro.


Genial. Aquello iba de mal en peor.


–¿Ah, sí? ¿Por qué? –preguntó Pedro.


«Bueno, de perdidos al río». Podría aprovechar la oportunidad para decirle un par de cosas.


–Es antipático y desagradable. No da los buenos días y en cuanto a «por favor» y «gracias»... jamás. –Él apretó los dientes.


–A lo mejor tiene mucho que hacer.


–Tener cosas que hacer no es excusa para ser desagradable –dijo Paula, mirándolo a los ojos.


–Y no le deja hacer llamadas personales –intervino Paola, siempre al rescate–. Paula tiene que colgar cuando él aparece. Cuando estamos en medio de una conversación, de repente suelta: « Ló llamaremos más tarde» o «le diré que ha llamado». Eso significa que hablaremos después. Es un asco. Tú dejas que tu secretaria use el teléfono para hacer llamadas personales, ¿verdad?


–Pues no, la verdad es que no –contestó Pedro.


Paula se encogió de hombros.


Evidentemente, jamás podría volver a hacer una llamada... aunque seguramente tampoco podría volver a la oficina. En el mundo de las humillaciones, que le preparasen a alguien una cita a ciegas con su jefe debía de andar por los números superiores. Desde luego, era la situación más incómoda en la que se había encontrado nunca y tenía mucho con qué comparar. A veces le parecía que se pasaba la vida yendo de un episodio mortificante a otro.


–Que los empleados puedan usar el teléfono e Internet para asuntos personales sube la moral –dijo entonces, decidida a cantarle las cuarenta–. Si trataras a tus empleados como si fueran seres humanos, seguramente aumentaría la productividad.


–En mi empresa no hay un problema de productividad –replicó Pedro. Y aquella vez su enfado no pasó desapercibido para los demás–. Existe una diferencia entre usar el teléfono para algo importante o tirarse dos horas hablando con una amiga.


–¿Tu secretaria no hace bien su trabajo?


–Hace más bien lo que quiere.


–Quizá deberías trabajar para Pedro –sugirió Gabriel; en un intento tan descarado de
acercarlos que prácticamente era como si los hubiera metido en la cama–. A lo mejor te llevas mejor con él que con tu jefe.


–¡Qué buena idea! –sonrió Paula–. ¿Tienes algún puesto libre en este momento?


–Es muy posible que el puesto de secretaria quede libre de inmediato –contestó él–. Pero supongo que no te interesará... ya que tú eres una secretaria ejecutiva. Gabriel y Paola estaban diciéndome que prácticamente diriges la empresa en la que trabajas.No creo que yo pudiera ofrecerte algo tan interesante.


Paula se puso colorada.


–No, bueno... la verdad es que ahora mismo estoy pensando dedicarme a otra cosa.


–¿Ah, sí? –preguntaron Gabriel, Paola y Jonathan a la vez.


–Pues sí –contestó ella. Seguramente no sería mala idea. Tenía la ligera impresión de que no iba durar mucho en el mundo secretarial–. Estoy harta de que me traten como si fuera un gusano, así que he pensado hacer algo diferente.


–¿Por ejemplo? –preguntó Pedro, con una ceja levantada.


La normalmente fértil imaginación de Paula se quedó en blanco justo cuando más la necesitaba.


–Es una gran cocinera –dijo Paola que, evidentemente, seguía creyendo que había
dado en la diana al presentarle a Pedro Alfonso.


Sólo entonces recordó que Pedro era viudo. 


Paola le había dicho que la cita era con
un hombre viudo, de modo que... Entonces se dio cuenta de que aquella chica tan guapa
de la fotografía estaba muerta. Qué horror. Era lógico que Pedro fuese un hombre tan sombrío.