martes, 14 de enero de 2020

SIN PALABRAS: CAPITULO 1




Paula sacó un top negro sedoso cubierto de grandes lentejuelas de color plateado y lo sostuvo bajo su barbilla. El color oscuro se comía la poca pigmentación que tenía su pálida piel. Parecía casi transparente, o como si llevara una semana muerta. La voz de su madre se le coló en la mente como una trituradora.


—Pareces un cadáver. ¿Por qué me tuve que quedar con la chica más fea del mundo como hija?


Sacudió la cabeza para quitarse de la mente la banda sonora de su infancia.


—Así que, ¿qué piensas del negro?


—No-o —dijo Alicia, sin dejar ninguna duda del titubeo de su voz.


—Sí, me hace desparecer. —Cogió una camisa púrpura, se la llevó al pecho y se giró hacia su amiga.


—Ah, no, otra vez. —Su mejor amiga buscó por el desorden de bolsas de compras y la ropa que había lanzado sobre su cama—. Pruébate esto. —Le lanzó a Pau una pieza arrugada del tamaño de un pañuelo usado.


Una blusa de encaje se materializó de la nada. 


La sostuvo sobre su piel.


—Sí —chilló Alicia, levantando los puños como si su equipo favorito acabara de ganar la Super Bowl—. Es perfecto para tu perfecta piel y te resalta ese sombreado pelo tuyo. Ningún hombre podrá resistirte esta noche. Lánzame la púrpura y la negra. Creo que me las voy a probar juntas.


Si alguien podría ponerse unas lentejuelas bajo un completo púrpura, era Ali. Le pasó a su amiga las camisas y comprobó de nuevo su reflejo. Una sonrisa de oreja a oreja le partía la cara por la mitad, hasta que se dio cuenta de que el precio todavía colgaba de la camisa.


—Oh, no, Ali; lo acabas de comprar.


—Pfff. He comprado una docena de nuevas prendas. No es nada importante.


— ¿Estás segura?


—Todo lo que te haga sonreír vale la pena. Ya has tenido suficientes días tristes. —Se cruzó de brazos y le disparó una dura mirada a Pau—. Será mejor que no vuelvas a salir con un idiota que te grite, Paula Chaves. Todavía no puedo creer que te quedabas sentada y dejabas que pasara. Y no intentes decirme que era la primera vez que lo hacía. Le oí cortándote en público. Ese cabrón no se merecía ni besar tus zapatos.


—Lo sé —susurró—. Lo siento.


—No te disculpes conmigo. Perdónate a ti misma por aguantarlo y que crezca tu carácter.


—Estoy trabajando en ello. —Se puso recta y miró su reflejo—. Ningún hombre me gritará nunca más, me insultará o me someterá. Me merezco algo mejor.


—Me apuesto tu dulce culo a que lo haces.


Pau se dio la vuelta y corrió por el campo de minas de bolsas tiradas por el suelo de la habitación para abrazar a su mejor amiga.


—Gracias Ali, no sé qué haría sin ti. Eres la mejor.


—Bueno. —La voz de Ali era suave y hablaba bajo; sin embargo, Pau podía oír el ‘pero’ viniendo—. Hay una cosa que puedes hacer por mí.


Se levantó en la cama y se mordió el labio inferior. A su extrovertida, tetona y rubia amiga le gustaba vivir la vida a lo grande. Mucho más a lo grande que a Paula. Quería hacer feliz a Alicia, pero se le encogió el estómago por los nervios. 


Su amiga estaba empeñada en intentar presionar las líneas de su zona de confort.


—Oh, Dios. Aquí viene.


—Han pasado seis meses desde que rompiste con el estúpido cara de culo —dijo Alicia, echando veneno por la boca al decir su mote para Jeremias—. Necesito que me hagas una promesa. —Suavizó la voz y una preocupación verdadera hizo que se le arrugara su lisa frente—. Prométeme que bailarás con alguien que te lo pida.


—Oh, no. —Se tapó la cara con la camisa de encaje—. Sabes que tengo dos pies izquierdos.


—Quiero que te diviertas. Y bailar con chicos… especialmente con chicos calientes, es divertido.


—Pero me divierto mucho contigo. —Bajó la camisa y le puso cara de pena con el labio inferior fuera.


—Diversión conmigo no es lo mismo. Tienes que volver a salir. Divertirte con el sexo opuesto. Un alto, moreno y guapo miembro del sexo opuesto estaría bien. —La voz se fue desvaneciendo y sus ojos se volvieron soñadores. Alto, moreno y guapo era de su estilo favorito.


Paula iba a por rubios. Solo que sus rubios novios habían resultado ser inútiles.


—Haré un trato contigo —dijo ella—. Iré a por alguno alto y moreno si tú vas a por uno rubio. 
Vamos a cambiar realmente las cosas.


—Trato hecho —chilló.


Paula se volvió hacia el espejo para intentar averiguar qué falda le iría mejor a su nueva camisa.


—Estaría bien tener una conversación inteligente con un hombre. Una conversación en la que no me preocupara que se volviera una bronca.


— ¿Hmmm? —murmuró Alicia con la atención de nuevo en encontrar algo entre su última excursión de compras.


—Nada —susurró ella.


¿Podría haber por ahí un hombre que no pareciera el Príncipe Encantador y luego se volviera un ogro cruel? Tenía esperanzas. Sin esperanzas, no había ninguna razón para intentarlo. Y no intentarlo significaba que acabaría amargada y sola como su madre.


Se le quedó el aire atrapado. El miedo tiró del frágil hilo de confianza que le mantenía cuerda. 


La chillona voz de su madre hacía eco en su memoria.


Eres inútil. Un parásito. Ojalá nunca hubiera conocido a tu padre. Entonces no estaría atrapada contigo




SIN PALABRAS: SINOPSIS




Paula Chaves necesita superar su baja estima y acallar la grabación en bucle de los insultos de su madre que juegan en lo más profundo de su alma. Cuando sale a bailar con su mejor amiga, conoce a un apuesto hombre. Pero él tiene un secreto. Pedro Alfonso, nacido sordo, es un ávido lector de labios.


Después de que Paula recibe una llamada telefónica con la noticia de que su madre ha tenido un accidente casi fatídico, Pedro se queda a su lado. Paula toma una decisión con respecto a su madre con la que Pedro no está de acuerdo, por lo que su relación da un giro complicado.


¿Podrá el lenguaje del amor universal prevalecer?




lunes, 13 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO FINAL





Dos años después…


Pedro recorrió la calle principal de Summerville silbando y saludando a los amigos con los que se iba cruzando. Silbando. Jamás había silbado en el pasado, pero últimamente se había sorprendido haciéndolo en varias ocasiones.


Lo que significaba que vivir en un pueblo no era tan aburrido y limitador como él había imaginado.


Aunque tampoco pensase que su felicidad tuviese tanto que ver con el lugar en el que vivía, como con cómo vivía, y con quién.


Aupó a Dany en su cadera y siguió silbando. El niño iba vestido con unos pantalones vaqueros y unas zapatillas con el logo de La Cabaña de Azúcar.


Se le había ocurrido a él, además de vender por correo pasteles, también vendían camisetas, jerséis, ropa de bebé, café y tazas, e incluso llaveros. Ya que pensaba que era la mejor publicidad que podía tener Paula, además del boca a boca.


–Vamos a ver a mamá –le dijo a Dany–. A lo mejor te da una galleta.


–¡Galleta! –exclamó el niño aplaudiendo.


Pedro se echó a reír.


Llegaron a la altura de La Cabaña de Azúcar y entraron en el local dedicado a la distribución.


Paula estaba detrás del mostrador, pero nada más verlos sonrió y salió.


Llevaba el pelo cobrizo recogido en una cola de caballo y un delantal también con el logo de la tienda de un blanco inmaculado.


–¡Galleta! –gritó Dany.


Y ella se puso de puntillas para darle un beso al niño y otro al padre.


–Tengo una sorpresa para ti –anunció Pedro mientras ella volvía detrás del mostrador.


La vio quitarse el delantal y buscar una galleta para Dany, volver a salir y dársela.


Sin el delantal se notaba más que estaba embarazada de cuatro meses. Y cada vez que veía su vientre abultado, a Pedro se le hacía un nudo en el estómago, de amor y de orgullo, y de alivio, por no haberla dejado marchar.


Se habían comprado una casa grande y muy bonita a las afueras del pueblo y se habían vuelto a casar, en esa ocasión en el ayuntamiento y con la mínima fanfarria. Solo los habían acompañado tía Helena y Dany.


Después, habían hablado de tener otro hijo. Uno con el que Pedro pudiese implicarse desde el principio.


–¿Cuál es la sorpresa? –le preguntó Paula.


Él se metió la mano en el bolsillo trasero de los chinos y sacó un catálogo que llevaba doblado. Lo abrió y se lo tendió para que lo viese.


–¡Oh, Dios mío! –gritó Paula emocionada, quitándoselo para hojearlo–. No puedo creer que esté terminado.


Era el catálogo de La Cabaña de Azúcar. Pedro también había hecho diseñar una página web y estaba buscando otros locales en alquiler para abrir más Cabañas de Azúcar en otras localidades.


–Y tengo más buenas noticias –añadió.


–¿Qué? –preguntó Paula contenta.


Pedro sonrió.


–Mi Hermano y yo hemos cerrado el trato esta mañana para abrir La Cabaña de Azúcar en el vestíbulo de Alfonso Corporation.


Paula no saltó de alegría, como él había esperado.


–¿Qué ocurre?


–Nada, es maravilloso, pero me preocupa lo que piense tu madre cuando se entere. Y si terminamos volviendo a la ciudad, como tenemos planeado…


–Ya lo sabe, se lo ha contado Adrian –le dijo él–. Sé que no será nunca la suegra ni la abuela perfecta, pero creo que, después de un tiempo sin tener noticias nuestras le ha quedado claro que siento devoción por ti. Eres mi esposa y no permitiré que nadie ni nada te haga daño ni se interponga entre nosotros. Ni siquiera mi madre.


Ella dio un paso al frente y apoyó las manos en su pecho.


–¿Lo sientes? –le preguntó en un susurro.


–Nada en absoluto. Solo me importáis Dany y tú, y este pequeño que está creciendo en tu interior –le dijo, acariciándole el vientre–. No cierro la puerta a hacer las paces con mi madre, pero no cambiaría mi vida de ahora por nada del mundo. ¿Lo entiendes?


Ella asintió despacio.


–Iré a limpiar a nuestro pequeño monstruo de las galletas mientras tú le enseñas el catálogo a tu tía. Con un poco de suerte se pondrá de buen humor y se quedará con Dany esta noche.


–¿Por qué? –le preguntó Paula.


–Porque me apetece algo dulce.


Paula inclinó la cabeza y le dedicó una seductora mirada.


–Bueno, pues estás en una panadería. Hay dulces por todas partes.


–Lo que yo quiero no está en el catálogo.


–O sea, que quieres hacer un pedido especial.


Él asintió.


–Pues tienes suerte, porque gracias a mi marido, hacemos pedidos especiales. Aunque tendrás que pagar un precio especial por el envío.


Él hizo una mueca y dijo en voz baja.


–Ningún problema. Por si no lo sabías, soy rico.


Ella sonrió y lo abrazó por el cuello.


–Yo también –murmuró.


Y ninguno de los dos hablaba de dinero.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 40





A Paula los segundos empezaron a parecerle horas y los minutos, años.


Y Dany cada vez le pesaba más.


–Deja que lo tome yo –le dijo Pedro al ver que hacía amago de sentarse en las escaleras.


Ella dudó un instante, pero se lo dio.


–Se está haciendo grande, ¿verdad? –añadió él sonriendo.


–Sí, está creciendo.


Iba a sugerir que fuesen a sentarse al salón a esperar a Renato, pero en ese momento oyeron un coche en la calle y un minuto después se abría la puerta.


Pedro le devolvió al niño a Paula y se giró muy serio hacia su asistente.


–Voy a hacerte unas preguntas y quiero que me respondas con sinceridad. No se te ocurra mentirme.


Renato Storch palideció.


–Sí, señor –balbució.


–¿Llamó Paula al despacho el año pasado, justo después del divorcio, para hablar conmigo?


Renato miró un instante hacia donde estaba ella con el niño.


–¿Sí o no, Renato? –inquirió Pedro.


–Sí, señor –respondió–. Es posible.


–¿Y le dijiste tú que yo no tenía nada de qué hablar con ella?


Renato abrió los ojos como platos.


–Yo… yo…


Cerró la boca, se humedeció los labios con nerviosismo y dejó caer los hombros.


–Sí, señor –admitió–. Lo hice.


–¿Por qué? –quiso saber Pedro, sorprendido.


–Porque yo le dije que lo hiciera.


La voz de Eleanora, profunda y severa, hizo que Vanessa se sobresaltase.


Dany empezó a moverse en sus brazos y ella lo balanceó y le dio un beso en la cabeza para tranquilizarlo.


–Madre –murmuró Pedro, girándose hacia ella–. ¿Qué estás diciendo?


–Que, después de tu separación, yo ordené al señor Storch que filtrase cualquier llamada de la señorita Chaves que llegase al despacho y que le dijese a esta que no querías volver a hablar con ella.


Pedro miró a su madre y a Renato con incredulidad.


Paula tenía el corazón acelerado, estaba emocionada.


–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó a su madre.


Eleanora apretó los labios.


–Es basura, Pedro. Fue una pena que te casaras con ella y la trajeses a casa, pero no podía consentir que siguieseis en contacto cuando por fin habías tenido la sensatez de divorciarte de ella.


–Así que le ordenaste a mi asistente que no permitiese que hablase conmigo –dijo él.


–Por supuesto –respondió ella–. Haría cualquier cosa para proteger a la familia de semejante cazafortunas.


–Se llama Paula –le dijo Pedro entre dientes.


Antes de que a su madre le diese tiempo a responder, Pedro se acercó a Paula y tomó a Dany en brazos. Luego, volvió a acercarse a Renato.


–Estás despedido –le dijo–. Vuelve al despacho y recoge tus cosas.


–Sí, señor –respondió él.


–Y tú –continuó Pedro, girándose para fulminar a su madre con la mirada–. Siempre pensé que Paula exageraba cuando me contaba lo mal que te habías portado con ella a mis espaldas, pero ahora veo que tenía razón.


Pedro hizo una pausa y luego añadió:
–No volverás a vernos jamás. Vendrán por mis pertenencias y a por cualquier cosa que quede de Paula. La empresa es mía. Mía y de mi hermano. A partir de ahora ya no formas parte de la junta directiva y tu nombre no volverá a figurar en nada relacionado con la corporación.


–No puedes hacer eso –protestó Eleanora.


–Verás como sí.


Y, dicho aquello, Pedro abrió la puerta y salió por ella con Paula al lado.


–Dejad todas las cosas de Paula en mi coche –les dijo a las sirvientas.


Luego se acercó al taxi para pagarle.


–¿Qué vamos a hacer? –le preguntó Paula, todavía sin poder creer lo que acababa de ocurrir.


Él levantó una mano para tocarle la cara.


–Nos marchamos. Nos quedaremos en un hotel hasta que lo arregle todo en el trabajo, luego, volveremos a Summerville.


–Pero…


–No hay peros que valgan –le respondió él, suavizando el tono–. Lo siento, Paula. No lo veía. No te creía porque no quería admitir que mi familia no era perfecta ni que pudiese tratar a mi esposa de otro modo que no fuese con cariño y con respeto.


Le acarició la mejilla y Paula notó que se derretía.


–Si lo hubiese sabido, si hubiese entendido lo que estabas pasando, lo habría parado. Jamás habría permitido que lo nuestro se estropease.


Ella no podía hablar, pero lo creía.


–Te quiero, Paula. Siempre te he querido y siento haber malgastado tanto tiempo.


Ella notó cómo las lágrimas, lágrimas de felicidad, le inundaban los ojos.


Pedro se inclinó y apoyó la frente en la de ella.


–Si pudiese volver atrás y hacer las cosas de otra manera, jamás te dejaría marchar.


–Yo también te quiero –le dijo ella–. Y jamás quise marcharme, pero no podía continuar viviendo así.


–Lo sé.


–Y no quise mantener en secreto mi embarazo. Intenté contártelo, pero cuando Renato se negó a pasarte la llamada, me sentí tan dolida y enfadada…


–Lo entiendo. Ambos hemos cometido errores, pero no volveremos a hacerlo, ¿verdad?


Paula negó con la cabeza e hizo un esfuerzo por contener las lágrimas.


Él tomó su rostro con ambas manos y le dio un suave beso.


–Te quiero de verdad, Pau. Para siempre.


–Yo también te quiero –intentó decirle ella, pero Pedro ya la estaba besando con toda la pasión que había surgido entre ambos desde el momento en que se habían conocido.