lunes, 13 de enero de 2020
HEREDERO OCULTO: CAPITULO 40
A Paula los segundos empezaron a parecerle horas y los minutos, años.
Y Dany cada vez le pesaba más.
–Deja que lo tome yo –le dijo Pedro al ver que hacía amago de sentarse en las escaleras.
Ella dudó un instante, pero se lo dio.
–Se está haciendo grande, ¿verdad? –añadió él sonriendo.
–Sí, está creciendo.
Iba a sugerir que fuesen a sentarse al salón a esperar a Renato, pero en ese momento oyeron un coche en la calle y un minuto después se abría la puerta.
Pedro le devolvió al niño a Paula y se giró muy serio hacia su asistente.
–Voy a hacerte unas preguntas y quiero que me respondas con sinceridad. No se te ocurra mentirme.
Renato Storch palideció.
–Sí, señor –balbució.
–¿Llamó Paula al despacho el año pasado, justo después del divorcio, para hablar conmigo?
Renato miró un instante hacia donde estaba ella con el niño.
–¿Sí o no, Renato? –inquirió Pedro.
–Sí, señor –respondió–. Es posible.
–¿Y le dijiste tú que yo no tenía nada de qué hablar con ella?
Renato abrió los ojos como platos.
–Yo… yo…
Cerró la boca, se humedeció los labios con nerviosismo y dejó caer los hombros.
–Sí, señor –admitió–. Lo hice.
–¿Por qué? –quiso saber Pedro, sorprendido.
–Porque yo le dije que lo hiciera.
La voz de Eleanora, profunda y severa, hizo que Vanessa se sobresaltase.
Dany empezó a moverse en sus brazos y ella lo balanceó y le dio un beso en la cabeza para tranquilizarlo.
–Madre –murmuró Pedro, girándose hacia ella–. ¿Qué estás diciendo?
–Que, después de tu separación, yo ordené al señor Storch que filtrase cualquier llamada de la señorita Chaves que llegase al despacho y que le dijese a esta que no querías volver a hablar con ella.
Pedro miró a su madre y a Renato con incredulidad.
Paula tenía el corazón acelerado, estaba emocionada.
–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó a su madre.
Eleanora apretó los labios.
–Es basura, Pedro. Fue una pena que te casaras con ella y la trajeses a casa, pero no podía consentir que siguieseis en contacto cuando por fin habías tenido la sensatez de divorciarte de ella.
–Así que le ordenaste a mi asistente que no permitiese que hablase conmigo –dijo él.
–Por supuesto –respondió ella–. Haría cualquier cosa para proteger a la familia de semejante cazafortunas.
–Se llama Paula –le dijo Pedro entre dientes.
Antes de que a su madre le diese tiempo a responder, Pedro se acercó a Paula y tomó a Dany en brazos. Luego, volvió a acercarse a Renato.
–Estás despedido –le dijo–. Vuelve al despacho y recoge tus cosas.
–Sí, señor –respondió él.
–Y tú –continuó Pedro, girándose para fulminar a su madre con la mirada–. Siempre pensé que Paula exageraba cuando me contaba lo mal que te habías portado con ella a mis espaldas, pero ahora veo que tenía razón.
Pedro hizo una pausa y luego añadió:
–No volverás a vernos jamás. Vendrán por mis pertenencias y a por cualquier cosa que quede de Paula. La empresa es mía. Mía y de mi hermano. A partir de ahora ya no formas parte de la junta directiva y tu nombre no volverá a figurar en nada relacionado con la corporación.
–No puedes hacer eso –protestó Eleanora.
–Verás como sí.
Y, dicho aquello, Pedro abrió la puerta y salió por ella con Paula al lado.
–Dejad todas las cosas de Paula en mi coche –les dijo a las sirvientas.
Luego se acercó al taxi para pagarle.
–¿Qué vamos a hacer? –le preguntó Paula, todavía sin poder creer lo que acababa de ocurrir.
Él levantó una mano para tocarle la cara.
–Nos marchamos. Nos quedaremos en un hotel hasta que lo arregle todo en el trabajo, luego, volveremos a Summerville.
–Pero…
–No hay peros que valgan –le respondió él, suavizando el tono–. Lo siento, Paula. No lo veía. No te creía porque no quería admitir que mi familia no era perfecta ni que pudiese tratar a mi esposa de otro modo que no fuese con cariño y con respeto.
Le acarició la mejilla y Paula notó que se derretía.
–Si lo hubiese sabido, si hubiese entendido lo que estabas pasando, lo habría parado. Jamás habría permitido que lo nuestro se estropease.
Ella no podía hablar, pero lo creía.
–Te quiero, Paula. Siempre te he querido y siento haber malgastado tanto tiempo.
Ella notó cómo las lágrimas, lágrimas de felicidad, le inundaban los ojos.
Pedro se inclinó y apoyó la frente en la de ella.
–Si pudiese volver atrás y hacer las cosas de otra manera, jamás te dejaría marchar.
–Yo también te quiero –le dijo ella–. Y jamás quise marcharme, pero no podía continuar viviendo así.
–Lo sé.
–Y no quise mantener en secreto mi embarazo. Intenté contártelo, pero cuando Renato se negó a pasarte la llamada, me sentí tan dolida y enfadada…
–Lo entiendo. Ambos hemos cometido errores, pero no volveremos a hacerlo, ¿verdad?
Paula negó con la cabeza e hizo un esfuerzo por contener las lágrimas.
Él tomó su rostro con ambas manos y le dio un suave beso.
–Te quiero de verdad, Pau. Para siempre.
–Yo también te quiero –intentó decirle ella, pero Pedro ya la estaba besando con toda la pasión que había surgido entre ambos desde el momento en que se habían conocido.
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