domingo, 12 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 36




En esa ocasión, cuando la besó, no protestó ni preguntó cómo iba a terminar aquello, porque sabía muy bien cómo iba a terminar. Ambos lo sabían.


Pedro le desató el vestido, que iba anudado al cuello, dejando al descubierto sus pechos desnudos. Los acarició y le frotó los pezones hasta hacerla gemir y retorcerse de placer.


Luego llevó las manos a su espalda para bajarle la cremallera. Paula se incorporó un poco y esperó a que lo hiciese y luego Pedro le bajó el vestido por completo y le quitó las sandalias también.


Y ella se quedó allí, solo con las braguitas.


Pedro se quedó unos segundos devorándola con la mirada, e hizo que se estremeciese, se sentía poderosa.


Así había sido al principio de su matrimonio, pero no había esperado sentir tanto deseo después de todo lo ocurrido. Aquello era casi como un milagro, aunque Paula no sabía cómo influiría en el futuro de sus vidas.


Los dedos de Pedro por debajo del elástico de las braguitas la sacaron de sus pensamientos.


Le dejó que se las quitase y la dejase completamente desnuda y lo abrazó por el cuello para darle un apasionado beso. Pedro gimió y apretó la erección contra su vientre.


Ella se movió para recibirla entre los muslos y lo abrazó por la cintura. Él gimió y se apretó todavía más.


Pedro pensó que había algo entre ellos. Algo importante y que no debía menospreciar. Y entonces se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había hecho en el pasado, menospreciar su relación con Paula.


Se había casado con ella, la había llevado a casa y había dado por hecho que siempre estaría allí. ¿Cómo no iba a ser feliz en una casa del tamaño de un palacio, con pista de tenis, cine, dos piscinas, establo, jardines, un estanque…? Todo lo que cualquier podría desear. Además de tener un marido con dinero más que de sobra para que no le faltase nada.


No obstante, durante las dos últimas semanas se había dado cuenta de muchas cosas. Había tenido sentimientos ajenos a él hasta entonces y se había empezado a hacerse muchas preguntas.


Tal vez el dinero no lo fuese todo. Eso significaba que Paula no lo había querido solo por lo que tenía y por lo que podía darle.


Pero no sabía si eso era bueno o malo, porque él era rico e iba a seguir siéndolo.


Sí, era evidente que seguía habiendo un vínculo entre ambos.


Y no era solo sexo, aunque este fuese tan excepcional que merecía la pena pararse a reflexionar seriamente al menos un par de horas.


¿Existía la posibilidad de una reconciliación? 


¿Podrían volver a intentarlo y construir algo mejor y más fuerte de lo que habían tenido?


¿Y aunque pudiesen, debían hacerlo?


Eran demasiadas cosas como para considerarlas en ese momento, dado que
su mente estaba ocupada con otros objetivos mucho más inmediatos e infinitamente más placenteros. No obstante, tenía que reflexionar y decidir si lo que pensaba que estaba sintiendo era real.


Porque creía estar sintiendo amor. Amor. Anhelo. Devoción. Y el deseo de que su relación con Paula fuese permanente.


Pedro gimió al notar la lengua de Paula en su boca y que lo apretaba con los muslos. El calor de su cuerpo desnudo le quemó por encima de la ropa y, de repente, deseó quitársela.


Empezó a desabrocharse la camisa y el cinturón de los pantalones. Ella se apartó solo lo necesario para dejarle espacio para quitárselo todo.


Una vez desnudo subió a Paula hacia arriba, con cuidado para que no se diese con el cabecero de la cama y colocó las almohadas, poniéndole varias debajo de las caderas.


Luego volvió a besarla mientras le acariciaba la cintura y la espalda con las puntas de los dedos. Su piel era perfecta, como una estatua de alabastro, todo elegantes curvas. Aunque las estatuas eran frías e inánimes y Paula todo lo contrario. Era apasionada y bella, y la única mujer a la que le había hecho el amor allí, en su cama.


Antes de su matrimonio había sido más fácil ir a un hotel o al apartamento de la chica en cuestión.


Y después de su divorcio… lo cierto era que no había estado con nadie. Se había concentrado en el trabajo y en la empresa.


La abrazó por la espalda y la apretó con fuerza contra su cuerpo. Ella enterró los dedos en su pelo y le masajeó el cuero cabelludo y la nuca, cosa que siempre le había encantado. Hizo que se estremeciese y se excitase todavía más.


Paula rodeó su erección con la mano y se la acarició con suavidad antes de guiarla muy despacio hacia su sexo.


Pedro notó cómo lo rodeaba su calor y su humedad. Era una de las sensaciones más increíbles que había tenido en toda su vida. Por muchas veces que ocurriera, era casi una experiencia religiosa.


Empezó a moverse en su interior mientras la besaba, cada vez con mayor rapidez, intentando aguantar lo máximo posible.


Pero contener el orgasmo era como controlar un monzón. Su única esperanza era que a Paula le diese tiempo a terminar antes.


Metió una mano entre ambos para acariciarla y provocarle el orgasmo. Ella dio un grito ahogado al instante.


Pedro hizo otro esfuerzo por aguantar y continuó acariciándola. Paula gimió y arqueó la espalda.


–Eso es, cariño. Déjate llevar.


Y Paula gritó al notar cómo el placer la iba sacudiendo de la cabeza a los pies.


Pedro no tardó mucho más. En cuanto notó que Paula llegaba al clímax, dejó de controlarse y compartió su felicidad.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 35




Como de costumbre, la cena con la familia de Pedro fue agotadora. Deliciosa, pero agotadora.


Su madre estuvo tan altiva como siempre y a pesar de que a Paula siempre le habían caído bien Adrian, el hermano de Pedro, y su esposa, Clarissa, se dio cuenta de que estaban cortados por el mismo patrón que Eleanora. Habían nacido en cunas de oro y nunca habían necesitado nada que no tuvieran. Habían sido educados para no ir jamás despeinados y no decir nunca nada inadecuado.


El único motivo por el que Paula no se sentía tan mal con ellos era que, a pesar de su origen, Adrian y Clarissa no eran tan fríos y críticos como su exsuegra. Desde que se había casado con Pedro, siempre la habían tratado como
a una más de la familia y se habían disgustado de verdad cuando Pedro y ella habían roto. 


Incluso esa noche, se habían comportado con ella exactamente igual que en el pasado.


Eso había contribuido a calmar sus nervios al entrar en el opulento comedor.


Eleanora ya estaba sentada a la cabecera de la mesa, como una reina esperando a su corte, cuando ellos llegaron, y su mirada la había hecho sentirse como un microbio a través de un microscopio.


Para su alivio, su exsuegra había jugado limpio mientras tomaban la sopa y la ensalada y había hablado de cosas sin importancia. Sin embargo, con el postre, Eleanora se había quitado parte de la máscara y había arremetido contra Paula todo lo que había podido.


Pero en esa ocasión Pedro la había defendido, algo que no había hecho nunca antes. Probablemente porque, en el pasado, los ataques de Eleanora habían sido mucho más sutiles, o solo había demostrado su odio por ella cuando ambas habían estado solas.


Esa noche, Pedro había contestado a cada uno de los ataques de su madre, siempre en defensa de Paula. Y una vez terminado el postre, cuando
parecía que Eleanora iba a rematar la jugada, él se había levantado, había dado las buenas noches a su familia y había tomado la mano de Paula para sacarla del comedor.


Ella todavía estaba aturdida por el alivio y por la fuerza que le había dado Pedro… y todavía iba aferrada a su mano como si se tratase de un salvavidas cuando llegaron al piso de arriba. Se sintió como en su primera cita, antes de saber lo que era realmente ser la señora de Pedro Alfonso.


Al llegar a la puerta de la habitación, los dos sonreían y a ella le faltaba un poco de aire. Pedro le puso un dedo en los labios para que guardase silencio.


Y ella se dio cuenta de que había estado a punto de echarse a reír como una niña de doce años.


Contuvo la risa y, sin soltar la mano de Pedro, lo siguió por el salón a oscuras.


La niñera que se había quedado con Dany estaba sentada al lado de la cuna, leyendo una revista. Cuando los vio, cerró la revista y se puso en pie.


–¿Qué tal ha estado? –le preguntó Pedro.


–Bien –respondió la joven con una sonrisa–. Ha estado todo el tiempo dormido.


Esa era una buena noticia para la niñera, pero no tanto para los padres, que pretendían dormir toda la noche del tirón.


–Eso significa que se despertará a medianoche –susurró Paula–. Prepárate para sufrir por fin los rigores de la paternidad.


Él sonrió y le brillaron los ojos.


–Lo estoy deseando.


Pedro le dio un par de billetes a la niñera y la acompañó a la puerta, dejando a Paula al lado de la cuna de Dany. Tenía un nudo en la garganta de la emoción, al pensar en que habían estado los dos, padre y madre, delante de la cuna de su hijo, viéndolo dormir.


Así era como se había imaginado siempre que sería formar una familia.


Había sido lo que había deseado cuando se había casado con Pedro y cuando había intentado quedarse embarazada al principio.


Era gracioso, cómo la vida nunca era como uno planeaba.


Pero aquello tampoco estaba mal. Tal vez no fuese lo ideal, tal vez no fuese como ella había soñado, pero seguía emocionándola y haciendo que se le encogiese el corazón dentro del pecho.


–Espero que no se esté poniendo enfermo –murmuró, poniéndole la mano en la frente. No parecía tener fiebre–. No suele dormir tanto.


–Ha tenido un día muy largo –respondió Pedro en el mismo tono–. Tú también estarías cansada si hubiese sido tu primer viaje tan largo.


Ella rio y tuvo que taparse la boca para no despertar al niño. Pedro sonrió también, la agarró del brazo y la llevó hacia el dormitorio.


Una vez dentro, la hizo girar y la empujó hacia la puerta mientras la besaba.


Estuvieron varios minutos besándose apasionadamente. Paula se quedó sin aliento, sin vista, sin cordura y todo su mundo se redujo a Pedro.


Cuando este la dejó por fin respirar, parpadeó y echó la cabeza hacia atrás, mientras Pedro continuaba mordisqueándole los labios.


–No era esto lo que yo tenía en mente cuando hablamos de compartir las habitaciones –consiguió decirle Paula por fin, después de tomar aire.


–Qué raro, porque es exactamente lo que yo había imaginado –murmuró él antes de chuparle el lóbulo de la oreja.


A Paula no le cabía la menor duda.


–Yo pensaba dormir en el sofá del salón. O irme a una de las habitaciones de invitados cuando nadie me viera –le dijo ella.


Pedro le pasó el labio por la línea que va de la clavícula hasta detrás de la oreja, haciéndola gemir.


–Eso no está bien. Nada bien –murmuró Paula.


Él la levantó y la llevó directamente hasta la cama.


–Pues a mí me parece estupendo –respondió, dejándola caer sobre el colchón como un saco de patatas.


Aunque Paula no se sentía en absoluto como un saco de patatas, sobre todo cuando Pedro se tumbó encima de ella.




sábado, 11 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 34





Pedro vio cómo Paula iba y venía por sus habitaciones, preparándose para la cena. Dany estaba durmiendo en el salón, en una cuna que él había mandado instalar.


Pero era la presencia de su exesposa la que hacía que tuviese el estómago encogido. Le gustaba volver a tenerla allí.


No estaba seguro de que se tratase de tenerla allí, en la casa de su familia, sino de tenerla con él, en su dormitorio, estuviese donde estuviese esa habitación.


La había echado de menos. Había echado de menos ver sus cosas encima de la mesa y en el cuarto de baño, su ropa en el armario, el olor de su perfume en las sábanas.


Había echado de menos verla, así, yendo de un lado a otro, peinándose, maquillándose o escogiendo qué joyas ponerse.


Era evidente que no tenía tantas joyas como cuando había estado casada con él, pero sus movimientos eran los mismos. Incluso llevaba su perfume favorito, probablemente porque había dejado un frasco en el tocador al marcharse, y Pedro no había podido deshacerse de él.



En esos momentos, se alegraba mucho. Se lo había regalado a Paula por su cumpleaños. Hacía mucho tiempo. Pero el hecho de que hubiese vuelto a utilizarlo, de que estuviese allí con él, y de que, al parecer, confiase en él… le hizo preguntarse si podrían solventar sus diferencias y darse otra oportunidad.


–¿Qué tal estoy? –le preguntó ella de repente, interrumpiendo sus pensamientos.


–Preciosa –respondió Pedro sin pararse a pensarlo, sin tan siquiera tener que mirarla. 


Aunque lo hizo. Mirarla siempre era un placer.


Llevaba un sencillo vestido de tirantes amarillo y sandalias, y se había recogido el pelo detrás de las orejas. Pedro se excitó al verla, se humedeció los labios con la lengua y deseó poder lamerla como si se tratase de un dulce polo de limón.


La mirada de Paula se tornó misteriosa y sonrió de manera sensual antes de frotarse las manos en la falda.


¿Estás seguro? Ya sabes cómo es tu madre y no he traído nada más elegante. Tenía que haberme acordado de que aquí hay que arreglarse para cenar.


Tomó aire, lo soltó y volvió a pasarse las manos por la falda con un gesto nervioso.


–Aunque, de todos modos, ya no tengo vestidos elegantes, así que no habría podido traérmelos ni aunque hubiese querido. Pensé que tal vez
todavía estaría aquí la ropa que dejé, pero…


Dejó de hablar y apartó la mirada de la de PedroPedro se sintió culpable.


–Lo siento. Mi madre hizo que se la llevasen toda cuando te marchaste. Yo tampoco esperaba que fueses a volver, así que no guardé nada.


Lo cierto era que guardar cosas de Paula le habría resultado demasiado doloroso. De hecho, había firmado los papeles del divorcio más bien movido por la ira que por el deseo de ser libre otra vez.


No tenía que haber permitido que su madre se deshiciese de las cosas de Paula, se dio cuenta en ese momento. Tenía que haber sido él quien tomase la decisión, tenía que haber buscado a su exesposa para ver si quería conservar algo, pero por aquel entonces solo había querido deshacerse de todo y se había sentido casi aliviado cuando su madre le había dicho que se ocuparía ella.


Lo único que había quedado había sido el frasco de perfume.


–Estás preciosa –repitió, avanzando para acercarse a ella y agarrarla de los hombros–. Y no hemos venido a impresionar a nadie. Ni siquiera a mi madre –añadió sonriendo.


Paula esbozó una sonrisa y Pedro se inclinó para darle un suave beso.


Solo tocó sus labios, en vez de devorárselos, que era lo que deseaba. Solo le rozó la piel de los hombros, en vez de meter las manos por debajo del vestido.


El beso duró un par de segundos y luego Pedro se apartó antes de que su deseo se hiciese demasiado obvio.


–Tal vez debiésemos saltarnos la cena y pasar directamente al postre – comentó en voz baja.


–No creo que a tu madre le gustase la idea.


Pedro le gustó oír que a Paula también se le había puesto la voz ronca.


Eso significaba que no era el único en sentir deseo.


–No me importa lo más mínimo –murmuró.


–Ojalá pudiésemos hacerlo, aunque creo que es una mala idea. Cualquier cosa sería mejor que tener que enfrentarme a tu madre otra vez.


Pedro frunció el ceño. ¿Estaba sugiriendo Paula que hacer el amor con él sería solo menos malo que cenar con su familia?


Antes de que le diese tiempo a responder llamaron a la puerta.


–Debe de ser la niñera –dijo, intentando ocultar su decepción.


–¿Has contratado a una niñera? –preguntó Paula en tono de sorpresa y desaprobación.


–No, es una de las sirvientas de mi madre, que va a quedarse con Dany un par de horas. Es una buena idea, ¿no?


Paula frunció el ceño.


–No lo sé. ¿Se le dan bien los niños?


–No lo sé –admitió él, repitiendo su frase–. Vamos a abrirle la puerta y le haremos un tercer grado.


Agarró a Paula por el codo y fueron juntos hacia la puerta.


–No quiero interrogarla –murmuró Paula antes de abrir–. Solo quiero saber si está cualificada para cuidar de mi hijo.


–Vamos a estar en el piso de abajo, así que podrás subir a ver cómo está el niño cuando te apetezca –le aseguró Pedro, también en voz baja–. Esta noche será su noche de prueba, si te gusta, podrá quedarse con Dany cuando la necesitas. Si no te gusta, podremos contratar a una niñera de verdad. Una en la que confíes al cien por cien.


–Solo estás intentando tranquilizarme, ¿verdad? –le preguntó ella, un tanto molesta.


Pedro, que ya tenía la mano en el pomo de la puerta, se giró a mirarla y sonrió.


–Por supuesto. Mientras estés aquí quiero que tengas todo lo que necesites, o todo lo que tú quieras.


Ella abrió mucho los ojos y Pedro supo que iba a protestar, así que se inclinó y le dio un beso.


Cuando se apartó de ella todo su cuerpo ardía de deseo.


–Indúltame –le dijo, metiéndole un rizo color cobrizo detrás de la oreja y deseando besarla otra vez–. Por favor.