martes, 6 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 7




ERA una profesional de aquella clase de eventos, de eso no cabía duda. Se llevó la copa a los labios, pero no bebió. A Pedro tampoco le gustaba el alcohol ni el aturdimiento que provocaba. Su idea de divertirse no incluía perder el control.


Vio cómo Paula se acercaba a un pequeño grupo de mujeres. La vio reír y levantar ligeramente un pie para que pudiesen apreciar mejor los zapatos rosas que llevaba puestos.


El vestido era sin mangas y dejaba al descubierto las marcas de su piel. Eso no parecía preocuparla.


Nadie parecía mirarla con desprecio, pero mantenían las distancias. Pedro se preguntó si sería debido a las cicatrices. A Paula no parecía importarle.


Era efervescente, segura de sí misma. Sonreía, cosa que no había hecho con él. Él no le caía demasiado bien, cosa a la que ya tenía que estar acostumbrado.


Pedro dejó la copa en la barra y avanzó entre la multitud. Paula levantó la vista y abrió mucho los ojos, forzó la sonrisa al verlo.


–Señor Alfonso, no esperaba encontrármelo aquí – lo saludó con amabilidad, aunque era evidente que estaba intentando guardar la compostura.


–No estaba seguro de poder asistir.


No solía ir a fiestas, pero solía hacerlo cuando quería encontrar rápidamente compañía femenina.


Aunque hacía tiempo que no sentía la necesidad.


Estaba cansado de juegos. El sexo había sido una catarsis desde que Maria lo había dejado, una manera de intentar borrar los recuerdos, pero había terminado aburriéndole. De hecho, incluso le hacía sentirse mal.


Una de las mujeres que estaba con Paula lo miró de tal manera que Pedro supo que solo tenía que mover ficha para tenerla en su cama esa noche. Un par de meses antes no habría dudado en hacerlo, pero en aquel momento se sintió incómodo.


Eso lo sorprendió. No recordaba la última vez que le había importado hacer algo inmoral. 


Hacía mucho tiempo que le habían arrebatado su última pizca de honor y él había accedido a ser el hombre que el mundo esperaba que fuese. Porque era más fácil ser ese hombre, era más fácil seguir el camino que él mismo se había trazado a dar marcha atrás hasta el lugar en el que se había equivocado.


–Pero lo ha hecho –comentó ella sin entusiasmo.


–Sabía que te alegrarías de verme.


Paula sonrió de manera casi desdeñosa y se cruzó de brazos, haciendo que se le marcasen los pechos en el vestido. Pedro sintió deseo. Un deseo inesperadamente fuerte, en especial, después de que la invitación de la otra mujer solo le hubiese causado malestar.


–Pensé que estaba por encima de este tipo de actos.


–De eso nada –respondió él.


Las demás mujeres los observaban en silencio, con ávida curiosidad.


–Ven conmigo –añadió.


–Estoy bien aquí, gracias –respondió Paula.


–Tenemos que hablar.


Las mujeres lo miraron a él y luego a ella. Una incluso sacó el teléfono móvil y envió un mensaje con toda rapidez, para difundir la información o para llamar a alguien.


–Pues hable.


–En privado.


Pedro se inclinó y la agarró de la mano. Varias personas más los miraron.


La última vez que le había tocado la mano se había dado cuenta de lo sorprendentemente suave que era, y la cicatriz, todavía más.


La vio separar los labios gruesos y rosados y abrir los ojos, como si no hubiese esperado el contacto.


¿Acaso no la acariciaban sus amantes? ¿O evitaban las partes de su cuerpo que no eran perfectas? Él siempre había estado con mujeres muy bellas, así que le era imposible saber cómo reaccionaría ante el cuerpo desnudo de Paula. 


Sus aventuras nunca le daban tanto que pensar. 


Esa era otra ventaja de las conquistas de una sola noche.


Pero dejó de pensar con lógica al imaginarse el cuerpo de Paula. Solo podía sentir un deseo fuerte, elemental, que recorría el suyo con la fuerza de un ciclón.


Le agarró la mano con más fuerza y la sacó del grupo. Paula lo siguió a regañadientes, tensa.


La llevó hasta una alcoba alejada de la pista de baile y apoyó el brazo en la pared, Paula retrocedió, dio con la pared y abrió mucho los ojos.


Verla acorralada, asustada, le hizo sentirse fatal, pero entonces la vio cambiar de gesto y su actitud se volvió desafiante.


–¿Qué era lo que querías? 


–Hablar contigo. Y como estábamos llamando la atención, he decidido sacarle partido.


–Pues habla.


–Tengo que admitir que la primera vez que te vi no te di el crédito que te mereces.


Ella lo miró sorprendida.


–¿Qué? 


–Que no me di cuenta del dinero que podía ganarse con la moda si las cosas se hacían bien.


–No eres un gran conocedor del sector, ¿eh? 


–Solo si cuenta salir con modelos.


Ella contuvo una carcajada.


–Salvo que hablases con ellas en la cama del precio de la lana hilada a mano, no, no cuenta.


–Entonces, tengo que admitir que no conozco el sector.


Paula apretó los hombros contra la pared, como si quisiese fundirse con ella y clavó la vista en algo por encima de su hombro. Inclinó ligeramente la cabeza y Pedro vio que la cicatriz rosada se extendía por la curva de su cuello. 


Parecía dolorosa. Sin cicatrizar, pero tenía que estarlo.


No era bonita y apartaba la atención de la cremosa belleza de la piel que la rodeaba. Lo atraía con su irregularidad. Todo en ella lo hacía. 


Levantó la mano y pasó el dedo índice por la piel dañada.


Sorprendentemente suave. Como toda ella.


Paula se apartó. De repente, ya no parecía tan segura de sí misma.


–No –le dijo, alejándose.


–¿No? 


Él la agarró de la mano y la hizo volver. Ella obedeció, seguramente solo porque todo el mundo estaba pendiente de ellos. La vida sexual de Pedro fascinaba al público y se daba por hecho que cualquier mujer que lo acompañase era su amante. Siempre había sido así.


Se puso tenso al pensar en pasar la noche con Paula y se le aceleró el pulso. Su cuerpo respondía a ella de manera elemental, sin preocuparse por las cicatrices que estropeaban su piel perfecta.


Paula se inclinó para hablarle y que la oyese a pesar de la música.


–No me toques como si tuvieses derecho a hacerlo. Has adquirido mi negocio, no a mí –le advirtió en voz baja, temblorosa.


–Lo sé.


–Entonces, ¿lo haces por morbo? Es una cicatriz, mi casa se incendió. Pensé que lo sabías. Por si te interesa el tema, el artículo del Courier no estuvo mal.




lunes, 5 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 6




No obstante, sintió más curiosidad por él y hasta lástima por el niño que había sido.


Luego se dijo que lo mejor sería centrarse en los negocios y no en el exótico acento de Pedro. En el hombre y no en el niño.


–Entonces, teniendo en cuenta que es el cerebro –le dijo, rompiendo el incómodo silencio–, ¿cuáles son sus planes? 


–Había pensado en una valla publicitaria en Times Square y en una portada en la revista Look.


Paula tosió.


–¿Qué? –Conozco a la directora de la revista. Me ha pedido que consiga una imagen de alguna creación tuya que pueda ir bien con la edición de primavera, y que la utilizará para la editorial y para la portada.


–Pero eso es… mucha publicidad.


–Oui. Te dije que era bueno.


–Muy bueno –admitió Paula aturdida–. No puedo creerlo. ¿Y va a hacerlo solo porque lo conoce? 


–Le he enseñado tu trabajo por Internet y se ha quedado impresionada. Así que no va a hacer una obra de caridad.


–Pero es… 


–Te dije que podría convertir tu plan a cinco años en un plan a seis meses –le dijo Pedro en tono arrogante–. Tal vez quiera entrevistarte también.


Aquel era el tipo de publicidad con el que Paula había soñado y que temía al mismo tiempo, que podría darle el éxito que se merecía, pero que también sacaría a la luz su vida privada.


Ya se había visto en esa situación a menor escala.


Era fácil ponerse un muro delante, sonreír y reír, colocarse de tal manera que saliese la cicatriz del cuello en la fotografía. Darle a la gente lo que quería. No se molestaba en ocultar su pasado ni las marcas que este había dejado en su piel, pero no quería que saliese lo peor de él. 


Aunque pensase que ya no quedaba nada por decir que pudiese hacerle daño. Ya lo había oído todo, incluso de boca de su propia madre. Y había sobrevivido. No se había derrumbado entonces y no lo haría en esos momentos.


Iba a aprovechar la oportunidad al máximo. Si aquel hombre podía conseguirle una valla publicitaria, una portada y una entrevista, sentiría menos resentimiento por él.


–Eso sería estupendo, más que estupendo, increíble.


–Sé que te encanta la publicidad –comentó Pedro, sonriendo de medio lado.


–Me gustan las ventas que provoca la publicidad – dijo ella.


–¿Qué escogerías para la fotografía? 


Paula atravesó la habitación, agradeciendo que hubiese más distancia entre ambos. No sabía por qué, pero aquel hombre la ponía tensa.


Su aspecto, su fama, todo combinado era una mezcla muy potente. Una mezcla que le daba miedo no saber manejar. Siempre había trabajado con modelos masculinos, muchachos jóvenes, y alguna vez se había sentido atraída por alguno, pero lo había considerado normal. Al fin y al cabo, era una mujer y ellos, hombres.


Pero la sensación que le causaba Pedro solo con mirarlo era diferente. Era atracción mezclada con muchos nervios e ira.


Y él no era un muchacho que trabajase de modelo, era un hombre que, según la prensa, sabía muy bien cómo tratar a una mujer en la cama.


Paula notó que le ardían las mejillas y apartó el rostro mientras fingía estudiar algunas prendas que había colgadas en un perchero. Tenía que centrarse y dejar de fijarse en lo bien que le sentaba el traje a Pedro.


No era su tipo, su traje, sí. Y eso era todo.


No tenía tiempo ni ganas de explorar una extraña atracción por un hombre que le había hecho una OPA hostil a su vida. No tenía tiempo ni ganas de sentirse atraída por nadie, pero mucho menos por él.


Se imaginó la expresión de horror en su rostro si se le insinuase. Si viese las marcas que había en su cuerpo.


Un hombre que salía cada semana con una mujer más bella no querría saber nada de un producto defectuoso.


Y ella lo era.


–El azul, creo –dijo–. Este.


Sacó un vestido corto, de color azul, con las mangas largas, fruncidas.


–Con las botas adecuadas quedará estupendo.


Miró a Pedro y esperó ver… algo en sus ojos, pero su expresión siguió siendo neutral.


–Si piensas que funcionará.


–¿No quiere opinar? –le preguntó, sorprendida y aliviada al mismo tiempo.


–¿Por qué? 


–Porque… ¿acaso no es por eso por lo que está aquí? 


Pedro se acercó a ella con la vista clavada en el vestido. Levantó la mano, tocó la fina tela, y Paula se sintió como si estuviese tocándola a ella de nuevo.


Como si volviese a tocarle la cicatriz. Nadie lo hacía. Ese era otro motivo por el que dejaba algunas de sus cicatrices a la vista, porque hacían que la gente mantuviese las distancias.


Al parecer, Pedro, no.


Paula se tocó el dorso de la mano, se lo frotó para dejar de sentir aquel cosquilleo.


–No me preocupa demasiado la moda. Así que te dejo a ti este tipo de decisiones.


–Entonces, ¿tengo poder de decisión? 


Él la miró con intensidad.


–Yo no sería capaz de hacer nada con esas máquinas de coser, así que te dejo decidir a ti, que eres la experta. Cuando el experto sea yo, decidiré yo.


Paula no había esperado tanto de él, pero, aun así, no se sintió bien. Había subestimado su propio poder en la situación. Y tenía que sacar el máximo partido de él.


–Entonces, ¿no pretende vestir a mis modelos? –le preguntó en tono frío.


–Jamás he hablado de eso.


–Pero de todos es conocida su reputación –comentó Paula–. Pensé que estaba tratando con un pirata. Con una persona que se gana la vida lucrándose a costa de los demás.


Él rio. Fue un sonido casi oxidado, como si no estuviese acostumbrado a hacerlo.


–Veo que has leído muchas historias acerca de mí.


–¿No son ciertas? –preguntó ella, con la esperanza de que fuesen mentira.


–Sí –respondió él, mirándola a los ojos–. Todas son verdad. Las decisiones que tomo, las tomo para sacar algún beneficio. No hago obras de caridad. Si te ayudo, es para conseguir lo mejor para la empresa y lo mejor para mi cartera. Eso es todo.


No lo dijo en tono amenazador, sino con más suavidad que nunca. Solo le estaba informando acerca de cómo eran las cosas.


La esperanza de Paula se transformó en un enorme peso en el estómago.


–Bueno, supongo que tendré que sacar el máximo partido posible –comentó, nerviosa.


Era una sensación que no le gustaba. Estaba acostumbrada a tener siempre el control de la situación.


Pero en presencia de aquel hombre no parecía tenerlo. Ni siquiera estaba segura de poder controlar su cuerpo. La asustaba y eso la enfadaba. Era atractivo y cuando la miraba fijamente hacía que se le encogiese el estómago. Y eso la confundía.


Respiró hondo para intentar tranquilizarse. 


Siempre la había ayudado en momentos difíciles, cuando alguien había intentado herirla.


No estaba consiguiendo protegerse de él, de las cosas que le hacía sentir. La miraba como si pudiese ver en su interior y la hacía sentirse desnuda.


–¿Tienes alguna fotografía de ese vestido? –le preguntó Pedro, sacándola de sus pensamientos.


–Hago fotografías de todos.


–Excelente. Envíamelas por correo electrónico y yo se las mandaré a Karen, de Look.


–Por supuesto.


Pedro se giró para marcharse. Sin tan siquiera despedirse, como si su salida fuese suficiente. 


Paula estaba en su propio estudio, pero se sentía como si aquel hombre acabase de decirle que podía retirarse.


Apretó los dientes para contener la ira, la ira y algo más, que le hacía sentir calor.


Volvió a abrir el ordenador y se dispuso a enviarle el correo a Pedro utilizando la dirección que aparecía en los documentos que este le había entregado. En los documentos que tanto poder le daban.


Poder sobre ella. Paula odiaba aquella situación. 


Y también lo odiaba a él un poco. Se suponía que aquello tenía que ser mérito suyo, no de Pedro.


Adjuntó la fotografía y dejó el cuerpo del mensaje en blanco. No tenía nada que decirle. 


Trabajaría con él, haría lo que fuese necesario para mantener su negocio.


Y, en cuanto pudiese, le devolvería el dinero que le debía y volvería a tomar las riendas. A su manera.


Miró el reloj del ordenador y juró entre dientes.


Estaba invitada a un cumpleaños de alguien de la alta sociedad parisina y tenía que ir. Tal vez Pedro no lo considerase una forma de marketing eficaz, pero ella no estaba de acuerdo.


Quizás fuese el dueño de su negocio, pero no era el dueño de su vida.


E iba a ir a la fiesta.



OPA OFERTA PUBLICA DE ADQUISICIÓN

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 5




Intentó concentrarse en la pantalla del ordenador y se aclaró la garganta. Abrió la carpeta en la que tenía toda la información y giró el ordenador hacia Pedro.


Este recorrió varias páginas con la mirada sin cambiar de expresión. Era como un trozo de madera de caoba. Duro e implacable. Bello también, pero eso no cambiaba el hecho de que un choque con él sería devastador.


–Te va bastante bien –comentó, cerrando el ordenador.


Paula expiró sin darse cuenta. Le gustase o no, su alianza era lo mejor para el futuro de su empresa.


–Sí. Es una tienda pequeña, pero está muy bien situada.


–Y, aun así, tienes muy pocos beneficios.


–Casi ninguno –admitió ella–. Es un negocio caro. Y ahora que hay más trabajo, he tenido que contratar a varios empleados.


Por mucho éxito que consiguiese, el negocio siempre le exigiría más. Más tiempo, más dinero, más mano de obra, y cuanto más aumentasen los ingresos, más aumentarían los gastos. Era casi imposible avanzar y, sobre todo, imposible conseguir el nivel al que parecía aspirar Pedro.


–Me gusta lo que he visto. Quiero invertir más.


A Paula le entraron náuseas al oír la cifra.


Lo dijo con toda naturalidad, como si no fuese nada.


Aunque, para un multimillonario, no debía de significar nada. Sin embargo, para una mujer que tenía que cenar sopa de sobre casi todas las noches, era mucho.


Manejaba importantes cifras de dinero, pero no le duraban nada en la cuenta corriente. Y jamás había soñado con una cantidad igual.


–Eso es… mucho dinero –comentó.


–Lo es, pero no me gusta hacer las cosas a medias. Quiero que la empresa tenga éxito y eso implica invertir lo que sea necesario para conseguirlo.


Era un terreno muy resbaladizo. No era un préstamo, sino una inversión en la que él ganaba poder y ella se endeudaba todavía más.


¿Pero acaso tenía elección? Si no aceptaba y continuaba a su paso, Pedro se impacientaría. Y allí se terminaría todo.


Nada de aquello le había importado tres días antes, cuando Pedro Alfonso había sido solo otro nombre más en los periódicos, pero en esos momentos era la fuerza motriz de la marca Paula Chaves. Qué irónico, que hasta fuese el dueño de su nombre. Paula tenía la sensación de que la poseía a ella.


Pero no le quedaba otra opción más que aceptar que estaría en deuda con él hasta que pudiese comprar su libertad. Porque tenía la esperanza de poder hacerlo algún día.


El dinero no le importaba, solo quería tener éxito.


–En ese caso, ambos queremos lo mismo –le dijo, sabiendo que era mentira.


Él sí que quería dinero.


Lo vio sonreír y se le aceleró el corazón sin saber por qué. Su sonrisa no era una expresión de felicidad, sino más bien el gesto de un depredador satisfecho al saber que estaba acorralando a su presa.


Y Paula se sentía como una gacela delante de una pantera. A Pedro no le asustaba la sangre. 


Era un hombre que conseguía sus metas se interpusiese quien se interpusiese en su camino.


–Más o menos –dijo él muy despacio.


–En lo relativo al método, es posible que menos que más.


–Sí, es posible.


–¿De dónde es? –le preguntó Paula, sintiéndose tonta nada más hacer la pregunta.


La había hecho por su acento, y porque este hacía que se le encogiese el estómago, pero en realidad no quería saberlo.


No quería que Pedro pensase que nada de él le interesaba.


–De Francia. Mi padre es un importante hombre de negocios francés, pero pasé parte de mi niñez en Malawi, con mi madre.


–¿Por qué no vivía en París? 


Él se encogió de hombros.


–Mis padres se divorciaron y ella quiso volver a su país natal –le contó él sin ninguna emoción, en el mismo tono plano en el que hablaba siempre.


Y ella se preguntó si de verdad le habría resultado tan fácil marcharse de París a Malawi y separarse de su padre.


Aunque sabía que, en ocasiones, no estaba tan mal cortar los vínculos con la familia.