lunes, 5 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 5




Intentó concentrarse en la pantalla del ordenador y se aclaró la garganta. Abrió la carpeta en la que tenía toda la información y giró el ordenador hacia Pedro.


Este recorrió varias páginas con la mirada sin cambiar de expresión. Era como un trozo de madera de caoba. Duro e implacable. Bello también, pero eso no cambiaba el hecho de que un choque con él sería devastador.


–Te va bastante bien –comentó, cerrando el ordenador.


Paula expiró sin darse cuenta. Le gustase o no, su alianza era lo mejor para el futuro de su empresa.


–Sí. Es una tienda pequeña, pero está muy bien situada.


–Y, aun así, tienes muy pocos beneficios.


–Casi ninguno –admitió ella–. Es un negocio caro. Y ahora que hay más trabajo, he tenido que contratar a varios empleados.


Por mucho éxito que consiguiese, el negocio siempre le exigiría más. Más tiempo, más dinero, más mano de obra, y cuanto más aumentasen los ingresos, más aumentarían los gastos. Era casi imposible avanzar y, sobre todo, imposible conseguir el nivel al que parecía aspirar Pedro.


–Me gusta lo que he visto. Quiero invertir más.


A Paula le entraron náuseas al oír la cifra.


Lo dijo con toda naturalidad, como si no fuese nada.


Aunque, para un multimillonario, no debía de significar nada. Sin embargo, para una mujer que tenía que cenar sopa de sobre casi todas las noches, era mucho.


Manejaba importantes cifras de dinero, pero no le duraban nada en la cuenta corriente. Y jamás había soñado con una cantidad igual.


–Eso es… mucho dinero –comentó.


–Lo es, pero no me gusta hacer las cosas a medias. Quiero que la empresa tenga éxito y eso implica invertir lo que sea necesario para conseguirlo.


Era un terreno muy resbaladizo. No era un préstamo, sino una inversión en la que él ganaba poder y ella se endeudaba todavía más.


¿Pero acaso tenía elección? Si no aceptaba y continuaba a su paso, Pedro se impacientaría. Y allí se terminaría todo.


Nada de aquello le había importado tres días antes, cuando Pedro Alfonso había sido solo otro nombre más en los periódicos, pero en esos momentos era la fuerza motriz de la marca Paula Chaves. Qué irónico, que hasta fuese el dueño de su nombre. Paula tenía la sensación de que la poseía a ella.


Pero no le quedaba otra opción más que aceptar que estaría en deuda con él hasta que pudiese comprar su libertad. Porque tenía la esperanza de poder hacerlo algún día.


El dinero no le importaba, solo quería tener éxito.


–En ese caso, ambos queremos lo mismo –le dijo, sabiendo que era mentira.


Él sí que quería dinero.


Lo vio sonreír y se le aceleró el corazón sin saber por qué. Su sonrisa no era una expresión de felicidad, sino más bien el gesto de un depredador satisfecho al saber que estaba acorralando a su presa.


Y Paula se sentía como una gacela delante de una pantera. A Pedro no le asustaba la sangre. 


Era un hombre que conseguía sus metas se interpusiese quien se interpusiese en su camino.


–Más o menos –dijo él muy despacio.


–En lo relativo al método, es posible que menos que más.


–Sí, es posible.


–¿De dónde es? –le preguntó Paula, sintiéndose tonta nada más hacer la pregunta.


La había hecho por su acento, y porque este hacía que se le encogiese el estómago, pero en realidad no quería saberlo.


No quería que Pedro pensase que nada de él le interesaba.


–De Francia. Mi padre es un importante hombre de negocios francés, pero pasé parte de mi niñez en Malawi, con mi madre.


–¿Por qué no vivía en París? 


Él se encogió de hombros.


–Mis padres se divorciaron y ella quiso volver a su país natal –le contó él sin ninguna emoción, en el mismo tono plano en el que hablaba siempre.


Y ella se preguntó si de verdad le habría resultado tan fácil marcharse de París a Malawi y separarse de su padre.


Aunque sabía que, en ocasiones, no estaba tan mal cortar los vínculos con la familia.




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