domingo, 28 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 24




Paula tenía la impresión de que se arrepentía de haberle dado tantos detalles, pero se imaginaba nítidamente lo que había sido su vida, un juguete para una diva. Se veía claramente que apreciaba muchísimo a su hermano, a pesar de que muchos podrían haber pensado que lo lógico sería que lo odiara por haber ocupado su lugar. Además, toda aquella historia explicaba la antipatía que sentía hacia ella: comparaba la ambición, según él, desmedida de ella con la de su famosa madre.


—Tu padre debía saber lo que era tu madre antes de casarse con ella.


—Estaba ciego de amor —dijo Pedro con una sonrisa de desdén—. O, al menos, sentía una fuerte atracción sexual. Y así no se puede entender la realidad de la vida. Como nosotros, deberían haber tenido una aventura apasionada y luego escribirse de vez en cuando por Navidad —añadió con una ligereza que hirió a Paula—. Así nos hubieran ahorrado a todos muchos disgustos.


Cuando ella oyó la referencia que hacía a su propia situación, no pudo evitar tirar el vino. Mientras el camarero limpiaba la mesa, tuvo tiempo, entre disculpas, de pensar en cómo seguir la conversación.


—Quizás tus padres, a diferencia de ti, no estaban tocados por el don divino de la predicción. Aunque, todo hay que decir, esta vez te ha salido mal. No tengo intención de tener una aventura contigo.


— ¿Es que no te satisfice en la cama? —preguntó con una sonrisa felina que hizo que Paula se sonrojara, recordando la pasión con la que ella se había entregado a él.


— ¿Quieres que te dé nota?


Pedro se removió en el asiento y se aflojó inconscientemente la corbata. Por su actitud, parecía que sus emociones no estaban tan controladas como quería aparentar.


— ¿De verdad quieres seguir como si nada hubiese pasado entre nosotros?


—En lo que a mí respecta, nada de importancia —dijo muy segura de sí misma.


— ¿Me estás desafiando? —Preguntó mientras a Paula se le hacía un nudo en el estómago—. No confundas la importancia con la urgencia.


— ¿Con la urgencia? —exclamó Paula, perdiendo la compostura.


—Simplemente estoy diciendo lo que los dos sabemos —respondió sin piedad.


Pedro, de lo que estamos hablando es de una aventura de una noche. Fue muy agradable, pero no tan inolvidable como para hacerme perder el sueño. Puede que esto te sorprenda, pero la vida me iba bien antes de que tú entraras en ella.


—Claro —se burló—. Tienes una existencia tan satisfactoria que por eso tuviste que alquilar un acompañante para guardar las apariencias. Seguro que le fuiste infiel a tu novio y por eso rompió contigo. El pobre bebía los vientos por ti.


— ¡No es cierto! —le espetó—. Para que te enteres, me encontró poco satisfactoria en la cama.


— ¿Sí? —susurró él—. ¡Qué interesante!


—El amor y el sexo no son lo mismo —exclamó ella a la defensiva, abandonando la idea de acabarse el plato de comida que tenía delante.


—Puede, pero el amor no es ese sentimiento tan puro que tú crees — respondió con desdén—. ¿Te enamoraste de él porque te parecía la persona adecuada? ¿Le creíste cuando dijo que eras frígida? Se te podría haber ocurrido que era él el que no lo hacía bien.


— ¿Quieres decir que podría haberlo comparado con mis anteriores amantes? —preguntó con voz sofocada.


—Sí —asintió él—. ¿No podrías haber fingido?


— ¡Yo nunca finjo!


—Me alegro que me saques de dudas —dijo Pedro con un suspiro de alivio.


Paula contuvo el aliento con indignación.


—Eres demasiado insensible para tener dudas.


—No me puedo creer que una mujer tan sensual como tú estuviera deseando casarse con un sujeto tan detestable y tan poco imaginativo.


—Alex no es un sujeto detestable. Además, pensaba que creías que el amor no tiene nada que ver con el matrimonio.


Se sentía algo vulnerable porque Pedro había dicho que era «sensual».


—Es cierto. Pero casarte con alguien a quien no consideras atractivo sexualmente te hace la vida demasiado difícil. He notado que lo has defendido en lo de «detestable», pero no has negado que fuese poco imaginativo. ¡El hombre que te encuentre incompetente en la cama debe de ser un patán! Hay algo en ti que excita las fantasías de un hombre, Paula. La calidez, el misterio… —dijo, mirándola de una manera que hizo que Paula se sonrojara —. No te encuentro decepcionante. ¿O es que necesitas el anonimato para perder las inhibiciones? ¿Es eso lo que te excita?


—No se te pasa nada por alto, ¿verdad? —Le reprochó Paula—. ¿Quién necesita psicólogos cuando está Pedro Alfonso?


—Puede que no sea un experto, cariño, pero tengo más intuición que tú. Desprecias a tu madre… ¿Por qué? ¿Por ser una mujer generosa, afectuosa, capaz de expresar sus sentimientos? No creo que tú puedas criticar a nadie.


—Si ser una mujer generosa, afectuosa significa que te quedas dormida llorando, creo que puedo prescindir de eso. Gracias —le replicó, recordando las noches de llanto de su madre. La razón siempre había sido un hombre—. Ya veo por qué tú, como cualquier otro hombre, prefieres a las mujeres generosas y afectuosas. ¡Los hombres sois todos iguales! No desprecio a mi madre, ¡siento pena por ella, por haberse rendido ante hombres como tú!


—No recuerdo haberme marchado mientras una mujer estaba dormida, Paula.


— ¿Qué hay de malo? ¿Acaso tenía que haberte dicho lo maravilloso que habías estado? ¿O sólo querías decirme lo idiota que había sido?


Paula se había sentido manipulada desde el instante en que lo conoció.


«Y todavía lo hace. Debería haberme marchado de la agencia y dejarle que salvara él solo la empresa de Oliver», pensó. «Es capaz de conseguir todo lo que quiere». Entonces no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.


—Me voy a casa —dijo, poniendo la servilleta en la mesa mientras se levantaba de la silla.


Pedro siguió su ejemplo y tranquilizó al camarero.


—No te vas a ninguna parte hasta que yo te lo diga —le espetó.


—No creo que tengas muchas posibilidades de que te haga caso. Para tener tanta hambre, no has comido mucho. ¿Por qué no te sientas y, como un niño bueno, te comes toda la comida? Puede que te fuera más fácil aceptar con el estómago lleno que no voy a convertir me en tu esclava sexual.


Pedro sonrió de repente, lo que hizo que Paula se empezara a preocupar.


—Mi esclava sexual, mmm… —dijo, con un tono de voz un poco más alto. Paula pudo sentir cómo todo el mundo aguzaba el oído—. No me importa discutir nuestra vida privada delante de todo el mundo —comentó ya más calmado, todo lo contrario que Paula.


—Cállate, Pedro—le susurró con fiereza—. No me gusta llamar la atención.


—Es poco probable que una diosa enfadada con el pelo brillante como el sol pase desapercibida —le contestó con mofa—. De hecho —añadió con una franqueza abrumadora—, me gusta. Olvidémonos de la cena y discutamos nuestros problemas de comunicación en un entorno menos concurrido.


Pedro dio la vuelta a la mesa y le colocó la mano en la espalda, con tal ligereza que casi parecía no haber contacto. A pesar de ello, a Paula le
resultaba ardiente como un hierro al rojo vivo y no pudo evitar un ligero temblor.


Él lo notó, pero no hizo ningún comentario mientras salían del restaurante.


—Prefiero quedarme en un sitio público —observó Paula mientras trataba de controlar sus sentimientos—. ¿Por qué no puedes aceptar que lo nuestro fue simplemente una aventura de una noche y nada más? Creo que si tratáramos de revivir lo ocurrido nos desilusionaríamos.


Pedro la agarró del brazo y la giró para que lo mirara.


—No tenemos ningún problema en comunicarnos cuando no hablamos. De
hecho, me parece que, sin hablar, hay entre nosotros la sensación más cercana a
la telepatía que yo he experimentado alguna vez.


Paula se percató en seguida de la forma de comunicación sin palabras a la que él se refería.


—El sexo no es la respuesta para todo.


—En este momento, me haría sentir mucho mejor. Te lo aseguro —admitió sin ningún pudor—. Sabes que me vuelves loco.


—Dijiste que te distraía de tus asuntos.


A Paula no le atraía el tipo de relación en la que él estaba pensando. La caza… la conquista… ese era el juego de Pedro. Cuando se hubiese acabado la novedad, se buscaría a otra, como todos. Todo lo que los hombres buscaban era la atracción sexual.


«Yo quiero más… mucho más», se dijo, reconociendo sus sentimientos de mala gana. Se preguntaba si la frustración que sentía no la haría aceptar lo que él la estaba ofreciendo sin pensar en las consecuencias.


—Y así es —asintió él, tocándola el pelo—. Yo no niego mis sentimientos como tú. ¿Te gusta volver locos a los hombres?


— ¿Locos a los hombres? ¿Yo? —preguntó con sorpresa, intentando descubrir si él le estaba tomando el pelo.


—Simón Hay, mi tío…


—Simón me odia y no creo que tu tío estuviera… —dijo mirándolo con indignación—. Él siempre se portó como un perfecto caballero conmigo.


—Eso fue lo que probablemente le mandó a la tumba —musitó Pedro cruelmente.


— ¡Ese comentario es repugnante!


—Tienes razón. Pero es verdad. ¿Por qué por una vez en tu vida no admites que quieres lo mismo que yo? ¿Por qué necesitas justificarte? —le preguntó Pedro.


Paula estaba envuelta en una corriente de aguas turbulentas. ¿Significaba estar enamorada tener que claudicar en todo? «Pero, ¡si yo no estoy enamorada de Pedro Alfonso!», se dijo, sorprendida por la naturaleza de sus propios pensamientos.


— ¿Quieres que te hable de amor y fidelidad? Eso es lo que hizo tu maravilloso Alex… No hagas caso de las palabras. Déjate llevar por el instinto. Y el instinto te dice que te vengas conmigo, ¿verdad?


— ¿Me estás pidiendo que me fíe de ti? ¡Estaría loca!


— ¡Pedro! Pensábamos que llegábamos pronto. Preséntanos a esta encantadora señorita.




sábado, 27 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 23




—Parece que te conocen —comentó Paula, después de que Pedro pidiera el vino sin consultarla.


—Me alojo aquí.


Saber que tenía una habitación tan cerca le produjo de nuevo una sensación de desasosiego. Casi sin darse cuenta, empezó a fantasear que Pedro la llevaba a su habitación… Con un sobresalto, volvió a la realidad.


—Puedes beber —comentó Pedro señalando al vino, que todavía ella no había probado—. No voy a intentar emborracharte. Me parece recordar que te duermes.


—Realmente te encanta recordarme lo que pasó, ¿verdad? —le contestó con una mirada de odio.


—¿Eres siempre tan dura contigo misma?


—Eso te lo dejo a ti —respondió ella, sorprendida por la pregunta.


—No haré concesiones contigo por nuestra relación personal —admitió Pedro.


—No tenemos ninguna relación —le espetó Paula, temblando ligeramente.


—¿Acaso te ha roto todos los esquemas el desear tanto acostarte conmigo?


—Realmente te crees irresistible, ¿verdad? —bufó ella con incredulidad—. Resulta tremendamente patético.


—Al menos hiciste que… ¿cómo se llamaba?… Alex sintiera celos. ¿No era eso lo que querías? —preguntó Pedro—. Si estábamos hablando de cosas patéticas…


—Pagué un precio demasiado alto.


—No lo consideraste así en aquel momento —respondió él, haciendo que Paula se sonrojara—. No te hagas la remilgada conmigo, Paula. Tus apetitos no son distintos de los de los demás.


—Pensé que habíamos venido aquí para que te diera un informe.


—Te escucho —contestó con brevedad, reclinándose en la silla.


Pedro escuchó con mucha atención, sólo interrumpiéndola de vez en cuando para hacer ciertas preguntas.


—Has sido una niña muy aplicada —dijo cuando ella acabó.


—Se me ocurren dos palabras para definir ese comentario: denigrante y condescendiente —respondió, clavando el cuchillo en un espárrago con más fuerza de lo normal.


—Estoy impresionado. ¿Eso te parece mejor?


—Mucho mejor —asintió de mala gana—. Pensé que tenías hambre pero todavía no has tocado la comida —le dijo, mirando el plato.


—Si lo hubiese hecho, probablemente me habrías acusado de no prestarte atención —comentó él con una nota de guasa en la voz—. No me tratas con la deferencia a la que me he acostumbrado. Nunca me han llamado «señor» tan a menudo como desde que llegué aquí.


—No hay ninguna razón para que me una a la larga fila de aduladores. Estoy despedida, ¿recuerdas?


—Me parece recordar que fuiste tú la que presentaste la dimisión.


—A fin de cuentas, es lo mismo. Simplemente te tomé la delantera. ¿O acaso no te habías decidido ya a ponerme de patitas en la calle?


—Cuando me lo planteé, llegué a la conclusión de que no podía separarme de ti —replicó con sorna—. Me olvidaba de que ahora que eres una mujer acaudalada, te puedes permitir ser imprudente, ¿verdad, Paula?


—Sí, es maravilloso. Ni siquiera tengo que acostarme con el jefe. ¡Qué alivio! —contestó ella con desdén, recordando que, si no hubiese sido tan imprudente desde un principio, no estaría en esa situación.


—Pensé que te las habías arreglado para mantener a Oliver a distancia, simplemente haciéndote la interesante. ¿O acaso estabas mintiendo? Ahora yo soy tu jefe… te podrías acostar conmigo. Pero no te mencionaré en mi testamento ni te ascenderé de puesto.


Paula estaba demasiado nerviosa para decidir si Pedro realmente pensaba que era una fulana sin escrúpulos o simplemente era que disfrutaba insultándola. ¡Deseaba tanto quitarle aquella expresión del rostro!


—En ese caso, no merece la pena. No me interesa —dijo con una sonrisa cínica—. Además, ¿no va a ser Octavio Llewellyn el hombre fuerte dentro de muy poco? Intentaré seducirlo a él. Por cierto, realmente te admiro por admitir que no estás preparado para llevar la agencia.


—No me puedo emocionar demasiado por el nuevo envoltorio de una tableta de chocolate o por un político que ha cambiado de ideología —asintió, encogiéndose de hombros—. Digamos que es un defecto genético. Mallory’s necesita alguien dinámico al mando y nadie de la agencia reúne esos requisitos. Al menos cuando Octavio esté aquí, no tendré que pasar tanto tiempo en este lugar. Oliver sabía que yo no me iba a hacer cargo, pero también que no dejaría que se derrumbase lo que él había construido. No tuvo hijos. Creo que la agencia es su contribución a la posteridad.


—Me parece que eso es muy triste.


—A mí también.


Paula estaba todavía enfadada con él por la manera despreciativa en la que había hablado de la agencia.


—Desde luego. Tú probablemente eres más feliz pisando uvas o haciendo algo por el estilo —le replicó, llevándose la copa de vino a los labios.


— ¿Te gusta?


Ella se sorprendió mucho por la pregunta, pero asintió mientras saboreaba el vino, de textura cálida y suave.


—Entonces, es que he estado pisando las uvas bien —añadió, mientras observaba cómo ella lanzaba una mirada rápida a la etiqueta de la botella—. Es un buen Cardona, pero nuestro Votris Remillón es lo mejor que hemos hecho
hasta ahora. Es un vino de sabor intenso que, en mi opinión, puede competir con los mejores Sautores del momento. Nueva Gales del Sur tiene un clima muy parecido al del sur de Francia. En Tolondra, por ejemplo, tenemos mucha suerte con el clima. Me parece que encontrarás nuestra etiqueta entre las mejores denominaciones. Por otro lado, tienes toda la razón. Como es un negocio familiar, puedo controlar cada una de las etapas de producción, de distribución y de marketing. Me resulta muy satisfactorio ver el resultado de mi trabajo en esta etiqueta… —concluyó, acariciando la etiqueta dorada.


—Cada uno a lo suyo, supongo. Tú tienes todo eso, y sin embargo te vas a Francia para volver a empezar. Algunas personas nunca se ven satisfechas.


—Me gustan los desafíos —respondió con sinceridad—. Tolondra está en buenas manos.


—Si tienes un hermano, ¿por qué Oliver no os dejó la agencia a los dos? Tu hermano debe de ser mayor que tú —preguntó ella con curiosidad.


— ¿Por qué supones eso?


—Él tiene la propiedad, ¿verdad? El hijo mayor hereda el reino…


—Raul es mi hermano pequeño. Mi hermanastro —añadió con una expresión de abatimiento.


—Entonces, ¿por qué…?


—Eres muy entrometida. La hermana de Oliver, Ruth Mallory’s, es mi madre.


— ¡La cantante de ópera! —dijo Paula con sorpresa. Ruth Mallory’s no parecía ser lo suficientemente mayor para ser la madre de Pedro y, por otro lado, Oliver nunca lo había mencionado.


— ¿Es que hay alguna otra? —Preguntó él con impaciencia—. Mi madre pasó el primer año de mi vida en Tolondra, pero luego decidió que su carrera era más importante que un marido y un bebé. Mi padre se quedó muy triste, pero, afortunadamente para él, conoció a la madre de Raul, Susi, y pudo encauzar su vida. Cuando mi padre se volvió a casar, mi madre se dio cuenta de que me necesitaba a su lado. No quería una familia feliz, pero no quería que Susi la tuviera tampoco. Después, visité Tolondra muy de tarde en tarde, cuando Ruth no encontraba ningún sitio donde dejarme. Raul creció en esa tierra, es suya. Mi padre quería… Yo conseguí lo que quería, el trozo de tierra que mi abuela había cultivado cuando llegó a Australia. Era italiana… tal vez lo llevo en la sangre. Y eso es todo. ¿Satisfecha?




AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 22




Eligió un vestido, no para agradarle, sino porque era el que siempre había llevado en ocasiones parecidas. Era el típico vestido negro sin mangas, por encima de la rodilla y con una fila de cuentas en el bajo. Luego se intentó recoger el pelo, aunque sin éxito, ya que no podía colocarse las horquillas y el pelo se le deslizaba una y otra vez por la espalda.


—Si no estás lista en treinta segundos, entraré para ayudarte.


La voz que provenía desde la otra habitación hizo que tirara el cepillo y que se echara un último vistazo en el espejo.


Cuando entró en el salón, decidió mirar a todas partes, menos a Pedro, lo que resultaba bastante difícil, ya que era una habitación bastante pequeña y él era un hombre muy corpulento.


—Conozco muchas mujeres…


—Estoy segura de que sí —le interrumpió ella.


—… que te envidiarían por ser capaz de producir este resultado en cuestión de minutos.


Paula parpadeó y tragó saliva. Se olvidó de que había decidido no mirarlo a los ojos, que tenían un brillo más intenso que de costumbre.


De repente, la sensual expresión que tenía en el rostro cambió para recobrar su habitual severidad y se dirigió hacia la puerta.


—Es hora de que nos vayamos.


Muy cerca, aunque sin tocarla, la acompañó al coche.


—Tienes más espacio para las piernas en este coche que en el mío — comentó Paula mientras se sentaba en la tapicería de cuero. El coche era un deportivo, el tipo de automóvil que todo el mundo se volvía a mirar.


Pedro se sentó a su lado y no pareció hacer ningún caso del comentario, aunque interceptó la mirada furtiva que Paula le echó a las piernas.


—A mí también me gustan tus piernas —afirmó él con una voz profunda. Paula sintió cómo se le erizaba el vello de los brazos y emitió un grito sofocado cuando se volvió a mirarlo. Ella se sentía como si fuese a saltar por un acantilado. Pedro extendió una mano y le acarició la barbilla. Paula apoyó la mejilla en la palma de la mano de él.


—No tenemos que ir a cenar —sugirió y aquella invitación tan sugerente deshizo cualquier posible resistencia. El fuego del deseo le agitaba el cuerpo como una tormenta.


La espera le resultó insoportable mientras Pedro se le acercaba para besarla.


Paula podía oír el ritmo entrecortado de su respiración, con toda la atención puesta en la boca que se acercaba para invadir la suya. De repente, todo se acabó por el claxon y las luces de un coche que pasaba.


Ella se echó hacia atrás y se puso las manos en los labios.


—Por Dios, arranca el coche —le suplicó, sin mirarlo.


Él maldijo algo en voz baja y el coche salió disparado. Paula estaba aprendiendo rápidamente a no sobrestimar su propia capacidad de resistencia o la perseverancia de Pedro. Aquello era una lección de humildad.