viernes, 26 de octubre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 14
Pedro se despertó y descubrió la luz dorada del sol entrando por la ventana y escuchó unos pasos al otro lado de la ventana. Lo cual era imposible, porque… ¿acaso no estaban en un cuarto piso?
Desvió la mirada hacia la ventana y descubrió a un hombre moreno provisto de un casco y un cinturón de herramientas, que lo miraba a su vez. Alarmado, se dispuso a levantarse de la cama para seguir investigando un poco más… hasta que se dio cuenta de que estaba desnudo.
Bien, recurriría al plan B. Le gritó al hombre que se apartara de la ventana, en italiano, y el presunto obrero obedeció reacio… no antes de lanzar una última mirada al hombro desnudo de Paula.
—Imbécil —masculló entre dientes mientras ella se desperezaba y abría los ojos.
—¿Qué pasa?
—¿Hay alguien trabajando en el edificio? Acabo de ver a un obrero por la ventana.
Paula frunció el ceño con expresión confusa.
—No. Bueno, la verdad es que no lo sé. Hay una escalera de incendios en la pared y…
—No te preocupes —la abrazó—. Ya lo he ahuyentado.
Pero sabía que el profesional que llevaba dentro no se quedaría tranquilo hasta haberlo averiguado. Tomó nota mental de investigar las obras que se estuvieran haciendo en el edificio y los obreros que participaban en ellas.
Le dio un beso antes de incorporarse para admirarla a la luz del día.
—Eres preciosa.
No podía dejar de mirarla. Iba aviado si era así como pretendía guardar las distancias. Estaba empezando a temer que distanciarse de ella iba a resultar una tarea de todo punto imposible.
Paula le inspiraba sentimientos que no había experimentado en años, y además le hacía cuestionarse todo. Incluso cosas que hasta ese momento habían sido incuestionables.
En resumidas cuentas: estaba muerto de miedo.
Y seguía sin poder dejar de mirarla.
Estaba, por ejemplo, lo del sexo. Se consideraba un buen amante, pero con Paula de repente se había convertido en un superhéroe de dormitorio. Se había producido un tipo de magia que no solía experimentar a menudo.
Sabía que se encontraba ante una amante espectacular. Como ninguna otra mujer que hubiera conocido.
—Espero que no te importe que me haya quedado esta noche —le dijo.
—Claro que no —bostezó mientras se desperezaba, haciendo que la sábana resbalara hasta su cintura y descubriera sus pequeños y exquisitos senos.
Bajó la mirada a sus diminutos y morenos pezones, que se endurecieron al instante. Paula no hizo nada por cubrirse, sino que continuó allí tendida, dejando que mirara todo lo que quisiera.
—Creo que nos quedamos dormidos en algún momento después de las dos. Yo no tenía intención de quedarme, pero…
—No pasa nada, de verdad. ¿Te apetece que salgamos a desayunar? Aquí no tengo nada, pero hay un café a la vuelta de la esquina.
Pedro deslizó una mano por su suave y cálido vientre, y volvió a excitarse.
—Preferiría desayunarte a ti.
—Mmm… —rodó hacia él y estiró una mano hacia su miembro—. ¿Ya? Imaginaba que necesitarías tiempo para recuperarte después de los tres orgasmos seguidos de anoche.
—¿Tres? Guau, yo sólo me acuerdo de dos.
—Creo que perdiste la conciencia en algún momento —repuso ella, riendo.
—¿Estás segura de que me corrí tres veces?
—Yo sí, por lo menos.
Su sonrisa era tan embriagadora como su belleza. Pedro le apartó delicadamente el cabello de la cara y se quedó sin aliento cuando ella empezó a masajearle el sexo.
—Eres insaciable. Nunca había conocido a nadie como tú.
—Seguro que has tenido tus sesiones de mano matutinas…
—Administradas por uno mismo, en su mayor parte. Y ni siquiera la mitad de divertidas.
—El trabajo con la mano es un arte casi extinguido entre las mujeres, pero no deberíamos minimizar su importancia en la gama de placeres masculinos.
—¿Qué hay del placer femenino?
—No me opongo a que hagan lo mismo conmigo —incorporándose, Paula se instaló entre sus piernas y continuó acariciándolo, esa vez con las dos manos.
Pedro no pudo hacer otra cosa que quedarse tendido, disfrutando. Le encantaba el balanceo de sus senos y la manera que tenía de contonearse mientras se concentraba en sus caricias.
—¿Pero prefieres otros métodos?
Sonrió, maliciosa.
—Nada puede reemplazar a un buen falo, aunque la técnica oral se le acerca mucho.
—¿De veras?
Se inclinó para apoderarse de la punta de su miembro con la boca mientras continuaba acariciándolo. A partir de entonces, Pedro perdió la capacidad de formular todo pensamiento.
Quince minutos después, cuando volvió a recuperar la conciencia y se recuperó del último orgasmo, tuvo finalmente la presencia de ánimo suficiente para hacerse una pregunta: ¿qué estaría escribiendo sobre él en su blog?
¿Y cómo podría justificar él que se hubiera entregado de buena gana a aquello por el bien de su misión? Nunca antes había dudado de su propia profesionalidad, pero en ese momento estaba empezando a preguntarse si era realmente merecedor de la placa que llevaba.
¿Y si no solamente había dejado de ser un buen agente, sino que además se había convertido en un canalla mentiroso de la peor estofa?
—¿Sacamos al gato a pasear?
Pedro la miró como si hubiera perdido el juicio.
—¿Qué pasa? —inquirió ella—. He visto a más de un gato con correa.
—Los gatos y las correas no suelen llevarse bien. Sobre todo con ésta —señaló al animal, que ya habían averiguado que era hembra. En aquel momento se estaba peleando con un calcetín.
—Dado el carácter que parece haber sacado, me sorprende que anoche se dejara traer hasta casa.
—Probablemente estaba deshidratada y hambrienta, y ahora que ya ha comido y bebido, es toda energía.
—¿Te importaría recordarme cómo fue que traje a esta fiera a casa?
—¿No te lo recuerda ella misma?
—Me atacó en mitad de la noche, empezando por mi pie. Todavía me duele.
Alzó la pierna desnuda para que Pedro pudiera ver los arañazos.
—Necesitarás llevarla cuanto antes al veterinario para ponerle las vacunas y todo eso.
—Estupendo. Y ahora probablemente contraeré alguna enfermedad por su culpa.
—Hey, yo la llevaré, si a ti no te apetece. Va en serio.
—No, no hace falta —Paula se había encariñado irremediablemente con el animal. Intentó adoptar un tono gruñón—. Cuando no me está atacando, parece que le gusto.
—Eso es lo que solía decir yo de mi última novia —comentó Pedro, sonriente, mientras rodaba a un lado para posar una mano sobre su vientre desnudo.
Se habían pasado toda la mañana haciendo el amor, y aunque Paula se oponía por norma a toda interacción del día siguiente, había tenido que hacer una excepción con Pedro, dado su enorme talento. La había dejado tan satisfecha que había empezado a preguntarse si habría adquirido algún tipo de adiestramiento especial en las artes amatorias…
—¿Fuiste gigoló en alguna vida anterior, Pedro?
—No —frunció el ceño—. ¿Por qué?
—Bueno, es que me has impresionado con tus habilidades en la cama.
—Yo podría decir lo mismo de ti.
—Procuro entregarme con las cosas que me gustan —se levantó de la cama y empezó a recoger su ropa.
—Lo mismo digo.
Paula podía sentir su mirada recorriendo todo su cuerpo, y se volvió hacia él mientras se ponía las braguitas y el sujetador. Hacía mucho tiempo que había aprendido a sentirse cómoda desnuda. Entre otras cosa, porque sabía que no había nada más sexy que una persona cómoda con su propio cuerpo.
—Supongo que el sexo en la ducha no estará permitido en el baño comunal de tu edificio… —le sugirió. Se estaba excitando sólo de mirarla.
Paula bajó la mirada a su miembro.
—Eres el hombre más insaciable que he conocido.
—Me cuesta creer que no hayas suscitado ese mismo efecto con cada hombre con el que has estado.
—Respondiendo a tu pregunta anterior, no. Si hubieras echado un vistazo al baño comunal, ahora mismo no tendrías ninguna gana de practicar sexo allí. Aparte de que los otros inquilinos se pondrían a aporrear la puerta.
Sacó unos téjanos de un cajón de la cómoda, junto con una camiseta negra, y se los puso. Luego se calzó unas sandalias negras de tacón alto.
Pedro se levantó por fin de la cama y recogió su ropa del suelo. Tuvo algún problema para recuperar su calcetín de las zarpas de la gatita, con lo que se ganó unos cuantos arañazos.
Mientras tanto, Paula lo observaba sentada en la cama, admirando su cuerpo desnudo y memorizando cada detalle.
Pensó que necesitaba dejar de pensar en el sexo… al menos lo suficiente para que el pobre hombre descansara un poco. No quería matarlo.
—¿Te ha entrado ya hambre para salir a desayunar? —le preguntó—. Sigo sintiéndome como una mala anfitriona por no tener nada que ofrecerte, aparte de un champán caliente.
—No te preocupes. Déjame que me lave un poco y ahora mismo bajamos.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 13
Sexo de la primera cita
En circunstancias normales, una ha de mostrarte indulgente con las experiencias sexuales de toda primera cita. La torpeza está a la orden del día, tropiezas más de una vez, las caricias son demasiado bruscas o demasiado flojas, vas demasiado rápido o demasiado lento. Generalmente una, y al decir una hablo por todas, no suele hacer un gran trabajo.
Aun así, muy de cuando en cuando, se produce algún primer encuentro que es la excepción a la regla y te hace olvidar todos los demás.
El de anoche fue exactamente así.
Sí, queridas y leales lectoras, sois las primeras en saberlo. Mi racha de mala suerte parece haber pasado. Gracias a Dios. Estaba empezando a acomplejarme.
En serio.
En algún momento de mi tercer orgasmo, me di cuenta de que la racha se había ido. La cita fue un éxito.
No quiero parecer jactanciosa. El mérito fue mayormente suyo. El buen sexo, al fin y al cabo, es como bailar con una pareja que conoce los mismos pasos que tú y con la que has estado practicando durante semanas.
El nuevo Mister X es capaz de hacerte cosas con la lengua que seguramente están prohibidas en numerosas partes del mundo.
¿Sabíais que si te succionan el clítoris a tope, el orgasmo sobreviene en cuestión de segundos? Eso lo aprendí anoche. Yo aprendí algo. Algo nuevo. Increíble.
¡Quién me lo iba a decir!
Comentarios:
1. ReneeDupree dice: ¿succión a tope? ¿Te refieres a hacer el vacío?
2. Carrieann dice: yo acabo de probar eso… quiero decir mi novio y yo… ¡y funciona! Gracias, Eurogirl. Eres mi mejor amiga.
3. Benet dice: guau. Yo también lo he hecho. Absolutamente increíble.
4. Eurogirl dice: vaya, esto está empezando a parecerse a un infocomercial de sexo. Pero la verdad es que las recomendaciones siempre son de agradecer. Me alegro de haber compartido mis pequeñas perlas de sabiduría con vosotras… en las raras ocasiones en que descubro alguna.
5. Timberwolf dice: necesito encontrar a una amiga para probarlo, ¿Alguna voluntaria?
6. Lola dice: mándame tu foto, timberwolf.
7. Eurogirl dice: Timberwolf, la próxima chica con la que lo pruebes terminará amándote con locura.
8. B cool dice: me pregunto si ese truco funcionará también con el pene.
9. Eurogirl dice: No lo creo. Ya lo he probado yo.
10. B cool dice: oh, bueno, algunos penes se ponen más duros así.
11. Cayenne dice: Felicidades por el final de tu mala racha, Eurogirl.
12. MenaB dice: sí, deberíamos montar una blog party o algo para celebrarlo.
13. Anónimo dice: Eurogirl, espero que estés practicando sexo seguro. Sé lo imprudente que puedes llegar a ser, y no me gustaría que corrieras más riesgos de los que ya estás corriendo.
14. MenaB dice: caramba, Anónimo, ¿por qué no te vas a lanzar tus sermones a otro blog?
15. Eurogirl dice: aunque los preservativos no pueden protegerme del peligro de tener una mala experiencia sexual, siempre insisto en que mis amantes se los pongan por las obvias razones que todas conocemos. Porque todas y todos somos adultos serios y responsables, ¿verdad?
jueves, 25 de octubre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 12
Informe de estado 2: Houston, tenemos un problema
Lo sé, es algo chabacano. De mal gusto. Estoy en medio de mi primera cita y lo arriesgo todo para informaros puntualmente, mis queridas y leales lectoras. Espero que sintáis mi amor. Y no, Calidude, ninguna de mis lectoras ha interpretado ni interpretará este amor que os doy de la manera que tú te lo estás imaginando… que yo sepa, al menos. Ni siquiera en el ciberespacio.
A lo que iba. Mister X está en el baño y, he de decíroslo, tiene un cuerpo estupendo. Y lo de dentro tampoco está mal, a juzgar por lo que he palpado bajo la ropa. En cualquier momento espero verlo… me refiero a él, claro… desnudo.
No os perdáis la siguiente entrega de este folletín titulado: La cita de Eurogirl que todas esperamos fervientemente que no fracase.
Comentarios:
1. Yoshi dice: me encantan los pelos y señales (en sentido figurado). ¿Podrías volver a informar en medio de tu primer orgasmo?
2. Asiana dice: creo que bloguear en medio de una primera cita, para no hablar de hacerlo en medio de un orgasmo, es una infracción en toda regla del protocolo de salir con alguien. No espero demasiado de nuestra desventurada heroína.
3. Milomar dice: ¡Esto es patético! Necesito más detalles.
—Hey, ¿más correos electrónicos? —le preguntó Pedro cuando volvió a la habitación.
—Lo siento —se encogió de hombros mientras cerraba el portátil—. Me temo que soy adicta. Es mi única línea de contacto con los Estados Unidos —levantándose, lo atrajo hacia sí.
—¿Y bien? —susurró—. ¿Dónde lo habíamos dejado antes?
—¿Te refieres a los gnocchi? ¿O al brindis con champán?
—Me refiero al instante en que puse los pies en este apartamento, antes de la cena y antes del gato… —deslizó un dedo todo a lo largo de su mandíbula, haciéndole cosquillas.
—Hablando del gato, está escondido debajo de los cojines del sofá, así que ten cuidado cuando te sientes.
—Lo tendré.
—¿Nos conocemos ya lo suficiente como para pasar a un nivel superior de intimidad? —le preguntó ella con tono sarcástico.
—¿Te estás burlando de mí?
—Sólo quiero saber si dejarás por fin ese papel de refinado galán italiano y admitirás que querías acostarte conmigo tan pronto como entraste aquí.
—Por supuesto que quería acostarme contigo. ¿No te has creído mi papel?
—No.
—Eres muy exigente. Sólo estaba intentando ser un poquito caballeroso.
—Conmigo no necesitas actuar. Prefiero que ambos tengamos bien presente la razón por la que estamos aquí.
—¿Cuál es esa razón?
—El sexo.
Pedro había empezado a acariciarle los senos, con lo que le resultaba difícil concentrarse.
—¿Realmente te estás comunicando por correo electrónico o estás informando a tus superiores sobre mí? —le preguntó con una sonrisa irónica.
Paula sintió que se le encogía el estómago. Si supiera lo que había estado haciendo…
—¿Mis superiores? ¿Te refieres a los tipos de mi planeta, los que me mandaron a la Tierra en misión secreta?
—Por ejemplo. Porque cada vez que me ausento, te pones a teclear en esa cosa.
Paula estaba sudando. Necesitaba terminar con sus informes de estado, definitivamente. Ningún amante suyo había descubierto nunca lo de su blog, y no pensaba empezar ahora.
La sola idea de que un tipo con el que se estuviera acostando pudiera tener acceso a su psique sexual le ponía los pelos de punta. Ese sí que era un nivel superior de intimidad que estaba decidida a proteger. Le gustaban los hombres, sí, pero respetando la necesaria distancia emocional.
No le importaba exhibir ante el mundo sus experiencias sexuales y sus reflexiones al respecto. Aquello lo hacía de manera anónima, y representaba un desahogo del que disfrutaba tremendamente: la oportunidad de tener relaciones íntimas sin padecer ninguno de los lamentables efectos colaterales de la intimidad.
Intentó disculparse:
—Te prometo que dejaré de comportarme como una adicta a los correos electrónicos… si tú cierras la boca y me besas de una vez.
Así lo hizo.
Pedro la besó tan bien que se quedó floja y lánguida en sus brazos mientras se dejaba llevar a la cama. Una vez allí, se tumbó sobre ella.
Paula, a su vez, puso las piernas alrededor de su cintura. Allí era justo donde lo quería…
—¿De modo que no quieres que me porte como un caballero? —le susurró él.
—Demonios, no.
—¿Cómo quieres entonces que me porte?
—Como un amante. Es muy sencillo. Me deseas, ¿verdad? ¿Quieres poseerme ahora mismo?
—Sí…
Paula podía sentir su dura erección presionando contra su vientre. No era ningún secreto lo que ambos estaban deseando. Pero necesitaba que Pedro se desembarazase de las pocas y anticuadas nociones que pudiera tener sobre las relaciones hombre-mujer.
—Y yo quiero que me poseas. No tenemos por qué andarnos con rodeos al respecto, ¿no te parece?
Pedro se apoyó sobre un codo y la miró con expresión inescrutable.
—¿Es eso lo único que quieres?
—Ahora mismo sí.
—¿Y si yo quisiera conocerte? Me refiero a conocerte también fuera de la cama.
Paula volvió a sentir la familiar inquietud en la boca del estómago. No debería ser tan vulnerable a la simple perspectiva de una relación mínimamente seria. Hasta ahora, nunca lo había sido.
Pero, en aquel instante, en aquel extraño e inseguro momento de su vida, ese hombre le estaba tocando un punto sensible. Y quizá él fuera consciente de ello precisamente porque también estaba pasando por un momento semejante.
Suspiró. Fue un suspiro más de resignación que exasperado.
—Supongo que entonces tendría que dejar que me conocieras…
—Bien —dijo él, y le plantó un beso en la mejilla—. Porque quiero conocerte.
Pensó que quizá debería comprobar lo bueno o lo malo que era en la cama antes de comprometerse con una segunda cita, pero aquel hombre tenía algo que le minaba cualquier voluntad de resistirse.
Pedro se sentó y la ayudó a quitarse el vestido; luego se desnudó mientras ella lo admiraba a su vez… de pies a cabeza. Tal y como había sospechado, tenía un cuerpo impresionante.
Lo recorrió detenidamente con la mirada, memorizando sus planos y sus ángulos… especialmente sus partes más duras. Su erección parecía desafiarla, y no puedo evitar acercarse para examinarla mejor.
Sentándose en el borde de la cama, con las piernas abiertas, lo atrajo hacia sí y empezó a meterse el miembro en la boca lentamente.
Primero la punta, luego el glande y después el resto, todo lo que pudo.
Pedro enterró los dedos en su pelo y empezó a jadear.
—Maldita sea…
Antes de que ella pudiera saborearlo a placer, la apartó y volvió a tumbarla sobre la cama.
—No he terminado —protestó Paula.
—Qué pena. Lo dejaremos para más adelante.
No dejó de mirarlo mientras se ponía un preservativo y se instalaba entre sus muslos. Se dijo que debería hacer algo, pero lo cierto era que no podía moverse, paralizada de deseo como estaba.
Poco después perdía todo sentido de la realidad, a partir del momento en que Pedro se hundía en ella y comenzaba a moverse.
Paula sabía que el buen sexo era el gran ausente de toda primera cita. En su experiencia, al menos. Pedro, sin embargo, era la excepción a la regla. Sabía tocar todas las teclas.
Cerró los ojos y contuvo la respiración mientras él se hundía aún más profundamente en ella, provocándole una fricción absolutamente deliciosa.
Le encantaba conocer el cuerpo de cada nuevo amante, pero con Pedro era como si se conocieran desde siempre. Como si ya hubieran bailado aquella danza antes. Nunca había imaginado que llegarían a sintonizar tan bien.
Abrió de nuevo los ojos y lo sorprendió mirándola mientras se movía dentro de ella. Sus ojos ardían de deseo y estaba despeinado: el pelo le cubría parte de la cara. Siempre le habían encantado los hombres con el pelo largo.
Disfrutaba mirando su rostro, admirando su belleza. No se había sentido tan atraída por un hombre desde que… Nunca, la verdad. El pensamiento la llenó de terror y la excitó al mismo tiempo.
Sintió que se humedecía cada vez mientras se acercaba al orgasmo, y quiso esperar un poco. Todavía era demasiado pronto. Quería seguir saboreando el proceso…
Se medio incorporó y lo urgió a apartarse un poco. Luego se dio la vuelta.
Pedro no perdió el tiempo en volver a penetrarla, en esa ocasión de espaldas, y Paula suspiró de placer. Se movía con fuerza una y otra vez mientras la agarraba firmemente de las caderas: con lentitud al principio, luego acelerando hasta alcanzar un ritmo que la hizo gemir.
Aquel hombre era la fantasía más salvaje que había tenido… hecha realidad y fundida con sus más profundos anhelos. Una peligrosa combinación para una mujer que no quería hacerse adicta a ese tipo de experiencias.
Podía sentir su miembro endureciéndose cada vez más en su interior, a punto como estaba de alcanzar el orgasmo, pero de repente se detuvo, negándole provisionalmente el desahogo final.
Estaba decidida a demostrarle que la contención era el mejor aliado del placer.
Echándose hacia atrás y recostándose contra su pecho, se dejó caer todo a lo largo de su miembro, muy lentamente, imponiéndole su ritmo. Los jadeos de Pedro le indicaban que no le molestaba en absoluto que hubiera tomado la iniciativa.
La orgullosa satisfacción de Paula no duró mucho, sin embargo. Porque cuando se estaba aproximando nuevamente al orgasmo, él la agarró de las caderas y la obligó a permanecer quieta al tiempo que se incorporaba y deslizaba una mano entre sus piernas… para masajearle el clítoris. Estaba mojada, y sus dedos se movían fluidamente en un delicioso ritmo que le resultó insoportable.
Hasta que de repente se apartó.
—A este juego podemos jugar los dos —musitó.
Todavía sujetándola con fuerza, le bañó la espalda de besos y la hizo darse la vuelta.
—Quiero verte la cara cuando llegues.
Paula debería haber respondido algo, pero no pudo hacer otra cosa que permanecer allí tumbada, debilitada de deseo, anhelando volver a sentirlo dentro. Como si le hubiera leído el pensamiento, Pedro entró nuevamente en ella, se apoderó de su boca y continuó haciéndole el amor a un ritmo terriblemente lento, como una tortura. Se había colocado de tal forma que podía acariciarle el clítoris al mismo tiempo, y Paula empezó a sentir la cercanía de un segundo orgasmo.
Gimió contra sus labios, aferrándose a sus nalgas, abrazándolo mientras se acercaba a al borde del abismo…
Hasta que al fin cayó. Miles de colores reventaron detrás de sus párpados mientras su cuerpo se convulsionaba de gozo. Sin aliento, soltó un grito cuando las olas del orgasmo la arrasaron por dentro, una y otra vez, prolongándose hasta lo imposible mientras Pedro continuaba moviéndose en su interior. Ni un solo instante dejó de mirarla a los ojos, como si estuviera disfrutando de su placer tanto como del suyo propio.
Cuando el orgasmo estaba cediendo, Pedro aceleró el ritmo. Sus caderas se movían deprisa mientras la miraba con expresión tranquila, serena: parecía sumido en una especie de meditación, cercana al nirvana. Luego su cuerpo se tensó y su orgasmo reverberó también en Paula, prolongado y potente. Finalmente se derrumbó sobre ella, sudando copiosamente y besándola con avidez.
—Guau —susurró Paula—. Eres increíble.
—Y tú —se apartó, mirándola a los ojos—. Creo que apenas acabamos de empezar. Lo mejor está aún por llegar, como se suele decir.
Quizá tuviera razón. Quizá había encontrado por fin al amante perfecto. ¿Se atrevería a alimentar esa esperanza?
Pero, por supuesto, todo tenía su trampa.
Incluido Pedro.
Al otro lado de la habitación, el gatito se puso a maullar y saltó a la cama. Ambos se echaron a reír.
Paula experimentó una sensación de irrealidad.
De algún modo, en el espacio de unas pocas horas, había dejado de ser una escritora desempleada y deprimida para convertirse en una mujer feliz con trabajo, amante y gato incluido.
Lo malo era que, muy en el fondo, no podía sacudirse la inquietud que había experimentado desde que le pareció ver a Kostas por las calles de Roma. ¿Y si había conseguido seguirla hasta allí?
No, se estaba volviendo paranoica. No podía ser. En aquel momento, debía de estar en la cárcel.
El sexo con Pedro había sido maravilloso. El único problema era lo que le había dicho acerca de que quería llegar a conocerla mejor. Porque parecía más que decidido a hacerlo.
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