miércoles, 19 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 29




Pedro recogió a Paula para ir juntos a la cabaña. 


Era viernes por la noche y la primera vez que habían quedado específicamente para salir juntos, pero ella se negaba a darle importancia al asunto. El hecho de que fueran juntos en el coche de Pedro se debía simplemente a que les había parecido lo más práctico. Durante el camino, habían estado hablando de frivolidades como el tiempo o el paisaje, pero en realidad Paula quería hablar sobre cómo había ido el caso en el juzgado.


Había leído en el periódico que el grupo de Pedro se había visto con la mujer que estaba reclamando parte del premio. No se había dictado ninguna sentencia aún, pero seguro que ahora que había un juez y abogados de por medio, el asunto se resolvería pronto, de un modo u otro. Paula podía imaginar el estado de nerviosismo en que se encontrarían todos.


Quería preguntarle si le preocupaba perder todo el dinero, ya que los millones les serían entregados al estado de Georgia si el tiempo pasaba y el caso seguía sin resolverse. ¿Y qué pensaba hacer con el dinero si se lo entregaban? ¿Dejaría su trabajo?


Pedro estaba raro. En el restaurante habían conversado con naturalidad, pero ahora…


Era como si estuvieran ante una puerta abierta y los dos tuvieran que tomar la decisión de entrar o quedarse fuera. Si cruzaban el umbral, esa aventura ya no sería la misma. Los dos tenían que saberlo.


Paula se giró sobre su asiento para preguntarle cuándo llegarían justo en el momento en que Pedro salió de la carretera principal. A medida que avanzaba por una carretera rural, los árboles que los flanqueaban se iban espesando más y más y el camino cada vez tenía más curvas.


—Casi hemos llegado.


Las casas que vio de vez en cuando estaban muy separadas unas de otras y eso indicaba que se trataba de grandes propiedades.


—¿Cuánta tierra tienes?


—Apenas ciento veinte acres.


—Vaya, eso es mucho.


—Mañana por la mañana podemos ir a explorarlos.


Ella lo miró de soslayo. Tal vez ese pequeño viaje a un parque le había dado a Pedro la impresión equivocada de que ella era una chica de campo. Quizá debería intentar disuadirlo con alguna distracción.


—Pues yo estaba pensando más bien en explorar tu cuerpo —ah, eso sí que era una buena distracción.


Una sonrisa rozó los labios de Pedro justo cuando se detuvo ante una cabaña de madera. Ella bajó enseguida, ansiosa por estirar las piernas e impaciente por verlo todo. La casa de Pedro parecía sacada de una película. Era una auténtica cabaña de madera con un porche y una hamaca en la entrada.


Pedro sacó las maletas del maletero. El aire se había vuelto frío y ella se frotó los brazos con las manos para calentarse un poco.


—No tardaré mucho en encender la chimenea —le aseguró mientras recorrían el camino de grava.


Paula lo siguió al subir los escalones de piedra. 


Lo que estaba viendo de ese lugar le encantaba. Pedro abrió la puerta y encendió una luz. El interior de la casa era precioso, un espacio abierto y una bella chimenea que dominaba toda una pared.


En una esquina había una acogedora cocina.


Cuando Pedro cerró la puerta, Paula se quedó mirando hacia arriba, hacia las vigas del techo y el impresionante balcón que recorría toda la sala.


Recuerdos de familia cubrían las paredes y esas mantas y cojines invitaban a tumbarse allí con un buen libro. La cabaña era un hogar muy cuidado y esa noche se quedaría dormida con el aroma del pino flotando en el aire.


Pedro, es fantástica. Me la imaginaba más rústica.


Se sobresaltó cuando las maletas hicieron ruido contra el suelo de madera. Se giró para mirar a Pedro, que avanzaba hacia ella con determinación y deseo en la mirada.


Paula fue retrocediendo hasta que se topó con la pared que tenía detrás. Pedro le recorrió la mejilla con un dedo, le agarró la barbilla y la besó.


Fue un beso cargado de deseo; cuando sus bocas se fundieron en una y sus lenguas se enroscaron, Paula casi pudo sentir la excitación en los labios de Pedro.


El fuerte golpe que dio la puerta los separó; el viento debía de haberla cerrado.


Pedro apoyó la frente sobre la de ella mientras respiraba entrecortadamente.


—Llevo todo el camino queriendo besarte.


Ella sonrió al comprender la razón de esa extraña actitud que había tenido en el coche.


—Te enseñaré todo esto cuando haya encendido el fuego. Arriba hay dos dormitorios y el principal está aquí abajo.


Le dio un beso rápido en los labios y se apartó de ella. Fue hacia la chimenea y mientras colocaba unos cuantos troncos, Paula pudo ver los músculos de sus brazos.


Entonces Pedro se arrodilló y encendió el fuego.


Pero Paula no quería que le enseñara la casa, lo que quería era tener esos fuertes brazos rodeándola. No se habían visto en una semana y ahora estaba deseosa de volver a sentir su fuerza. Su calor. De inhalar ese aroma cítrico.


Lo único que quería hacer era echar una de esas mantas sobre el suelo, junto a la chimenea, y hacerle el amor a Pedro. Fue hacia él con paso decidido. Él se estiró al verla y sus ojos se oscurecieron. Sí, sabía muy bien cuáles eran las intenciones de Paula.


—No quiero que me enseñes la casa.


—¿Y qué quieres?


Paula le echó los brazos alrededor del cuello.


—Te quiero a ti —le bajó la cabeza con delicadeza para a continuación darle un beso de lo más salvaje, ante el que Pedro reaccionó con un gemido.


Después, él se apartó.


—No voy a dejar que me vuelvas loco. Esta vez no. Esta vez todo va a ir muy despacio —le dijo y comenzó a acariciarle el labio con el pulgar—. Me encanta tu boca. No dejo de pensar en cómo me gusta besarla.


Paula se echó hacia delante, preparada para mostrarle lo bien que podía hacerle sentir con su boca.


—Aún no —dijo él y entonces Paula se dio cuenta de que para Pedro aquello no estaba siendo un juego, de que esa noche lo que él quería era hacer el amor.


Le tomó la mano y se la llevó lentamente hasta los labios para besarla, para besar cada uno de sus dedos.


Ella contuvo el aliento cuando notó la lengua de Pedro deslizándose sobre su palma y generando una sensación sorprendentemente erótica.


Su boca siguió subiendo y acariciando la sensible piel de su muñeca, besando la delicada zona interna del codo. Ella jamás entendería cómo era posible que una caricia tan simple generara tanta excitación.


Y de todos modos, tampoco le importaba. 


Simplemente quería seguir sintiéndola.


La mano de Pedro le acarició los brazos y sus dedos se doblaron alrededor de sus hombros. Con un brusco tirón, la llevó contra la firmeza de su cuerpo.


—Tus suaves pechos contra mi cuerpo… No podía dejar de pensar en eso — las palabras de Pedro se convirtieron en un gemido que hizo que a Paula le temblaran las rodillas. Él trazó un camino con sus labios sobre su cuello y su clavícula poniéndole la piel de gallina.


Paula deseaba sentir sus manos sobre sus pechos y la calidez de su aliento y la humedad de su lengua sobre sus pezones.


Y él no la hizo esperar, aunque al ver que cerraba los ojos se detuvo y le dijo:
—Abre los ojos, Paula. Quiero ver lo que estás sintiendo a través de tu mirada.


Ella alzó lentamente los párpados y se centró en el tono marrón de su mirada.


Pedro esbozó una pequeña sonrisa durante un breve instante antes de tomarle los pechos en sus manos y torturarla al no acercarse a sus pezones.


—Esto es lo que voy a hacer con mi boca. 
Lentamente iré acercándome a tu pezón, pero no lo tocaré.


Ella estrechó los ojos.


—No hasta que tú me lo pidas —le dijo con una voz seductora y segura de que ella se lo pediría, se lo suplicaría.


El pezón de Paula se endureció y se marcó a través de la camisa.


Un golpe de frío rozó su acalorada piel cuando él le desabrochó la blusa y se la sacó por los hombros. La rozó ligeramente con sus dedos creando en su estómago un tenso nudo de excitación. Después, agarró el enganche del sujetador. Sí. Enseguida, ese pedazo de tela cayó al suelo y la mirada de Pedro viajó desde sus ojos a sus pechos.


—Paula, eres tan hermosa… —le dijo con la respiración entrecortada. La hacía sentirse bella.


Volvió a mirarla a los ojos.


—Ahora, manos a la obra. Ya puedes cerrar los ojos —le dijo con un guiño.


Bajó la cabeza y lentamente trazó con sus besos unos círculos sobre su piel a medida que se acercaba más y más hacia el centro. Cuando llegó a la areola, marcó el borde con la lengua y fue avanzando hasta su objetivo.


Paula contuvo el aliento y sus músculos se tensaron. La lentitud con la que avanzaba la boca de Pedro la estaba volviendo loca.


—Dime lo que quieres —le dijo él contra su sensibilizada piel.


—Que me tomes en tu boca.


Se estremeció cuando los labios de Pedro le cubrieron el pezón y gimió cuando lo tomó en su boca.


Hundió los dedos en su pelo para acercarlo más a ella. Pedro se movió hacia el otro pecho, para darle las mismas atenciones que le había dado al primero.


Las manos de Paula se movían inquietas sobre la nuca de Pedro, sobre sus hombros. Enroscó sus dedos entre la suave tela de su camisa. Se sentía frustrada; no quería que eso le sucediera, ella quería participar también.


Ahora había llegado el momento de que ella le desabrochara la camisa a él. Se apartó de la boca de Pedro y sus ojos se encontraron una vez más, sin romper el contacto en ningún momento mientras le desabrochaba el botón de arriba con impaciencia.


Paula se obligó a calmarse. A ser seductora.


No quería demostrarle lo desesperada que estaba por él.


Se echó hacia delante y le besó la piel mientras seguía desabrochándole los botones. Tenía un pecho magnífico, cubierto de un vello rizado y oscuro y de algunas cicatrices. Las besó una a una. Pedro era todo músculo y tenía un estómago plano. En ese momento se lo imaginó fuera de la cabaña cortando leña mientras ella, en la hamaca, lo observaba a la vez que se tomaba un té helado.


Le dio un poco de lo que él le había dado a ella. 


Le tocó primero con los dedos y, después, con los labios haciendo que sus músculos se tensaran bajo sus caricias.


—Me encanta cuando me tocas —dijo él con una voz que la excitó.


El crepitar del fuego reflejaba el estado en el que se encontraba su cuerpo.


—Ahí —añadió señalando con la cabeza la zona de la chimenea—. Quiero hacerte el amor ahí.


Le había leído la mente.


—Sí —dijo ella con una voz que fue poco más que un suspiro.


—Iré por una manta.


Pedro agarró una de las mantas que había en el sofá y la echó sobre el suelo. Se quitó los vaqueros y los calzoncillos y se tumbó desnudo sobre ella. Fue una clara invitación.


—Colócate delante del fuego, Paula. Quiero ver cómo te quitas la ropa con el brillo de las llamas reflejado en tu piel.


Ella se colocó de espaldas a la impresionante chimenea de piedra. Le gustó ver ese calor en la mirada de Pedro cuando sacó los pechos hacia fuera. Se sintió muy, muy sexy y deseada. Pedro la hacía sentirse así. Tal vez decidía torturarlo con un striptease para vengarse por el modo en que él acababa de torturarla a ella.


Se desabrochó el botón del vaquero y lentamente fue bajando la cremallera y dejándole ver la ropa interior de encaje rosa que llevaba debajo. Sí, había optado por ese color rosa tan de chicas. Después de colar los dedos entre la cinturilla, giró las caderas y se bajó los pantalones, de los que se liberó con una patada. Se quedó ante él vestida únicamente con sus braguitas rosas, que se transparentaban ligeramente. Se dio la vuelta y se las quitó.


—Ya sabes lo que quiero. Quiero verte.


Cuando volvió a ponerse frente a él, Pedro cerró los ojos y gimió al verla completamente desnuda.


—No cierres los ojos.


Él sonrió al oír las mismas palabras que le había dicho a ella y después la miró a los ojos. El deseo y la pasión que Paula vio en ellos le hizo perder el aliento.


—Ven aquí —le dijo él, tumbado y con la cabeza apoyada sobre una mano.


Paula dio un paso adelante y él le acarició la pantorrilla provocándole un escalofrío entre las piernas. Paula quería sentir su tacto por todas partes; quería tocarlo a él por todas partes.


Se puso de rodillas a su lado y alargó la mano hacia su sexo. Aunque Pedro le había dado placer con su boca, ella no se lo había devuelto. 


Y eso estaba a punto de cambiar.


—Quiero saborearte —le dijo y el cabello le cayó hacia delante cuando se inclinó sobre el cuerpo de Pedro.


Él gimió. Paula quería volverlo loco, pero esa noche no era como las anteriores.


Esa noche ella sentía que su corazón y su mente estaban involucrados, que su cuerpo y sus sentidos no eran los únicos que estaban participando de la acción.


Le acarició con la lengua hasta que finalmente lo tomó completamente en su boca. Él se tensó y gimió mientras el cuerpo de Paula se centraba únicamente en él.


—Paula, te deseo ahora —le puso las manos en los hombros y la incorporó—. Ponme el preservativo.


Ella agarró un paquete que había junto a la chimenea, lo abrió con los dientes y con unos dedos temblorosos estiró el látex a lo largo de su miembro. Después se sentó a horcajadas sobre él. Pero Pedro tenía otras ideas. La rodeó con los brazos y con delicadeza la tendió boca arriba sobre la manta.


—Mírame —le dijo con una voz tensa de deseo.


Ella abrió los ojos.


—Esta noche nada de juegos. Sólo tú y yo.


Paula asintió.


—Sí. Tú y yo.


Entonces fue deslizándose lentamente hasta estar dentro de ella y Paula dio un grito de placer ante ese acto deliberado y pausado.


Él se apartó para volver a hundirse en su sexo mientras ella no dejaba de mirarlo.


Pedro, es increíble.


—Espera —le dijo con una voz muy, muy sexy.


Su pasión era ardiente y dulce. Paula lo rodeó por la cintura con las piernas, quería acercarse a él todo lo que pudiera, quería que ese momento tan íntimo durara eternamente. Sus miradas estaban engarzadas, sus manos agarradas y sus cuerpos unidos.


—Más deprisa —le pidió ella.


Cuando él comenzó a moverse más despacio, Paula casi gimió de frustración.


—No, no quieres que vaya más deprisa. Quieres más.


Ella quería más y quería que fuera más deprisa. 


Y lo quería ya. Intentó acelerar el ritmo.


—Paula, cielo, si haces eso, no puedo ir despacio —le dijo él con la voz entrecortada.


—Yo no quiero que vayas despacio.


Él empezó a mover las caderas más deprisa y a hundirse en ella. Estaba rozándole los lugares exactos y ella se agarró a él con fuerza mientras su orgasmo iba tomando forma en su interior. Él deslizó sus dedos entre los dos cuerpos y le acarició el clítoris.


Y entonces el placer llegó hasta cada músculo de Paula. Hasta cada hueso. Al mismo tiempo, Pedro gemía por su propio éxtasis con un sonido salvaje y excitante que a punto estuvo de provocarle otro orgasmo a Paula.


Entonces él se quedó quieto, con la respiración entrecortada, se tumbó boca arriba y llevó a Paula junto a su lado.


Fue increíble. Una experiencia sexual como ninguna que Paula hubiera tenido en el pasado.


—Ha sido increíble —le dijo él en voz baja.


Esas palabras fueron un reflejo de las ideas de Paula. Casi le había dado miedo lo que había sentido. Se habían dado la mano mientras hacían el amor, se habían besado como dos personas que se preocupaban la una por la otra. 


Ahora estaba acurrucada contra él. Increíble. Sí.


Vio los ojos de Pedro cerrarse. Estaba acalorada por el fuego, saciada por Pedro.


Sentía los párpados muy, muy pesados…




AÑOS ROBADOS: CAPITULO 28




El miércoles, Pedro se puso traje y corbata. 


Hacía mucho tiempo que no se arreglaba tanto, tal vez desde que había acudido a la entrevista para que le dieran el puesto en la cadena cinco años atrás. Ahora estaba de pie fuera de un tribunal con el resto de los ganadores de la lotería. Eva y Juana estaban hablando en voz baja y Nicole hablaba por el teléfono móvil.


No podía creer que hubieran llegado hasta ese extremo, nunca había imaginado que la controversia de la lotería llegara tan lejos. Pero allí estaba Liza Skinner, cerca de la entrada, con expresión desafiante.


¿Cómo había podido suceder? Durante un tiempo, habían sido más que compañeros de trabajo. Liza había estado con ellos desde los inicios de Entre nosotras, cuando allí sólo trabajaba gente seria y creativa a la que no le importaba pasar sesenta horas a la semana en la cadena para sacar al aire un programa nuevo. Como primera productora de espacios del programa, había colaborado para convertir Entre
nosotras en el éxito que era.


Habían sido amigos. Juana y Eva habían sido las mejoras amigas de Liza.


Julia Hamilton, su abogada, fue hacia el pequeño grupo, con gesto tenso, pero eficiente. Que estuviera tensa era bueno; eso significaba que sabía que tenían mucho que perder y que no arriesgaría. Saludó al abogado de Liza asintiendo con la cabeza.


Él le respondió con el mismo gesto y su mirada quedó durante un instante prendida del pecho de la abogada.


Qué curioso. Pedro se preguntó qué habría pensado Paula de ese gesto. Ella enseguida captaba las intenciones de la gente.


Imágenes de ella no dejaban de asaltar su cabeza, y eso no era malo, tan sólo era algo nuevo y diferente ver cómo Paula se colaba en sus pensamientos cada día.


El alguacil abrió las dobles puertas profusamente talladas que conducían a la sala de juicios.


—El juez ya está listo.


Julia se volvió hacia ellos.


—Recordad, se trata sólo de una vista preliminar. Ella dará su versión y nosotros la nuestra. No es un juicio. Aún no.


Esa palabra quedó flotando de manera inquietante sobre sus cabezas mientras juntos siguieron a Julia hasta el interior de la sala.


Tras un tiempo que pareció desmesurado centrándose en detalles administrativos, el juez se dirigió al grupo.


El abogado de Liza se levantó primero. Pedro notó cómo se tensaba la espalda de Julia.


—Su Señoría, mi cliente opina que debería corresponderle la misma parte del premio de la lotería. Ella contribuyó con su dinero durante más tiempo que dos de los premiados.


Julia se levantó.


—Protesto. Esos miembros contribuyeron con su dinero al bote de donde se pagó el boleto ganador. La demandante no —volvió a su asiento.


—Su dinero aún permaneció formando parte del bote hasta tiempo después de que se marchara y me gustaría recordarle al tribunal que ése fue el dinero que el grupo empleó para pagar los boletos.


Julia volvió a levantarse centrando toda su atención en el abogado de Liza.


—El dinero que la señorita Skinner aportó al bote se agotó con el tiempo, y no volvió a pagar desde entonces —en esa ocasión, Julia se sentó de nuevo.


El abogado de Liza se giró hacia ella.


—Podemos citar ejemplos de cómo los miembros del grupo solían aportar el dinero de otro compañero que olvidaba ponerlo y en esos casos nunca se ponía en duda que esa persona fuera a recibir su parte del premio si les tocaba.


—Su cliente no dejó instrucción alguna de que se siguiera jugando por ella antes de dejar el programa y marcharse de la ciudad. Tampoco dijo por qué se marchaba ni adonde. Por lo que el grupo sabía, jamás volverían a verla y por lo tanto había perdido el derecho a participar en el sorteo —Julia miró al juez—. Con el permiso de Su Señoría, le recuerdo que no existe contrato escrito entre los miembros en lo respecta a los términos en los que el grupo actúa.


—Y yo le recuerdo a ambos abogados que esto es una vista preliminar, no un campo de batalla —el juez se levantó—. Tengo que ver a los abogados a puerta cerrada. Se suspende la sesión.


Eva se giró para mirar al resto y enarcó una ceja.


—No estoy exactamente segura de lo que he visto, pero me ha parecido que ahí no sólo se estaba viendo el caso.


Pedro no podía estar más de acuerdo.



AÑOS ROBADOS: CAPITULO 27




El martes por la mañana, los Brock estaban esperándola fuera de su oficina. Se había equivocado al ignorar ese insistente presentimiento sobre el caso. En efecto, algo iba mal. Sus rostros y cuerpos tensos así lo indicaban.


—Buenos días —dijo ella al abrir la puerta del local e invitarlos a pasar.


—Tal vez lo sean para usted —respondió el señor Brock con tono de enfado.


—No la hagas enfadar más, Tomas.


¿Enfadarla? ¿Más?


Paula encendió las luces, que iluminaron la zona donde se encontraban los sillones de piel y unas cuantas sillas. Había revistas ordenadamente apiladas sobre un par de mesas. Su despacho era mucho más formal: un escritorio, un ordenador y sillas de ejecutivo. Les invitó a tomar asiento en el sofá que tenía allí, pensando que así se sentirían más cómodos.


El señor Brock indicó que no tenía la más mínima intención de sentarse.


—¿Cómo ha podido hacernos esto? 
Confiábamos en usted, señorita Chaves. Nos
habían dado muy buenas referencias.


—No sé de qué está hablando.


El hombre resopló.


—Las fotografías. Las amenazas de acudir a los medios. ¿Qué quiere? ¿Intenta hundir a mi esposa o sólo quiere dinero?


Llevaba el tiempo suficiente trabajando como investigadora privada como para no dejar que la afectaran las acusaciones de algunos clientes emocionalmente dolidos. Su objetivo era infundirle calma al cliente.


—Se lo vuelvo a repetir, señor Brock. No sé de qué me está hablando.


Un largo silencio fue su única respuesta hasta que finalmente la alcaldesa Brock suspiró y dijo:
—Tomas, creo que no sabe nada.


El señor Brock se sentó en el sofá, con las manos en la cabeza.


—¿Qué vamos a hacer?


—¿Qué les parece si preparo un poco de café y me cuentan lo que está sucediendo?


La alcaldesa Brock asintió y Paula fue a preparar café. La pareja necesitaba estar un momento a solas. Por lo que había podido captar, les estaban chantajeando. El otro fotógrafo… Con razón aquella noche supo que algo no iba bien.


Paula sacudió la cabeza. Lo que tenía entre manos con Pedro la había hecho despistarse y eso a ella nunca le pasaba. Después de llenar el depósito de agua, encendió la cafetera y volvió al despacho. Los Brock estaban hablando en voz baja y sus cuerpos y gestos reflejaban ansiedad y preocupación.


—El café estará listo en unos minutos. Por lo que veo, alguien les está chantajeando.


La señora Brock la miró.


—Sí, con fotografías de esa noche en el parque. La misma noche en la que usted…


Paula asintió.


—Lo entiendo. ¿Tienen aquí las fotografías?


El señor Brock sacó un sobre de su maletín y se lo entregó. Paula lo examinó.


No tenía fecha de remite y estaba sellado en Peachtree City, no muy lejos de Atlanta.


Eso no le daba ninguna pista y además el sobre estaba tan manoseado que dudaba que quedara alguna huella servible.


Tal vez las fotografías le dijeran algo. Las examinó detenidamente. Eran cuatro; la primera captaba a la pareja dándose un abrazo muy apasionado. La segunda mostraba claramente al señor Brock tocando el pecho expuesto de su mujer. En la tercera, la alcaldesa tenía una mano puesta sobre la bragueta de los pantalones de su marido y la última los mostraba tendidos sobre el tobogán, claramente intimando. En cada foto se veían sus caras y que todo estaba sucediendo en un lugar público a altas
horas de la noche.


—¿Le dicen algo? —le preguntó la alcaldesa Brock con resignada esperanza, como si supiera que Paula no había encontrado nada, pero le encantara que le diera una agradable sorpresa.


—La calidad de las fotografías en blanco y negro es bastante mala. Se trata de un aficionado.


El señor Brock suspiró aliviado.


—Pero eso no significa que no tenga la habilidad necesaria para que su chantaje sea un éxito —dijo Paula con cautela—. Déjenme preguntarles algo: lo que hicieron en el parque no era algo nuevo, ¿verdad? Es algo que hacen de manera habitual.


—Yo no diría de manera habitual —respondió la señora Brock con la actitud esquiva tan propia de un político.


Paula contuvo una sonrisa.


—Pero si alguien les siguiera habitualmente… no se sorprendería si de pronto ustedes se desviaran para llegar a un parque desierto después de medianoche.


La alcaldesa bajó la cabeza.


—No.


—Esa noche en el parque vi algo que no me pareció normal. Le saqué una fotografía a un hombre que también les estaba sacando fotos a ustedes.


El señor Brock se levantó.


—¿Por qué no nos lo había dicho antes?


—En ese momento, no estaba segura de si habían contratado a otro investigador privado. Tengo las fotografías en mi ordenador. Vamos a echar un vistazo por si le reconocen