miércoles, 19 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 28




El miércoles, Pedro se puso traje y corbata. 


Hacía mucho tiempo que no se arreglaba tanto, tal vez desde que había acudido a la entrevista para que le dieran el puesto en la cadena cinco años atrás. Ahora estaba de pie fuera de un tribunal con el resto de los ganadores de la lotería. Eva y Juana estaban hablando en voz baja y Nicole hablaba por el teléfono móvil.


No podía creer que hubieran llegado hasta ese extremo, nunca había imaginado que la controversia de la lotería llegara tan lejos. Pero allí estaba Liza Skinner, cerca de la entrada, con expresión desafiante.


¿Cómo había podido suceder? Durante un tiempo, habían sido más que compañeros de trabajo. Liza había estado con ellos desde los inicios de Entre nosotras, cuando allí sólo trabajaba gente seria y creativa a la que no le importaba pasar sesenta horas a la semana en la cadena para sacar al aire un programa nuevo. Como primera productora de espacios del programa, había colaborado para convertir Entre
nosotras en el éxito que era.


Habían sido amigos. Juana y Eva habían sido las mejoras amigas de Liza.


Julia Hamilton, su abogada, fue hacia el pequeño grupo, con gesto tenso, pero eficiente. Que estuviera tensa era bueno; eso significaba que sabía que tenían mucho que perder y que no arriesgaría. Saludó al abogado de Liza asintiendo con la cabeza.


Él le respondió con el mismo gesto y su mirada quedó durante un instante prendida del pecho de la abogada.


Qué curioso. Pedro se preguntó qué habría pensado Paula de ese gesto. Ella enseguida captaba las intenciones de la gente.


Imágenes de ella no dejaban de asaltar su cabeza, y eso no era malo, tan sólo era algo nuevo y diferente ver cómo Paula se colaba en sus pensamientos cada día.


El alguacil abrió las dobles puertas profusamente talladas que conducían a la sala de juicios.


—El juez ya está listo.


Julia se volvió hacia ellos.


—Recordad, se trata sólo de una vista preliminar. Ella dará su versión y nosotros la nuestra. No es un juicio. Aún no.


Esa palabra quedó flotando de manera inquietante sobre sus cabezas mientras juntos siguieron a Julia hasta el interior de la sala.


Tras un tiempo que pareció desmesurado centrándose en detalles administrativos, el juez se dirigió al grupo.


El abogado de Liza se levantó primero. Pedro notó cómo se tensaba la espalda de Julia.


—Su Señoría, mi cliente opina que debería corresponderle la misma parte del premio de la lotería. Ella contribuyó con su dinero durante más tiempo que dos de los premiados.


Julia se levantó.


—Protesto. Esos miembros contribuyeron con su dinero al bote de donde se pagó el boleto ganador. La demandante no —volvió a su asiento.


—Su dinero aún permaneció formando parte del bote hasta tiempo después de que se marchara y me gustaría recordarle al tribunal que ése fue el dinero que el grupo empleó para pagar los boletos.


Julia volvió a levantarse centrando toda su atención en el abogado de Liza.


—El dinero que la señorita Skinner aportó al bote se agotó con el tiempo, y no volvió a pagar desde entonces —en esa ocasión, Julia se sentó de nuevo.


El abogado de Liza se giró hacia ella.


—Podemos citar ejemplos de cómo los miembros del grupo solían aportar el dinero de otro compañero que olvidaba ponerlo y en esos casos nunca se ponía en duda que esa persona fuera a recibir su parte del premio si les tocaba.


—Su cliente no dejó instrucción alguna de que se siguiera jugando por ella antes de dejar el programa y marcharse de la ciudad. Tampoco dijo por qué se marchaba ni adonde. Por lo que el grupo sabía, jamás volverían a verla y por lo tanto había perdido el derecho a participar en el sorteo —Julia miró al juez—. Con el permiso de Su Señoría, le recuerdo que no existe contrato escrito entre los miembros en lo respecta a los términos en los que el grupo actúa.


—Y yo le recuerdo a ambos abogados que esto es una vista preliminar, no un campo de batalla —el juez se levantó—. Tengo que ver a los abogados a puerta cerrada. Se suspende la sesión.


Eva se giró para mirar al resto y enarcó una ceja.


—No estoy exactamente segura de lo que he visto, pero me ha parecido que ahí no sólo se estaba viendo el caso.


Pedro no podía estar más de acuerdo.



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