jueves, 13 de septiembre de 2018
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 7
¿De verdad había anunciado delante de todo el mundo que sólo creía en las aventuras y no en las relaciones?
Cerró los ojos un momento y suspiró. Sin duda, ese comentario haría que su madre se sintiera orgullosa. Ya podía imaginársela en la peluquería mientras ojeaba una revista y sus amigas se compadecían de ella por el hecho de que con una hija así jamás pudiera llegar a alcanzar el estatus de abuela.
Pero eso no era la mejor parte de la desventurada entrevista. Paula además había dicho, con demasiado énfasis, que todos los hombres eran básicamente unos grandes mentirosos.
Eso ya le aseguraba no tener ninguna cita en el futuro. Prácticamente había anunciado a los cuatro vientos que le tomaría las huellas dactilares a cualquier hombre que le pidiera una cita. Si había algo que había descubierto con su trabajo, era que a los hombres les gustaba mantener sus secretos ocultos.
Bueno, de todos modos, tampoco tendría tiempo para citas porque seguro que su clientela aumentaría. Después del programa, había pasado unos veinte minutos junto a Eva charlando con miembros del público y casi se le habían agotado las tarjetas de visita. Eso sólo ya haría que el bochorno por haber participado en Entre nosotras hubiera merecido la pena.
Los miembros del equipo la felicitaron por su participación.
—Ha ido genial —le dijo Penny mientras le quitaba el micrófono y antes de marcharse para hacer algo más.
Juana apareció con una pequeña caja blanca.
—Puedes desmaquillarte con estas toallitas si quieres.
Paula sacudió la cabeza.
—Creo que me quedaré así. Hace que me sienta un poco más glamurosa y no puedo recordar la última vez que llevé maquillaje.
—¿Ni siquiera te maquillas cuando tienes una cita?
—¿Quién tiene tiempo de salir con mi horario? Empiezo a trabajar cuando la mayoría de la gente está metiéndose en la cama.
Eva se acercó a ellas. A Paula siempre le había parecido una persona muy carismática cuando la veía por televisión, pero en persona era sensacional.
—Ha sido una entrevista fantástica —dijo.
Paula captó su sinceridad inmediatamente.
—¿De verdad? Temía que me hubiera mostrado demasiado cínica.
—Al público le ha encantado. A mí misma me habrías venido muy bien con dos novios que tuve. Por cierto, he oído que fuiste al instituto con Pedro, así que dime, ¿tiene algún trapo sucio?
—¿Conoces a Pedro? —preguntó Penny cuando volvió a acercarse—. ¿Entonces
también estaba como un tren? —se rió.
«Sí».
Paula vio que las dos mujeres la miraban expectantes y le pareció interesante.
Tenían verdadera curiosidad por saber cosas sobre Pedro y eso significaba que él seguía siendo tan reservado como lo era de adolescente y que, como siempre, las mujeres querían descubrir sus secretos.
Conocía algunos porque los compartía con él, pero aunque su trabajo consistía en desvelar los secretos de la gente, los suyos eran de ella y de nadie más y los tenía bajo llave.
—Eh…
—Vaya, veo que te hemos hecho sentir incómoda —dijo Penny—. ¡Oye! ¿Por qué no sales esta noche con nosotros? Como hacemos siempre, hoy celebramos que empieza el fin de semana, y Pedro estará allí.
—¿Qué empieza el fin de semana? Pero si es jueves —dijo Paula algo confundida.
—Es cuanto terminamos de grabar el programa del viernes, Pedro se marcha de la ciudad y va a casa de su hermana a ver a sus hijas.
—Por eso el jueves es nuestro viernes —le dijo Penny.
Juana asintió.
—Y por eso el del viernes es nuestro peor programa.
Eva se encogió de hombros.
—O el mejor. Depende.
Eva y Juana se rieron. Estaba claro que se trataba de algún chiste que tenían entre ellas, pero Paula estaba recibiendo muy buena información sobre Pedro. Excelente.
Ahora ya tenía una explicación sobre dónde estaban sus hijas y ni siquiera había tenido que consultar archivos judiciales. Vaya, todo estaba resultando demasiado fácil. ¿Dónde estaba el desafío?
Justo entonces Pedro fue hacia el grupo, con un aspecto mucho más relajado que antes, pero tan sexy como siempre.
Bien, ahí llegaba su desafío. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda.
¿Pequeño? ¿A quién intentaba engañar? Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo.
—Dile que quieres ir al Club Octane —dijo Eva apretando los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa.
Paula miró hacia él y respiró hondo porque verlo caminar con ese paso tan decidido en su dirección le trajo recuerdos de un gimnasio oscuro. El baile del instituto, cuando ella tenía quince años.
Cuánta angustia y tristeza sintió al ver que nadie la sacaba a bailar. Había pasado treinta minutos con la espalda apoyada contra la pared del gimnasio y sin dejar de preguntarse por qué había ido.
Mientras los demás bailaban, se había fijado varias veces en Pedro. Se había ruborizado y eso le había recordado la razón por la que había decidido asistir al baile.
Entonces él había caminado hacia ella.
Le había pedido un baile y ella, con el corazón a mil por hora, lo había acompañado hasta la pista. La canción que sonaba por los altavoces terminó y comenzó una más lenta y seductora.
Pedro la acercó más hacia él. Ella respiró hondo.
Esa noche se había echado colonia, pero ese fresco perfume no ocultó los aromas que siempre asociaba con él: el cuero de su chaqueta y el jabón con el que se limpiaba la grasa de las manos después de trabajar en el taller.
Había cerrado los ojos al apoyar la frente en su pecho. Se juró que en cuanto esa canción terminara se marcharía de allí porque Pedro estaba bailando con ella por compasión, para evitarle la vergüenza de que nadie la sacara a bailar. Pero no le importó.
Pedro Alfonso había intentado salvarla en aquel momento, tal y como estaba haciendo ahora, al sacarla de una situación incómoda entre sus compañeras de trabajo. Qué encanto. Pero Paula era más que capaz de salvarse a sí misma. De hecho, Pedro debería preocuparse más por salvarse él. Por protegerse de ella.
—Tus compañeras están invitándome a acompañaros en vuestra noche de jueves. ¿Te parece bien el Club Octane?
Pedro se estremeció. Las chicas querían que Paula le hiciera sentirse incómodo.
Excelente. Les seguiría el juego.
—¿Qué tiene de malo el Club Octane?
—Dos palabras: Dancing Queen.
Eva y Juana se rieron, pero Paula seguía confundida.
—No lo entiendo.
—La probabilidad de que acabe bailando una canción de ABBA es peligrosamente alta cuando estoy en el Octane. Nunca he conocido a una mujer que no haya bailado esa canción y que no haya intentado sacarme a la pista con ella. No pienso permitir que vuelva a suceder.
Eva echó un brazo sobre los hombros de Pedro.
—Ya veis, según el Atlanta Daily News, nuestro Pedro sabe bien lo que quieren las mujeres. Y al igual que el resto de los hombres… no piensa dárselo. Nada de bailar.
Juana sacudió la cabeza con gesto apenado.
—Desde que se publicó ese artículo, sólo hemos ido a bares donde ponen partidos por televisión.
Pedro enarcó una ceja.
—Pues a ti no te ha ido tan mal.
—Es verdad, en un sorteo de la liga gané una tele de alta definición con pantalla gigante.
—Nunca habías visto a tantos hombres llorar encima de sus cervezas —dijo Pedro.
Paula se rió. Le encantaba. Le gustaba esa camaradería, esas bromas. Desde que había dejado la policía, no había disfrutado de esas cosas y hasta ahora no se había dado cuenta de lo que tenía entonces. Tal vez se debía a…
«¡Para!». No lo haría. No empezaría a buscar razones en su interior.
—Voy a llamar a Perry para preguntarle si quiere venir al Latitude 33. Os veo allí —dijo Juana.
—Buena idea. Yo llamaré a Mitchell y a Nicole.
Y así, Pedro y Paula se quedaron solos.
—Perry y Juana viven juntos y Mitchell es el novio de Eva —le dijo Pedro.
—Ah.
—Gracias, Paula. Hoy nos has salvado, pero bueno, eso es lo que haces siempre, ¿no?
Paula se quedó boquiabierta. ¿Estaba refiriéndose a aquella fatídica noche en la
que él estuvo a punto de morir y le pidió que fuera a buscar a su padre para que lo ayudara?
Paula se rió, intentando desviar el tema de conversación. Había recuerdos que no quería revivir y que Pedro la dejara sin habla era uno de ellos.
—Sí, bueno, ya veo que todo lo que trabajamos con el ablativo absoluto en latín te ha ayudado mucho.
Los ojos de Pedro se arrugaron ligeramente cuando sonrió.
—Ni siquiera recuerdo qué es eso.
Paula miró la hilera de monitores y todo le pareció irreal. Se sentía incómoda.
—Es extraño, pero me siento como si me estuvieran observando.
—Es una cadena de televisión, no puedes evitarlo. Pero sé lo que quieres decir. Si ya estás lista, podemos ir yendo al restaurante. Está sólo a una calle del estudio.
Eso era lo mejor de la zona centro de Atlanta, que podías llegar a tu casa, al trabajo o a los restaurantes caminando.
miércoles, 12 de septiembre de 2018
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 6
Haberle puesto el micrófono a Paula había sido un error; Penny o cualquiera de los otros doce miembros del equipo podrían haberlo hecho.
Sentir la suavidad de su piel lo había excitado, pero ver parte de su sujetador negro de encaje fue su perdición. No había podido concentrarse desde que había comenzado la grabación del programa. Por suerte, el director lo tenía todo bien controlado.
Lo único que Pedro tuvo que hacer fue sentarse en la cabina de control y especular sobre la falda negra que llevaba Paula. ¿Se le subiría? Esa extensión de piel que había asomado entre la falda y la bota lo había provocado antes, en la sala de reuniones. Ahora, lo torturaba porque ya conocía el tacto de su piel. ¿Sería tan suave la cara interna de sus muslos? Apretó la mano en un puño.
Los tramoyistas terminaron de cambiar el decorado y Eve y Paula tomaron asiento en el escenario.
El director conectó su micrófono para comunicarse con el plato.
—Música de entrada, volvemos en cinco, cuatro, tres…
Mientras la música se iba apagando, Eva entró en el plano con una sonrisa.
—Estamos aquí con Paula Chaves, que ha compartido algunas de sus historias sobre sus seguimientos, a altas horas de la madrugada, a parejas infieles. Bien, Paula, dale algún consejo a las chicas solteras que están escuchándote. ¿Por qué deberíamos estar alerta?
—Cámara dos —dijo el director y el monitor se llenó con un primer plano del hermoso rostro de Paula.
Ella se rió, produciendo un sonido profundamente femenino pero cargado de cinismo. Ahí estaba. Pedro no había sido capaz de identificar qué había cambiado en la chica dulce e inocente que conocía. Ahora la desconfianza y el escepticismo habían hecho presa de ella.
—Ante todo, tenéis que estar preparadas para oír algo que no os gustaría saber.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque todo el mundo tiene algún secreto. Es más, puedes ponerme delante un hombre con un buen empleo, que haya ido a la universidad, que diga que no tiene nada que ocultar, y yo te demostraré que es un mentiroso. Y eso es lo que me gusta a mí… descubrirlos, desenmascararlos.
—¿Y cómo lo haces?
—Cámara tres, enfoca al público para ver su reacción —dijo el director.
—Además de labores de investigación y documentación previa, tienes que descubrir cuál es el objetivo oculto de tu blanco. Todos tenemos uno. Sin duda, todos los hombres con los que me he encontrado lo tienen. Tal vez es encontrar el amor, su alma gemela, o tal vez es quedarse con algo que tienes tú.
Pedro se fijó en el público. Paula estaba captando su atención. Bien.
—Y ahora viene el paso dos. Descubrir la razón que se esconde tras los actos de tu hombre. ¿Qué intenta ocultar? Trapos sucios con los que podrías vivir o unos con los que no. ¿Por qué está contigo y no con otra mujer? Pregúntate eso antes de comenzar una relación. ¿Te está engañando? ¿Te está utilizando? Sé metódica y sé realista, y recuérdate que el amor no tiene nada que ver con lo que él hace.
—¿Entonces, qué le deja eso a una mujer? —preguntó Eva. Vaya, sí que era buena. Pedro se había preguntado exactamente lo mismo.
Una sexy sonrisa alzó los labios de Paula.
—En ese punto es cuando podemos aprovechar lo positivo de una simple aventura. Lo recomiendo encarecidamente, pero al igual que con tu investigación, tienes que ser sistemática. Hay ciertas reglas.
—Esto tengo que oírlo.
—Nada de llamadas sólo para charlar. El teléfono debería usarse únicamente para fijar las horas en las que vas a quedar para practicar sexo.
El miembro de Pedro se endureció.
—Segundo, no te quedes a dormir en su casa.
—Entendido —respondió Eva.
—Nunca dejes que intervengan tus emociones y por último, pero no por ello menos importante, no dejes que sepa cuánto lo deseas.
—Fantástico. Gracias, Paula.
—Música. Cerramos bloque en cinco, cuatro… —anunció el director.
Eva sonrió a la cámara.
—Ahí tenéis las reglas para vuestra próxima aventura. Todos tenemos secretos y el trabajo de Paula Chaves es descubrir cuáles son. Ahora mismo volvemos.
—Vamos a publicidad —dijo el director y se quitó los auriculares—. Has encontrado una buena, Pedro. Apuesto a que las telespectadoras van a pasarse semanas intentando descubrir lo que ocultan sus novios y maridos.
Pedro dejó de sonreír. Ella se dedicaba a sacar a relucir los trapos sucios y secretos de la gente y él era un hombre que había tenido una vida algo tormentosa.
Sí, Paula era una mujer intrigante, pero además era una mujer que descubría tus secretos. Y la mayoría de los secretos era mejor no destaparlos.
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 5
Pedro Alfonso no estaba casado.
Tenía que haberle hecho más caso a los e-mails de su madre donde le contaba las últimas noticias sobre la gente del pueblo donde había nacido. Eso habría evitado el temblor que sentía ahora.
Había sido su amor de juventud, pero él se había ido a la universidad, había conocido a otra chica y se había casado con ella. Paula había arrinconado todo lo que sentía por él en una parte oculta de su mente y lo había encerrado con llave.
Ahora ese candado estaba abierto y la esperanza huía de las sombras. De pronto empezó a tener toda clase de increíbles fantasías y eso resultaba bastante más peligroso que el Juego de la Especulación porque prácticamente estaba rozando la exageración.
Pedro la llevó hasta la sala de reuniones y le ofreció asiento.
Paula intentó sonreír educadamente en lugar de mirarlo. Se suponía que él estaba en un remoto lugar, que era inalcanzable; se suponía que no estaba allí en Atlanta… y mucho menos, soltero.
Respiró hondo. Sí, estaba siendo ridícula. Era una mujer madura que había levantado un negocio y que estaba allí para hablar de ello.
—¿Querías hacerme algunas preguntas? —dijo, impresionada de que su voz sonara natural.
Él estrechó los ojos y se encogió de hombros.
—Es que aún estoy recuperándome después de haberte visto. Me esperaba verte con trenzas.
—Pues a mí me alegra no seguir llevando a mi edad el pelo al estilo de La casa de la pradera —respondió mientras lo veía girarse en la silla, enfrente de ella.
—Bueno, háblame de tu trabajo —dijo Pedro antes echarle un último vistazo a sus piernas—. ¿Eres investigadora privada?
—Saco a relucir los trapos sucios de la gente.
—¿Y si no puedes encontrar ninguno?
—Todo el mundo tiene algo que ocultar.
Los ojos avellana de Pedro la desafiaron.
—¿Crees que podrías encontrarme algún trapo sucio a mí? —le preguntó con una voz sensual.
Mientras que a muchas chicas les gustaban los chicos encantadores, a ella siempre le habían gustado los rebeldes sin causa. Sí, los chicos peligrosos. Y ése era Pedro Alfonso.
Había creado su agencia para proteger a mujeres como ella, a las que les gustaban los hombres que suponían algún tipo de riesgo.
¿Encontraría algún trapo sucio en ese hombre?
Estaba segura de que sí.
—Apuesto a que podría encontrar algo en menos de treinta segundos —le dijo con una risa. Le gustaba la idea del desafío.
Los ojos de Pedro se oscurecieron y pasaron de avellana a marrón. Paula había olvidado lo bellos que eran esos ojos; unas veces verdosos, otras marrones, dependiendo de lo que estuvieran pensando.
No, no los había olvidado. Más bien, se había obligado a olvidarlos.
Cualquier mujer podría deleitarse contemplando esa mirada y saborearla como si se tratara de un postre delicioso. Chocolate y los ojos de Pedro.
Dos cosas de las que una chica nunca podía cansarse.
La rodilla de Pedro rozó accidentalmente la suya, pero había suficiente distancia entre los dos como para que ese roce fuera accidental.
¿Estaba Pedro Alfonso flirteando con ella?
Jamás se habría esperado algo así, pero las pruebas estaban ahí: la atención con la que estaba escuchándola, esa forma tan intensa de mirarla y el desafío que le había lanzado.
—Sí, estoy seguro de que podrías encontrar algo.
Paula sintió sus pezones endurecerse. Pedro había aceptado el desafío. Una joven, que parecía recién salida de la universidad, llamó a la puerta abierta de la sala de reuniones.
Él, muy a su pesar, apartó la mirada de Paula.
—¿Qué pasa, Penny?
—Malas noticias. Nicole me ha pedido que te diga que la invitada que teníamos para hoy nos ha fallado. ¿Hacemos hoy otra charla con Eva?
—¿La charla con Eva? —preguntó Paula.
—Eso es cuando Eva habla con el público —explicó Penny.
—¡Estáis de broma! ¿Es eso lo que hacéis cuando os falla algún invitado? Creía que los programas en los que Eva habla con el público se hacían sólo los viernes.
—También los emitimos cuando sucede algo como lo de hoy. Nunca sabes si un invitado va a cancelar su intervención en el último minuto.
Paula se echó hacia atrás en su silla.
—Vaya, nunca lo habría imaginado. Eva se comporta con tanta naturalidad…
—Por eso es tan buena en su trabajo —le dijo Pedro.
—Bueno, ¿entonces qué quieres que le diga a Nicole?
Pedro miró a Paula y ella se puso tensa. Sabía que él estaba pensando en pedirle que interviniera en el programa. Salir por televisión le parecía una idea genial, pero ¿con tan poco tiempo de aviso? ¿Y sin haber dormido apenas? Parecería una estúpida, podría tartamudear, podría quedarse paralizada. ¿Y si algo le colgaba de la nariz sin que ella se diera cuenta?
Respiró hondo, agarró el bote de Coca-Cola y le dio un largo trago.
—¿Estarías dispuesta a ser nuestra invitada de hoy? —le preguntó Pedro desafiándola con la mirada.
«No», pensó, aunque respondió:
—Claro —quería hacerlo, su negocio lo necesitaba. Nunca se había echado atrás en su vida y no iba a empezar a hacerlo ahora.
Simplemente se aseguraría de poder verse en un espejo antes de ponerse delante de la cámara.
Estiró los hombros y dejó el bote de refresco sobre la mesa. Genial, iba a verse en una situación en la que podría humillarse a sí misma y a toda la familia Chaves y, encima, eso quedaría grabado para siempre… ¿por qué iba a querer negarse?
—Se lo diré a Nicole —dijo Penny entusiasmada.
Paula se giró hacia Pedro.
—Estoy deseando hacerlo.
—Pues por un momento pensé que no podría convencerte —le dijo con una sexy sonrisa.
Qué extraño… Paula estaba muy orgullosa de su habilidad para ocultar ante los demás lo que estaba pensando y sintiendo. ¿Acaso esa habilidad le estaba empezando a fallar?
O tal vez Pedro podía leer la mente de la gente mejor de lo que se había imaginado. Eso era algo que tendría que recordar.
—Te llevaré a maquillaje.
Pedro se levantó y la acompañó hasta el camerino. Era más alto desde la última que habían caminado el uno al lado del otro y sus hombros también habían ensanchado.
Muchas cosas habían cambiado desde que él fue su fantasía de instituto.
Unas finas líneas enmarcaban sus ojos, indicando que aún le gustaba reírse, pero unos surcos más profundos le rodeaban los labios dando muestras de que en su vida había habido momentos más duros. ¿Y qué le habría pasado a su mujer?
Sin más obstáculos en el camino… ¿habría llegado por fin su oportunidad?
Su oportunidad de acariciarlo, de besarlo, de estar con él tal y como había querido desde la primera vez que lo había visto subido en esa motocicleta ruidosa y oxidada.
No, no. Por alguna razón le gustaba que él fuera su fantasía y quería mantener esa ilusión intacta. Conocer los verdaderos defectos de Pedro supondría toda una decepción y toda chica necesitaba, al menos, un sueño inalcanzable para que hiciera su vida más interesante.
—¿Tengo tiempo de ir corriendo a casa y cambiarme?
Cuando él le recorrió el cuerpo con la mirada de arriba abajo para acabar deteniéndose en sus pechos antes de continuar bajando más y más, su piel se encendió, los pezones se le endurecieron y sintió un cosquilleo en el estómago.
Cuando la miró a los ojos de nuevo, Pedro tenía una expresión cargada de deseo.
—No te hace falta cambiarte —le dijo con una voz ronca. A continuación, y con únicamente un movimiento de cabeza, le indicó que entrara en el camerino de maquillaje, se dio la vuelta y se marchó.
Paula se apoyó contra la pared para recuperarse de la reacción que había tenido su cuerpo ante la lujuria que mostraron los ojos de Pedro y en ese momento supo que se había equivocado.
Tal vez conocer al verdadero Pedro era más que suficiente… más que suficiente para hacerle cambiar de idea y renunciar a su fantasía. Con una sonrisa, entró en el camerino.
Quince minutos más tarde, estaba sentada en una silla intentando morderse la lengua, pero era difícil. Juana no dejaba de hablarle de su nuevo novio, al que había conocido en Las Vegas, y le supuso un gran esfuerzo contenerse y no darle sus típicas advertencias. Esa chica estaba siendo muy agradable con ella y a Paula no le
gustaba que a nadie le pisotearan el corazón, por eso creía que una advertencia no estaría fuera de lugar.
Pero tendría que hacerlo disimuladamente, tal vez sugiriéndole que hiciera una sencilla búsqueda en Google ante de pasar a investigar sus cuentas bancarias y si tenía algún antecedente penal.
—¿Tienes ordenador en casa?
Con un movimiento de muñeca, Juana giró la silla para que Paula pudiera verse en el espejo, y entonces se olvidó de todo.
—¡Guau! —giró la cabeza de un lado a otro—. ¡Pero si tengo pómulos!
Juana se rió.
—Si haces que pueda estar así de guapa todo el tiempo, yo te investigaré a este nuevo novio que tienes totalmente gratis.
—No, no estoy preocupada —Juana esbozó una sonrisa tan candida que la preocupación de Paula aumentó. Sólo una mujer que amara de verdad tendría esa sonrisa y precisamente por ello sería más propensa a obviar los defectos de su pareja—. Además, puedo enseñarte a tener este aspecto en diez minutos. Ahora vamos, te llevaré al estudio.
—¿Cuándo conoceré a Eva? —preguntó mientras seguía a Juana hasta la puerta.
—Por lo general, ya lo habrías hecho, pero como eres una invitada de última hora, probablemente no la conocerás hasta poco antes de que empiece el programa. Algunas veces Eva prefiere que sea así, para que todo se desarrolle con más frescura y naturalidad.
Atravesaron unas puertas dobles hasta un estudio y Paula se detuvo. Los miembros del público ya estaban tomando asiento y una energía positiva irradiaba de esa gran habitación.
Conseguir entradas para Entre nosotras estaba de moda y la gente de Atlanta esperaba y hacía cola con entusiasmo. Y ahora esa gente iba a verla a ella… para quedar completamente decepcionados.
Tomó aire.
—Lo harás genial —dijo una profunda voz que reconoció.
Pedro había vuelto y le puso una mano sobre el hombro, pero el gesto que pretendía ser únicamente reconfortante, fue todo lo contrario y sólo logro excitarla.
Se giró y Pedro abrió los ojos de par en par.
—¿Te gusta esta nueva Paula?
—Mucho, pero también me gustaba la anterior.
Sintió deseo, pasión, al ver que Pedro estaba admitiendo la atracción que se había creado entre los dos.
—Tengo tu micrófono. No tiene cable, así que no tendrás que quitarte la camisa —le mostró el pequeño aparato—. ¿Estás preparada?
«Tal vez».
Intentaba normalizar su respiración cuando sintió los cálidos dedos de Pedro rozándole el pecho. El aroma que desprendía fue acercándose a ella… un perfume cítrico con un toque de menta. Le costó no temblar mientras él le colocaba el micrófono.
—Estás fantástica, Paula —los dos se giraron y
vieron a Penny caminando hacia ellos—. Nicole me ha pedido que espere con ella en la sala verde hasta que entre su bloque —le dijo a Pedro.
Él asintió.
—Bien. Buena suerte —añadió mirando a Paula. Después, le guiñó un ojo.
Ella lo vio marcharse y se juró que jamás volvería a ver a ese hombre alejarse de ella hasta no descubrir los encantos secretos que sus ojos prometían.
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