sábado, 28 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 2





Paula se había quedado estupefacta. Pedro Alfonso, el taciturno propietario de Producciones por cable Alfonso, ¿se estaba ofreciendo personalmente para sustituir a Georgina?


—¡No podrás estar fuera del estudio durante tres semanas!


—No será fácil, pero me las arreglaré.


—Yo... eso no es necesario. Si lo prioritario es sacar el especial, alguna otra persona...


—Tú misma lo has dicho antes? no podrás conseguir a nadie tan pronto y para un programa tan importante.


Se levantó, con expresión muy seria. Sus ojos oscuros nunca revelaban lo que estaba pensando.


—Preferiría trabajar con una persona nueva antes que tener que pelearme con...


—No tendrás que pelearte conmigo para nada. El presupuesto y los programas ya están fijados.


Georgina murmuró su conformidad con la idea.


—Estoy segura de que podremos encontrar a alguien nuevo —insistía Paula.


Pensaba que, cuanto mayor había sido el éxito que había alcanzado con Georgina, más conservador se había vuelto Pedro. Durante los primeros años, las dos habían tenido que esforzarse mucho para encontrar su verdadera voz y su estilo. Pedro las había apoyado siempre, incluso cuando algunos de sus primeros intentos habían resultado muy poco afortunados.


Se le encogía el corazón al recordarlo. 


Verdaderamente habían tenido unos comienzos muy difíciles. Cuando pensaba en sus balbuceos nerviosos de primera hora, y en la pose artificiosa de Georgina cuando empezó, le resultaba sencillamente asombroso que Hartson Flowers hubiera sobrevivido. Eso se lo debían a Pedro y Paula le estaba sinceramente agradecida por ello, incluso aunque desde entonces hubieran tenido que pelearse por cada idea del programa.


Comprendía su preocupación. Aquel programa era su principal fuente de beneficios. Nunca les había escondido ese hecho, lo cual constituía otro motivo de lealtad.


Pero trabajar para él era una cosa, y trabajar con él otra muy diferente. Apenas se hablaban, de hecho. Sus conversaciones giraban enteramente en torno a temas de trabajo. Jamás se había sentido entusiasmado con ninguno de sus proyectos o ideas; lo único que deseaba saber eran los detalles y el coste previsto de su puesta en práctica.


Trabajar con Pedro le resultaría imposible. El simple hecho de entrar en su despacho parecía minar su energía creativa.


Ya había estado antes en su despacho, aunque no demasiado a menudo. Era una habitación sobria que no ofrecía información alguna sobre Pedro, excepto que no era una persona nada vanidosa. El despacho que compartía con Georgina era incluso mayor que aquel... Cuando se lo comentó en cierta ocasión, Pedro les respondió modestamente que ellas necesitaban mucho más espacio que él.


Paula observó detenidamente a Pedro mientras él le hacía preguntas a Georgina acerca de su inminente marcha. Era un hombre guapo, alto y moreno como sus ancestros italianos, pero tremendamente reservado. Durante los cuatro años que llevaba trabajando allí, Paula no podía recordar haberlo visto sonreír ni una sola vez, y tampoco había sabido que saliera con ninguna mujer. Cuando hablaban, jamás se le escapaba la menor información sobre sí mismo.


Al principio de trabajar para Pedro, Paula se había sentido intrigada por su personalidad, pero hacía ya mucho tiempo que había renunciado a comprenderlo. Y por muy importante que fuera aquel especial de San Valentín, no creía que pudiera pasar tres semanas trabajando codo con codo con él. Georgina y ella intercambiaban ideas de continuo, constantemente estaban buscándoles las vueltas a los programas. Nunca podría recrear aquella atmósfera con Pedro Alfonso.


—Paula, me vuelvo al despacho para que Pedro y tú podáis preparar el programa —le dijo en ese momento Georgina, mirándola con cierta inquietud.


«No me abandones», le suplicó en silencio Paula mientras la ayudaba a levantarse.


«No te preocupes, todo saldrá bien», le respondió Georgina también con la mirada. 


Paula sonrió débilmente; no quería preocupar más a su amiga, aunque la verdad era que no parecía tan preocupada como había temido...


—Muy bien, ya podemos empezar —dijo Pedro mientras ocupaba el sillón que poco antes había dejado libre Georgina, desplazándolo para acercarse a ella.


Paula se distrajo momentáneamente por el hecho de que se hubiera sentado directamente frente a ella, en lugar de detrás de su escritorio. 


Sus rodillas apenas estaban separadas por unos centímetros de distancia, y era consciente de que jamás antes habían estado tan cerca el uno del otro.


—Mira, Pedro... esto no va a funcionar —empezó a decir—. Dentro de tres días nos habremos asesinado mutuamente.


—Otra vez estás siendo demasiado optimista —bromeó él.


—¡Oh, Dios mío, tienes sentido del humor! —¿quién lo habría pensado?, se preguntó.


—Y sentido de la supervivencia. Necesitamos producir este programa tanto por tu bien como por el mío.


—No digas eso —Paula sacudió lentamente la cabeza—. A ti ni siquiera te gusta Hartson Flowers.


—No tiene por qué gustarme —señaló Pedro—. No es mi trabajo que me guste. Te aseguro que mis gustos no afectarán lo más mínimo a mi eficacia como ayudante tuyo de producción.


—Bueno, pues a mí me molesta que no te guste.


—Paula, yo os admiro a ti y a Georgina; admiro lo que habéis hecho. Sé valorar un buen trabajo cuando lo veo. Habéis conseguido crear un fantástico programa de media hora de duración que cada semana crece en popularidad. Al hombre de negocios que soy yo le agrada mucho que hayáis tenido éxito. Pero personalmente... —hizo un gesto con la mano atrayendo la atención de Paula sobre sus largos y finos dedos, en los que nunca antes se había fijado—... no me interesan las tonterías románticas. En cualquier caso, mis gustos personales no van a entrometerse en mi trabajo. He tenido experiencia suficiente en este campo, así que por ese lado no tienes que preocuparte.


Durante todo el tiempo que duró su discurso, su expresión no había cambiado. No había sonreído ni una sola vez. Había pronunciado una sentencia; dictado, decretado su voluntad. 


Justo igual que su padrastro.


—No podemos trabajar juntos —insistió—. Ya estamos discutiendo. Siempre estamos discutiendo.


—No estamos discutiendo, sino debatiendo.


Paula levantó las manos con gesto expresivo. Si todavía no había salido de estampida de aquel despacho, era porque sabía que tendría que acostumbrarse a trabajar sin Georgina. Y sería mejor que empezara cuanto antes. Lo intentó de nuevo.


—Parte del éxito de nuestro programa se debe a la manera que Georgina y yo tenemos de bromear, tanto delante como detrás de la cámara.


—Tú serás la única que aparecerá delante de la cámara —repuso Pedro—. Debería haberte dejado eso claro desde el principio. Lo siento —y tomó una nota en su bloc.


«De acuerdo», pensó Alicia. «Voy a tener que ser realmente brusca con él».


—Tú intimidas a la gente. Se sienten incómodos contigo.


—¿La gente en general... —sus ojos oscuros no parpadearon ni una fracción de segundo—... o tú en concreto?


—Yo no me siento intimidada por ti, pero tendremos que trabajar con gente que se prometerá en matrimonio. Ese es un paso muy fuerte en circunstancias normales, y mucho más cuando se da en presencia de un equipo de televisión. La gente que se pone en contacto con nosotros quiere algo muy romántico, y también que seamos comprensivos. Tendrás que prepararte para eso. Te quedarías sorprendido de las cosas que te dicen. También necesitan apoyo, consuelo. La mayor parte son hombres, pero este año tenemos una mujer que le pedirá matrimonio a su novio. Me temo que...


—Por favor, dame un mínimo voto de confianza —la interrumpió Pedro—. Voy a apoyarte desde un segundo plano, así que evitaré contaminar a las parejas felices con mi presencia.


Por un instante, Paula creyó ver un extraño brillo en las profundidades de sus ojos. ¿Dolor, ofensa? No pudo evitar ruborizarse.


—Somos profesionales —continuó él—. Podremos hacer este trabajo.


Después de eso, ¿qué podía decir Paula? ¿Discutirle que ellos no eran profesionales?


—De acuerdo, entonces —se levantó de la silla y le tendió la mano.


Pedro se apresuró a estrechársela. Resultó un contacto sorprendentemente cálido.


—Yo pensaba que íbamos a hablar de los detalles.


—Revisaré las notas de Georgina y te presentaré algo por escrito.


—Estaré esperando —asintió y volvió a desplazar el sillón detrás del escritorio.


«¿Eso es todo?», se preguntó Paula. Aunque Pedro no era un hombre muy expresivo, había esperado una mayor gratitud por su parte. 


Después de encogerse de hombros, se dirigió hacia la puerta. Trabajar con él iba a ser una experiencia muy frustrante...


Pero cuando llegó al umbral, se volvió de repente. Pedro ya se hallaba ocupado con otros asuntos. Siguiendo un impulso, le preguntó:
—¿No crees que podrías sonreír? ¿Aunque sólo fuera por una vez?


—¿Por qué? —ni siquiera levantó la mirada.


—Porque finalmente el especial de San Valentín estará en el aire. El desastre se ha evitado. Deberías estar contento; la victoria es tuya.


—Hablas como si yo acabara de ganar una batalla —dejando a un lado su bolígrafo, la miró fijamente por un momento—. Tú misma has tomado la decisión más lógica si pretendes llegar a trabajar para las grandes cadenas. Y yo estoy satisfecho.


—¿Pero es que te resulta tan duro sonreír?


—¿Tan importante te resulta a ti que lo haga?


Paula se dijo que jamás iba a poder soportar a ese hombre. ¿Por qué había aceptado trabajar con él?


—Pues sí —con gesto decidido, se acercó a su escritorio y apoyó los puños sobre su pulida superficie—. Me gustaría que sonrieras, sólo para saber si eres capaz de hacerlo.


Su rostro parecía haber sido esculpido en mármol italiano, como las estatuas de sus antepasados. Conforme iban pasando los segundos y él seguía sin moverse, Paula comprendió que había sobrepasado sus propios límites.


Estaba equivocada. Eran socios de negocios de una forma completamente diferente a la de su amistosa relación con Georgina. No tenía ningún derecho a criticar las características personales de Pedro Alfonso.


—Lo siento; me temo que esto ha sido una salida de tono por mi parte.


—Pues sí —repuso él en voz muy baja.


—Bueno —bajó la mirada, avergonzada—. Te entregaré ese escrito —y girando sobre sus talones, se retiró.


—¿Paula?


La joven se volvió para mirarlo.


—Gracias.


Por un momento, sus ojos oscuros le sostuvieron la mirada. Y entonces, sonrió.


Fue como si Paula hubiera echado raíces en el umbral. Aquella sonrisa transformaba a Pedro Alfonso de un autómata en un ser humano. Un hombre.


Un hombre muy, muy atractivo.





¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 1



Pedro Alfonso, era un consumado pragmático que nunca llegó a imaginar que algún día terminaría vendiendo shows televisivos de corte romántico. Shows de primera categoría, pero románticos al fin y al cabo. Acercando el teléfono hasta el borde de su escritorio para poder estirar suficientemente el cable, se inclinó hacia atrás en su sillón.


—Sí, Hartson Flowers celebrará también este año el especial de San Valentín. Ya estamos con los preparativos.


Pedro escuchaba satisfecho mientras el productor ejecutivo de otra cadena televisiva pujaba por los derechos de emisión del show... derechos cuyo precio había aumentado aquel año con respecto al anterior. Aquel hombre ni se había inmutado al oír el incremento del precio, y Pedro casi se arrepintió de no haberle pedido una suma mayor.


Sujetando el auricular entre la barbilla y el hombro, desconectó su ordenador antes de apoyar los pies en el escritorio con la mirada fija en el techo. Con aquella última venta del Hartson Flowers especial del día de San Valentín, había alcanzado el umbral de rentabilidad cuando todavía estaban a principios de enero y ni siquiera había empezado a vender formalmente el producto. Cada cadena que se lo comprara a partir de aquel momento le reportaría únicamente ganancias. Puras ganancias. La vida era maravillosa.


Pedro se permitió fantasear por un momento, algo que muy raramente hacía. Aumentaría el presupuesto del show, naturalmente. Paula y Georgina, las productoras de Hartson Flowers, se lo merecían. Pero ahora quizá podría apartar un poquito de dinero extra para La hora del Cuentacuentos, un discreto programa infantil que llevaba intentando promocionar durante el último año y medio sin demasiado éxito. Quizá algunas reformas pudieran hacer que más cadenas compraran el show. No era una buena señal que ninguna cadena de Houston, Texas, el mercado local de las producciones por cable Alfonso, lo hubiera adquirido.


Pedro estaba cansado de tener que arreglárselas con presupuestos ajustados, y de tener que pedirle a gente creativa que redujera el coste de sus proyectos o que trabajara con menos medios. Y estaba verdaderamente harto de ser simplemente un peldaño en el camino hacia el éxito de otros; de perder prometedores programas en favor de empresas productoras con más medios para promocionarlos. Quería atraer y retener para sí más programas de calidad del tipo de Hartson Flowers. Quería ser capaz de dar a los recién llegados una oportunidad para desarrollar una audiencia. 


Quería... En ese momento alguien dio unos golpes en la puerta, que estaba abierta.


—¿Pedro? —una hermosa mujer de cabello oscuro apareció en el umbral—. ¿Podríamos hablar contigo un momento?


—Claro, Georgina.


Pedro se apresuró a bajar los pies de encima del escritorio, y se levantó para saludar a Georgina Flowers. Al ver a Paula Hartson detrás de ella, se puso a la defensiva.


No eran muchas las ocasiones en que hablaba con ambas a la vez. Habitualmente sólo lo hacía con Georgina, ya que Paula estaba más concentrada en el trabajo creativo e imaginativo de aquel equipo de dos. Paula y Pedro no se llevaban bien. Su incansable alegría y constante desparpajo le irritaban, y encontraba sus ideas bastante impracticables y habitualmente muy caras. En cuanto a Paula, en un memorable encuentro ya le había expresado su opinión sobre él: lo consideraba un tipo tacaño y sin ninguna imaginación. Desde entonces, sólo se habían comunicado a través de Georgina.


Georgina era una especialista en entrevistas y en sacar a la luz anécdotas y sucesos que ilustraran las ideas de Paula. Y también era eficaz a la hora de convencer a Pedro de que se pusiera de acuerdo con su socia. Sólo cuando Georgina y Paula querían intentar algún proyecto controvertido o ambicioso actuaban en forma de doble equipo, como en aquel preciso momento. Pedro se preguntó de qué se trataría en esa ocasión.


Dado que sólo había dos asientos en su despacho, se levantó para dejarle el sillón a Georgina, que estaba embarazada. Lo estaba ya de bastantes meses, pero Pedro se negaba a tratar el asunto de su inminente baja por maternidad. Su máxima prioridad estaba centrada en el show especial de San Valentín.
Paula se sentó en la otra silla y Pedro se apoyó en el borde del escritorio.


—Hartson Flowers acaba de conseguir otro mercado esta mañana —les informó—, y he firmado con dos cadenas más para el especial de San Valentín.


Paula y Georgina se miraron de forma significativa, y el buen humor de Pedro se evaporó por completo; su instinto le decía que algo marchaba mal.


—Tenemos un pequeño inconveniente —comentó Georgina.


—Vamos, Georgina, no lo digas de esa manera —Paula esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Yo creo que es maravilloso!


Pedro se dijo que su instinto nunca fallaba.


—¿Cuál es el problema?


—Oh, no es ningún problema —murmuró Georgina—. Ya sabes que estoy embarazada —y señaló su vientre abultado.


Durante los últimos meses, Pedro había estado vigilando con cierta alarma el rápido ensanchamiento de su cintura. No se esperaba al bebé hasta dentro de algunas semanas, para marzo.


—Esa información no constituye una completa sorpresa para mí —dijo con el tono más neutral posible—. Me enviaste una nota y, en los últimos programas, te he visto buscando ropa premamá.


—Entonces, ¿ves el show? —le preguntó Paula.


La mirada de Pedro se encontró con sus glaciales ojos azules. Desde luego, parecía tener una opinión muy baja de él.


—Sí. Jamás vendería un producto sin antes revisarlo —pensó en felicitarlas por su trabajo. Aunque personalmente no le atraía su contenido, el programa tenía ciertamente muchos admiradores—. Lo estáis haciendo muy bien en los nuevos mercados.


—Hemos constatado una buena reacción de los telespectadores en los programas que han hecho referencia a la maternidad de Georgina —comentó Paula, mientras su compañera asentía de inmediato.


Pedro ya lo sabía. Controlaba el seguimiento de la audiencia en cada zona en que se emitía Hartson Flowers: era su trabajo. Se preguntó qué pretenderían ahora.


Un horrible pensamiento lo asaltó. «Por favor, no me pidáis que Hartson Flowers ruede el parto. Por favor...»


—Nos gustaría sacarle partido a ese aspecto de la maternidad... —continuó Paula, y Pedro le lanzó una mirada de sospecha—. Y para hacer eso, tendríamos que hacer algunos ajustes en el formato del programa.


—Creo que no es el momento adecuado —le advirtió Pedro.


—No tenemos elección. Díselo, Georgina.


—Oh, Paula, lo estás asustando —Georgina se volvió hacia él, sonriente—. ¡Acabo de descubrir que voy a tener gemelos!


—Felicidades —«dos hijos por una sola baja por maternidad», pensó Pedro—. Muy eficaz por tu parte, Georgina.


Paula lo fulminó con la mirada, y Georgina continuó:
—Bueno, me siento muy aliviada después de habértelo dicho. Con esta barriga parezco tan grande como una casa... —se interrumpió, riendo suavemente.


Aquella pausa le proporcionaba a Pedro la oportunidad de decirle algo agradable, halagüeño, pero ¿qué? En realidad no parecía una casa, sino toda una colonia de apartamentos.


—Todo por una buena causa —comentó con tono poco convincente.


Paula esbozó una mueca irónica, y a Georgina le tembló por un instante la sonrisa en los labios.


—Pero, al parecer, todavía no estoy lo suficientemente gorda. Los bebés necesitan crecer y mi médico teme que pueda dar a luz demasiado pronto. Eso sucede a veces con los gemelos. Así que tendré que quedarme en cama hasta que llegue la hora.


Pedro se las arregló para asimilar la noticia sin pestañear.


—Eso era el inconveniente, ¿verdad?


—Tal y como te dije —lo interrumpió Paula—, tendremos que hacer algunos ajustes.


«¿Ajustes?», se preguntó Pedro. ¿A quién quería engañar? Perder la mitad del equipo de Hartson Flowers era una catástrofe


—¿Descanso en cama a partir de este momento... o después del especial de San Valentín?


—Inmediatamente —pronunció Paula, mirándolo con dureza.


Pedro la fulminó a su vez con la mirada. La mención de mamás y bebés podía llenar de sensiblería cualquier conversación seria. Alguien tenía que mantener la cabeza sobre los hombros en aquella situación. Y, obviamente, él iba a ser ese alguien.


—Sí, me temo que voy a tener que abandonar a la pobre Paula —le dijo cariñosamente Georgina, tocándole un brazo.


—¡Absurdo! ¡Tú no me vas a abandonar! —exclamó la chica—. Vas a disfrutar de una baja por maternidad. Eso sí que es romántico, y «Hartson Flowers» siempre ha fomentado lo romántico.


Pedro sabía que aquella frase era un sutil mensaje dirigido hacia él.


—Estás siendo tan buena y dulce conmigo... — murmuró Georgina.


Lo que significaba que Pedro no lo estaba siendo. Pues bien, en aquel momento no se sentía particularmente bueno ni dulce.


—Tu salud y la de tus hijos es lo único que importa —pronunció con tono forzado.


—¿Ves? —dijo Paula—. Ya te dije que él lo comprendería.


Pedro lo comprendía, desde luego. Comprendía que nunca debería haberse permitido soñar despierto con gastar algo de dinero extra. Soñar era una pérdida de tiempo. ¿No se lo había demostrado una y otra vez su propia experiencia?


—Pero no te creas que te vas a quedar en la cama sin hacer nada... —Paula continuaba consolando a Georgina. Pedro la escuchaba a medias mientras intentaba desesperadamente pensar en algo que pudiera salvar el especial de San Valentín.


—Mira, todavía podemos seguir tu embarazo. No eres la primera mujer a la que la ordenan quedarse en la cama. Ya sabes... —Paula se mordió el labio—... que queríamos hacer algunos trabajos por ordenador... Podrás encargarte de las críticas de libros del programa...


—De vídeos.


—¿Qué te parece una sección titulada «El mundo al alcance de tus manos», en la que nos cuentes todos los servicios que puedes encargar sirviéndote del teléfono, desde la cama?


—¡Una vez que descubra cómo se hace! —rió Georgina, y abrió su bloc de notas.


Las dos continuaron charlando como si Pedro no estuviera en la habitación. Y él las escuchaba atentamente, admirando su capacidad de inventiva; estaba asistiendo a la fehaciente demostración de por qué Hartson Flowers había llegado a convertirse en su programa más popular. Aquellas dos mujeres compartían una química especial con sus respectivos talentos. 


Resultaba evidente que disfrutaban con lo que hacían, con su pasión por las historias románticas que constituían su principal seña de identidad. Se movían en el terreno del sentimiento, pero no eran sensibleras. Sólo un poco exageradas a veces.


Si podía existir algún ejemplo de cómo hacer una limonada sin limones, Pedro lo tenía delante.


Las dos mujeres habían entrado en su despacho provistas de blocs de notas, y en aquel momento estaban garabateando apuntes a toda velocidad mientras charlaban.


Pedro apenas podía entender lo que estaban diciendo, ya que sus frases habían degenerado en una especie de taquigrafía verbal. Pedro sacudió la cabeza. Eran buenas; realmente buenas. Demasiado para seguir en Producciones por cable Alfonso durante mucho más tiempo.


La compañía de Pedro no era precisamente grandiosa, y Hartson Flowers ya estaba maduro para vivir su mejor momento. Con los programas especiales de San Valentín, aquellas mujeres habían conseguido tanta audiencia para su programa que Pedro sabía que podía vender la serie a una cadena mayor. Y con ello, todos saldrían ganando.


Y si no vendía pronto el show, entonces alguien más podría copiarles el modelo con un presupuesto mayor y una mejor puesta en escena. Resultaba incluso sorprendente que alguien no lo hubiera hecho ya. De pronto, interrumpió aquella sesión de planes a dúo.


—Todo esto suena estupendo. Ya sabéis que os ayudaré en cualquier cosa que decidáis.


—Lo sabemos —Paula cerró su bloc de notas—. Siempre lo has hecho.


Paula sonrió y, por un instante, la atención de Pedro quedó cautivada por la insólita ternura y aprobación que vio brillar en sus ojos azules. 


Generalmente, no le importaba que la gente aprobara o no lo que decía, por lo que no pudo menos que sorprenderse de la extraña satisfacción que sentía en ese momento.


Paula era una mujer atractiva; no tan impresionante como Georgina, pero muy bonita. 


Rubia, llena de vida. Pero no era su tipo, incluso aunque se hubieran llevado bien. Era demasiado parlanchina. A Pedro le gustaban las mujeres discretas y tranquilas, no las que parecían cargar el ambiente de electricidad cuando entraban en una habitación. Se aclaró la garganta.


—Dado que ninguna de las dos habéis mencionado el especial de San Valentín, supongo que tendré que hacerlo yo.


—Con Georgina fuera de juego y un programa de rodaje de tres semanas, no veo cómo vamos a poder producirlo este año —declaró Paula.


—Pensábamos presentar a una pareja aquí, en Houston, o comprometiéndose en matrimonio o casándose directamente... —comentó Georgina—... y sacar otros temas románticos. Podríamos ofrecer algunas recetas de tartas...


—El precio de las rosas para regalar por San Valentín siempre es un buen tópico —sugirió Paula—. Quizá podríamos presentar todo el proceso: crecen, son recogidas, se las llevan a las floristerías y allí son preparadas en ramos para regalo —al igual que su compañera, se interrumpió a la espera de la reacción de Pedro.


—Todo eso se hará en los informativos locales —señaló Pedro.


A juzgar por las expresiones de las dos, pensó que ni siquiera ellas mismas le habían parecido muy convencidas de lo que decían.


—Es verdad —admitió Georgina, abatida.


—¿Y qué? —exclamó Paula—. Este año simplemente no presentaremos las peticiones de matrimonio de siempre. Si explicamos el motivo, la gente lo comprenderá.


La comprensión no figuraba entre las acciones del mercado. A Pedro le habría gustado quedarse a solas con Paula para tener una conversación completamente sincera con ella.


—El especial de San Valentín es vuestro programa más popular. Cada año incrementáis la audiencia a su costa. Este año no será diferente. De hecho, una vez que tengamos las cifras de audiencia, creo que habrá llegado la hora de llevar Hartson Flowers a las grandes cadenas televisivas del país.


—Ya lo sé —repuso Paula—. Pero eso tendrá que esperar hasta el año que viene.


Pedro podía sentir los ojos de Georgina fijos en él. No se atrevía a mirarla mientras hablaba sinceramente con Paula.


—Vosotras dos tenéis un gran show que sigue ganando en popularidad. Si no hacéis vuestra jugada este año, una de las grandes cadenas sacará su propia versión. Y cuando eso suceda, yo ya no podré venderles vuestro programa. Deberíamos hacerlo al día siguiente de que vuestro especial saliera al aire.


—¡Oh, no! —gimió Georgina—. ¡Lo he estropeado todo!


—No te culpes —intentó consolarla Paula al tiempo que fulminaba a Pedro con la mirada.


—Sólo estoy diciendo que la emisión del especial de San Valentín tal y como estaba programada redunda en beneficio de todo el mundo. Todavía podremos hacerlo, pero Paula necesitará ayuda.


Hablar de esa manera le estaba resultando difícil a Pedro. Generalmente no le importaba hacer de ancla con gente que siempre tenía la cabeza en las nubes. Era una persona eminentemente práctica, que hacía aterrizar a los soñadores. Y había supuesto que Paula entendería todo aquello sin necesidad de describírselo con tanto detalle.


—Pero no podré encontrar a nadie a estas alturas —protestó Paula—. Se supone que tenemos que empezar a rodar el lunes.


Pedro se preguntaba cómo un día que había empezado de una manera tan prometedora había podido terminar así.


—Rodaremos según el calendario programado. Yo seré tu co-productor.


¿PRÍNCIPE AZUL? : SINOPSIS




El día de San Valentín, el famoso programa de televisión Hartson Flowers iba a presentar tres de las más románticas peticiones de matrimonio que habían podido verse nunca en la pantalla. 


                                                                              La presentadora, Paula Chaves, apenas podía esperar e momento. Paula era una mujer muy romántica y creía que a cada chica le correspondía un príncipe azul que sólo estaba aguardando a que lo descubrieran.


Pedro Alfonso no era precisamente un príncipe azul. Donde Paula veía finales felices, su jefe veía índices de audiencia. Era cínico, exigente y nada romántico. A Paula ni siquiera le gustaba, pero como estaba obligada a trabajar con él, acabo dándose cuenta de un par de cosas: la primera que tenía una sonrisa que le hacía parecer... bueno, casi humano; y la segunda que debajo de esa pétrea fachada, había unas posibilidades impresionantes...