jueves, 15 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 42




La llamada llegó a la mañana siguiente. Paula oyó la voz de Pedro en el salón. De repente, notó algo extraño en su voz. El instinto le dijo que la llamada era de Piers, ya que era el que los mantenía al corriente de la marcha de todos los trámites que estaban llevando a cabo en el caso Fitzpatrick. Normalmente, las llamadas eran muy breves y concisas, y el tono de Pedro cambiaba, tornándose en una voz de policía, como decía ella. Distante y fría. Pero parecía que, en esos momentos, la llamada no estaba relacionada con asuntos de trabajo.


-¿Quién era? –preguntó a Pedro cuando colgó.


-Javier –contestó.


-¿Hay algún problema con el juicio?


-No. Todo marcha sobre ruedas.


-Sin embargo, pareces preocupado.


-Tu padre se ha puesto en contacto con Javier para intentar localizarte.


Paula sintió un latigazo en el estómago. Por motivos de seguridad, sólo las personas del equipo de Pedro sabían dónde se encontraban.



Exceptuando unas brevísimas llamadas para decir que estaba bien, hacía semanas que no hablaba con ningún miembro de su familia. Pero no había pensado demasiado en ello. Había estado flotando en una nube y no los había echado de menos.


Lo único que sabían de ella era que regresaría a Chicago al día siguiente, de modo que no entendía qué motivo podía hacer que su padre quería ponerse en contacto con ella en aquel momento.


-¿Ha ocurrido algo malo? ¿Mi madre? ¿Qué ha sucedido? –preguntó preocupada.


-Tu madre está bien. Geraldine se puso de parto ayer por la noche –la tranquilizó Pedro.


-¡Por fin! Debe estar muy contenta. Se moría de ganas de ver a su hijo.


Sus emocionadas palabras se apagaron al ver la cara de Pedro.


-¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha sucedido? ¿Está bien el niño?


-Le han hecho una cesárea de emergencia hace media hora. El niño está bien, pero Geraldine ha entrado en coma.


-¡No! –gritó Paula, estremeciéndose-. ¡No, Geraldine no!


-Están intentando que se recupere. Tranquilízate. Estoy seguro de que se pondrá bien.


Paula empezó a dar vueltas por la habitación y se dirigió hacia la puerta.


-Tengo que ir a verla.


-Te llevaré mañana, camino del juzgado.


-¡No! Ahora. Mañana puede ser demasiado tarde.


Corriendo, Pedro alcanzó su hombro y la detuvo.


-No podemos arriesgarnos ahora, tan cerca del juicio.


-Por favor, Pedro. ¿Es que no lo entiendes? Tengo que estar allí. Mi familia me necesita y yo los necesito a ellos.


-Estoy seguro de que los médicos están haciendo todo lo que pueden.


-No se trata del tratamiento médico, sino de amor.


-Tu seguridad es lo más importante para mí. No puedo dejarte marchar.


-Amor, Pedro. Fingir que no existe no hace que desaparezca.


-No sé de qué hablas.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


-Supongo que es verdad. Puede que no sepas de qué hablo.


-Mi trabajo consiste en protegerte hasta que testifiques en el juicio –insistió Pedro-. Si regresamos ahora, no puedo asegurar tu protección.


Paula se secó las lágrimas con la palma de la mano.


-Más tarde o más temprano, teníamos que regresar. Los dos sabemos que esto tiene que terminar.


-Aún no –protestó Pedro-. Aún nos queda un día más aquí.


Paula sacudió el brazo, intentando zafarse.


-¡Suéltame!



Pedro se quedó mirándola fijamente, en tensión.


Ya habían representado aquella escena. Ella intentaba marcharse y él intentaba retenerla. La primera vez había terminado sobre la manta frente a la chimenea. Pero en realidad, la discusión no había terminado. Sólo se había aplazado.


-De acuerdo –dijo Pedro por fin-. Recoge tus cosas. Nos vamos en cinco minutos.


Pero no la soltó, la tomó en sus brazos y la abrazó fuertemente.



EN LA NOCHE: CAPITULO 41





Era un típico día de julio. La temperatura era moderada y corría una brisa fresca y agradable. 


Desde la rama de un manzano, un pájaro cantaba al sol de la tarde. El viento agitaba las hojas de los árboles y peinaba la larga hierba, haciendo juegos de luces que parecían un oleaje. Las nubes blancas adornaban el horizonte.


Las dos semanas que pasaron en la cabaña habían transcurrido muy deprisa. Paula tenía la impresión de que sólo había pasado allí unas horas. La noción del tiempo se había alterado para ella. Había intentado concentrar una vida de recuerdos en uno pocos días.


En poco tiempo todo habría terminado. Había estado pensando en Larry Fitzpatrick. Tendría que mirar a los ojos a un hombre que había matado a sangre fría. Al hombre que había intentado matarla. Tenía que volver a enfrentarse a la realidad.


Y después, cuando el juicio terminase, tendría que decir adiós a Pedro.


Pero no iba a pensar en eso ahora. Había perdido ya demasiado tiempo pensando en el pasado. No iba a desperdiciar ni un segundo más pensando en el futuro.


Tumbada sobre una manta, se colocó el bolso debajo de la cabeza a modo de almohada y señaló el cielo.


-Mira Pedro, la nube que está a la derecha, es un caballo.


-Es una nube.


-Venga, no seas soso. ¿Qué es lo que ves?


Pedro se volvió, pero en vez de mirar al cielo se detuvo a mirarla a ella.


-Pecas.


Paula lo miró desconcertada.


-Siete pecas. Aquí –dijo señalando con el dedo la punta de su nariz. Prefiero mirarte a ti que a una enorme masa de vapor concentrado.


-Gracias.


Se inclinó y la besó tiernamente. Su sonrisa se fundió con la de Paula. De repente se incorporó y apoyó la cabeza en el estómago de Paula.


-De acuerdo, ¿cuál es la que tiene forma de vaca?


-De caballo –protestó ella, señalando la nube-. Bueno, ahora tiene más forma de dragón. ¿Ves las alas que le salen de la espalda?


-Si tú lo dices…


Pedro tomó su mano y se la llevó a la boca.


-Sabes a canela –comentó.


-Es de la tarta.


-Te vas a hacer rica cuando abras el restaurante si incluyes esta tarta en el menú.


-Gracias, te haré un descuento cuando vayas.


En vez de contestar, Pedro siguió mordisqueándole los dedos.


Paula sabía lo que había tras aquel silencio. 


Había hecho una alusión al futuro, como si fueran a verse de nuevo. Como si Pedro fuera a seguir formando parte de su vida. Era una conversación que ambos habían intentado evitar en las últimas dos semanas. Y habían sido dos semanas maravillosas. Jamás las podría olvidar.


Pero no podía ser. Se había dicho que aceptaría lo que Pedro le diese. Y hasta el momento le estaba dando más de lo que nunca hubiera imaginado.


Era un amante maravilloso. No habían tardado mucho en dejar de combatir el deseo. Pedro parecía alegrarse de haber sido él quien la había enseñado todo aquello respecto al sexo. Tras la primera semana, no quedaba ningún mueble en la casa que se les hubiera pasado por alto.


Y si no había amor, ella sabía lo que hacía cuando empezó.


Alargó la mano hacia él y le apartó el pelo de la frente. Le encantaba tener la libertad para tocarlo y ser tocada.


Ya no era el hombre inalcanzable con el que había soñado, un sensual desconocido que se había metido en su vida hacía dos meses.


-¿Por qué decidiste hacerte policía?


-¿Por qué me haces esa pregunta de repente?


-Sólo estaba pensando. Supongo que nunca me plateé la elección de un trabajo porque ya nací dentro de la hostelería.


-Yo nací al otro lado de la ley.



Paula se dio cuenta de que a Pedro le resultaba cada vez más fácil hablar de su pasado. A pesar de que seguía sin aceptar ciertos aspectos de su infancia, por lo menos ya no se cerraba en banda como antes.


Ella sonreía mientras jugaba con su pelo.


-¿Qué fue lo que te hizo entrar en el cuerpo?


-Ya te lo dije. Javier me animó.


-¿Cómo lo conociste?


-¿Quieres decir que aún no te lo has imaginado?


Paula calló durante un instante.


-Supongo que el hecho de que lo conocieras tuvo algo que ver con su trabajo.


-Más o menos.


-¿Te detuvo, o algo así?


-Le robé el coche.


-¿Que le robaste el coche?


-Lo intenté –su mirada se perdió en el horizonte-. No era un buen ladrón. Javier me atrapó antes de que pudiera ponerlo en marcha.


-¿Cómo sucedió?


-Él trabajaba en la brigada de delincuencia juvenil en aquella época. Me llevó al juzgado. Abogó por mi libertad y solicitó que le concedieran mi custodia.


-¿Tu custodia? ¿A qué te refieres?


-Estaba intentando robarle el coche porque buscaba algún sitio donde dormir. Él me llevó a su casa. Me obligó a lavarle y encerarle el coche, y a segarle el césped, antes de darme nada de comer.


-¿Javier? No puedo creer que el teniente Jones hiciera algo así. Parece una persona, no sé, muy severa.


-Su mujer había fallecido el año anterior y necesitaba estar ocupado. En realidad, estaba haciendo su trabajo.


-Sólo era parte de su trabajo –repitió pAULa con ironía-. ¿Dónde he oído eso antes?


-Javier no era como los asistentes sociales que acostumbraban a visitar los reformatorios. Él quería que trabajara para poder vivir de forma honrada. Una vez que llegué tarde me castigó a dormir en una celda. Después decidió que tenía demasiado tiempo libre, así que me obligó a hacer las pruebas de acceso a la universidad como condición para que siguiera con él.


-Ahora entiendo por qué decidiste hacerte policía. Era un modelo perfecto.


-Fue bueno conmigo. Me enseñó muchas cosas.


-Eso parece.


-¿Sabes lo que me regaló cuando conseguí aprobar?


Paula negó con la cabeza.



-No, ¿qué?


-El coche que había intentado robarle.


Paula tragó saliva, con un nudo en la garganta. 


Pedro acababa de proporcionarle otra de las piezas del rompecabezas. Miró su sonrisa con el corazón en un puño. No podía imaginar que fuera posible, pero el amor que sentía por él se hacía cada vez más profundo.


-Pedro


Las palabras estaban ahí, empujándola, intentando salir de su boca. Pero acabó tragándoselas con sus emociones.


-Me alegro que encontrases a alguien como Javier –continuó.


-Sí –sonrió-. Incluso cuando estoy de vacaciones, este trabajo tiene sus ventajas.


-¿Ventajas? –repitió Paula-. ¿Es eso lo que soy para ti?


Pedro se incorporó y, acercándose para abrazarla, le susurró al oído:
-Sin lugar a dudas, eres lo más maravilloso que me ha sucedido en toda mi vida.


Paula tuvo la impresión de que aquello sonaba a despedida. El tiempo se estaba acabando, pero ella no quería desperdiciar el poco tiempo que quedaba intentando explicarle cómo se sentía. 


No podía presionarlo. Era algo que había aprendido un mes atrás, durante la humillante discusión que tuvieron en la boda de Fitzpatrick.


Pedro le sujetó tiernamente las mejillas con las manos y le dio un prolongado beso. Después se incorporó y tomó la pistola que había dejado en una esquina de la manta.


-Se está haciendo tarde. Es hora de irse.



miércoles, 14 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 40





Paula se decía que debía estar haciendo algo mal. Todo el mundo decía que la capacidad de seducción de una mujer enamorada era enorme. 


No había tenido ninguna experiencia anterior, pero siempre había sido curiosa y estaba dispuesta a aprender.


Le pareció una buena idea cuando lo pensó por la tarde. Preparar una cena romántica para dos, con uno de esos vestidos que tanto gustaban a Pedro y ponerse un perfume que sabía irresistible.



Durante mucho tiempo no se había permitido soñar en un posible romance. Estaba hecha un manojo de nervios. Respirando profundamente, se ajustó bien el vestido, se ahuecó el pelo y llevó el pastel de queso a la mesa.


Pedro seguía sentado. Durante toda la cena había estado muy tenso. Levantó la cabeza al verla entrar en la sala, pero de nuevo apretó la mandíbula y agachó la cabeza.


-He preparado un postre –dijo Paula.


Era evidente, porque lo tenía delante, pero necesitaba decir algo para romper el silencio.


-Tiene buena pinta.


Paula se sentó frente a él. En el momento en que iba a alcanzar el cuchillo para cortar la tarta se le bajó un tirante. Con una mueca, se lo volvió a colocar en el hombro. No debería haberse puesto aquel vestido. No tenía nada de malo cuando estaba de piel, pero cada vez que se sentaba se le caían los tirantes, y al final resultaba bastante incómodo.


La vela que ardía sobre la mesa brillaba, y su luz podía verse reflejada en la ventana. Lo rasgos de Pedro parecían duros como una piedra.


-No tenías que haberte molestado. No me esperaba una cena tan estupenda.


Había estado pensando en buscar una botella de vino para la cena, pero al final no había tenido tiempo. También había olvidado sintonizar alguna emisora que emitiese música country. Él había comentado que le gustaba Garth Brooks. 


En realidad, a todo el mundo le gustaba Garth Brooks.


No comprendía por qué estaba tan nerviosa. El día anterior no se había puesto así. Cuando hicieron el amor había sido de una manera espontánea y maravillosa. No había tenido tiempo de pensar en nada más. Y ahora sería mejor todavía porque sabía que lo amaba.


Respirando profundamente, cortó dos trozos de tarta. Había necesitado mucha imaginación para preparar algo de postre con los pocos ingredientes que había en la cocina, pero lo había conseguido.


Pedro tomó el tenedor y se dispuso a probar la tarta.


Paula lo miraba con curiosidad, recordando cómo había disfrutado al probar las natillas de chocolate, unas semanas atrás. Pedro tenía un gran apetito, de modo que había pensado que, si lo estimulaba en el plano culinario, podría estimularlo en otros sentidos. Su expresión se fue suavizando mientras sus ojos se cerraban débilmente. Pero entonces pareció despertar y dejó de masticar.


No había funcionado, pensó Paula mientras terminaban la cena en silencio. Evidentemente, era mentira que a los hombres se los conquistaba por el estómago.


Quizás debería haber esperado unos días, dejar que se convenciera de que podía confiar en ella antes de lanzarse.



Sin embargo, no tenían demasiado tiempo, así que no tenía la intención de desperdiciar ni un minuto. No le importaba que no pudiera corresponder a sus sentimientos inmediatamente; lo amaba tanto que estaba dispuesta a aceptar lo que él quisiera darle. No quería seguir oyendo sus movimientos en el sofá mientras ella dormía en una cama enorme.


Se apoyó las manos en la barbilla y lo miró.


-¿Quieres café?


Pedro dejó caer el tenedor en el plato.


-Por favor, no te molestes más. Ya es suficiente.


-¿El qué?


-Como te inclines un poco más, se te va a caer el vestido.


Paula miró hacia abajo. El corpiño seguía en su sitio, a pesar de que se le había vuelto a bajar los tirantes.


Pedro se frotó la cara con las manos, alargó el brazo y sujetó la muñeca de Paula.


-¿Qué pretendes?


-¿A qué te refieres?


-El perfume, el vestido, la ropa interior negra…


Paula volvió a bajar la mirada.


-Veo que eres muy observador.


-Y tú estás intentando seducirme.


-¿Yo? Yo no he sido la que ha estado pavoneándose todo el día sin la camiseta. ¿Es que Bergstrom no os paga suficiente para comprar algo de ropa?


-Tenía calor. Estaba demasiado atareado.


-Perfecto. Cortando leña que no necesitamos y jugando con tus herramientas. ¿Qué es lo que has estado arreglando esta vez?


-El marco de la puerta trasera –contestó, intentando calmarse-. La cena estaba deliciosa. Gracias. Pero te aseguro que no espero que cocines para mí mientras estemos aquí.


-No tengo otra cosa que hacer.


-¿Qué te parece si vamos mañana a dar un paseo? Siempre y cuando no nos alejemos mucho de la casa.


El roce de sus dedos en la muñeca la estaba poniendo un poco nerviosa.


-Me parece bien. ¿Y si salimos ahora a dar un paseo?


-¿Qué?


-¿Qué te apetece hacer esta noche?


Pedro se puso a acariciarla con el pulgar. 


Durante unos minutos, se mantuvo en silencio sin dejar de mirarla. Sus ojos brillaban con la luz de la vela.


-Sabes perfectamente lo que quiero.


-Y ¿qué es lo que quieres?



-Me he pasado una hora mirándote mientras intentabas colocarte el vestido, y lo que más me gustaría hacer es arrancártelo y besarte desde los dedos de los pies hasta esa zona de tu cuello donde desde aquí se puede ver tu sangre palpitar.


-¿Y después?


-Me gustaría besarte allí donde mis manos hayan estado y saborear lo que haya tocado.


-¿Y después?


-Quiero sentirte correspondiéndome.


Una inmensa felicidad la invadió. No sabía quién estaba seduciendo a quién.


-Tenías que haberte quedado con Bergstrom –añadió Pedro.


-¿Lo habrías preferido?


-Desde luego que no, pero ya te he dicho que no soy capaz de mantenerme alejado de ti.


-Por mí no te preocupes. No me importa que te acerques.


Pedro seguía mirándola, de forma cada vez más intensa. Entonces, entrelazando sus dedos con los de ella, la invitó a acercarse más.


Sonriendo, Paula no se resistió.


La silla arañó el suelo cuando él la apartó de la mesa. Después, levantó a Paula y la sentó sobre sus piernas.


-Si fuera el hombre que mereces no haría esto –dijo en un murmullo.


Paula le acarició la mejilla.


-Pero me gusta que lo hagas.


Él movió la cabeza, confundido.


-¿Después de lo que dije ayer?


-Después de lo que dijimos ayer –corrigió ella.


-No puedo prometerte nada, Paula. No puedo cambiar lo que soy.


-No quiero promesas. No quiero recordar qué sucedió ayer, ni saber qué sucederá mañana. Quisiera pensar sólo en el presente, en esta noche.


Pedro le besó la yema del dedo índice. Sus labios dibujaban una sonrisa que ella recorrió con los dedos. Mirándola fijamente, empezó a acariciarle la espalda, dejando resbalar las manos por su cuerpo. A continuación empezó a desabrocharle lentamente el vestido, que fue cediendo hasta caer al suelo.


El aire que entraba por la ventana la hizo estremecer y se frotó los brazos con placer. 


Empezó a desabrochar los botones de la camisa de Pedro. Tenía la necesidad de sentir su piel bajo las manos. Lo había conseguido. El arte de la seducción había aparecido de manera natural. 


Hasta entonces, nunca había sido consciente de la belleza masculina, pero el cuerpo de Pedro era realmente hermoso. Todo era nuevo para ella, distinto de lo que había conocido hasta entonces.



No había palabras para describir cómo se sentía. No era algo que pudiese explicar de manera racional. Probablemente, aquello era amor.


Sentía en los muslos cómo aumentaba la excitación de Pedro y la forma en que su propio cuerpo iba respondiendo de igual manera. Poco a poco, todo se convirtió en una lluvia de caricias mutuas.


Pedro gimió de placer e intentó desabrocharle el sujetador, que cedió fácilmente.


-Levántate un momento –le dijo.


-¿Qué?


-Quiero quitarte el resto de la ropa.


Paula abrió los ojos, sorprendida, y miró a su alrededor.


-¿Aquí?


-Sí –murmuró Pedro-. ¿Te molesta?


Frente a la chimenea era algo más conservador, pero allí, encima de la mesa, le parecía muy excitante. Su pulso se aceleró.


Pedro la levantó por los aires y la tumbó sobre la mesa. Buscaba entre sus piernas mil rincones. 


Quería mostrarle que había cosas, muchas cosas que aún no había descubierto.


Paula rompió en dulces gemidos al sentir la boca de Pedro corriendo por sus muslos. De repente, dejó de pensar. Todo lo que pudo hacer fue limitarse a sentir. Pedro le estaba descubriendo nuevos placeres que jamás había podido imaginar. Aún no lo había experimentado todo.