jueves, 15 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 41





Era un típico día de julio. La temperatura era moderada y corría una brisa fresca y agradable. 


Desde la rama de un manzano, un pájaro cantaba al sol de la tarde. El viento agitaba las hojas de los árboles y peinaba la larga hierba, haciendo juegos de luces que parecían un oleaje. Las nubes blancas adornaban el horizonte.


Las dos semanas que pasaron en la cabaña habían transcurrido muy deprisa. Paula tenía la impresión de que sólo había pasado allí unas horas. La noción del tiempo se había alterado para ella. Había intentado concentrar una vida de recuerdos en uno pocos días.


En poco tiempo todo habría terminado. Había estado pensando en Larry Fitzpatrick. Tendría que mirar a los ojos a un hombre que había matado a sangre fría. Al hombre que había intentado matarla. Tenía que volver a enfrentarse a la realidad.


Y después, cuando el juicio terminase, tendría que decir adiós a Pedro.


Pero no iba a pensar en eso ahora. Había perdido ya demasiado tiempo pensando en el pasado. No iba a desperdiciar ni un segundo más pensando en el futuro.


Tumbada sobre una manta, se colocó el bolso debajo de la cabeza a modo de almohada y señaló el cielo.


-Mira Pedro, la nube que está a la derecha, es un caballo.


-Es una nube.


-Venga, no seas soso. ¿Qué es lo que ves?


Pedro se volvió, pero en vez de mirar al cielo se detuvo a mirarla a ella.


-Pecas.


Paula lo miró desconcertada.


-Siete pecas. Aquí –dijo señalando con el dedo la punta de su nariz. Prefiero mirarte a ti que a una enorme masa de vapor concentrado.


-Gracias.


Se inclinó y la besó tiernamente. Su sonrisa se fundió con la de Paula. De repente se incorporó y apoyó la cabeza en el estómago de Paula.


-De acuerdo, ¿cuál es la que tiene forma de vaca?


-De caballo –protestó ella, señalando la nube-. Bueno, ahora tiene más forma de dragón. ¿Ves las alas que le salen de la espalda?


-Si tú lo dices…


Pedro tomó su mano y se la llevó a la boca.


-Sabes a canela –comentó.


-Es de la tarta.


-Te vas a hacer rica cuando abras el restaurante si incluyes esta tarta en el menú.


-Gracias, te haré un descuento cuando vayas.


En vez de contestar, Pedro siguió mordisqueándole los dedos.


Paula sabía lo que había tras aquel silencio. 


Había hecho una alusión al futuro, como si fueran a verse de nuevo. Como si Pedro fuera a seguir formando parte de su vida. Era una conversación que ambos habían intentado evitar en las últimas dos semanas. Y habían sido dos semanas maravillosas. Jamás las podría olvidar.


Pero no podía ser. Se había dicho que aceptaría lo que Pedro le diese. Y hasta el momento le estaba dando más de lo que nunca hubiera imaginado.


Era un amante maravilloso. No habían tardado mucho en dejar de combatir el deseo. Pedro parecía alegrarse de haber sido él quien la había enseñado todo aquello respecto al sexo. Tras la primera semana, no quedaba ningún mueble en la casa que se les hubiera pasado por alto.


Y si no había amor, ella sabía lo que hacía cuando empezó.


Alargó la mano hacia él y le apartó el pelo de la frente. Le encantaba tener la libertad para tocarlo y ser tocada.


Ya no era el hombre inalcanzable con el que había soñado, un sensual desconocido que se había metido en su vida hacía dos meses.


-¿Por qué decidiste hacerte policía?


-¿Por qué me haces esa pregunta de repente?


-Sólo estaba pensando. Supongo que nunca me plateé la elección de un trabajo porque ya nací dentro de la hostelería.


-Yo nací al otro lado de la ley.



Paula se dio cuenta de que a Pedro le resultaba cada vez más fácil hablar de su pasado. A pesar de que seguía sin aceptar ciertos aspectos de su infancia, por lo menos ya no se cerraba en banda como antes.


Ella sonreía mientras jugaba con su pelo.


-¿Qué fue lo que te hizo entrar en el cuerpo?


-Ya te lo dije. Javier me animó.


-¿Cómo lo conociste?


-¿Quieres decir que aún no te lo has imaginado?


Paula calló durante un instante.


-Supongo que el hecho de que lo conocieras tuvo algo que ver con su trabajo.


-Más o menos.


-¿Te detuvo, o algo así?


-Le robé el coche.


-¿Que le robaste el coche?


-Lo intenté –su mirada se perdió en el horizonte-. No era un buen ladrón. Javier me atrapó antes de que pudiera ponerlo en marcha.


-¿Cómo sucedió?


-Él trabajaba en la brigada de delincuencia juvenil en aquella época. Me llevó al juzgado. Abogó por mi libertad y solicitó que le concedieran mi custodia.


-¿Tu custodia? ¿A qué te refieres?


-Estaba intentando robarle el coche porque buscaba algún sitio donde dormir. Él me llevó a su casa. Me obligó a lavarle y encerarle el coche, y a segarle el césped, antes de darme nada de comer.


-¿Javier? No puedo creer que el teniente Jones hiciera algo así. Parece una persona, no sé, muy severa.


-Su mujer había fallecido el año anterior y necesitaba estar ocupado. En realidad, estaba haciendo su trabajo.


-Sólo era parte de su trabajo –repitió pAULa con ironía-. ¿Dónde he oído eso antes?


-Javier no era como los asistentes sociales que acostumbraban a visitar los reformatorios. Él quería que trabajara para poder vivir de forma honrada. Una vez que llegué tarde me castigó a dormir en una celda. Después decidió que tenía demasiado tiempo libre, así que me obligó a hacer las pruebas de acceso a la universidad como condición para que siguiera con él.


-Ahora entiendo por qué decidiste hacerte policía. Era un modelo perfecto.


-Fue bueno conmigo. Me enseñó muchas cosas.


-Eso parece.


-¿Sabes lo que me regaló cuando conseguí aprobar?


Paula negó con la cabeza.



-No, ¿qué?


-El coche que había intentado robarle.


Paula tragó saliva, con un nudo en la garganta. 


Pedro acababa de proporcionarle otra de las piezas del rompecabezas. Miró su sonrisa con el corazón en un puño. No podía imaginar que fuera posible, pero el amor que sentía por él se hacía cada vez más profundo.


-Pedro


Las palabras estaban ahí, empujándola, intentando salir de su boca. Pero acabó tragándoselas con sus emociones.


-Me alegro que encontrases a alguien como Javier –continuó.


-Sí –sonrió-. Incluso cuando estoy de vacaciones, este trabajo tiene sus ventajas.


-¿Ventajas? –repitió Paula-. ¿Es eso lo que soy para ti?


Pedro se incorporó y, acercándose para abrazarla, le susurró al oído:
-Sin lugar a dudas, eres lo más maravilloso que me ha sucedido en toda mi vida.


Paula tuvo la impresión de que aquello sonaba a despedida. El tiempo se estaba acabando, pero ella no quería desperdiciar el poco tiempo que quedaba intentando explicarle cómo se sentía. 


No podía presionarlo. Era algo que había aprendido un mes atrás, durante la humillante discusión que tuvieron en la boda de Fitzpatrick.


Pedro le sujetó tiernamente las mejillas con las manos y le dio un prolongado beso. Después se incorporó y tomó la pistola que había dejado en una esquina de la manta.


-Se está haciendo tarde. Es hora de irse.



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