lunes, 8 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 19




Mientras conducía, Pau procuraba que no se le escaparan muchas lágrimas. Se detuvo delante de la puerta del garaje donde Leo, el chófer de su padre, estaba sacándole brillo a los coches.


El hombre la saludó con un gesto de la cabeza, como si su aparición con unos vaqueros cortados y sucios y en un coche tan viejo fuera lo más normal del mundo.


—Señorita Chaves. Oh, no, ahora es usted…


—Eso, Chaves. ¿Cómo estás, Leo?


—Bien. ¿Y usted?


—Bien también. ¿Podrías devolver este coche?


Leo asintió y ella le dio las llaves y la dirección.


—Haz que alguien vaya en otro coche para traerte de vuelta.


Luego entró en la casa.


Estaba muy en silencio. ¿Dónde estaban todos?


Su padre estaba en su despacho.


—Vaya, hola —dijo bajando el periódico que estaba leyendo—. ¿Has… vuelto?


—Para quedarme. Y no te atrevas a decirme que ya me lo dijiste.


—Oh, bueno… Para quedarte, ¿eh?


—No voy a volver allí. ¡Es un hombre imposible!


Entonces dejó el neceser en el suelo y empezó a pasear, murmurando para sí misma.


Un momento después oyó a su padre aclararse la garganta.


—¿Qué te parece?


—¿Qué me parece qué?


—Te he sugerido que nos vayamos a cenar al club. Ya es casi la hora y dado que la señora Cook no está…


—¿Dónde está?


—No has oído nada de lo que te he dicho, ¿verdad? Se ha ido a visitar a su hermana en Alameda.


—Oh.


—¿Qué hacemos? ¿Quieres ir al club o al Classic?


—No me apetece vestirme.


—Entonces podemos mandar a Leo a que nos traiga algo.


De todas formas Paula no tenía nada de hambre.


—Leo no está y yo no…


Se calló cuando se dio cuenta de que, si le decía a su padre que no tenía hambre, él se iría a cenar y no quería quedarse sola.


—Yo haré algo.


—¿Tú?


La incredulidad de su padre la hizo enfadarse más de lo que ya estaba.


—Sí, yo.


Su padre se rió con ganas.


—Querida, no me apetecen bacón y huevos.


—¿Un filete? ¿Cordero guisado? ¿Qué es lo que quieres?


—Oh, bueno, cualquier cosa que sepas hacer.


—Sé hacer lo que quieras. ¿Qué te crees que he estado haciendo estos últimos tres meses? Veré qué tenemos.


Treinta minutos más tarde ambos estaban sentados en la mesa de la cocina y su padre comía con gusto.


—Esto está delicioso —dijo.


—Gracias.


Había hecho un estofado de cordero con patatas. Pau sabía que le salía muy bien porque era el plato favorito de Pedro. 


Cuando pensó en él tuvo que contener las lágrimas.


—¿Sabes una cosa, Pau? Creo que eres mejor cocinera que la señora Cook.


—Sí.


La verdad era que casi cualquiera cocinaba mejor que Cook. 


Y a ella le gustaba cocinar… Para Pedro. No pudo evitar ponerse a llorar y bajó la mirada.


Samuel Sands dejó su tenedor.


—Pau, lo siento.


—Está bien. Ya se me pasará —dijo ella enjugándose las lágrimas—. No voy a permitir que estos tres meses con Pedro Alfonso me arruinen la vida entera.


—Por supuesto que no.


—Pero todo iba tan bien entre nosotros… Papá, de verdad. Yo creía que él era feliz. Yo lo era. Incluso era divertido. No me importaba lavar y fregar, además de tener que ahorrar mucho. Y realmente me gustaba cocinar. También me gustaba su familia. Incluso aunque los hombres fueran una manada de cerdos machistas. Bueno, lo parecen. Pero cuando se les llega a conocer son… bueno, como dice Rosa, unos pedazos de pan. Amantes y protectores.


—Me lo creo —dijo su padre—. Pedro trató de protegerte de mí. Ahora lo puedo ver allí, en esa cocina, advirtiéndome que no avasallara a su esposa.


—Lo hizo, ¿verdad? Me dijo que la forma en que tú lo miraste ese día fue… como si lo rebajaras. Y ahora me doy cuenta de por qué se siente tan avergonzado. Yo… bueno, le mentí.


—¿Oh?


—Se enfadó tanto cuando esos periodistas nos fastidiaron la boda y descubrió que yo tenía dinero… Incluso estuvo dispuesto a dejarme y yo no quería que lo hiciera. Le dije que no iba a tocar nada de tu dinero, que quería demostrarte algo a ti y a mí misma.


—¿Y tú dinero?


—Yo… bueno, digamos que pasó un poco por encima eso. Le dije que no era mucho. Que lo podíamos dejar por si las cosas venían mal dadas.


—Ya veo —afirmó su padre haciendo una mueca—. Y, de repente, él descubrió de cuanto se trata, ¿no?


—Hoy. Ya ves, y ha sido por algo que hice incluso antes de casarnos. Le pedí a la esposa de Jeronimo, que hiciera una opción de compra sobre la granja.


—Lo sé todo sobre eso.


—¿Sí?


—Sí, y también que Pedro no sabía nada del asunto.


—Claro. Cuando te fuiste esa mañana sabía que aquello no había terminado. Ibas a hacer que investigaran a Pedro de arriba abajo.


—No pensarás que te iba a dejar seguir con un hombre que fuera a por tu dinero, ¿verdad? ¿Recuerdas a Gaston?


—Oh, Gaston —dijo ella sin ninguna emoción—. Y lo averiguaste todo sobre Pedro, ¿no?


—Sí.


—Lo sincero y honrado que es, lo duramente que trabaja. No te lo puedes imaginar. Siempre está trabajando. Se levanta casi al amanecer y vuelve a casa de noche. Le encanta trabajar con sus flores. A mí también, cuando me deja. No quiere que se me estropeen las manos y siempre me las está cuidando.


Pau frunció el ceño entonces y añadió:
—Es estúpido. Yo podría ir a que me hicieran la manicura todos los días si quisiera. Pero es tan sensible con el asunto de mi dinero. Creí que ya no lo sería tanto después de su éxito.


—¿Éxito?


—Oh, sí. Pedro ha creado una rosa. La ha llamado Paula. Es la flor más hermosa que he visto en mi vida. Y lo mismo le parece a todo el mundo que la ha visto. En la conferencia la gente no paraba de darle sus tarjetas de visita y una compañía ya le ha ofrecido comprarle la patente. Pedro ya la había sacado. También es un buen hombre de negocios.


—No tan bueno si acepta esa oferta.


Ella lo miró fijamente.


—¿Sabes eso también?


—Por supuesto. Y ya me he puesto en contacto con Gutierrez, su abogado. Tengo un gran paquete de acciones de Tampa Florists y le vamos a ofrecer una cantidad mucho mayor, además de un porcentaje de los beneficios.


—¡Oh, no, papá! ¡No lo hagas! —exclamó ella, horrorizada.


—¿Por qué no? Esto son negocios. Eso tiene potencial.


—Puede parecerlo. Pero si Pedro descubre que tú tienes algo que ver con ello… Si pareciera un favor… ¡Nunca me volvería a aceptar a mí! ¡Nunca!


—Eso no importa, ¿verdad? Dado que tú no vas a volver nunca más con él de todas formas, ¿no es así?


Ella lo miró con chispas en los ojos.


—Eso es. ¡Nunca volveré a esa… esa mentira! A disimular, mentir… ¡Como si tener dinero fuera un pecado!



EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 18




Pau decidió que ya era hora de que dieran una fiesta. Para toda la familia, amigos y algunos de los colegas y profesores de Pedro. Sería una celebración para Pedro. Había hecho algo grande y ella quería que todo el mundo lo supiera. 


Incluso podían hacerla fuera de la casa, si no llovía.


Llamaría a la empresa de comidas a domicilio que utilizaba su padre…


No, no lo haría. Se ocuparían de todo ella y las demás mujeres de la familia. Maria las ayudaría a servir y los chicos de Francisco harían lo mismo con las bebidas.


No paraba de hacer planes cuando Pedro le contó la buena noticia. Una gran compañía le había hecho una oferta.


—Una gran oferta —le dijo.


—¡Es maravilloso! ¿Vas a aceptarla?


—Bueno. Gutierrez dice que deberíamos esperar. Está seguro de que habrá contraofertas.


—¿De verdad?


De repente se le ocurrió otra idea. Invitaría a algunos representantes de compañías para que vieran la rosa. Sería mezclar los negocios con el placer.


—Gutierrez ya se ha puesto en contacto con otras.


Tenía que preguntarle a su padre. Las flores no eran su negocio, pero el marketing sí. Tenía que saber quien se dedicaba a ello.


—¿Qué opinas, querida?


—¿Qué?


—¿Crees que debemos aceptar esa oferta o esperar?


—Esperar, por supuesto. ¿Qué prisa hay? Si existe la posibilidad de que aparezca una oferta mejor…


—Pero esta es suficiente como para dar la entrada para esta granja. La compañía Taylor tiene una opción, pero no parece que vayan a recalificar la zona y puede que estén cansados de esperar. Diez mil al mes es mucho dinero para algo que puede que no suceda. Tal vez si hiciéramos una oferta ahora, antes de que…


—Oh, Pedro, no tienes que preocuparte por eso —dijo ella sonriendo.


Ahora era el momento de contárselo.


—¿Qué quieres decir?


—Quiero decir que la granja ya es tuya.


Él la miró fijamente. Parecía cualquier cosa menos contento. 


¿Enfadado?


—¿Qué? ¿Eres tú la que ha puesto ese dinero?


Ella asintió.


—¿Has estado dando diez mil dólares al mes por esta granja durante los últimos tres meses?


Ella asintió de nuevo.


—Me has mentido.


Pau agitó la cabeza.


—Me dijiste que no ibas a tocar el dinero de tu padre.


—Y no lo he hecho. Ese dinero era mío.


—¡Tuyo! Me dijiste que no tenías mucho.


—Yo no… Es sólo lo que dejaron mis abuelos.


—¿Cuánto?


—Treinta millones.


—¿Treinta millones de dólares? —dijo él en voz baja.


—Y no los he tocado. Sólo un poco de los intereses.


Fue como si él no la oyera.


—Tu padre sabía esto. ¡Fue por eso por lo que te regañó! ¡Fue por eso por lo hizo esa mueca cuando yo le dije como te iba a mantener!


—Y lo has hecho. Estamos viviendo de lo que tú ganas, ¿no?


—De eso nada, querida. No cuando tú has puesto un tejado de diez mil dólares al mes sobre nuestras cabezas.


—Tú no has recibido nada de ese dinero. Ha sido todo para tus abuelos —dijo ella empezando a enfadarse también—. Y no sé por qué te enfadas tanto. Ellos necesitaban el dinero y tú la granja.


—Me enfado porque me mentiste.


—Te has enfadado porque eres un idiota orgulloso y sin sentido común. Además, no habrías permanecido a mi lado ni un minuto si hubieras sabido que tendrías que usar un dólar que fuera mío.


—Eso no es cierto. Si hubieras sido sincera conmigo. Si me hubieras dicho…


—¡Ja! Te habrías enfadado como lo estás haciendo ahora. Pedro, mi padre dice que un buen hombre de negocios utiliza el dinero de los demás. Esto ha sido sólo una pequeña inversión de capital y que era necesaria. Es una nadería. ¡Nada!


—¿Nada? —Exclamó él echando fuego por los ojos—. Claro, me había olvidado de que tú eres la señorita Niña Rica. Bueno, gracias, pero no. Te puedes meter esa nadería por donde quieras.


—Oh, Pedro, no he querido decir… ¡No seas tan cabezota! No te pongas así…


—Me pongo como quiero. Y lo haré siempre. No me gusta que me mientan. Este matrimonio ha sido una mentira desde el primer día. Me pregunto qué más no sé…


Pedro… —dijo ella extendiendo la mano para acariciarle el rostro.


Él se apartó, se volvió y salió de la habitación.


Paula lo fue a seguir, pero se contuvo.


¿Qué había hecho ella para que se pusiera así?


Muy bien, tal vez no había elegido bien las palabras.


Sólo había querido decir que no era mucho dinero. ¡Y no lo era!


Pedro era tan sensible para esas cosas…


Bueno, pues ella también lo era.


Ya estaba harta de sentirse culpable por ser rica. Estaba harta de andarse con remilgos al respecto… de ahorrar centavo a centavo y de fregar suelos sólo para salvar el estúpido orgullo de él.


Pedro tenía razón. Ese matrimonio era todo una mentira y ella ya estaba harta de jugar. Si no la podía aceptar como era, ¡que se fuera al infierno!


Salió de la cocina, pasó al lado de Pedro sin hacerle caso y subió a su dormitorio. Sacó un neceser y empezó a meter cosas en él.


Pero se detuvo inmediatamente. ¿Qué estaba haciendo? 


Había dejado en su casa diez veces más cosas de las que tenía allí. Debía haber sabido inconscientemente que aquello era sólo algo temporal. Cerró el neceser a medio llenar y bajó de nuevo las escaleras.


El neceser le llamó la atención a Pedro.


—¿A dónde vas?


—Fuera de tu vida. Estoy terminando con esta comedia.


—Paula…


—Me llevo el coche, no te preocupes, haré que te lo devuelvan inmediatamente.


—No tienes que hacerlo.


Ella lo miró fijamente.


—No necesito nada de ti, Pedro Alfonso. Como tú mismo has dicho, soy una niña rica y puedo cuidar muy bien de mí misma.


Luego salió de la casa, se metió en el coche y salió de allí a toda la velocidad que pudo.


Pedro se quedó allí como atontado.


Le preocupaba el que ella estaba demasiado enfadada como para conducir.


Pero ya era demasiado tarde para detenerla. Sería más peligroso perseguirla. De todas formas, esa mentira tenía que terminar.




domingo, 7 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 17




Cuando apareció el primer amago de un capullo, Paula no estaba en casa. ¿Dónde estaría? Pedro había estado observando cuidadosamente el rosal y había vuelto a casa porque sabía que estaba a punto de florecer y quería enseñárselo. Le gustaba la admiración con que ella lo miraba, como una especie de dios.


De todas formas, todavía no había manera de saber los colores que tendría aquello, así que tendría que esperar. 


Cuando estuviera completamente en flor se lo enseñaría. 


¿Pero dónde estaría ella?


Paula estaba almorzando con Sara, la esposa de Francisco.


—Ya veo que estás dispuesta a jugar otro partido con mi hijo Dom —le dijo Sara al verla con la raqueta de tenis.


—Me gusta jugar con él. Es muy bueno.


—Ya puede serlo. Vive y respira para el tenis. Yo no dejo de repetirme que es un pasatiempo positivo y saludable.


—En eso tienes razón.


Y podía ser más. El chico tenía potencial. Le gustaría llevarlo al club, donde podría ver a algunos profesionales. Lo mismo que quería llevarse a navegar a los hijos de Leandro.


Pero todavía no. No estaba muy segura de lo que la retenía, pero algo lo hacía. No sabía por qué sentía que no era el momento de mezclar sus dos mundos. Más tarde…


—Por lo menos va a trabajar a tiempo parcial este verano como mensajero —dijo Sara mirando el reloj—. Estará aquí dentro de un momento.


—Muy bien. Después de este almuerzo necesito hacer ejercicio.


Ya era tarde cuando Pedro oyó acercarse al viejo Ford. 


Acababa de cerrar las puertas del establo para proteger las plantas. Parecía como si fuera a haber tormenta.


Se apresuró a ir a darle la bienvenida a Pau.


Ella salió del coche pareciendo una modelo, con esa falda corta que apenas le cubría el trasero.


Pedro pensó que había estado jugando al tenis y se alegró de que se divirtiera un poco. Pero se alegró más todavía por verla de vuelta en casa.


Antes de que la pudiera abrazar, ella se pasó al asiento del pasajero.


—¿Qué haces tú con ella?


—¿Recuerdas el acuchillado del suelo? Prometí hacer de niñera. Charlie y su mujer se han ido a bailar y yo me he ofrecido a quedarme con su hija esta noche. Sujétala.


Pedro tomó a la niña en brazos.


—Bueno, no me mires así. A mí tampoco me gusta —le dijo al bebé—. Me gusta tanto una visita tuya como tener un agujero en la cabeza.


Le hizo cosquillas a la niña y ella se rió, pero aún así, él siguió gruñendo.


—¿Dónde vas a dormir? No pienso subir al desván a por esa vieja cuna…


—No vas a tener que hacerlo —le dijo Paula—. Dámela y saca su corralito del coche. Su madre me ha dicho que se sale de él cuando se despierta, pero que puede dormir muy bien en él.


Mientras caminaban hacia la casa con la niña y toda su parafernalia, Pedro le dijo:
—¿Así que es ahí donde has estado todo el día? ¿En casa de Charlie?


—No, sólo he pasado por allí para recogerla a ella. He almorzado con Sara y luego he jugado un partido de tenis con Don. ¿Sabes que es muy bueno?


Luego siguió contándole como había pasado el día y, cuando tuvieron acostada a la niña, los dos estaban demasiado cansados como para nada más y se acostaron también.


Pedro decidió no contarle lo del capullo que iba a salir y esperar al día siguiente.


La niña se portó bien esa noche y sólo se despertó una vez. 


Paula se levantó y la acunó cantándole una vieja nana en la mecedora. Pedro pensó que parecía una Madonna del Renacimiento italiano, con el rostro iluminado por los relámpagos de la tormenta que había en el exterior.


Pensó que, algún día, ella acunaría así a su propio hijo. Le sorprendió lo mucho que le gustaba esa idea.


Las rosas florecieron una semana más tarde. A Pedro se le escaparon las lágrimas. ¡Lo había logrado!


Esa tarde le dijo a Paula que bajara para ver la sorpresa que le tenía preparada.


Una rosa en un florero de cuello alto, rodeada de velas. Un caleidoscopio de colores, melocotón, salmón y lavanda con pequeños destellos amarillos.


Paula la miró como transfigurada.


Pedro. Oh, Pedro. Es preciosa. ¿Cómo lo has hecho?


—Como se lleva haciendo desde 1967.


—¿Eh?


—Es cierto. Antes de esa fecha, todas las rosas que crecían en Europa y aquí eran color rosa, blancas o rojas. Cuando se cruzaron con las rosas de té chinas, amarillas, surgió el primer híbrido, llamado La Franee. Desde entonces… bueno, ya sabes. Tenemos nuestros híbridos modernos de varios colores, mezclas… Es sólo cuestión de cruces y…


—¡Y eso es lo que has estado haciendo tú! Eres tan inteligente, Pedro. Esta es muy diferente. Nunca he visto ninguna parecida.


Pedro sonrió.


—Gracias. Ese es el propósito.


—Y tú lo has logrado. Oh, Pedro, es preciosa. Me encanta.


—Me alegro que te guste mi rosa Paula.


Ella lo miró fijamente.


—¿Paula? ¿Por mí?


—De una belleza a otra —dijo él ofreciéndole una copa de champán.


—Adulador.


Brindaron y él respondió:
—No es adulación, querida. Tú eres igual de hermosa. Pero no es por eso por lo que le he puesto tu nombre.


—¿No?


—No, la he llamado Paula porque eres tú.


—¿Qué?


Pedro le señaló la flor.


—¿Ves esa melodía de colores?


Ella asintió.


—Una melodía de muchas tú.


Ella se rió.


—Vamos, Pedro, sólo hay una yo.


—No. Hay más de una. Eres una madre con mi abuela, una luchadora con mi padre, te enfrentas con él como nadie más en la familia se atreve. Eres una compañera de juegos con los hijos de Leandro y una competidora jugando al tenis con Dom. Tienes una elegancia que no pierdes nunca, ni siquiera cuando estás con una brocha en la mano. Y, demonios, para mí eres un millón de cosas más.


Pedro dejó las copas sobre la mesa y la abrazó mientras le susurraba al oído:
—Eres una mujer cariñosa, amante, apasionada que me ha hecho el hombre más feliz del mundo.


Pedro, oh Pedro. Eso es lo más bonito que me has dicho nunca. No, es el cumplido más maravilloso y dulce que me han hecho en la vida. Te amo.


—Y yo a ti.


La conferencia de jardinería se celebró en un hotel de Atlantic City. Fueron allí con estilo, con la rosa en el suelo del asiento trasero del viejo Ford del abuelo Alfonso. Llegaron con un día de anticipación para instalarla apropiadamente en el gran salón donde se iba a celebrar la muestra, entre otras muchas plantas.


Los premios se iban a anunciar durante la cena de la última noche. Paula estaba nerviosa. Estaba segura de que la rosa de Pedro era la más hermosa de todas. ¿Pero pensarían lo mismo los jueces?


La sorprendió ver que Pedro no parecía nada nervioso. Incluso estaba más tranquilo que nunca.


Le gustó verlo así, tranquilo, sin esa mirada distraída que ponía a menudo incluso en las reuniones familiares.


Se le ocurrió que esa era la primera vez que lo veía en un evento social, sin que estuviera presente el resto de la familia. Parecía estar en casa. Conocía a bastantes de los asistentes y les presentó orgullosamente a su esposa.


Era su terreno y ellos eran sus colegas. Podía trabajar como un energúmeno en la granja, pero era un profesional y sabía lo que hacía.


Una tarde fueron a jugar al golf con el profesor Lindstrom y la volvió a sorprender demostrando que también lo sabía hacer.


—Querida, mientras estudiaba, uno de mis trabajos fue hacer de caddy, así que, ¿cómo no voy a aprender algo? —le dijo.


Y el caso era que jugaba bastante bien aunque decía que no había tocado un palo desde hacía años. Incluso tuvieron algo de tiempo para ir a la playa. Aquello era como una luna de miel, la que no habían tenido.


La última noche, Pedro recibió el premio por su rosa.


¡Todos esos reconocimientos oficiales! La enhorabuena de todos… A ella se le saltaron las lágrimas cuando oyó las palabras de alabanza que le dedicaron todos los personajes notables de ese campo.


Pedro la tomó de la mano y la introdujo en el grupo que le estaba dando la enhorabuena. Un par de nombres le dieron a él sus tarjetas de visita y le pidieron la suya. Querían hablar de negocios con él y cuanto antes.


—¿De qué se trataba? —le preguntó ella cuando estuvieron a solas.


—Son representantes de compañías de venta de flores. Quieren los derechos exclusivos de la patente de la rosa.


—Acéptalo enseguida.


Pedro se rió.


—No te preocupes, querida. Todo está bajo control. Lo he dejado todo en manos de un bufete de abogados que me recomendó mi profesor de botánica. Gutierrez y Ferber. Se dedican casi exclusivamente a las patentes de flores.


Pau descubrió entonces una cosa más de su marido. 


También era un hombre de negocios.