lunes, 8 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 18




Pau decidió que ya era hora de que dieran una fiesta. Para toda la familia, amigos y algunos de los colegas y profesores de Pedro. Sería una celebración para Pedro. Había hecho algo grande y ella quería que todo el mundo lo supiera. 


Incluso podían hacerla fuera de la casa, si no llovía.


Llamaría a la empresa de comidas a domicilio que utilizaba su padre…


No, no lo haría. Se ocuparían de todo ella y las demás mujeres de la familia. Maria las ayudaría a servir y los chicos de Francisco harían lo mismo con las bebidas.


No paraba de hacer planes cuando Pedro le contó la buena noticia. Una gran compañía le había hecho una oferta.


—Una gran oferta —le dijo.


—¡Es maravilloso! ¿Vas a aceptarla?


—Bueno. Gutierrez dice que deberíamos esperar. Está seguro de que habrá contraofertas.


—¿De verdad?


De repente se le ocurrió otra idea. Invitaría a algunos representantes de compañías para que vieran la rosa. Sería mezclar los negocios con el placer.


—Gutierrez ya se ha puesto en contacto con otras.


Tenía que preguntarle a su padre. Las flores no eran su negocio, pero el marketing sí. Tenía que saber quien se dedicaba a ello.


—¿Qué opinas, querida?


—¿Qué?


—¿Crees que debemos aceptar esa oferta o esperar?


—Esperar, por supuesto. ¿Qué prisa hay? Si existe la posibilidad de que aparezca una oferta mejor…


—Pero esta es suficiente como para dar la entrada para esta granja. La compañía Taylor tiene una opción, pero no parece que vayan a recalificar la zona y puede que estén cansados de esperar. Diez mil al mes es mucho dinero para algo que puede que no suceda. Tal vez si hiciéramos una oferta ahora, antes de que…


—Oh, Pedro, no tienes que preocuparte por eso —dijo ella sonriendo.


Ahora era el momento de contárselo.


—¿Qué quieres decir?


—Quiero decir que la granja ya es tuya.


Él la miró fijamente. Parecía cualquier cosa menos contento. 


¿Enfadado?


—¿Qué? ¿Eres tú la que ha puesto ese dinero?


Ella asintió.


—¿Has estado dando diez mil dólares al mes por esta granja durante los últimos tres meses?


Ella asintió de nuevo.


—Me has mentido.


Pau agitó la cabeza.


—Me dijiste que no ibas a tocar el dinero de tu padre.


—Y no lo he hecho. Ese dinero era mío.


—¡Tuyo! Me dijiste que no tenías mucho.


—Yo no… Es sólo lo que dejaron mis abuelos.


—¿Cuánto?


—Treinta millones.


—¿Treinta millones de dólares? —dijo él en voz baja.


—Y no los he tocado. Sólo un poco de los intereses.


Fue como si él no la oyera.


—Tu padre sabía esto. ¡Fue por eso por lo que te regañó! ¡Fue por eso por lo hizo esa mueca cuando yo le dije como te iba a mantener!


—Y lo has hecho. Estamos viviendo de lo que tú ganas, ¿no?


—De eso nada, querida. No cuando tú has puesto un tejado de diez mil dólares al mes sobre nuestras cabezas.


—Tú no has recibido nada de ese dinero. Ha sido todo para tus abuelos —dijo ella empezando a enfadarse también—. Y no sé por qué te enfadas tanto. Ellos necesitaban el dinero y tú la granja.


—Me enfado porque me mentiste.


—Te has enfadado porque eres un idiota orgulloso y sin sentido común. Además, no habrías permanecido a mi lado ni un minuto si hubieras sabido que tendrías que usar un dólar que fuera mío.


—Eso no es cierto. Si hubieras sido sincera conmigo. Si me hubieras dicho…


—¡Ja! Te habrías enfadado como lo estás haciendo ahora. Pedro, mi padre dice que un buen hombre de negocios utiliza el dinero de los demás. Esto ha sido sólo una pequeña inversión de capital y que era necesaria. Es una nadería. ¡Nada!


—¿Nada? —Exclamó él echando fuego por los ojos—. Claro, me había olvidado de que tú eres la señorita Niña Rica. Bueno, gracias, pero no. Te puedes meter esa nadería por donde quieras.


—Oh, Pedro, no he querido decir… ¡No seas tan cabezota! No te pongas así…


—Me pongo como quiero. Y lo haré siempre. No me gusta que me mientan. Este matrimonio ha sido una mentira desde el primer día. Me pregunto qué más no sé…


Pedro… —dijo ella extendiendo la mano para acariciarle el rostro.


Él se apartó, se volvió y salió de la habitación.


Paula lo fue a seguir, pero se contuvo.


¿Qué había hecho ella para que se pusiera así?


Muy bien, tal vez no había elegido bien las palabras.


Sólo había querido decir que no era mucho dinero. ¡Y no lo era!


Pedro era tan sensible para esas cosas…


Bueno, pues ella también lo era.


Ya estaba harta de sentirse culpable por ser rica. Estaba harta de andarse con remilgos al respecto… de ahorrar centavo a centavo y de fregar suelos sólo para salvar el estúpido orgullo de él.


Pedro tenía razón. Ese matrimonio era todo una mentira y ella ya estaba harta de jugar. Si no la podía aceptar como era, ¡que se fuera al infierno!


Salió de la cocina, pasó al lado de Pedro sin hacerle caso y subió a su dormitorio. Sacó un neceser y empezó a meter cosas en él.


Pero se detuvo inmediatamente. ¿Qué estaba haciendo? 


Había dejado en su casa diez veces más cosas de las que tenía allí. Debía haber sabido inconscientemente que aquello era sólo algo temporal. Cerró el neceser a medio llenar y bajó de nuevo las escaleras.


El neceser le llamó la atención a Pedro.


—¿A dónde vas?


—Fuera de tu vida. Estoy terminando con esta comedia.


—Paula…


—Me llevo el coche, no te preocupes, haré que te lo devuelvan inmediatamente.


—No tienes que hacerlo.


Ella lo miró fijamente.


—No necesito nada de ti, Pedro Alfonso. Como tú mismo has dicho, soy una niña rica y puedo cuidar muy bien de mí misma.


Luego salió de la casa, se metió en el coche y salió de allí a toda la velocidad que pudo.


Pedro se quedó allí como atontado.


Le preocupaba el que ella estaba demasiado enfadada como para conducir.


Pero ya era demasiado tarde para detenerla. Sería más peligroso perseguirla. De todas formas, esa mentira tenía que terminar.




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