sábado, 4 de noviembre de 2017

NO TE ENAMORES: CAPITULO 35




El servicio de emergencias estaba tan lleno de gente como el centro de la ciudad en plena hora punta, así que Pedro tardó un par de minutos en encontrar a alguien que le pudiera informar.


—Estuvo aquí hace media hora —dijo la enfermera—, pero cuando supo que su amiga estaba dando a luz, se marchó.


—¿Silvina está de parto? —preguntó él—. ¿Dónde las puedo encontrar?


—En el séptimo piso.


Pedro se alejó enseguida.


—¡Cuando salga del ascensor, tome el pasillo de la izquierda! — exclamó la mujer.


Pedro llamó al ascensor y esperó. Estaba tan nervioso que si hubiera tardado mucho más, habría subido corriendo por la escalera.


Cuando llegó al séptimo piso, se acercó al mostrador.


—Estoy buscando a Silvina Green y a Paula Chaves, una amiga suya. ¿La ha visto? Un metro setenta de altura, cabello castaño y rizado, muy guapa… Es fácil de recordar. Ha sufrido un accidente de tráfico y probablemente llevará una venda en la cabeza —declaró de un tirón.


La enfermera no tuvo que comprobar el registro para responder.


—La señora Green está en la habitación 642, descansando.


—¿Y el bebé?


—En cuidados intensivos, en el piso de abajo.


—¿Y Paula Chaves, su amiga? ¿La ha visto?


—Creo que le iban a hacer unas radiografías, pero puede que le hayan dado el alta y se haya marchado. No tenía muy buen aspecto.


—Gracias. Iré a cuidados intensivos por si se encuentra allí.


Segundos después, no recordaba ni cómo había bajado las escaleras.


De repente, se encontró en el piso inferior, preguntó a otra enfermera y encontró a Paula.


Cuando la vio delante de las incubadoras, supo que se había
enamorado.


Fue una especie de revelación, que cayó sobre él como un rayo. La amaba y ni siquiera sabía cómo había ocurrido.


Las mentiras de Carla y la separación de su hijo, lo habían empujado a prometerse que jamás volvería a confiar en una mujer. Pero le bastó entrar por primera vez en la librería de Paula, para saber que todo iba a cambiar. Incluso entonces, cuando todavía la creía sospechosa de un robo.


—¿Paula?


Ella se giró al oír su voz.


—¡Pedro! ¿Cómo sabías que estaba aquí?


—Damian me llamó por teléfono y me dijo que habías sufrido un accidente. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo está la niña de tu amiga?


—Mírala tú mismo… Es preciosa.


—¿Cuál es?


—La que está en el medio de la segunda fila de incubadoras. ¿No te parece divina? Es igual que Silvina.


Pedro miró el bebé y sonrió.


—Si tú lo dices… Pero es verdad que es bonita. ¿Está bien?


—Sí, el médico ha dicho que saldrá adelante. El parto ha sido prematuro y sus pulmones todavía no están totalmente desarrollados, pero no espera problemas.


—¿Y tú? ¿Qué ha pasado?


—Creo que me di un golpe contra la ventanilla del coche. Tenía tanto miedo… Estaba segura de que Silvina perdería al bebé y de que la historia de mi madre se iba a repetir.


Pedro la abrazó.


—Pero no se ha repetido. Es una niña preciosa y tu amiga se recupera del accidente. ¿Lo ves? La pesadilla ha pasado. No tienes que preocuparte.


Ella se apretó contra su cuerpo.


—Lo sé… En cuanto vi a la pequeña, se me quitó un peso de encima. Sólo deseaba tomarla entre mis brazos.


Pedro se separó lo suficiente para mirarla a los ojos.


—¿Y eso? Pensaba que no querías tener niños.


—Y no quería, pero…


—¿Pero?


Ella intentó encontrar las palabras adecuadas para explicarse.


—No sé; hace un rato, mientras la miraba, tuve la sensación de que mi madre estaba conmigo y me decía que todo iba a salir bien. Y ahora sé que decida lo que decida al respecto, todo saldrá bien —afirmó.


—Me alegro. Por lo visto, ha sido un día de lo más agitado…


El teléfono móvil de Pedro se puso a sonar.


—¿Sí?


—Hola, Pedro, soy Leandro.


—¿Has descubierto algo nuevo?


—¡No te vas a creer lo que esa mujer escondía en la casa! Hasta el momento hemos encontrado doscientos mapas y documentos antiguos, y eso que sólo hemos registrado la mitad de las habitaciones. No sé lo que pensaba hacer con todo eso, pero habría tenido una jubilación de lo más interesante —comentó con humor—. Es una verdadera fortuna.


—Y sin contar lo que habrá vendido y no podremos recuperar.


—Bueno, yo no estaría tan seguro de eso. Cuando empezamos a encontrar objetos robados, su abogado la aconsejó que colaborara con nosotros. Lleva media hora dándonos nombres y direcciones.


—¿Estás hablando en serio?


—Por supuesto que sí.


—¿Ha dicho algo de su relación con Miguel Chaves?


—¡Ah, sí, lo olvidaba…! A Paula no le va a gustar, pero parece que tuvieron una aventura. Lo conoció mientras él investigaba en los archivos, y decidió aprovechar la situación. Por lo visto, le empezó a vender documentos robados con la excusa de que pertenecían a una colección privada de su familia.


—¿Y él se lo creyó?


—Sí. Es tan lista que le hizo prometer que no los vendería nunca.


—Buena idea. Ella sacaba dinero y se aseguraba de que los objetos robados terminaban en un lugar de donde no saldrían nunca. Obviamente, no imaginó que Miguel Chaves moriría poco después y que su hija los empezaría a vender al desconocer su procedencia.


—Pues esto te va a gustar… Ha confesado que entró en la casa de Paula porque necesitaba los recibos de su padre, pero que entonces oyó una sirena a lo lejos y salió corriendo porque pensó que alguien la había visto entrar y que había llamado a la policía.


—Claro. Por eso salió sin cerrar la puerta —dijo Pedro—. Menos mal… Si la hubiera cerrado, no habríamos sabido que alguien tenía llave.


—Bueno, te mantendré informado de lo que suceda. Tu ex compañera está hablando por los codos y sospecho que ha robado mucho más de lo que sabemos.


Pedro cortó la llamada y se giró hacia Paula, que no se había perdido ni una palabra de la conversación.


—¡Habéis arrestado a Luisa Shue! —declaró, feliz—. ¿Qué ha pasado? Con el accidente y el parto, había olvidado la investigación…


Pedro sonrió.


—Con las cosas que encontré en su despacho, no me costó convencer al juez para que me extendiera una orden de registro. Leandro y yo estábamos en su casa cuando Damian me llamó y me contó lo tuyo.


—¿Y qué había dentro? ¿Leandro ha encontrado algo?


—¡Oh! Desde luego que sí…


Pedro le hizo un resumen de lo que habían encontrado en el domicilio de la ladrona.


—¡No me lo puedo creer! ¿Guardaba libros antiguos en el fondo de un armario? ¿Cómo es posible que una profesional de Archivos Nacionales sea tan descuidada? —dijo con vehemencia—. La humedad es terrible para los libros…


—Sí, pero no le importaba nada en absoluto. Sólo quería asegurarse de que no la atraparan —afirmó él.


—¿Y qué ha dicho Leandro de su relación con mi padre?


Pedro dudó, pero decidió decirle la verdad.


—Al parecer, tuvieron una aventura. Lo sedujo, se ganó su confianza y le vendió los objetos haciéndole creer que procedían de una colección de su familia. Además, le hizo prometer que no los vendería.


—¡Cómo se atreve! —exclamó, indignada—. ¿Le hizo prometer que no los vendiera y al mismo tiempo le colocaba mercancía robada? ¡Maldita canalla! ¡Será bruja! ¡Será…!


—¿Qué ibas a decir? —preguntó Pedro, sonriendo con ironía.


Paula se contuvo a tiempo.


—Nada, nada. Pero espero que pase unas largas vacaciones entre rejas.


Él rió.


—Descuida, haremos lo que podamos. Por cierto, ¿te he dicho ya que me enamoras cuando te enfadas?


Paula se estremeció. Pero se dijo que la mención del amor era simplemente metafórica; que no pretendía insinuar que se hubiera enamorado de ella.


De repente, cayó en la cuenta de que necesitaba que la amara. De hecho, era lo que más deseaba en el mundo.


Pedro le había robado su corazón y ya no podía vivir sin él.


Pedro


Él la volvió a abrazar.


—Creo que he batido un récord de velocidad durante el trayecto al hospital. Te imaginaba sangrando, tendida en mitad de una calle…


—¡Oh, no, no te preocupes! Ahora lamento no haber permitido que el enfermero te llamara por teléfono; pero sabía que estabas ocupado con el caso y no te quería interrumpir. No imaginé que Damian te llamaría.


—No vuelvas a hacerme algo así —le advirtió—. No importa dónde esté yo ni lo que esté haciendo. Llámame, por favor. ¿Entendido? Te amo, Paula.


Pedro la besó con tanta ternura y pasión que a Pau se le saltaron las lágrimas.


—¿Has dicho que me amas? ¿Desde cuándo? —preguntó, perpleja.


—Desde la primera vez que entré en tu librería y oí la marcha de John Philip Sousa —respondió con humor.


—¡Deja de tomarme el pelo!


—Bueno, puede que no fuera entonces, pero me enamoré de ti al instante.


—¿Lo dices en serio?


—Sí. Sé que te parecerá muy apresurado por mi parte, pero es verdad. Me había prometido que no volvería a amar a nadie, y cuando te conocí…


—Yo sentí lo mismo por ti —lo interrumpió—. Estaba furiosa contigo porque me considerabas sospechosa de un robo, pero no podía sacarte de la cabeza. Luego, cuando entraron en la librería y viniste a ver si me encontraba bien, supe que me había metido en un lío. Lograbas que deseara cosas que no podía tener.


Pedro la besó en la comisura de los labios, muy suavemente.


—¿Y qué deseas, cariño? Dímelo.


—Te deseo a ti. Te amo, Pedro. Tenía miedo de quererte; sobretodo, después de que me contaras lo de Carla y Tomy. Sabía que querrías tener hijos y yo no quería ser madre. Pero después de lo que ha pasado hoy…


La voz se le quebró y Paula tuvo que detenerse unos segundos para recobrar el aplomo.


—Ahora sé que quiero tener un hijo —continuó—. Supongo que el embarazo me dará miedo y que…


—Deja que yo me encargue de tus temores. Además, no hay ninguna prisa —aseguró—. Ya tengo a Tomy, y sé que os llevaréis muy bien… No te preocupes por nada, Paula, sólo quiero que seas feliz.


—Ya soy feliz. Tú me haces feliz.


—Cásate conmigo.


Pedro no pretendía ofrecerle el matrimonio. No formaba parte de sus planes, pero se sorprendió diciéndolo.


—Bueno, no tenemos que tomar una decisión ahora mismo —se apresuró a añadir—. Imagino que debería haber esperado un poco y haber preparado alguna situación romántica para declararte mi…


—Esto es muy romántico, Pedro.


Él rió.


—¿Te parece romántico? ¿Me declaro en la sala de un hospital y lo encuentras romántico? —preguntó, incrédulo.


—¿Qué hospital? Yo sólo veo al hombre que amo. No necesito nada más.


Pedro se emocionó, aunque consiguió disimularlo.


—Supongo que eso es un sí…


—Por supuesto que lo es. ¿Es que esperabas otra cosa? Al fin y al cabo, vas a ser el padre de mis hijos.


Pedro arqueó una ceja.


—Vaya, antes no querías tener ninguno, y ahora quieres tener varios. ¿En cuántos has pensado, si se puede saber?


—Bueno, ya llegaremos a un acuerdo, ¿no te parece?


—¡Oh, vamos! Convénceme, cariño.



Pedro esperaba que le diera argumentos a favor de tener hijos, pero en lugar de eso, le pasó los brazos alrededor del cuello y le dio un beso largo, intenso y hambriento que lo dejó sin respiración.


Cuando por fin se apartó de él, ni siquiera sabía dónde estaba.


—¿Y bien? ¿Te he convencido? ¿Cuántos niños vamos a tener?


—Seis.








NO TE ENAMORES: CAPITULO 34




Luisa Shue vivía en una casa modesta de Silver Spring, en Maryland.


Pedro acudió en compañía de Leandro y de los agentes del FBI que los habían acompañado esa misma mañana. 


Cuando llegaron, los miró y dijo:
—Seguramente sabe que la estamos buscando y que se arriesga a pasar una buena temporada entre barrotes. Estad preparados. Podría ser capaz de cualquier cosa.


—Danos diez minutos para que rodeemos la casa —dijo Leandro—. ¿Tienes la orden judicial?


Pedro asintió.


—Sí. Encontré pruebas de sobra en su despacho, incluida una carta de Jefferson a Washington que valdría una fortuna en cualquier subasta. La había escondido en el forro de una chaqueta que tenía en el armario.


—¿Cuánto tiempo lleva en Archivos Nacionales?


—Seis años.


Leandro silbó.


—¡Por todos los diablos…! En seis años ha podido robar la mitad de los tesoros del país.


Pedro asintió.


—Y tendremos suerte si podemos recuperar la mitad de esa mitad — observó—. Venga, terminemos de una vez.


Los hombres del FBI rodearon la casa, y Pedro y Leandro llamaron a la puerta. Durante unos segundos, Pedro tuvo miedo de que huyera; pero enseguida oyeron el cerrojo.


Luisa apareció desarmada ante ellos, pálida como la nieve y con mirada de evidente desesperación.


—¿Cómo habéis sabido que soy yo?


—Por simple casualidad. Te vi esta mañana en las cercanías del Theodore Roosevelt Memorial y supe que no podía ser una coincidencia — respondió Pedro—. Me acordé de que trabajabas en adquisiciones y sume dos y dos.


Ella lo miró con asombro.


—¿Qué relación mantenías con Miguel Chaves? —continuó—. ¿Salías con él? ¿O sólo lo utilizabas para dar salida a los documentos robados?


—Miguel y yo éramos amigos. Amigos de verdad.


—¿Y él sabía que eras una ladrona?


—¡Por supuesto que no! ¡Él nunca habría…!


Luisa no terminó la frase. Debió de pensar que ya había dicho demasiado, porque cambió de actitud y añadió:
—Quiero un abogado.


Pedro se encogió de hombros.


—Si quieres jugar de ese modo, haz lo que quieras, pero te conviene cooperar.


Ella no dijo nada. Él la miró y le informó de sus derechos:
—Tienes derecho a permanecer callada. Tienes derecho a…


Un agente esposó a la mujer y se la llevó. Minutos más tarde, Pedro y el resto de los hombres se dedicaban a registrar la casa en busca de más pruebas. Encontraron multitud de objetos robados, incluidos una docena de mapas de la revolución estadounidense y de la guerra civil, que había escondido en los bolsillos y en los forros de varias chaquetas, faldas y pantalones.


Poco después, uno de los agentes del FBI descubrió un doble fondo en el armario del dormitorio principal. Contenía una fortuna en libros antiguos.


Pedro todavía estaba maldiciendo a Luisa cuando Damian lo llamó por teléfono.


—Ahora no puedo hablar, Damian. Acabamos de arrestar a la ladrona que estábamos buscando y me pillas en mitad de…


—Paula ha sufrido un accidente —lo interrumpió.


—¿Qué has dicho?


—Que ha sufrido un accidente.


—¿Qué ha pasado? ¿Cómo se encuentra? ¿Dónde está?


—La han llevado al hospital Saint Joseph —respondió Damian—. Un conductor borracho se saltó un semáforo y se estrelló contra su vehículo. Acabo de oírlo por la radio y me ha parecido que querrías saberlo.


—Voy ahora mismo.


Pedro cortó la comunicación y salió tan deprisa que estuvo a punto de llevarse a su hermano por delante.


—¿Se puede saber qué te pasa?


—Es Paula. Ha tenido un accidente… Damian me acaba de llamar para informarme. Un conductor se saltó un semáforo y chocó con su vehículo.


—Entonces, márchate. No te preocupes; yo me ocupo del resto.


Leandro no tuvo que repetirlo. Pedro ya había salido de la casa y corría hacia el coche.