jueves, 19 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 4





Un par de horas después, Paula se preguntó si realmente había pensado que las cosas podrían mejorar. La verdad era que en realidad no sabía si las cosas estaban mejorando… o yendo mucho peor.


Inquieta, anduvo por el gran comedor decorado en tonos azules y de color oro. Aquél era el lugar donde se había ofrecido el banquete que debía haber servido de celebración para la boda de Pedro. Un pequeño ejército formado por miembros del personal de Alfonso estaba llevándose los restos de la maravillosa comida.


Ella había logrado llevarse dos bocados a la boca y había tenido que reconocer que la comida estaba deliciosa. Pero le había resultado imposible comer más. El estómago no había parado de revolvérsele y la cabeza le dolía mucho.


Y todo había empeorado ya que Pedro había insistido en que se sentara a su lado… en el asiento que debía haber ocupado su esposa.


—¿Qué estoy haciendo aquí? —se preguntó Paula a sí misma al detenerse delante de una de las inmensas puertas francesas que daban a un amplio balcón de piedra desde el que se veían los jardines y la piscina de la mansión.


El agua de la piscina brillaba intensamente bajo el sol. Sintió ganas de quitarse la ropa y sumergirse en ella. O por lo menos de quitarse los elegantes zapatos que la estaban matando y meter los pies para refrescarlos.


—Así que aquí es donde te estás escondiendo…


Aquella profunda voz masculina la devolvió a la realidad. 


Aunque sólo lo había oído hablando aquel día y la noche en la que se habían conocido, sabía que siempre reconocería que era la voz de Pedro Alfonso. El sexy acento que éste tenía y el profundo timbre de su voz lo hacían inconfundible.


—No me estoy escondiendo. Simplemente estaba tomando el aire.


Deliberadamente, mantuvo la mirada en la piscina. No quería mirar la cara de Pedro ya que era consciente de que le traería a la mente los pensamientos que tan duramente estaba luchando por apartar de su cabeza. Además, ya le había mirado demasiado su hermosa cara, se había preguntado qué escondían aquellos impresionantes ojos, había tratado de juzgar su estado de ánimo según el tono de cada palabra que había dicho… y había fracasado. Fuera lo que fuera lo que él tenía en la cabeza, se lo estaba ocultando sin ningún esfuerzo. Todo lo que decía, cada gesto, cada expresión que reflejaba en la cara no dejaba entrever absolutamente nada.


—Y tratando de comprender qué demonios estoy haciendo aquí.


—Estas aquí como mí invitada… al igual que todos los demás.


—Una invitada en el banquete de una boda que nunca se celebró. Parece algo extraño.


—¿No crees que es una solución práctica a un problema de la misma índole? No tenía ninguna intención de perder el dinero que había pagado por todo esto.


—¿Pagaste tú el banquete? —preguntó ella, impresionada.


Cuando se había enterado de que la boda se iba a celebrar en España, le había impresionado, pero Natalie le había dicho que Pedro había insistido en ello.


—¿Pero por qué?


—Tu padre no podía permitirse hacer las cosas como quería tu madrastra… y yo sí.


A Paula le impactó que él le hubiera contestado aquello sin ningún toque de cinismo… lo que le preocupó aún más. 


Sabía que su madrastra tenía gustos extravagantes y últimamente había sido obvio que su padre había tenido ciertas dificultades para consentirla de la misma manera que había hecho en el pasado.


—Y yo quería que mi novia sólo tuviera lo mejor.


Aquello no tenía sentido. Pedro le había confesado que no le había importado que Natalie le hubiera dejado plantado en el altar, pero al mismo tiempo había estado dispuesto a gastarse una fortuna para asegurarse de que ella estuviera orgullosa de su boda.


—Has sido muy generoso.


Pedro se encogió de hombros.


—Si no hubiera invitado a todos a venir aquí, me hubiera agobiado con tanta comida cara y con tanto vino sin nadie que me ayudara con ello. Y no todo el mundo ha comido tan poco como tú.


Paula se percató de que él se había fijado en la manera en la que ella había estado dando vueltas a su comida en el plato. La sensación de haber sido observada desde tan cerca, de que aquel hombre se diera cuenta de todo lo que hacía, era desconcertante.


Pudo ver la alta figura de él reflejada en el cristal de la puerta francesa al comenzar a ponerse el sol. Pedro se había quitado la elegante chaqueta del traje, por lo que pudo ver el chaleco que llevaba, chaleco que enfatizaba la musculatura de sus brazos y la anchura de sus hombros.


—¿No te ha gustado la comida?


—No es eso, sino que no me gustaba la sensación de ser observada… de estar como en una exposición. Me sentía como si todo el mundo me estuviera mirando… preguntándose por qué estaba yo allí.


—¿Y a quién le importa lo que piense la gente? —preguntó Pedro, dejando claro que a él no le importaba en absoluto.


Paula no podía continuar con aquella conversación sin mirarlo, por lo que se forzó en darse la vuelta hasta estar cara a cara con él.


Pero aquello no la ayudó. La expresión de Pedro no reflejaba nada.


Cualquiera que los mirara simplemente vería que le estaba prestando atención por educación… la natural cortesía de un anfitrión atento hacia uno de sus invitados. Pero al mirarlo de frente, Paula no pudo ignorar el hecho de que él estaba ejerciendo un control total sobre cada una de sus facciones, sobre cada expresión que reflejaba su cara.


Tenía los párpados tan caídos que casi tenía los ojos cerrados. Ello le otorgaba un aspecto adormilado que tenía un efecto devastador en el ritmo cardiaco de ella. Pero bajo aquellos párpados, lo último que reflejaban los ojos de Pedro era que estuviera adormilado. Estos brillaban con gran intensidad al observar cada movimiento que ella hacía.


—Y tenías que evitar a los paparazis —continuó Alfonso—. Yo te ofrecí una manera de lograrlo.


—Te lo agradezco…


A Paula le tembló levemente la voz al recordar los reporteros que hablan estado a las puertas de la catedral. Escudada tras la alta figura de Pedro, se había apresurado a entrar en una de las limusinas, donde estuvo segura tras los cristales ahumados. Desde allí observó el interés de los periodistas y el continuo flash de las cámaras.


—Así como estoy segura de que también te lo agradecen mi padre y mi madrastra.


Sólo les había visto una vez desde que habían llegado a la preciosa casa de Pedro. Su padre había estado ayudando a Petra a sentarse en un asiento y le había acercado un brandy… aunque lo cierto era que parecía que él mismo se iba a caer al suelo. La huida de Natalie les había afectado mucho a ambos y por esa razón debía estar agradecida con Alfonso por la manera en la que estaba actuando.


—Protegernos de la prensa quizá haya sido el comienzo de todo, pero hay mucho más implicado.


—¿Tú crees? —preguntó Pedro, levantando una ceja.


Aquello provocó que Paula se ruborizara. Tenía la sensación de que con aquel hombre siempre decía algo incorrecto. 


Desde el momento en el que había llegado a la catedral para informarle de que la ceremonia no se iba a celebrar, él nunca había reaccionado de la manera que ella había anticipado.


—Bueno, tiene que haber más repercusiones, si no, nada de esto tiene sentido —respondió.


—Tú estás aquí porque yo quiero que estés aquí —comentó Pedro—. Y eso es todo lo que importa.


—¿Siempre consigues lo que quieres?


Alfonso no respondió a aquella pregunta verbalmente. No tenía que hacerlo. Su mirada y la inclinación de su cabeza le dijeron a ella todo lo que tenía que saber. Paula pensó que lo peligroso fue la reacción que apenas fue capaz de controlar… la excitación que le recorrió el cuerpo… el placer que sintió al pensar que él la había descrito como alguien a quien quería allí, a su lado. Alguien por quien estaba preparado a maniobrar para llevar a su casa.


Cosas como aquélla no le ocurrían a ella. Hombres como Pedro no le ocurrían a ella. No les ocurrían a bibliotecarias hogareñas con el pelo castaño oscuro, sino que le ocurrían a rubias explosivas de ojos azules.


—Parece que te has recuperado muy bien —comentó repentinamente. Necesitaba cubrir su propia confusión con un desafío que pareció demasiado agresivo debido a los incómodos pensamientos que se ocultaban tras él—. No me puedo imaginar que nadie más que haya sido abandonado en el altar tan recientemente sea un anfitrión tan afable.


—¿Hubieras esperado que me hubiera derrumbado en las escaleras de la catedral y que hubiera comenzado a llorar? —preguntó Pedro sardónicamente.


—Pero si querías casarte con ella… si la amabas…


—¿Amarla?


Alfonso se rió de manera cínica. Fue un acto tan frío y burlón que Paula se echó para atrás.


—Yo no creo en el amor. Nunca lo he hecho. Y nunca lo haré.


—¿Entonces por qué te ibas a casar con Natalie?


En aquella ocasión Pedro frunció tanto el ceño que apenas se le vieron los ojos en la cara. Paula tuvo la incómoda sensación de ser una pequeña e indefensa mariposa en un microscopio preparada para ser diseccionada.


—Era lo que tu hermana quería. Ella lo deseaba y a mí me venía bien. No había nada de amor implicado.


—Ibas a casarte con mi hermana sólo porque… —comenzó a decir Paula, enfadada. Pero entonces las palabras se borraron de su lengua al pensar en la segunda cosa que había dicho él—. ¡No… ella no haría eso!


—¿Por qué estás tan indignada, belleza? —preguntó Alfonso en voz baja—. Seguro que lo sabías.


—Bueno, sí…


Natalie le había admitido que no amaba a Pedro, y en aquel momento él había dejado claro que tampoco la había amado a ella. Se preguntó qué había planeado ser su hermana… ¿una esposa trofeo? Se preguntó si el Forajido era capaz de una maquinación tan fría.


Pedro le agarró la barbilla y le levantó la cara. Ella no tuvo otra opción que mirarlo directamente a los ojos.


—¿Por qué te impresiona tanto eso? Hay mucha gente que se casa por conveniencia… por razones dinásticas.


—Quizá en el pasado… o en otros países. O gente que necesita dinero. Pero no gente como tú… tú no…


Horrorizada, casi se muerde la lengua al percatarse de lo que había estado a punto de decir.


—¿La gente como yo no qué? —preguntó Pedro—. ¿Qué ibas a decir, Paula? ¿Humm?


—Bueno, tú no necesitas dinero, ¿verdad? Nadas en billetes… tanto que repugna.


El levantó las cejas de tal manera que ella sintió cómo le dio un vuelco el estómago. Fue consciente de que se había precipitado al hablar y lo había hecho demasiado enérgicamente, pero sólo había tratado de explicar que no pensaba que un hombre tan impresionantemente atractivo y rico como Pedro necesitara casarse por conveniencia. Sólo tenía que chascar los dedos y las mujeres se agolparían en su puerta.


Se preguntó a sí misma si ella sería una de esas mujeres. 


Pero no quiso contestar a esa pregunta. Sería demasiado arriesgado perder lo poco que le quedaba de compostura.


—¿Repugna? —repitió Pedro con un extraño tono de voz—. ¿No apruebas mi riqueza?


—No cuando la utilizas para dominar la vida de otras personas.


—Yo no dominé a tu hermana…


Cruzándose de brazos, Pedro se apoyó en la pared y la miró de arriba abajo. Entonces la miró a la cara y el fuego que reflejaron sus ojos dejó claro el enfado que sentía.


Paula se estremeció.


—Natalie sabía muy bien lo que iba a obtener del matrimonio.


Y quizá al principio le había parecido suficiente. Paula tuvo que admitir que según las cosas que le había contado su hermana, le había parecido que ésta estaba emocionada con la idea de casarse con Alfonso… por lo menos al principio. Le había encantado que la vieran agarrada de su brazo y aparecer en todas las revistas de cotilleo. Sólo había sido después, cuando había conocido a aquel nuevo hombre, que las cosas habían cambiado.


—¿Y tú? ¿Qué sacabas tú del matrimonio?


—Yo quería una esposa. Herederos legales a los que les correspondiera todo por lo que he trabajado.


—Hay otras maneras…


En aquella ocasión la mirada que le dirigió Pedro casi echaba chispas debido al desprecio que ésta reflejó. Su expresión dejaba claro que ella no podía haber dicho nada más estúpido, nada en lo que él creyera menos.


—Si estás pensando en el amor, en los romances y en los finales felices, entonces olvídate. Ya te lo he dicho; no creo en el amor.


—¿Por qué no?


—No existe.


Aquélla era la afirmación más fría y definitiva que Paula jamás había oído. Le quedó claro que sería una tontería tratar de discutir con él. Pero su incredulidad le hizo decir algo desconsiderado.


—Por lo que te compraste una esposa.


—No —contestó Pedro cínicamente—. No compré…


—¿De qué otra manera lo llamarías?


—No lo llamaría de ninguna manera, señorita. Porque, si recuerdas, no he terminado teniendo una esposa. Mi novia no mantuvo su promesa.


Aquel comentario garantizó que Paula no dijera nada más al respecto. El tenía razón, desde luego; cualquiera que hubiera sido su acuerdo. Natalie no lo había cumplido. Un pensamiento terrible se le pasó por la mente. Se preguntó si sería posible que él estuviera tan enfadado que fuera a demandar a su hermana por incumplimiento de promesa.


—Y yo no quería simplemente una esposa… había otras cosas implicadas.


—¿El qué? ¿Qué más querías?


—Una unión con una respetable familia dinástica. Ya has oído mi mote —añadió Pedro cuando ella lo miró con recelo.


—¿El Forajido?


Alfonso asintió con la cabeza.


—No se utiliza como un cumplido —comentó.


—¿Y eso te importa?


Paula no podía creerlo. Parecía que a él no le importaban las opiniones de los demás, parecía muy indómito…


—No me importa en absoluto —contestó Pedro, confirmando sus sospechas—. Pero no quiero que mis hijos tengan que luchar por ocupar su puesto en la sociedad como yo tuve que hacerlo. Si tu hermana hubiera sido su madre, si el nombre de vuestra familia hubiera estado unido al de mis hijos, incluso las personas más conservadoras y llenas de prejuicios habrían tenido que aceptarlos.


La voz de él reflejó una cierta amargura. No había necesidad de que explicara los prejuicios que había tenido que soportar… su voz y la oscuridad que reflejaron sus ojos lo dejaron claro.


—No puedo hacer otra cosa que disculparme —dijo ella.


Pedro se encogió de hombros y expresó una total indiferencia. Pero aquel gesto no concordaba con la oscuridad que reflejaban sus ojos, con el hielo que reflejaba su mirada.


—¿Crees que una disculpa es suficiente?


—Creo que por lo menos sería… educado.


—Ah, sí. Los ingleses… siempre son tan educados. Eso, por supuesto, lo arregla todo.


—¡No he dicho eso! —protestó Paula—. ¿Pero hubiera sido mejor si te lo hubiera dicho Natalie?


—¿Es eso lo que hubieras hecho tú, eh? —preguntó Pedro con una premeditada dulzura—. ¿Hubieras venido a decírmelo tú misma? Me pregunto si me habrías dicho la verdad. ¿O si habrías hecho lo que ha hecho tú hermana y te hubieras marchado del país antes que enfrentarte a mí?




miércoles, 18 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 3





—¿Qué? —dijo Paula, parpadeando. Estaba muy confundida. No podía creer la reacción de Pedro.


No había esperado que él se hubiera reído y el resto de sus palabras le habían resultado surrealistas. Había esperado angustia, enfado y amargura ante la manera en la que había sido traicionado ante el altar por la mujer con la que quería casarse, pero lo que había encontrado había sido un oscuro cinismo… casi una cierta indiferencia ante lo que le acababa de decir.


—¿No te importa? Pero seguro que…


La respuesta de Pedro fue encogerse de hombros con una increíble despreocupación. Se pasó las manos por el pelo como para relajarse tras un largo día.


Pero ella no hubiera definido la expresión de la cara de aquel hombre como «relajada». Alfonso estaba esbozando una dura mueca y la manera en la que la estaba mirando no reflejó calma alguna. De hecho, recordó cómo el primer día que lo había conocido le había parecido que él tenía la mirada más fría que jamás había visto.


—¿Esperas que actúe como si tu hermana me hubiera roto el corazón? ¿Como si hubiera perdido el amor de mi vida y no pudiera encontrar la fortaleza para seguir adelante? —le preguntó Pedro con cinismo—. Bueno, pues no podrías estar más equivocada. No tendré ningún problema en seguir con mi vida después de esto… aunque quizá a tu familia le cueste recuperarse del impacto. De hecho…


El dejó de hablar al oír cómo alguien llamaba a la puerta.


—¿Paula? ¿Pau?


Era la voz del padre de ella. Reflejaba una gran preocupación.


—¿Está todo bien? ¿Qué ocurre? ¿Alfonso… qué…?


—¡Un momento! —espetó Pedro sin dejar de mirar a Paula—. Saldremos en un momento y entonces explicaremos todo. O…


El frío tono de voz con el que estaba hablando él se transformó en algo distinto al clavar su mirada en la piel de ella.


—Serás tú la que explique qué ha ocurrido —le ordenó entonces a Paula—. Le dirás a tu padre… a tu familia… lo que ha pasado.


—Pero yo… —comenzó a decir ella—. Ahora ya no me corresponde a mí… seguro que tú…


Paula pensó que no podía salir de nuevo al altar y decirles a todos por qué estaba allí. No podía decirles que Natalie había huido el día de su boda, la boda que había sido descrita en los periódicos como la boda del año, la boda en la que se iba a unir una inmensa fortuna con una belleza aristocrática. El empresario multimillonario se iba a unir con el linaje patricio de Natalie Chaves, la hija de veinte años del lord Augusto Alfonso. Pedro Alfonso, que había creado su fortuna con sus propias manos y cerebro, se iba a casar con un miembro de la nobleza británica. Había sido el tipo de historia de los cuentos de hadas, sobre todo al ser conocida la novia por su extrema belleza y el novio por su increíble atractivo. Habían sido los protagonistas de muchas columnas de cotilleo en los periódicos y en las revistas…


—No creo… —intentó de nuevo Paula, sintiéndose incluso más perdida y desorientada que cuando había llegado a la catedral.


La verdad era que no sabía qué se suponía que debía decir… ni cómo decirlo. Nada había marchado como había esperado. Pero se dijo a sí misma que nunca se podía prever la reacción de una persona en aquellas circunstancias.


Pedro no estaba escuchando sus protestas. En vez de ello, se había acercado a ella y la había agarrado por el brazo.


—Lo harás —declaró de manera fría y brusca—. Tu familia ya ha alterado mi vida suficientemente, así que ahora…


Le interrumpió de nuevo alguien que llamaba a la puerta. Era Augusto otra vez, que en aquella ocasión empleó un frío tono de voz.


—Paula… ¿qué está ocurriendo ahí…?


—Nada… quiero decir… todo está bien —logró contestar Paula cuando Pedro le dirigió una fría mirada con la que le indicó silenciosamente que respondiera—. Ahora… ahora salimos y… y explicaré lo que ocurre.


Parecía que no tenía otra opción. Alfonso no le había soltado el brazo y la estaba guiando hacia la puerta.


—¡Suéltame! —espetó, furiosa—. Está bien, daré tus malas noticias… pero hay un dicho que dice que no hay que matar al mensajero. Y eso es todo lo que yo soy… la mensajera. Natalie es la que…


—Pero tu hermana no está aquí —contestó él, abriendo la puerta al llegar a ella.


—¡No lo pagues conmigo! No me puedes arrastrar de esta manera —dijo Paula, tropezando con una de las losas del suelo.


Durante un momento pensó que se iba a caer, pero entonces él la agarró con más fuerza.


—¡No tires de mí!


—Estaba tratando de ayudarte.


El oscuro brillo de los ojos de él le advirtió a Paula que no discutiera, pero su propio genio se estaba alterando y tuvo que controlarse para contenerlo. Se preguntó a sí misma cómo había ocurrido aquello, cómo había pasado de ser sólo la mensajera a ser la víctima de la oscura desaprobación de Pedro Alfonso.


—Entonces no me ayudes —contestó con sarcasmo para dejar claro que pensaba que ayudar era lo último que estaba haciendo él—. Me las puedo arreglar yo sola.


—Quizá te las puedas arreglar… —respondió Pedro en un tono de voz muy bajo para que nadie pudiera oírlo— pero preferiría si no te cayeras al suelo y me echaras la culpa a mí. Y quiero asegurarme de que no desapareces como tu hermana.


—¿Qué importaría si lo hiciera?


Durante un momento, Paula sintió ganas de darle una patada en el tobillo a aquel hombre. Pero pareció que él intuyó sus intenciones ya que la miró de reojo y la llevó frente al altar.


—Paula… —comenzó a decir de nuevo el padre de ella, pero dejó de hablar al percatarse de la abrasadora mirada que le dirigió Pedro.


—Señoras y señores…


Alfonso apenas tuvo que levantar la voz, ya que todos en la catedral habían mantenido silencio desde que ambos habían aparecido. Todo el mundo los miraba. Algunos fruncían el ceño mientras que otros, como el matrimonio Chaves, estaban pálidos y muy tensos.


Pero parecía que Pedro no les estaba prestando mucha atención ya que continuó hablando con mucha calma y confianza.


—Ha habido un ligero cambio de planes…


¿Ligero?


Paula lo miró, impresionada. Se preguntó cómo podía él definir el hecho de que Natalie le hubiera abandonado el día de su boda como un «ligero cambio de planes».


Pero él ignoró su consternación y continuó hablando con mucha tranquilidad.


—La boda no se va a celebrar.


—No… —dijo Augusto, dando un paso atrás.


Paula observó cómo su madrastra, que estaba sentada en un banco en primera fila, estaba aún más pálida que su esposo.


—¿Qué…? —trató de preguntar Agusto Chaves.


Su hija jamás lo había visto tan disgustado e impresionado. 


De hecho, su reacción parecía un poco exagerada. Lo que había ocurrido estaba mal e iban a tener que enfrentarse a una gran vergüenza, ya que las revistas de cotilleo hablarían de la boda frustrada durante semanas.


Pero seguro que eso era mejor que el hecho de que Natalie cometiera un gran error y que se casara con un hombre al que no amaba. Era mejor que su hermana no se hubiera casado a que se tuviera que enfrentar a un costoso divorcio… costoso en más aspectos que el financiero. Pero parecía que para su padre había llegado el fin del mundo y…


No pudo seguir pensando, ya que Pedro la agarró con más fuerza aún y la colocó delante de él… la situó frente a todos los invitados.


—Natalie no va a venir —dijo Alfonso con frialdad—. Me ha abandonado… eso es lo que vino a decirme su hermana. Y ahora ella os lo va a explicar todo.


Entonces la empujó levemente y Paula dio un paso al frente. 


Supo que había llegado su momento de hablar… de decirles la verdad a todos los allí congregados.


Pero repentinamente no estuvo segura de qué era la verdad. 


Lo único que tenía claro era que Natalie no había querido seguir adelante con el matrimonio. Se preguntó por qué habría accedido a casarse en un primer momento. Y esa pregunta provocó que sintiera como si la tierra se moviera bajo sus pies. Pero no tenía tiempo de considerar las posibles implicaciones de aquello.


—¿Paula? ¿Qué está ocurriendo? —preguntó su padre.


—Díselo —provocó Alfonso al ver que ella vacilaba—. Díselo a todos.


—Me temo que es cierto…


Las palabras de Paula resonaron por toda la catedral de manera estremecedora, pero por lo menos su voz tuvo más fuerza de la que ella había anticipado.


—Natalie ha cambiado de idea. Le parece que no estaría bien casarse con él, no cuando se ha dado cuenta de que en realidad ama a otro hombre —continuó.


Todavía recordaba el momento en el que había entrado en la habitación de hotel de su hermana y había visto a ésta sentada en la cama mirando el precioso vestido de novia que colgaba de una percha en el armario. La cara de Natalie, que tenía los ojos llenos de lágrimas, había estado pálida y demacrada.


—Pensé que iba a ser capaz de hacer esto, Pau —había dicho su hermana—. Realmente quería hacerlo… pero no va a funcionar. Si Joen no hubiera aparecido en mi vida habría seguido adelante con ello… pero ha aparecido… y conocerlo ha cambiado todo…


—Siente mucho haber molestado a toda esta gente… pero era consciente de que era mejor romper la relación ahora que seguir adelante con un matrimonio que sabía no era correcto para ella…


—¿Y no tuvo la valentía de venir a decírmelo ella misma? —preguntó Pedro con la furia reflejada en los ojos. Se sentía insultado. Natalie había dañado su orgullo.


Miró a Paula a los ojos y provocó que un escalofrío le recorriera el cuerpo a ésta, que reconoció silenciosamente que no culpaba a su hermana por no querer enfrentarse a aquel hombre. Cuando él miraba de aquella manera, no podía imaginarse por qué Natalie había accedido al matrimonio en un primer momento.


—No —contestó, sintiéndose muy incómoda—. Lo siento.


Pedro Alfonso no cambió la dura expresión de su cara. Parecía que nada podía afectar a aquel arrogante hombre, parecía que nada podía penetrar su armadura y llegarle al corazón. En realidad, en aquel momento parecía que no tenía corazón…


—¿Dónde está ahora Natalie?


La pregunta de su padre captó la atención de Paula, que miró hacia donde éste estaba de pie.


—Debe de estar de camino al aeropuerto… no… —contestó, mirando entonces su reloj—. Ya debe de estar subiendo al avión…


—¡Oh, no! ¡Natalie! —exclamó Petra Chaves, la segunda esposa de Augusto.


Reaccionó exactamente de la manera que Paula había esperado. Se había llevado las manos a la cara para tratar de no derramar las lágrimas que le estaban brotando a los ojos.


—¿Qué ha hecho? ¿Qué haremos nosotros?


—Shh, querida —le dijo Augusto a su esposa casi a modo de reproche. Se acercó a ella, le tomó las manos y la miró directamente a los ojos.


—Petra… no…


Paula comenzó a acercarse a ellos… pero entonces se detuvo, consciente de que su madrastra no querría que ella tratara de consolarla.


—Es mejor de esta manera que no que más tarde Natalie se hubiera dado cuenta de que había cometido un gran error —repitió.


Pedro pensó que Paula era buena. Había observado cómo había comenzado a acercarse a su padre y a Petra, para luego detenerse y hablar de manera tranquilizadora. Al observarla y escucharla, incluso podía llegar a creer que era sincera, que creía cada palabra que había dicho por aquella boca tan bonita que tenía.


Pero no podía ser cierto. Ella tenía que estar involucrada en aquello hasta el cuello. Debía de haber sabido que su hermana iba a huir con otro hombre… ¿por qué si no iba a haber llegado a la catedral en el momento preciso?


Todos estaban involucrados en aquello… toda la familia. Y él había sido un estúpido al haberles permitido convencerle de que bajara la guardia y, por primera vez en su vida, de que tomara una mala decisión.


Todavía recordaba cuando Petra Chaves le había dicho que como regalo de bodas para su novia no querría ver cómo echaban a la calle a su suegro.


Se preguntó en qué había estado pensando. Nunca antes había pagado nada hasta que el contrato hubiera estado sellado, pero en aquella ocasión había bajado la guardia y la maldita familia Chaves se había aprovechado de ello.


—Debéis desear que Natalie sea feliz.


—¡Hubiera sido feliz con Pedro! —contestó Petra—, ¡Todos hubiéramos sido felices con que las cosas hubieran marchado como estaban previstas!


—Pero ella no era feliz —protestó Paula—, Como la boda ya se había planeado y todo estaba preparado, no se atrevía a decirlo.


Desde su posición. Santiago sólo podía ver de perfil la cara y el cuerpo de Paula… y no fue capaz de apartar la mirada.


La madrastra de ella la había definido como una chica poco agraciada y anticuada. Pero incluso en la cena de celebración que habían ofrecido antes de la boda no la había visto de aquella manera en absoluto. Era cierto que Paula no tenía la impresionante belleza de Natalie; no era rubia, sino castaña oscura, y sus ojos no eran azules, sino marrones verdosos. Vestía de una manera mucho más sencilla que su hermana, pero no en un estilo anticuado.



En aquel momento, al mirar el perfil de su cara, se percató de que tenía una pureza que acaparaba la mirada. Tenía la piel tan pálida que era casi transparente, y también tenía unas preciosas pestañas.


Era alta y delgada. No tenía las voluptuosas curvas de su hermana, pero gozaba de una elegancia innata. Había algo en ella que captaba su atención.


Algo que le impedía apartar la vista, algo que le intrigaba…


La noche que se habían conocido, ella se había comportado de manera muy fría, distante, tanto que a él le había caído mal. Lo había mirado con sus ojos marrones verdosos de la misma manera en la que muchas personas lo habían mirado mientras había crecido. La expresión que le recordaba que él no pertenecía a su clase social, sino a una mucho más baja. 


Le había dirigido la clase de mirada que él había jurado que jamás volvería a soportar de nadie más, por lo que había pensado que, si le daban a elegir entre las dos hermanas, se quedaría con Natalie.


Pero en aquel momento ya no estaba tan seguro.


—Una cosa está clara… —estaba diciendo Paula con voz calmada— me temo que no se va a celebrar ninguna boda aquí hoy. No pude permitir que Natalie siguiera adelante con ello.


«No pude». 


Aquellas dos palabras resonaron en la cabeza de Pedro una y otra vez. Estaba claro que la mayor de las hermanas Chaves había formado parte de todo aquello desde el principio. Había sabido que Natalie iba a romper su promesa y la había ayudado a huir.


La había ayudado a humillarlo de aquella manera.


—Siento mucho que todos ustedes hayan venido hasta aquí en vano, pero estoy segura de que lo comprenderán. 
Supongo que ahora lo único que podemos hacer es irnos a casa y continuar con nuestras vidas.


Paula estaba andando hacia delante según hablaba con la intención de dejar claro que pretendía hacer exactamente lo que había dicho; salir de la catedral y continuar con su vida.


—Por lo tanto, si quieren marcharse…


—¡No!


Pedro pensó que aquello no iba a suceder. Paula no iba simplemente a marcharse de allí, no iba a alejarse del embrollo que tanto su familia como ella misma habían creado sin siquiera mirar atrás. La sensación de que había sido engañado y robado se apoderó de su mente, no le permitió pensar con racionalidad y le empujó a actuar. Se acercó a ella y la agarró de nuevo por el brazo. La detuvo con tanta fuerza que Paula giró sobre sí misma y se encontró cara a cara con él. Quizá no pudiera conseguirá Natalie, pero las cosas serían distintas con su hermana.


La familia Chaves estaba en deuda con él… y no le importaba quién comenzara a pagarle. Sólo le importaba que alguien lo hiciera.


Pero tenía que asegurarse de que Paula no se marchara de allí y huyera de él tal y como había hecho su embustera hermana.


—No —repitió aún más convincentemente—. No vas a ninguna parte… te vienes conmigo.


—¿Por qué?


De nuevo, a Paula le tentó la idea de darle a aquel arrogante hombre una patada en el tobillo, pero con sólo pensar en los invitados, los cuales todavía estaban allí sentados, se contuvo.


—¿Por qué querría yo ir a ningún lado contigo?


—Porque te lo estoy pidiendo —contestó Pedro, esbozando una inesperada sonrisa.


La transformación que sufrió su cara fue tan repentina e impresionante que provocó que ella parpadeara. Estaba incrédula. De comportarse de manera tiránica y dominante, él había pasado a adquirir una actitud encantadoramente persuasiva.


De mala gana tuvo que admitir ante sí misma que estaba funcionando. Sintió cómo se le aceleraba el pulso ante la deslumbrante sonrisa de Alfonso. No quería sentir que era tan débil como para responder ante el practicado encanto de un experimentado seductor, pero lo cierto era que no podía controlarse. Cuando la sonrisa que estaba esbozando él curvó sus sensuales labios, sintió cómo su actitud defensiva se veía reemplazada por una respuesta intensamente femenina e instintiva.


—Mira…


La manera en la que Pedro levantó la voz y en la que señaló con la mano a los invitados fue un gesto dirigido a incluir a todos en la conversación. Pero sólo la miraba a ella y la fuerza de su mirada dejó a Paula sin defensas antes de que tuviera una oportunidad de recomponerse y de volver a recuperar su necesitado control.


—Quizá haya que cancelar la boda… eso ya se ha arruinado… ¿pero se tiene que echar a perder el resto del día? En mi casa hay un banquete preparado. El personal a mi servicio y los miembros de un catering llevan días trabajando para tenerlo todo preparado. Sería un crimen echarlo todo a perder.


Durante unos segundos más, Pedro miró profundamente a Paula a los ojos. Entonces apartó la vista, miró a los invitados y esbozó de nuevo una de sus cautivadoras sonrisas.


—Como bien ha dicho la señorita Chaves, muchos de vosotros habéis hecho un largo viaje para estar aquí. ¿Qué clase de anfitrión sería si os dejo marchar sin ofreceros un refresco y algo de comer? Os invito a todos a que vengáis a mi casa. Ya no habrá una celebración de boda, pero espero que igualmente disfrutéis de mi hospitalidad.


Paula apenas podía creer lo que estaba oyendo. Sabía que hacía sólo unos minutos, en la sacristía, él le había preguntado que por qué debía importarle que su novia le hubiera dejado plantado en el altar… pero que invitara a todos los allí presentes al banquete que había preparado le parecía demasiado.


El hombre frío que había conocido cuando había llegado a Sevilla sí que podría hacerlo. Pero se preguntó si el hombre con la sonrisa más encantadora del mundo también podría. 


No sabía cuál era el verdadero Pedro Alfonso.


—No… no querrás que nosotros vayamos a tu casa —logró decir—. Los miembros de la familia Chaves son las últimas personas a quienes querrías ver.


Pedro esbozó de nuevo una encantadora sonrisa… encanto mezclado con una frialdad perturbadora.


—Todo lo contrario; sois muy bienvenidos. Estoy seguro de que os gustaría ayudarme a superar estos momentos que en realidad debía estar disfrutando junto a mi nueva esposa.


A Paula se le erizó la piel ante la amenaza implícita que conllevaban las palabras de él.


—Creo que no… —comenzó a decir. Pero Pedro la interrumpió.


—Y estoy seguro de que tu madrastra preferirá ir a algún lugar donde recobrar la compostura antes de tener que enfrentarse a los paparazis.


—¿Los paparazis?


Paula no había pensado en aquello. La verdad era que no había sido capaz de pensar en nada más que en dar la noticia de que su hermana se había marchado.


—Desde luego —contestó él.


En aquella ocasión la sonrisa de Alfonso reflejó puro hielo; no había nada encantador ni agradable en ella. Fue una sonrisa que destruyó toda la calidez que había embargado a Paula momentos antes. Provocó que se sintiera vacía, perdida y con mucho miedo ante el futuro.


—No creerás que van a dejar pasar una primicia como ésta sin comentario alguno, ¿verdad? La boda del año que finalmente no se ha celebrado. Es la clase de cosas que les encanta. Y destruirán a tu familia para conseguir publicar la noticia.


Los ojos grises claros de Pedro miraron a Petra. Esta todavía tenía la impresión reflejada en la cara. Estaba muy pálida y Augusto trataba de consolarla… aunque él mismo parecía aún más abatido que su esposa. Una vez más, Paula se estremeció. Podía imaginarse cómo su madrastra se derrumbaría delante de las cámaras… las fotografías que aparecerían al día siguiente en las columnas de cotilleo de los periódicos…


—¿Y tú podrías detenerlo?


—He empleado a unos cuantos hombres para asegurar que la prensa no se acerque demasiado. También tengo una flota de coches esperando para llevar directamente a los invitados al banquete.


Paula asintió con la cabeza en silencio. Aquellos coches eran grandes limusinas con los cristales de las ventanillas ahumados para que sus ocupantes no pudieran ser vistos desde fuera.


—¿Por qué harías eso… por nosotros?


—Obviamente yo también tengo mis propias razones para no querer que la historia se filtre a la prensa. Una vez dentro de mi casa, nos podremos relajar.


Relajar. Aquella palabra era muy atractiva. A ella le estaba comenzando a doler todo el cuerpo debido a la tensión que había estado sintiendo durante tanto tiempo. Sentía cada músculo cansado y la cabeza le estaba comenzando a doler.


—Gracias. Se lo diré a mi padre… haré que tanto Petra como él se monten en un coche.


—No. Miguel se encargará de eso.


Pedro levantó entonces la mano en un gesto silencioso dirigido a un hombre que esperaba al fondo de la catedral, tras lo cual tomó a Paula de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella. A Paula se le revolucionó el corazón, se le alteró la sangre en las venas y se le secó la boca.


El aroma que desprendía el cuerpo de él pareció embargarla como una cálida neblina. Era la mezcla de perfume para hombre y el propio olor de la piel de Alfonso. Con sólo inhalarlo, se le erizó la piel y le comenzó a latir con más fuerza el corazón.


—Tú vendrás conmigo.


Aquello no fue una sugerencia, sino una orden. Y el tono de voz de Pedro dejó claro que no iba a escuchar ninguna queja. La manera en la que le agarró con más fuerza la mano significó que ella no pudo apartarla al comenzar él a alejarse del altar.


Admitió que estaba preocupada… incluso un poco asustada. 


Mientras andaba rápidamente al lado de él hacia la puerta, se percató de que sentía una mezcla de ambos sentimientos.


Pero en aquel momento la discreción parecía la mejor postura a adoptar. Negarse a moverse y a ir con él sólo provocaría un espectáculo aún mayor que el que ya se había dado.


Pedro tenía razón al menos en una cosa. Con los paparazis congregados a las puertas de la catedral, pronto sospecharían que algo marchaba mal cuando se percataran de que la novia no aparecía… Cuanto antes salieran todos de allí, mejor.


El trayecto hasta la elegante mansión de Pedro sería muy corto y una vez llegaran podría escapar, podría perderse entre los invitados.


Se dijo a sí misma que seguro que lo peor ya había pasado y que desde aquel momento en adelante las cosas sólo podrían mejorar…