sábado, 14 de octubre de 2017
PLACER: CAPITULO 20
La fiesta había terminado y había sido todo un éxito. La mejor banda de música del estado seguía tocando y las personas que quedaban, parecían disfrutar.
Algunos invitados rodeaban a Pedro. A Paula le dio la impresión de que lo estaban convenciendo para que se lanzara al ruedo político. John Lipscomb, quien posiblemente dirigiera la campaña, le estaba dando unas palmadas en la espalda.
A pesar de que su opinión no contaba, Paula sabía que Pedro podía llegar a ser un buen político. Era un hombre responsable, decidido y con gran capacidad de compromiso.
La honestidad era otra de sus cualidades, aunque no hubiera hecho gala de ella con Paula.
Soltó un suspiro y se dirigió a una de las mesas para empezar a recoger. De repente una mano agarró su brazo.
Conocía perfectamente aquel tacto y su corazón se aceleró.
Cuando se dio la vuelta, se encontró con Pedro.
—¿Qué me dices de un baile? —le preguntó.
—No... no creo que sea una buena idea —repuso ella asombrada ante la propuesta.
—¿Por qué no? —preguntó él sin soltarla.
—No sería apropiado.
—Tonterías.
—Pedro.
—Si no bailas conmigo es porque no quieres.
—Yo...
Paula no pudo ni acabar la frase. Pedro la tomó entre sus brazos y comenzaron a bailar perfectamente sincronizados. No era de extrañar. El verano que habían pasado juntos habían bailado muchas veces. Paula se sentía como en casa entre aquellos brazos, quizás porque fuera allí donde quería estar.
De repente la música se paró de forma brusca.
—Maldita sea —murmuró Pedro.
Paula, sin embargo, se sintió aliviada. Sabía que los ojos de los invitados que quedaban estaban puestos en ellos, incluidos los de los padres de Pedro y los de su amante.
Aquello no era beneficioso para nadie.
—Bueno, tengo que volver al trabajo —dijo Paula.
—¿Sabes qué es lo que me molesta?
—¿El qué? —preguntó inocentemente.
—Que me digas que tienes que trabajar cuando no es verdad —repuso Pedro.
—Anda, vete y pídele a Olivia que baile contigo.
Paula se escabulló de los brazos de Pedro. Se dio media vuelta y se dirigió a una de las mesas. Cuando comenzó a recoger sintió una presencia detrás de ella.
Molly se dio la vuelta y se encontró con un rostro encantador pero extraño.
—Soy Oliva Blackburn.
Paula fue consciente de que iba a tener que esforzarse para disimular el torrente de emociones que se estaba desatando en su interior. ¿Qué había hecho ella para merecer la atención de los padres de Pedro y la de Olivia en una misma tarde?
—Hola, Olivia —contestó forzadamente.
Paula tuvo que admitir que aquella muchacha era muy guapa. Su cabellera roja contrastaba sorprendentemente con los ojos azules. Tenía una figura envidiable, a pesar de no ser muy alta, ya que sus grandes pechos ensalzaban la estrechez de su cintura.
Sería la mujer perfecta para Pedro cuando comenzara su carrera política.
—Si no te importa, vamos a dejar a un lado los cumplidos —dijo Olivia en un tono desagradable. Paula se ofendió pero se guardó mucho de demostrarlo—. Sé por qué has vuelto.
—Me alegro por ti —repuso Paula encogiéndose de hombros.
—No me vas a tomar el pelo. Has vuelto por Pedro.
—Oh, por favor —contestó Paula disgustada.
—He visto cómo lo mirabas cuando estabais bailando juntos.
—Pues no has debido de ver muy bien.
—Te equivocas —contestó Olivia con sarcasmo.
—Seguramente también te habrás dado cuenta de que ha sido él quien me ha invitado a bailar —dijo Paula con una dulce sonrisa en los labios.
Aquella afirmación dejó durante unos instantes a Olivia sin palabras. Pero enseguida reaccionó como una gata sacando las uñas.
—No eres bienvenida en esta casa.
—Créeme, si tuviera otra opción no estaría aquí.
—Claro, dices que has venido por tu madre, pero yo sé que no es así.
—¿Ah, no? —preguntó Paula en un tono insultante y con una sonrisa falsa en los labios.
—No eres más que una furcia, Paula Chaves, o como sea que te apellides ahora, y nunca dejarás de serlo.
—Y ahora que ya te has desahogado, ¿hay algo más que quieras decirme? —preguntó Paula manteniendo un tono gélido, a pesar de que estaba al borde de las lágrimas.
—Pues mira, sí. Pedro es mío y pretendo casarme con él.
—Mejor para ti.
—No me vas a tomar el pelo. Nunca recuperarás a Pedro, así que más te vale hacer las maletas, agarrar a tu hijo y largarte de la ciudad —le advirtió Olivia con una sonrisa maliciosa.
—¡Cállate ya! —exclamó Paula. Olivia se sorprendió—. A pesar de lo que tú pienses, no eres superior a mí. Y respecto a mi hijo, ni se te ocurra mencionarlo —Paula hizo una pausa y tomó aire—. En lo referente a Pedro, es todo tuyo. Y no hay más que hablar.
Olivia se llevó la mano al pecho. Paula había conseguido herirla, pero se recuperó de inmediato.
—Nadie se atreve a hablarme de esa manera, y quien lo hace, lo paga. Te aseguro que te arrepentirás —le susurró Olivia tras acercarse a ella.
Paula no se molestó en responder. Se dio media vuelta y comenzó a caminar sin rumbo. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en el granero. Estuvo tentada a meterse en la nave y llorar hasta que no le quedaran lágrimas. Pero no quería abandonarse al dolor.
Se sentía atrapada. Necesitaba huir de aquel lugar. Paula se apoyó en un poste y no pudo contener por más tiempo los sollozos.
—¿Estás bien?
Paula se quedó helada. Aquel intruso era nada más y nada menos que Pedro. Después del encontronazo con sus padres y con su chica, Pedro era la última persona en el mundo a quien le apetecía ver. Sobre todo con los ojos llenos de lágrimas.
¿Cuándo iba a terminar aquella pesadilla?
Paula se limpió con un pañuelo de papel antes de darse la vuelta. Quizás en la penumbra Pedro no se diera cuenta de que estaba llorando.
Error.
—No estás bien —dijo Pedro acercándose a ella.
—No te acerques —advirtió Paula. Necesitaba mantenerse a una distancia prudencial de él—. Déjame a solas, Pedro.
—No.
—¿No?
—Ya me has oído.
—Ya no puedo más —reconoció Paula con la voz rota.
Pedro se acercó más pero no la tocó.
—Sé lo que ha ocurrido.
—No creo que lo sepas —dijo ella.
—No estoy ciego, Paula.
—Da igual —respondió ella resignada.
—Mis padres te han acorralado.
—No quiero hablar de eso.
—Bueno, pues yo sí quiero hablar. ¿Qué te han dicho, por Dios?
—En resumen, que desaparezca del mapa —contestó Paula con la mirada encendida por la rabia.
Pedro soltó una ristra de palabrotas.
—Yo no pienso como ellos.
—No estoy tan segura.
—También he visto a Olivia hablando contigo.
—Ella también me ha dicho que desaparezca y que tú eres suyo —explicó Paula. Pedro volvió a soltar una lista de insultos.
—A pesar de lo que te haya dicho, la boda no está prevista.
—Quizás debieras fijar la fecha. Sería la esposa perfecta para un político. Es la típica mujer florero.
La mandíbula de Pedro se puso en tensión. No le había gustado el comentario, pero se abstuvo de contestar.
—Tengo que irme —dijo Paula más tranquila.
—A pesar de lo que pienses, no estoy de acuerdo con lo que te han dicho.
—Seguro. No es por nada, pero desde fuera parece que son las fieras las que controlan al domador.
—Maldita seas, Paula —dijo Pedro. La agarró por los brazos y la acercó a su pecho.
—Ya te he dicho que no me toques.
—No me lo habías dicho con esas palabras.
—Entonces te lo digo ahora.
—¿Y qué pasaría si me gustara tocarte?
—Suéltame —dijo ella tratando de escabullirse.
—No.
—Pedro —pidió con voz rota.
—¿Pedro qué? —preguntó él también descompuesto.
—Esto es una locura.
—Por Dios, Paula, no puedo dejar de pensar en ti.
—Para, por favor —suplicó Paula.
Tenía miedo de sí misma más que Pedro. En aquel momento necesitaba sentirse protegida y querida. Y él era la persona perfecta para apoyarla, salvo porque nunca podría ser suyo.
—No puedo —susurró él angustiado.
Fue entonces cuando hizo lo que Paula más temía. Se inclinó y la besó de forma salvaje y apasionada. Al principio se resistió, pero cuando sintió la caricia de su lengua, se abandonó entre sus brazos.
Se arrodillaron en el suelo del granero sin dejar de besarse.
Pedro le levantó la camiseta y tomó uno de sus pechos.
Paula gimió y sin pensárselo dos veces le desabrochó la cremallera del pantalón y sintió cómo su miembro crecía a medida que lo acariciaba.
—Te deseo —susurró Pedro—. Quiero poseerte. Ahora.
—No puedo hacerlo —dijo Paula cuando Pedro ya le estaba desabrochando los pantalones.
Con un solo empujón, logró que Pedro perdiera el equilibrio y se cayera hacia atrás. Paula se puso en pie y echó a correr fuera del granero, sin dejar de oír las palabrotas que salían por boca de Pedro.
Paula se tapó los oídos y corrió hasta quedarse sin aliento.
PLACER: CAPITULO 19
Paula estaba a punto de llorar de alegría.
La fiesta estaba transcurriendo sin ningún tipo de incidencia.
Al menos por aquel momento, pero tenía que estar al tanto porque el rumbo de los acontecimientos podía cambiar en cualquier instante.
Paula estaba impresionada por la cantidad de personas que había asistido al evento. Prácticamente todas las que habían sido invitadas.
Había una banda de música tocando cerca de la piscina. La cantante estaba entonando un tema de música country que había atraído aparte de los asistentes. Otras personas estaban comiendo y bebiendo. En general todos los invitados parecían estar pasándoselo bien, que era lo que los Alfonso querían.
Hacía un día radiante. No había ni una sola nube en el cielo.
La temperatura era ideal ya que no hacía calor pero tampoco frío, el día perfecto para un acto al aire libre.
Tamy estaba cuidando de Teo, así que Paula se podía centrar enteramente en su trabajo. No le importaba trabajar duramente. Le mantenía la cabeza ocupada y así no pensaba en Pedro ni tenía tiempo para observarlo.
Se lo había prohibido.
No iba a estar más pendiente de él. De repente le dio un vuelco al corazón. Se detuvo, cerró los ojos e inspiró profundamente. Cuando los abrió se encontró con la mirada de Pedro clavada en la suya.
Se quedó paralizada unos instantes. Estaba apoyado sobre un árbol, seguro de sí mismo y rodeado de algunos hombres que no paraban de hablar. Seguramente le estuvieran convenciendo de que iba a ser un gran político.
En opinión de Paula, estaban en lo cierto.
Para no romper con la costumbre, se había vestido con vaqueros negros, camisa blanca, sus mejores botas y sombrero. Paula no sabía si se habría afeitado aquella mañana porque una leve sombra ensalzaba sus rasgos.
El corazón de Paula comenzó a latir como si estuviera subiendo una montaña. Pedro se despegó del árbol y comenzó a caminar hacia ella sin apartar la mirada.
Paula trató de reunir fuerzas para darse la vuelta y hacer como si no lo hubiera visto. Pero su fuerza de voluntad estaba anulada.
Las últimas veces que sus caminos se habían cruzado, los encuentros no habían sido precisamente agradables.
Parecía que cada vez que se veían, Pedro estuviera de mal genio. Sin embargo, no dejaba de mirarla con los ojos encendidos de pasión y Paula se sentía caminando por un filo. A pesar de que Pedro la despreciaba, también la deseaba. Y no lo ocultaba. Paula sospechaba que aquélla era la razón de que estuviera constantemente enfadado con ella.
Estaba segura de que aquel día no iba a ser una excepción. Pedro se acercó a ella con una expresión dura en el rostro.
—¿Te has podido sentar un rato? —le preguntó en un tono de voz sorprendentemente amable.
—No, pero no estoy aquí para sentarme —respondió Paula.
—Tonterías.
Paula abrió los ojos sorprendida y Pedro se acercó más.
Pudo oler su perfume.
Cielos, aquel hombre olía tan bien. Paula estuvo tentada a apoyar la cabeza sobre su pecho, sin importarle nada ni nadie. Pero reaccionó a tiempo y literalmente pegó un salto hacia atrás. Pedro frunció el ceño.
—Por el amor de Dios, no voy a tocarte.
—Ya lo sé —respondió ella mientras se cruzaba de brazos.
Llevaba una chaqueta rosa y una camiseta blanca, ambas cortas y dejaban al aire parte de su cintura. La mirada de Pedro se concentró en aquel trozo de piel desnuda y se encendió aún más. Paula apretó más los brazos.
—¿Entonces por qué has saltado? —dijo él casi en un susurro.
—Qué más da —dijo Paula. Se arrepintió de haberse puesto esa ropa, sabía que una vez que Pedro se excitaba ya no había quien le parara.
Pero aquello, en lugar de asustarla, la excitó.
Como si la hubiera leído el pensamiento, Pedro se acercó más.
—Ten cuidado con esa forma de mirarme —le susurró.
Paula se ruborizó.
—Tengo que volver al trabajo —dijo dispuesta a darse media vuelta.
—Quiero hablar contigo.
—¿De qué? —preguntó sorprendida.
—Quería decirte que has hecho un trabajo excelente y con muy poco tiempo.
—¿Es eso un agradecimiento?
—¿A ti qué te parece? —dijo Pedro.
Paula se quedó boquiabierta. Aquella reacción dibujó una sonrisa en los labios de Pedro. Ella se puso más nerviosa porque hacía mucho que no lo veía sonreír de aquella manera. Paula también le sonrió.
—Has hecho un trabajo excelente, Paula no sé cuántos.
Paula estuvo a punto de echarse a reír ante la reticencia de Pedro de pronunciar su apellido. Se miraron y la creciente tensión sexual continuó su ascenso. Por un instante fue como si Pedro la fuera a tomar entre sus brazos para besarla.
Aquello habría sido lo que más le hubiera gustado en el mundo.
Los dos agitaron la cabeza simultáneamente, tratando de volver al mundo real. Ambos recuperaron la compostura.
—Me alegro de que todo esté saliendo bien —dijo Paula.
—Es gracias a ti.
—Y gracias a mi madre.
—Por supuesto —afirmó Pedro. Se quedaron en silencio—. Me gustaría que te sentaras y te tomaras una cerveza.
—¿Por qué, Pedro Alonso? —preguntó Paula con un fuerte acento sureño—. Ya sabes que no es una buena idea, el alcohol se me sube enseguida a la cabeza.
Pedro se echó a reír.
—No lo sabía. La vez que más borracha te he visto fue aquella noche... —de repente se calló, consciente del rumbo que estaba tomando la conversación. Dejó de reírse y frunció el ceño—. Maldita seas, Paula, estuviste a punto de arruinarme la vida.
—Y tú de arruinar la mía —le soltó Paula en respuesta.
De nuevo silencio.
—Oye, Alfonso, acércate. Rip quiere hablar contigo —le dijo alguien.
La conversación se había acabado y Pedro se dio la vuelta sin ni siquiera mirarla. Gracias a Dios había una mesa al lado y Paula se pudo sentar en el banco. Había estado a punto de caerse redonda al suelo. Cada músculo de su cuerpo, estaba temblando.
Cada nervio.
Paula no podía consentir que aquel hombre la dejara paralizada. No lo iba a permitir. El mejor antídoto para sus males de amores era una buena dosis de Teo. La presencia de su hijo la ayudaba a recuperar la perspectiva.
Salió en busca de su hijo cuando prácticamente se tropezó con Eva y Ramon Alfonso.
—Oh, perdón —dijo avergonzada.
Paula no los había vuelto a ver desde el final del verano fatídico. Llevaba todo el día evitándolos, pero sabía que antes o después se los iba a encontrar. Lo peor era que apenas si había tenido tiempo para recuperarse del último encontronazo con Pedro. Era el peor momento.
Aunque en realidad, con ellos ningún momento era bueno.
El paso de los años no se apreciaba apenas en Eva. Quizás hubiese ganado algo de peso y tuviera algunas canas, pero su rostro no tenía apenas arrugas. Seguía teniendo el mismo porte y la misma seguridad en sí misma.
Lo mismo ocurría con Ramon. Seguía siendo un hombre alto y atractivo, especialmente con aquellos vaqueros acompañados de las botas. No podía decir si había perdido pelo porque llevaba puesto el sombrero.
—Hola, Paula —dijo Eva en su desagradable tono de voz, que siempre había irritado a Paula.
—Me alegro de verte —dijo Teo sin mucho entusiasmo para evitar una de las miradas fulminantes típicas de su esposa cuando hacía algo que no le agradaba. Y Paula sabía que ella era una de las personas sobre la faz de la tierra que menos le agradaban a Eva Alfonso.
En algún momento a Paula le había afectado su rechazo. Sin embargo ya no le importaba en absoluto.
—Espero que estéis bien —dijo Paula más por cortesía que por otra cosa.
—¿Realmente te importa cómo estamos? —preguntó Eva no sin antes haber humedecido sus labios.
A Paula le daban exactamente igual. Por ella como si se caían redondos allí mismo. Pero se limitó a sonreír.
—Por supuesto —contestó.
—¿Cuánto tiempo pretendes quedarte aquí?
—El tiempo que haga falta.
—¿Para qué? —insistió Eva.
Eva ya sabía la respuesta, así que Paula no tenía por qué aguantar aquello. Ya había madurado y sabía cómo se las gastaba aquel matrimonio. No iba a caer en la trampa.
Cuando las circunstancias lo exigían, ella también podía ser desagradable.
—Su madre, Eva —dijo Ramon avergonzado por la hostilidad explícita de su esposa.
—A propósito, ¿cómo está Monica? —preguntó Eva más amable.
—Sabes perfectamente cómo está. Estoy segura de que Pedro te mantiene bien informada —le soltó Paula.
—La verdad, es que no vemos mucho a nuestro hijo —reconoció Ramon.
Paula se sorprendió ante aquella respuesta, pero no dijo nada. Le daba pena aquel hombre. Cuando no estaba con su mujer, era agradable. Aquel verano la había tratado con respeto y dignidad hasta que...
—Te estoy hablando, Paula.
Paula se tuvo que sujetar las manos para no cruzarle la cara a Eva. Era la persona más bruta que había conocido en su vida y además no sabía pedir perdón.
—¿Qué has dicho, Eva?
—He dicho que no eres bien recibida en esta casa.
—¡Eva! —exclamó Ramon mirándola duramente—. Creo que no es momento para tener esta conversación.
—Está bien, Ramon, no te preocupes —dijo Paula forzando una sonrisa—. Eva es libre para decir lo que piensa.
Eva se rió con sarcasmo.
—Vaya, has dejado de ser la mosquita muerta de entonces, ¿no?
—Eso es.
Eva se acercó más a ella.
—No te equivoques, cariño. No eres oponente para mí y nunca lo serás —le advirtió Eva.
—Nunca he pensado en serlo —contestó Paula en un tono de voz dulce.
Ramon tomó a su esposa del brazo.
—Vámonos, maldita sea —murmuró.
—Si no te gusta lo que estoy diciendo te puedes marchar —le soltó Eva a su marido—. Pero deberías quedarte aquí a mi lado. Y que conste que sólo lo digo por el bien de tu hijo.
—Eva —dijo él seriamente pero con falta de confianza, porque no quería empezar una pelea.
—No te preocupes, Ramon. Ya no soy la chica joven y estúpida de entonces. Me puedo defender.
—Paula, lo siento —dijo el hombre.
—No te atrevas a pedir disculpas —le exigió Eva.
Ramon se limitó a levantar las manos y dio un paso atrás.
Paula ya estaba cansada de Eva Alfonso y estaba a punto de decírselo. No obstante tenía que tener cuidado por Monica. Aunque no creía que Pedro fuera a tomar represalias, no confiaba en absoluto en sus padres. Y aquel verano Pedro había demostrado estar completamente influenciado por ellos.
—Paula, una última cosa.
—Te escucho, Eva.
—Supongo que sabrás que Pedro y Olivia están a punto de casarse.
—No te preocupes, Eva. Ella le hará mucho bien. Forman una pareja perfecta —dijo Paula con una sonrisa.
Se dio media vuelta y se marchó.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)