sábado, 14 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 19





Paula estaba a punto de llorar de alegría.


La fiesta estaba transcurriendo sin ningún tipo de incidencia. 


Al menos por aquel momento, pero tenía que estar al tanto porque el rumbo de los acontecimientos podía cambiar en cualquier instante.


Paula estaba impresionada por la cantidad de personas que había asistido al evento. Prácticamente todas las que habían sido invitadas.


Había una banda de música tocando cerca de la piscina. La cantante estaba entonando un tema de música country que había atraído aparte de los asistentes. Otras personas estaban comiendo y bebiendo. En general todos los invitados parecían estar pasándoselo bien, que era lo que los Alfonso querían.


Hacía un día radiante. No había ni una sola nube en el cielo.


La temperatura era ideal ya que no hacía calor pero tampoco frío, el día perfecto para un acto al aire libre.


Tamy estaba cuidando de Teo, así que Paula se podía centrar enteramente en su trabajo. No le importaba trabajar duramente. Le mantenía la cabeza ocupada y así no pensaba en Pedro ni tenía tiempo para observarlo.


Se lo había prohibido.


No iba a estar más pendiente de él. De repente le dio un vuelco al corazón. Se detuvo, cerró los ojos e inspiró profundamente. Cuando los abrió se encontró con la mirada de Pedro clavada en la suya.


Se quedó paralizada unos instantes. Estaba apoyado sobre un árbol, seguro de sí mismo y rodeado de algunos hombres que no paraban de hablar. Seguramente le estuvieran convenciendo de que iba a ser un gran político.


En opinión de Paula, estaban en lo cierto.


Para no romper con la costumbre, se había vestido con vaqueros negros, camisa blanca, sus mejores botas y sombrero. Paula no sabía si se habría afeitado aquella mañana porque una leve sombra ensalzaba sus rasgos.


El corazón de Paula comenzó a latir como si estuviera subiendo una montaña. Pedro se despegó del árbol y comenzó a caminar hacia ella sin apartar la mirada.


Paula trató de reunir fuerzas para darse la vuelta y hacer como si no lo hubiera visto. Pero su fuerza de voluntad estaba anulada.


Las últimas veces que sus caminos se habían cruzado, los encuentros no habían sido precisamente agradables.


Parecía que cada vez que se veían, Pedro estuviera de mal genio. Sin embargo, no dejaba de mirarla con los ojos encendidos de pasión y Paula se sentía caminando por un filo. A pesar de que Pedro la despreciaba, también la deseaba. Y no lo ocultaba. Paula sospechaba que aquélla era la razón de que estuviera constantemente enfadado con ella.


Estaba segura de que aquel día no iba a ser una excepción. Pedro se acercó a ella con una expresión dura en el rostro.


—¿Te has podido sentar un rato? —le preguntó en un tono de voz sorprendentemente amable.


—No, pero no estoy aquí para sentarme —respondió Paula.


—Tonterías.


Paula abrió los ojos sorprendida y Pedro se acercó más. 


Pudo oler su perfume.


Cielos, aquel hombre olía tan bien. Paula estuvo tentada a apoyar la cabeza sobre su pecho, sin importarle nada ni nadie. Pero reaccionó a tiempo y literalmente pegó un salto hacia atrás. Pedro frunció el ceño.


—Por el amor de Dios, no voy a tocarte.


—Ya lo sé —respondió ella mientras se cruzaba de brazos. 


Llevaba una chaqueta rosa y una camiseta blanca, ambas cortas y dejaban al aire parte de su cintura. La mirada de Pedro se concentró en aquel trozo de piel desnuda y se encendió aún más. Paula apretó más los brazos.


—¿Entonces por qué has saltado? —dijo él casi en un susurro.


—Qué más da —dijo Paula. Se arrepintió de haberse puesto esa ropa, sabía que una vez que Pedro se excitaba ya no había quien le parara.


Pero aquello, en lugar de asustarla, la excitó.


Como si la hubiera leído el pensamiento, Pedro se acercó más.


—Ten cuidado con esa forma de mirarme —le susurró.


Paula se ruborizó.


—Tengo que volver al trabajo —dijo dispuesta a darse media vuelta.


—Quiero hablar contigo.


—¿De qué? —preguntó sorprendida.


—Quería decirte que has hecho un trabajo excelente y con muy poco tiempo.


—¿Es eso un agradecimiento?


—¿A ti qué te parece? —dijo Pedro.


Paula se quedó boquiabierta. Aquella reacción dibujó una sonrisa en los labios de Pedro. Ella se puso más nerviosa porque hacía mucho que no lo veía sonreír de aquella manera. Paula también le sonrió.


—Has hecho un trabajo excelente, Paula no sé cuántos.


Paula estuvo a punto de echarse a reír ante la reticencia de Pedro de pronunciar su apellido. Se miraron y la creciente tensión sexual continuó su ascenso. Por un instante fue como si Pedro la fuera a tomar entre sus brazos para besarla.


Aquello habría sido lo que más le hubiera gustado en el mundo.


Los dos agitaron la cabeza simultáneamente, tratando de volver al mundo real. Ambos recuperaron la compostura.


—Me alegro de que todo esté saliendo bien —dijo Paula.


—Es gracias a ti.


—Y gracias a mi madre.


—Por supuesto —afirmó Pedro. Se quedaron en silencio—. Me gustaría que te sentaras y te tomaras una cerveza.


—¿Por qué, Pedro Alonso? —preguntó Paula con un fuerte acento sureño—. Ya sabes que no es una buena idea, el alcohol se me sube enseguida a la cabeza.


Pedro se echó a reír.


—No lo sabía. La vez que más borracha te he visto fue aquella noche... —de repente se calló, consciente del rumbo que estaba tomando la conversación. Dejó de reírse y frunció el ceño—. Maldita seas, Paula, estuviste a punto de arruinarme la vida.


—Y tú de arruinar la mía —le soltó Paula en respuesta.


De nuevo silencio.


—Oye, Alfonso, acércate. Rip quiere hablar contigo —le dijo alguien.


La conversación se había acabado y Pedro se dio la vuelta sin ni siquiera mirarla. Gracias a Dios había una mesa al lado y Paula se pudo sentar en el banco. Había estado a punto de caerse redonda al suelo. Cada músculo de su cuerpo, estaba temblando.


Cada nervio.


Paula no podía consentir que aquel hombre la dejara paralizada. No lo iba a permitir. El mejor antídoto para sus males de amores era una buena dosis de Teo. La presencia de su hijo la ayudaba a recuperar la perspectiva.


Salió en busca de su hijo cuando prácticamente se tropezó con Eva y Ramon Alfonso.


—Oh, perdón —dijo avergonzada.


Paula no los había vuelto a ver desde el final del verano fatídico. Llevaba todo el día evitándolos, pero sabía que antes o después se los iba a encontrar. Lo peor era que apenas si había tenido tiempo para recuperarse del último encontronazo con Pedro. Era el peor momento.


Aunque en realidad, con ellos ningún momento era bueno.


El paso de los años no se apreciaba apenas en Eva. Quizás hubiese ganado algo de peso y tuviera algunas canas, pero su rostro no tenía apenas arrugas. Seguía teniendo el mismo porte y la misma seguridad en sí misma.


Lo mismo ocurría con Ramon. Seguía siendo un hombre alto y atractivo, especialmente con aquellos vaqueros acompañados de las botas. No podía decir si había perdido pelo porque llevaba puesto el sombrero.


—Hola, Paula —dijo Eva en su desagradable tono de voz, que siempre había irritado a Paula.


—Me alegro de verte —dijo Teo sin mucho entusiasmo para evitar una de las miradas fulminantes típicas de su esposa cuando hacía algo que no le agradaba. Y Paula sabía que ella era una de las personas sobre la faz de la tierra que menos le agradaban a Eva Alfonso.


En algún momento a Paula le había afectado su rechazo. Sin embargo ya no le importaba en absoluto.


—Espero que estéis bien —dijo Paula más por cortesía que por otra cosa.


—¿Realmente te importa cómo estamos? —preguntó Eva no sin antes haber humedecido sus labios.


A Paula le daban exactamente igual. Por ella como si se caían redondos allí mismo. Pero se limitó a sonreír.


—Por supuesto —contestó.


—¿Cuánto tiempo pretendes quedarte aquí?


—El tiempo que haga falta.


—¿Para qué? —insistió Eva.


Eva ya sabía la respuesta, así que Paula no tenía por qué aguantar aquello. Ya había madurado y sabía cómo se las gastaba aquel matrimonio. No iba a caer en la trampa. 


Cuando las circunstancias lo exigían, ella también podía ser desagradable.


—Su madre, Eva —dijo Ramon avergonzado por la hostilidad explícita de su esposa.


—A propósito, ¿cómo está Monica? —preguntó Eva más amable.


—Sabes perfectamente cómo está. Estoy segura de que Pedro te mantiene bien informada —le soltó Paula.


—La verdad, es que no vemos mucho a nuestro hijo —reconoció Ramon.


Paula se sorprendió ante aquella respuesta, pero no dijo nada. Le daba pena aquel hombre. Cuando no estaba con su mujer, era agradable. Aquel verano la había tratado con respeto y dignidad hasta que...


—Te estoy hablando, Paula.


Paula se tuvo que sujetar las manos para no cruzarle la cara a Eva. Era la persona más bruta que había conocido en su vida y además no sabía pedir perdón.


—¿Qué has dicho, Eva?


—He dicho que no eres bien recibida en esta casa.


—¡Eva! —exclamó Ramon mirándola duramente—. Creo que no es momento para tener esta conversación.


—Está bien, Ramon, no te preocupes —dijo Paula forzando una sonrisa—. Eva es libre para decir lo que piensa.


Eva se rió con sarcasmo.


—Vaya, has dejado de ser la mosquita muerta de entonces, ¿no?


—Eso es.


Eva se acercó más a ella.


—No te equivoques, cariño. No eres oponente para mí y nunca lo serás —le advirtió Eva.


—Nunca he pensado en serlo —contestó Paula en un tono de voz dulce.


Ramon tomó a su esposa del brazo.


—Vámonos, maldita sea —murmuró.


—Si no te gusta lo que estoy diciendo te puedes marchar —le soltó Eva a su marido—. Pero deberías quedarte aquí a mi lado. Y que conste que sólo lo digo por el bien de tu hijo.


—Eva —dijo él seriamente pero con falta de confianza, porque no quería empezar una pelea.


—No te preocupes, Ramon. Ya no soy la chica joven y estúpida de entonces. Me puedo defender.


—Paula, lo siento —dijo el hombre.


—No te atrevas a pedir disculpas —le exigió Eva.


Ramon se limitó a levantar las manos y dio un paso atrás.


Paula ya estaba cansada de Eva Alfonso y estaba a punto de decírselo. No obstante tenía que tener cuidado por Monica. Aunque no creía que Pedro fuera a tomar represalias, no confiaba en absoluto en sus padres. Y aquel verano Pedro había demostrado estar completamente influenciado por ellos.


—Paula, una última cosa.


—Te escucho, Eva.


—Supongo que sabrás que Pedro y Olivia están a punto de casarse.


—No te preocupes, Eva. Ella le hará mucho bien. Forman una pareja perfecta —dijo Paula con una sonrisa. 


Se dio media vuelta y se marchó.




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