domingo, 8 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 2





Paula lo había ignorado. Pedro odiaba aquella sensación.


El rancho era su territorio y era él quien debía de tener el control sobre todo lo que allí ocurría.


Soltó una palabrota sin dejar de acariciar la barba de dos días que cubría parte de su rostro. Estaba asomado al porche de su habitación y tenía la mirada perdida en los últimos rayos de sol que iluminaban de forma tenue el atardecer.


Consultó el reloj y se dio cuenta de que no eran ni las cinco. 


Le encantaba el otoño, sobre todo el mes de octubre, cuando las hojas de los árboles cambiaban de color. Pero le molestaba el cambio horario y que le quitaran una hora de luz por la tarde. En el trabajo de ranchero, la luz era un bien muy preciado.


En cualquier caso, la frustración que sentía en aquel momento nada tenía que ver con la luz.


Paula.


De nuevo en su vida.


De ninguna manera.


Imposible.


No podía ser cierto.


Y sin embargo lo era.


Paula estaba en su rancho.


Y encima Pedro no podía hacer nada para ponerla a ella y a su hijo de patitas en la calle. Soltó otra palabrota, pero el nudo en el estómago seguía sin desaparecer.


Sabía que en algún momento aquello iba a suceder. Pensar que no iba a volverla a ver en su vida hubiera sido poco realista. La madre de Paula trabajaba para él. Monica siempre había ido a visitar a su hija en las vacaciones y de alguna manera, Pedro se había hecho a la idea de que siempre iba a ser así.


Con la caída de Monica, era lógico que su hija viniera a visitarla. Lo que no era lógico era que no lo hubieran avisado.


No le gustaban las sorpresas, y sobre todo las de aquella naturaleza. Habérsela encontrado de sopetón había supuesto una impresión muy fuerte, tanto que aún no había logrado recuperarse.


También le había impresionado ver al niño.


Pedro se frotó el cuello, que estaba muy cargado por la tensión. Sabía que si les pedía que se marcharan, no se iba a sentir mejor. No les iba a echar, por lo menos hasta que pasaran unos días.



Ojalá no hubiera encontrado a Paula tan guapa. Le había parecido que estaba más hermosa que nunca, y eso que guardaba un recuerdo excelente de ella. No había pasado un día durante aquellos cinco años en el que no se hubiera acordado de ella. A pesar de que aquellos recuerdos siempre hacían que se le acelerara el pulso, Pedro se había forzado a olvidarla y a seguir adelante.


Sin embargo, en aquel momento, se sentía incapaz de dejar de pensar en ella. Mientras Paula estuviera en su territorio, Pedro no iba a poder evitarla. Ni tampoco al niño.


El chaval era clavado a su madre.


Tenía el mismo pelo de color casi negro. Paula lo llevaba corto y con mucho estilo. Sus ojos seguían teniendo aquel tono azul grisáceo y su voz aterciopelada le había resultado tan atractiva como en el pasado.


Pedro sabía que Paula tenía veintisiete años, siete menos que él, pero no los aparentaba. Tenía una piel tan fina y tersa que podría haber pasado por una chiquilla de veinte.


No obstante, si la miraba detenidamente se daba cuenta de que los años también habían pasado por ella. Seguía teniendo un tipo inmejorable, pero había engordado un poco y sus curvas eran más pronunciadas.


El haber tenido un hijo seguramente hubiera provocado aquellos cambios. Sin embargo, no sólo no estaba menos atractiva, sino que había alcanzado una belleza más madura y más sexy que nunca. A Pedro le costaba admitirlo, pero hubiera tenido que estar muerto para no reconocerlo. Y muerto no estaba.


Sin embargo, había habido momentos en los que había deseado estarlo. Y todo por Paula.


Cuando ella había huido abandonándolo, se había llevado con ella una parte de Pedro, que ya era irrecuperable. Una parte de su alma y de su corazón habían muerto, y Paula era la culpable.


Era por eso por lo que la despreciaba profundamente.


Al menos, no iba a quedarse muchos días. Sabía que estaba trabajando como enfermera en Houston. Monica se lo había contado. La mujer le había hablado de su hija hasta que se había dado cuenta de que Pedro no estaba interesado en tener información sobre Paula.


Sonó un teléfono y hasta el tercer timbre, Pedro no se dio cuenta de que era su móvil. Contestó sin consultar quién lo llamaba.


—Alfonso —soltó bruscamente.


—Vaya, parece que no estás de muy buen humor.


—Hola, Olivia —respondió él. Escuchó un suspiro al otro lado de la línea.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir?


—¿Qué más quieres que diga?


—Hola, cariño, sería un buen comienzo —sugirió la mujer.


Pedro no contestó. Nunca la había llamado cariño y no estaba dispuesto a empezar a hacerlo. Además era cierto que no estaba de buen humor, pero tampoco quería contarle los motivos. No quería desencadenar una pelea diciéndole que Paula había regresado y que se estaba quedando en el rancho. Aquello no era asunto de Olivia.


—Vale, tú ganas. Aguantaré tu humor de mil demonios —dijo ella.


—¿Me llamabas para algo en concreto? —preguntó Pedro en un tono frío. Sabía que no se estaba portando bien, pero no iba a pedir disculpas por ello.


—¿A qué hora vas a pasar a recogerme?


—¿Recogerte? —preguntó él con la mente en blanco.


—Sí. Acuérdate de que me habías prometido que esta noche me invitabas a cenar —contestó Olivia cada vez más irritada.


—Sí, claro.


—Ya lo habías olvidado, ¿verdad?


—Estaré allí sobre las siete —dijo él. No estaba dispuesto a reconocer su despiste.


—Sabes una cosa, Pedro, parece que te sientes orgulloso por comportarte de esta manera —declaró Olivia. Se hizo un silencio—. Y ya que estamos hablando sobre cenas, no olvides la fiesta de mañana en mi casa porque está en juego tu futuro político.


—No la he olvidado, Olivia. Sé que mis padres están invitados y también algunos posibles apoyos —repuso él en un tono serio.


—Al menos te acuerdas de algo —respondió ella y colgó.


Era la segunda mujer a la que se había tenido que enfrentar aquel día. Sólo faltaba que llamara su madre, a quien normalmente no veía a diario. Quizás las cosas hubieran sido distintas si Eva Alfonso no hubiera tenido la costumbre de controlar la vida de su hijo. Su padre era diferente. Pedro y él se llevaban bien, al menos aparentemente. Pero Pedro tenía la sensación de que no lo conocía del todo.


Seguramente, sus padres tampoco lo conocieran a él en profundidad. Estaban obsesionados con que se casara con Olivia Blackburn. Y esperaban que cumpliera sus deseos. 


Pero si había una cosa que Pedro no soportaba era que otros trataran de dirigir su vida. Además, él no amaba a Olivia. Ya había cometido el error de enamorarse una vez y no estaba dispuesto a repetirlo. Nunca más.


El único problema era que Olivia podía darle lo que él necesitaba porque iba a heredar muchas tierras. A pesar de que sus padres le habían cedido tres mil acres de tierra para el rancho, Pedro necesitaba más espacio para el ganado.


Por eso Olivia encajaba tan bien en su vida. Los acres que ella iba a heredar de su padre eran justo lo que Pedro necesitaba para ampliar su negocio de caballos, un sueño que aún no había convertido en realidad.



A la mierda con las mujeres y sus problemas. Todo lo que necesitaba era una copa. Algo fuerte que le hiciera olvidar la angustia que sentía en la garganta.


Cuando estaba a punto de sentarse, el teléfono sonó de nuevo. Era su madre. Estuvo tentado a no descolgar, pero pensó que quizás fuera algo importante.


—¿Qué tal, madre?


—¿Ésa es la manera que tiene un político de contestar al teléfono?


—Yo no soy un político. Todavía —contestó irritado.


—Pero lo serás. En cuanto te lances al ruedo.


—Todavía no he tomado la decisión.


—No sé por qué disfrutas tanto haciéndote el difícil —dijo la madre.


—Madre, si vas a soltarme tu rollo sobre política, esta conversación ha terminado.


—No te atrevas a colgarme.


Pedro se podía imaginar la expresión del rostro de su madre en aquel momento. Era alta y delgada como él. Una mujer rubia y de ojos negros que se preocupaba por mantener la línea y por estar a la moda. Era guapa, sin embargo cuando se enfadaba, la expresión de su rostro se endurecía y era muy desagradable.


—Os veo a papá y a ti mañana por la noche en casa de Liv, sobre las ocho. Allí podremos hablar de política.


—No te estoy llamando para eso —repuso ella en un tono de voz que puso a Pedro en guardia. Sabía que no le iba a gustar lo que iba a oír—. ¿Por qué no me lo has dicho? —preguntó la madre en tono acusador.


—¿Decirte el qué?


—Que Paula Chaves, o como se apellide ahora, está en tu rancho.


Las noticias volaban así de deprisa en un pueblo pequeño como Sky. El cotilleo era el mayor entretenimiento del pueblo.


—Porque no me ha parecido importante —respondió él.


—¿Que no te ha parecido importante? —preguntó Eva alzando la voz—, ¿Cómo puedes decir eso?


—Porque es la verdad. Ha venido para ver a su madre.


—Eso es comprensible.


—Entonces, ¿dónde está el problema?


—El problema radica en el hecho de que se esté quedando en tu casa.


—Mamá, no quiero discutir sobre esto.


—Un motel es un sitio más adecuado para ella —prosiguió Eva como si no hubiera escuchado a su hijo.



Pedro no tenía ningunas ganas de defender a Paula. Pero las palabras de su madre le acababan de sentar fatal.


—Adiós, madre. Nos vemos mañana por la noche —dijo. 


Tenía que colgar antes de decir algo de lo que se pudiera arrepentir después.


Pedro Alfonso, no puedes colgar...


—Sí que puedo. Me tengo que ir —dijo justo antes de apretar el botón rojo del teléfono y de dejar de oír la desagradable voz de su madre.


¡Mujeres!


Ya había tenido bastante por aquel día. Necesitaba ese trago, pero justo antes de entrar en la habitación distinguió la figura de Paula caminando por la pradera. Estaba sola.


Pedro no pudo evitar detenerse a mirarla. Todavía llevaba los vaqueros de aquella mañana, que le quedaban como un guante. Tenía unas caderas perfectas. Paula se dio la vuelta, y Pedro se fijó en cómo el jersey de punto verde se ajustaba a sus pechos.


Durante un rato que pareció una eternidad, Pedro la observó con la mirada cargada de deseo. Cada vez se sentía más excitado. Retiró la mirada de los pechos de Paula y observó su rostro, pero nada podía contener la presión que sentía la cremallera de su pantalón.


Estaba tan hermosa en medio de aquel paisaje otoñal, que Pedro estuvo a punto de quedarse sin aliento.


Paula alzó la vista y se encontró con la mirada de Pedro. Por segunda vez en el día, se miraron fijamente a los ojos.


Pedro la observó, mientras respiraba entrecortadamente.


Se sintió como un estúpido así que se dio media vuelta y entró en la casa. Ya en la habitación, se dio cuenta de que estaba temblando.


PLACER: CAPITULO 1




¿Qué estaba haciendo?


Paula Chaves no podía seguir ignorando el mareo que sentía. Se paró en el arcén de la autopista y se volvió para comprobar si el frenazo había despertado a su hijo Teo. El niño seguía profundamente dormido y tenía la cabeza ladeada. Paula estuvo a punto de bajarse del coche para colocar bien al crío en su silla. Sin embargo el tráfico era tan intenso y se encontraba tan mal, que tuvo miedo de que la atropellaran.


Siguió mirando a su hijo, quien se parecía un poco a ella. 


Tenía el pelo de color castaño oscuro, los ojos azules y unas facciones muy bien definidas.


El único rasgo que el niño había heredado de su padre era....
«Para», se dijo a sí misma. No era el mejor momento para dejarse llevar por los recuerdos. Necesitaba toda la fuerza y todo el coraje del mundo para enfrentarse a lo que estaba a punto de hacer. No tenía otra elección. Aquella decisión iba a cambiar la vida de Paula para siempre y no a mejor precisamente.


Tenía que protegerse el corazón y el secreto que allí guardaba desde hacía años.


Agitó la cabeza tratando de despejarse y encendió de nuevo el motor del coche. Enseguida se dio cuenta de que estaba más cerca del rancho Alfonso de lo que había pensado.


Sintió de nuevo unas fuertes náuseas. Se había prometido a sí misma que nunca regresaría al este de Texas, y sobre todo, a aquel rancho.


Pero cuando había hecho la promesa no había sabido que su madre se iba a caer e iba a tener una lesión en la espalda que no le iba a permitir levantarse de la cama.


Paula soltó un suspiro y trató de pensar sólo en el paisaje.


Los robles estaban perdiendo las hojas de colores rojizos y dorados. Los altos pinos, las aguas cristalinas del estanque y las dehesas donde pastaba el ganado.


Pero era inútil, no podía dejar de imaginar lo que se iba a encontrar cuando llegara al rancho.


Irremediablemente, iba a ver, después de cinco años, a Pedro Alfonso. En carne y hueso. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Paula y comenzó a temblar.


«¡Para!», se repitió a sí misma. Tenía que conseguir controlar sus emociones y reprimirse si era necesario. Si no lo lograba, las siguientes dos semanas se iban a convertir en un infierno.


Paula agarró el volante con firmeza y encaró la última curva que había antes de llegar al camino que ascendía por la colina. En lo alto estaba situado el rancho. Cuando llegó, paró el coche y respiró hondo para aplacar sus nervios. 


Había previsto que aquella situación no iba a ser sencilla, pero no había pensado que le fuera a resultar tan difícil.


Tenía los nervios a flor de piel.


Aquella sensación ni le gustaba ni era habitual en ella. Era una enfermera famosa por tener los nervios de acero. Su trabajo lo exigía. Pero la persona con la que estaba a punto de encontrarse, no tenía nada que ver con el trabajo. Era un asunto estrictamente personal. Estaba a punto de encontrarse con el hombre al que había jurado que no volvería a ver en su vida. El hombre que una vez le había roto el corazón y después lo había pisoteado.


—¡No empieces, Paula! —se dijo en voz alta.


Estaba frente a la casa de Pedro y se sintió tentada a meter la marcha atrás para darse la vuelta. Quería desaparecer del mapa. Sin embargo, la tentación desapareció en cuanto se acordó de la angustiada voz de su madre. Había ido hasta allí para visitar a su madre enferma. Y mientras no se olvidara de ello, todo iría bien.


Paula siempre estaría en deuda con Monica Chaves y no sólo porque fuera su madre. Monica siempre la había apoyado, a pesar de que no había sabido mucho de su hija en aquellos años. Paula siempre la querría por su apoyo incondicional.


—Mamá.


Paula se alegró de que alguien la distrajera de sus pensamientos. Giró la cabeza y sonrió al pequeño que la miraba con los ojos bien abiertos.


—Ya era hora de que te despertaras, ¿eh? —le dijo.


—¿Cuándo puedo ir a ver a los caballos y a las vacas? —preguntó Teo.


—Vamos a ir paso a paso. Primero veremos a la abuelita y después a los animales.


—La abuela me llevará a ver a los animales.


Paula salió del coche y se dispuso a soltar el cinturón de seguridad que sujetaba la silla de Teo. Lo ayudó a salir del coche.


—Recuerda que la abuela no puede moverse. Está en la cama con dolor de espalda.


Teo frunció el ceño, pero enseguida se despistó y se puso a mirarlo todo.


Se dirigieron a la puerta del rancho. Había una pradera de césped muy cuidada delante de la casa reformada. Los establos estaban cerca del estanque en la ladera de la colina.


—Mami, mira, hay muchas vacas —dijo Teo.


—Sí —contestó ella ausente mientras agarraba al niño por los hombros y lo encaminaba hacia la casa.


Fueron hacia la puerta lateral donde se encontraba la entrada a las dependencias de su madre. La habitación y el saloncito de Monica estaban situados en la casa principal, pero Pedro se había encargado de hacerle una entrada independiente.


—Mamá, ya hemos llegado —anunció Paula al entrar en la casa.


Monica Chaves estaba recostada en la cama sobre una pila de almohadones. Su cara, aún atractiva, se iluminó con una sonrisa y abrió los brazos para estrechar a su nieto.


—Corre cariño, ve a darle un abrazo a la abuela —le indicó Paula al niño.


—Estoy esperando un abrazo, niño bonito. La abuela lleva mucho tiempo esperando este momento —dijo Monica.


Teo caminó hacia la cama algo reticente. Cuando llegó le dio un abrazo a su abuela, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.


—Qué niño más grande —dijo Monica.


—Voy a cumplir cinco años —contestó el niño orgulloso.


—La abuela no se ha olvidado. Ya tengo preparado tu regalo.


—¡Vaya! —exclamó Teo asombrado.


—No te emociones. Todavía quedan dos meses para tu cumpleaños —le dijo Paula.


—¿Pero me lo puede dar ahora? —preguntó el niño.


—No, no —contestó Paula acariciándole el pelo. Después se dirigió hacia su madre.


El rostro de Monica había envejecido y tenía unas pronunciadas ojeras. Paula nunca la había visto tan frágil.


Aunque su madre no había sido una mujer robusta, la belleza y la salud siempre la habían acompañado. Paula se parecía mucho a ella y algunas personas les habían llegado a preguntar que si eran hermanas.


El dolor era el único culpable del envejecimiento de su madre.


—Mamá, dime de verdad cómo estás —le pidió Paula.


—Bien.


—Acuérdate de con quién estás hablando.


—Con una enfermera, lo sé.


—Es una razón más para que seas honesta y me lo cuentes todo.


—Bueno, pues no sabes cuánto me duele la espalda.


—Por eso he venido —dijo Paula.


—Pero no te quedarás mucho tiempo. No puedes dejar de ir a trabajar. Me sentiría aún peor si perdieras tu empleo por mi culpa —admitió Monica.


—Tranquila. Mi jefe es un doctor estupendo. Además me quedan todavía cuatro semanas de vacaciones.


—Pero aun así, hija...


—Todo está bien. Te prometo que no haré nada que pueda poner en juego mi carrera —añadió Paula.


Monica dio un suspiro de alivio y sonrió.


—Me alegro, hija. Estoy tan contenta de veros a ti y a Teo.
Es una alegría para mis cansados ojos. Y el niño, ha crecido tanto desde la última vez que lo vi.



—Está creciendo demasiado deprisa. Ya ha dejado de ser mi pequeño bebé —dijo Paula con nostalgia.


—Eso no es cierto. Teo siempre será tu bebé, igual que tú siempre serás el mío —declaró Monica.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y trató de disimularlas


—Bueno, ¿y qué está pasando por aquí?


—¿Te refieres al trabajo? —preguntó Monica. Aquella pregunta la había pillado desprevenida.


—No, no creo que vayas a tener problemas con tu trabajo.


—Espero que tengas razón. Pedro ha contratado a una asistenta a media jornada, Kathy. Y la verdad es que ha venido muy bien. Es ella quien se encarga de la casa, siguiendo siempre las indicaciones que yo le doy.


—¿Y está funcionando?


—Sí. Lo que me preocupa es que esta casa necesita a una persona trabajando a jornada completa. Sobre todo ahora que Pedro está pensando en meterse en política.


Paula no tenía ninguna gana de hablar sobre Pedro. De hecho le hubiera gustado ni tener que oír su nombre, pero dadas las circunstancias, sabía que era imposible.


—No puedo evitar tener un poco de miedo a perder mi trabajo. Sobre todo si no empiezo a mejorar —confesó Monica.


—Vamos, mamá. Pedro no te va a echar. Lo sabes perfectamente.


—Quizás en el fondo lo sepa, pero ya sabes que la mente te juega malas pasadas y te convence de lo contrario. La mente puede llegar a convertirse en tu peor enemigo.


—Eso te pasa por estar todo el día en la cama sin hacer nada que te distraiga. Pero ahora, Teo y yo estamos aquí y las cosas van a cambiar —afirmó Paula. Al hablar del niño se volvió y vio que ya no estaba en la habitación. De repente le entró una sensación de pánico—. ¿Has visto salir a Teo?


—No. Pero no ha podido ir muy lejos.


—Ahora mismo vuelvo —dijo Paula tras darse cuenta de que la puerta que comunicaba con la casa principal estaba abierta. Echó a correr y cuando se quiso dar cuenta estaba en el salón de la casa gritando—. Teo Bayle ¿dónde te has metido?


—¿Quién es Teo?


Paula se quedó paralizada, pero no apartó la mirada de los ojos de Pedro Alfonso. Se quedaron en silencio, mirándose. La tensión se hubiera podido cortar con un cuchillo.


—Hola, Pedro —consiguió pronunciar Paula para romper el hielo.


—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó él en un tono duro.


—Creo que la respuesta es obvia.


—Monica no me ha avisado de que venías —dijo él en un tono aún más frío.


—Eso también resulta obvio.


Se hizo un silencio.


—No me has dicho quién es Teo —soltó Pedro.


—Es mi hijo.


La expresión del rostro de Pedro era de máxima tensión. 


Tenía los labios apretados y sus ojos echaban chispas.


—Qué afortunada eres —dijo él irónicamente.


Sus ojos estaban llenos de resentimiento, pero no dejaban de mirar el cuerpo de Paula. Ella estuvo a punto de decirle que era un bastardo, pero justo en aquel momento Teo apareció en la habitación.


—Mamá he ido a ver las vacas.


Paula abrazó al niño y lo mantuvo a su lado.


—Teo, éste es el señor Alfonso —dijo ella con una voz tensa.


Pedro apenas si miró al niño.


—Me gustaría hablar contigo a solas —afirmó Pedro.


—Vuelve a la habitación de la abuela, cariño. Y no te muevas de allí. Yo volveré enseguida —le propuso Paula al niño.


—Vale —aceptó el niño echando a correr.


—¿Cuántos años tiene? —preguntó Pedro.


—Casi cuatro años.


—Es un chico guapo.


—Gracias.


La tensión entre ellos iba en aumento. Paula sintió que estaba a punto de estallar y se dio cuenta de que Pedro estaba en el mismo estado que ella.


—¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? —le preguntó él.


—No estoy segura. Quizás una semana, o quizás unos días más. ¿Tienes algún problema con que esté aquí?


—En absoluto —afirmó él.


—¿Nada más entonces? —preguntó ella para finalizar la conversación.


—Tan sólo mantente fuera de mi camino —sentenció Pedro.



PLACER: SINOPSIS




Le había ocultado a su hijo… y ahora tendría que pagar por su pecado.


Habían pasado cinco años desde que Paula Chaves había huido de Texas, embarazada de Pedro Alfonso


Ahora él era el hombre más poderoso del estado y el jefe de la madre de Paula. Ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger a su hijo, pero estar junto al indomable Pedro le hacía desear arriesgarse cada vez un poco más.


La hija de su ama de llaves había regresado y Pedro no podía olvidarse del deseo que sentía por ella. Quería revivir la pasión que había estado a punto de destruirlos a ambos en otro tiempo... aunque fuera una sola noche. Después descubriría el secreto que Paula guardaba...