domingo, 8 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 1




¿Qué estaba haciendo?


Paula Chaves no podía seguir ignorando el mareo que sentía. Se paró en el arcén de la autopista y se volvió para comprobar si el frenazo había despertado a su hijo Teo. El niño seguía profundamente dormido y tenía la cabeza ladeada. Paula estuvo a punto de bajarse del coche para colocar bien al crío en su silla. Sin embargo el tráfico era tan intenso y se encontraba tan mal, que tuvo miedo de que la atropellaran.


Siguió mirando a su hijo, quien se parecía un poco a ella. 


Tenía el pelo de color castaño oscuro, los ojos azules y unas facciones muy bien definidas.


El único rasgo que el niño había heredado de su padre era....
«Para», se dijo a sí misma. No era el mejor momento para dejarse llevar por los recuerdos. Necesitaba toda la fuerza y todo el coraje del mundo para enfrentarse a lo que estaba a punto de hacer. No tenía otra elección. Aquella decisión iba a cambiar la vida de Paula para siempre y no a mejor precisamente.


Tenía que protegerse el corazón y el secreto que allí guardaba desde hacía años.


Agitó la cabeza tratando de despejarse y encendió de nuevo el motor del coche. Enseguida se dio cuenta de que estaba más cerca del rancho Alfonso de lo que había pensado.


Sintió de nuevo unas fuertes náuseas. Se había prometido a sí misma que nunca regresaría al este de Texas, y sobre todo, a aquel rancho.


Pero cuando había hecho la promesa no había sabido que su madre se iba a caer e iba a tener una lesión en la espalda que no le iba a permitir levantarse de la cama.


Paula soltó un suspiro y trató de pensar sólo en el paisaje.


Los robles estaban perdiendo las hojas de colores rojizos y dorados. Los altos pinos, las aguas cristalinas del estanque y las dehesas donde pastaba el ganado.


Pero era inútil, no podía dejar de imaginar lo que se iba a encontrar cuando llegara al rancho.


Irremediablemente, iba a ver, después de cinco años, a Pedro Alfonso. En carne y hueso. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Paula y comenzó a temblar.


«¡Para!», se repitió a sí misma. Tenía que conseguir controlar sus emociones y reprimirse si era necesario. Si no lo lograba, las siguientes dos semanas se iban a convertir en un infierno.


Paula agarró el volante con firmeza y encaró la última curva que había antes de llegar al camino que ascendía por la colina. En lo alto estaba situado el rancho. Cuando llegó, paró el coche y respiró hondo para aplacar sus nervios. 


Había previsto que aquella situación no iba a ser sencilla, pero no había pensado que le fuera a resultar tan difícil.


Tenía los nervios a flor de piel.


Aquella sensación ni le gustaba ni era habitual en ella. Era una enfermera famosa por tener los nervios de acero. Su trabajo lo exigía. Pero la persona con la que estaba a punto de encontrarse, no tenía nada que ver con el trabajo. Era un asunto estrictamente personal. Estaba a punto de encontrarse con el hombre al que había jurado que no volvería a ver en su vida. El hombre que una vez le había roto el corazón y después lo había pisoteado.


—¡No empieces, Paula! —se dijo en voz alta.


Estaba frente a la casa de Pedro y se sintió tentada a meter la marcha atrás para darse la vuelta. Quería desaparecer del mapa. Sin embargo, la tentación desapareció en cuanto se acordó de la angustiada voz de su madre. Había ido hasta allí para visitar a su madre enferma. Y mientras no se olvidara de ello, todo iría bien.


Paula siempre estaría en deuda con Monica Chaves y no sólo porque fuera su madre. Monica siempre la había apoyado, a pesar de que no había sabido mucho de su hija en aquellos años. Paula siempre la querría por su apoyo incondicional.


—Mamá.


Paula se alegró de que alguien la distrajera de sus pensamientos. Giró la cabeza y sonrió al pequeño que la miraba con los ojos bien abiertos.


—Ya era hora de que te despertaras, ¿eh? —le dijo.


—¿Cuándo puedo ir a ver a los caballos y a las vacas? —preguntó Teo.


—Vamos a ir paso a paso. Primero veremos a la abuelita y después a los animales.


—La abuela me llevará a ver a los animales.


Paula salió del coche y se dispuso a soltar el cinturón de seguridad que sujetaba la silla de Teo. Lo ayudó a salir del coche.


—Recuerda que la abuela no puede moverse. Está en la cama con dolor de espalda.


Teo frunció el ceño, pero enseguida se despistó y se puso a mirarlo todo.


Se dirigieron a la puerta del rancho. Había una pradera de césped muy cuidada delante de la casa reformada. Los establos estaban cerca del estanque en la ladera de la colina.


—Mami, mira, hay muchas vacas —dijo Teo.


—Sí —contestó ella ausente mientras agarraba al niño por los hombros y lo encaminaba hacia la casa.


Fueron hacia la puerta lateral donde se encontraba la entrada a las dependencias de su madre. La habitación y el saloncito de Monica estaban situados en la casa principal, pero Pedro se había encargado de hacerle una entrada independiente.


—Mamá, ya hemos llegado —anunció Paula al entrar en la casa.


Monica Chaves estaba recostada en la cama sobre una pila de almohadones. Su cara, aún atractiva, se iluminó con una sonrisa y abrió los brazos para estrechar a su nieto.


—Corre cariño, ve a darle un abrazo a la abuela —le indicó Paula al niño.


—Estoy esperando un abrazo, niño bonito. La abuela lleva mucho tiempo esperando este momento —dijo Monica.


Teo caminó hacia la cama algo reticente. Cuando llegó le dio un abrazo a su abuela, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.


—Qué niño más grande —dijo Monica.


—Voy a cumplir cinco años —contestó el niño orgulloso.


—La abuela no se ha olvidado. Ya tengo preparado tu regalo.


—¡Vaya! —exclamó Teo asombrado.


—No te emociones. Todavía quedan dos meses para tu cumpleaños —le dijo Paula.


—¿Pero me lo puede dar ahora? —preguntó el niño.


—No, no —contestó Paula acariciándole el pelo. Después se dirigió hacia su madre.


El rostro de Monica había envejecido y tenía unas pronunciadas ojeras. Paula nunca la había visto tan frágil.


Aunque su madre no había sido una mujer robusta, la belleza y la salud siempre la habían acompañado. Paula se parecía mucho a ella y algunas personas les habían llegado a preguntar que si eran hermanas.


El dolor era el único culpable del envejecimiento de su madre.


—Mamá, dime de verdad cómo estás —le pidió Paula.


—Bien.


—Acuérdate de con quién estás hablando.


—Con una enfermera, lo sé.


—Es una razón más para que seas honesta y me lo cuentes todo.


—Bueno, pues no sabes cuánto me duele la espalda.


—Por eso he venido —dijo Paula.


—Pero no te quedarás mucho tiempo. No puedes dejar de ir a trabajar. Me sentiría aún peor si perdieras tu empleo por mi culpa —admitió Monica.


—Tranquila. Mi jefe es un doctor estupendo. Además me quedan todavía cuatro semanas de vacaciones.


—Pero aun así, hija...


—Todo está bien. Te prometo que no haré nada que pueda poner en juego mi carrera —añadió Paula.


Monica dio un suspiro de alivio y sonrió.


—Me alegro, hija. Estoy tan contenta de veros a ti y a Teo.
Es una alegría para mis cansados ojos. Y el niño, ha crecido tanto desde la última vez que lo vi.



—Está creciendo demasiado deprisa. Ya ha dejado de ser mi pequeño bebé —dijo Paula con nostalgia.


—Eso no es cierto. Teo siempre será tu bebé, igual que tú siempre serás el mío —declaró Monica.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y trató de disimularlas


—Bueno, ¿y qué está pasando por aquí?


—¿Te refieres al trabajo? —preguntó Monica. Aquella pregunta la había pillado desprevenida.


—No, no creo que vayas a tener problemas con tu trabajo.


—Espero que tengas razón. Pedro ha contratado a una asistenta a media jornada, Kathy. Y la verdad es que ha venido muy bien. Es ella quien se encarga de la casa, siguiendo siempre las indicaciones que yo le doy.


—¿Y está funcionando?


—Sí. Lo que me preocupa es que esta casa necesita a una persona trabajando a jornada completa. Sobre todo ahora que Pedro está pensando en meterse en política.


Paula no tenía ninguna gana de hablar sobre Pedro. De hecho le hubiera gustado ni tener que oír su nombre, pero dadas las circunstancias, sabía que era imposible.


—No puedo evitar tener un poco de miedo a perder mi trabajo. Sobre todo si no empiezo a mejorar —confesó Monica.


—Vamos, mamá. Pedro no te va a echar. Lo sabes perfectamente.


—Quizás en el fondo lo sepa, pero ya sabes que la mente te juega malas pasadas y te convence de lo contrario. La mente puede llegar a convertirse en tu peor enemigo.


—Eso te pasa por estar todo el día en la cama sin hacer nada que te distraiga. Pero ahora, Teo y yo estamos aquí y las cosas van a cambiar —afirmó Paula. Al hablar del niño se volvió y vio que ya no estaba en la habitación. De repente le entró una sensación de pánico—. ¿Has visto salir a Teo?


—No. Pero no ha podido ir muy lejos.


—Ahora mismo vuelvo —dijo Paula tras darse cuenta de que la puerta que comunicaba con la casa principal estaba abierta. Echó a correr y cuando se quiso dar cuenta estaba en el salón de la casa gritando—. Teo Bayle ¿dónde te has metido?


—¿Quién es Teo?


Paula se quedó paralizada, pero no apartó la mirada de los ojos de Pedro Alfonso. Se quedaron en silencio, mirándose. La tensión se hubiera podido cortar con un cuchillo.


—Hola, Pedro —consiguió pronunciar Paula para romper el hielo.


—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó él en un tono duro.


—Creo que la respuesta es obvia.


—Monica no me ha avisado de que venías —dijo él en un tono aún más frío.


—Eso también resulta obvio.


Se hizo un silencio.


—No me has dicho quién es Teo —soltó Pedro.


—Es mi hijo.


La expresión del rostro de Pedro era de máxima tensión. 


Tenía los labios apretados y sus ojos echaban chispas.


—Qué afortunada eres —dijo él irónicamente.


Sus ojos estaban llenos de resentimiento, pero no dejaban de mirar el cuerpo de Paula. Ella estuvo a punto de decirle que era un bastardo, pero justo en aquel momento Teo apareció en la habitación.


—Mamá he ido a ver las vacas.


Paula abrazó al niño y lo mantuvo a su lado.


—Teo, éste es el señor Alfonso —dijo ella con una voz tensa.


Pedro apenas si miró al niño.


—Me gustaría hablar contigo a solas —afirmó Pedro.


—Vuelve a la habitación de la abuela, cariño. Y no te muevas de allí. Yo volveré enseguida —le propuso Paula al niño.


—Vale —aceptó el niño echando a correr.


—¿Cuántos años tiene? —preguntó Pedro.


—Casi cuatro años.


—Es un chico guapo.


—Gracias.


La tensión entre ellos iba en aumento. Paula sintió que estaba a punto de estallar y se dio cuenta de que Pedro estaba en el mismo estado que ella.


—¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? —le preguntó él.


—No estoy segura. Quizás una semana, o quizás unos días más. ¿Tienes algún problema con que esté aquí?


—En absoluto —afirmó él.


—¿Nada más entonces? —preguntó ella para finalizar la conversación.


—Tan sólo mantente fuera de mi camino —sentenció Pedro.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario