martes, 3 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 18





-Este es el camino de la vieja Rectoría -protestó Paula cuando se desviaron de la carretera principal.


Pedro no apartó los ojos de la carretera.



-No.


-¿Eso es todo? ¿No?


-¿Y qué más quieres?


Paula cerró los ojos y parpadeó cuando el Land Rover se deslizó en una placa de hielo.


-Una explicación -dijo ella con voz ronca cuando el vehículo corrigió la dirección.


-¡Quítate de la cabeza toda esperanza de que te estoy raptando!


¿Esperanza? El insulto le inflamó las mejillas e inclinó la cabeza para enterrarla en el bulto cálido del corderito. Sus palabras habían causado un estremecimientoen todo su cuerpo. Estar en su poder era una idea atractiva.


- Es demasiado querer saber adonde vamos?


-Como mi casa es el único sitio que conozco por este camino, había pensado que era evidente. Las carreteras están mortíferas y no tengo intención de conducir más de lo necesario esta noche. Además, no creo que sean horas de molestar en una casa donde hay niños pequeños. Ana parecía agotada cuando habló conmigo.


-¿ Por qué no me llamas desconsiderada y egoísta y acabas antes?


Pedro maniobró el Land Rover a través del portón abierto que conducía a la casa del molino.


-¿Tienes que tomártelo todo de forma personal? -pregunto él exasperado.


«Sí, en lo que a ti se refiere, sí», pensó ella.


El molino reconvertido era un edificio de piedra de tres plantas. Las luces de las ventanas se derramaban sobre las terrazas ajardinadas que bordeaban la orilla del río. Cuando Pedro abrió la puerta, pudo escuchar el rugido del agua en todo su fragor.


-Pasa un brazo alrededor de mi cuello -la instruyó él con tensión.


Al acercarse a él, Paula sintió la tensión en su cuerpo musculoso y le dirigió una mirada de soslayo en la oscuridad. Un error, comprendió al sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. El brillo acerado de sus ojos y la sensualidad de su mirada le quitaron el aliento.


-No hagas eso -murmuró susurrante.


-¿Hacer qué?


-¡Ya sabes qué! -lanzó un grito justo a tiempo de evitar que la bolsa cayera en la nieve-. ¡Oh, Dios! ¡Mira lo que me has hecho hacer! Casi se me ha caído Daphne. ¿Estás bien, cariño? -susurró con ansiedad.


Al menos el conjuro de tensión sexual se había roto.


-Mi espalda ha visto mejores días.


-No estaba hablando contigo.


-¡Qué cruel por tu parte quitarme la ilusión de que te preocupabas por mí! -se burló él.


-Supongo que pensarás que soy bastante egoísta. Debes estar bastante enojado por que te hayan sacado de la cama de esta manera.


La robusta puerta de roble se abrió y Pedro se acercó a ella.


-¡Gracias a Dios! ¡He estado tan preocupada!


La puerta daba directamente a un gran salón, pero a Paula le interesaba poco la decoración en ese momento.


El camisón bajo el enorme albornoz masculino era transparente. En cuanto a sofisticación, su propio camisón quedaba como un trapo. Unos buenos senos asomaban sobre el sutil encaje del escote y era alta, pero no demasiado alta. Podría tener cualquier edad entre los treinta y los cuarenta y cinco y tenía el tipo de rasgos llamativos y estructura ósea que envejecía bien: bonitos ojos oscuros, nariz aquilina, boca generosa y pelo corto con mucho estilo. 


No daba la impresión de ser una mujer que habitualmente se preocupara, sino que daba la impresión de elegancia, inteligencia y fuerza.


Paula solo tardó unos segundos en asimilar aquellos alarmantes detalles.


-Cambia lo de enojado por furioso -susurró en voz baja.


La breve mirada de Pedro iba cargada de advertencia y Paula sintió una oleada de náusea. A ella no le importaba que Pedro Alfonso se acostara con cientos de mujeres, se aseguró a sí misma mientras una fiera oleada de celos la sacudía. Lo que la irritaba era que se atreviera a criticar su relación con Leandro.


-Deberías haberte quedado en la cama, Rebecca.


La vivida imagen de él deslizando su cuerpo helado contra el ondulado y cálido de ella fue casi masoquista.


-No seas tonto, Pedro. He preparado una cama para... Paula, ¿verdad?


Sonrió con una calidez genuina hacia ella. La actitud entre ellos denotaba una cómoda intimidad y larga familiaridad.


Sus miradas, el roce casual de sus brazos. Paula sintió una poderosa punzada de celos. ¡Oh, Dios! Encima era encantadora. Hubiera sido mucho más fácil si se hubiera mostrado hostil y desagradable. O al menos que hubiera sido una cabeza hueca. De repente, se le ocurrió una idea horrible. Ella era la aventura sexual sin significado y la cabeza hueca para él. Después de años de negarse a que la catalogaran así, había fracasado por completo.


Paula no se fijó en la acogedora habitación con una chimenea tan grande como para albergar un arbolito.


Las botas de Pedro habían dejado huellas húmedas en las preciosas alfombras de estilo oriental. Paula se fijó en que los pies descalzos de Rebecca eran estrechos y largos. No podía dejar de fijarse en aquellos detalles.


El sofá en que Pedro la sentó era de generosas proporciones, así como la mayoría del mobiliario de la sala. 


Los muros estaban emplastecidos de forma rústica con un suave color albero y las plantas se alineaban en una hornacina de una pared. Aquella sala debía haber sido la original de entrada del agua.


-Creo que los dos necesitáis tomar algo caliente -dijo Rebecca mirando con preocupación la cara inexpresiva de Pedro y la pálida de Paula.


-¿Estaría bien un brandy o preferiríais...?


 -El brandy estaría bien -interrumpió Paula de forma brusca.



El líquido ambarino le quemó la garganta y le dejó ardor en el estómago.


Un balido le recordó de repente la carga que llevaba.


-¡Un cordero! ¡Qué maravilla!


-Es una huérfana prematura. Tiene hambre -dijo Paula escarbando en su bolsillo para sacar un biberón-. ¿Podrías calentar esto, por favor?


-¡Oh! ¿Puedo darle yo el biberón? -rogó Rebecca con una excitación infantil que contradecía su aura de sofisticación.


Paula se encogió de hombros.


-Si quieres...


«Ya tienes todo lo demás», le dijo una voz insidiosa antes de pasarle a regañadientes su carga.


-Se llama Daphne -aclaró con sequedad Pedro.


-¿Es una alusión mitológica?


-No, se parece a una compañera mía del colegio. La gente siempre quería mimarla y adoptarla.


-¿Y qué pasó con tu Daphne? -preguntó Pedro mientras Rebecca desaparecía de la sala.


-Ahora tiene cinco hijos y tres ex maridos. ¡No puedo quedarme aquí, Pedro! -susurró mirando a hurtadillas a sus hombros hacia la puerta cerrada.


-¿Por qué no?


-No seas obtuso, Pedro. ¿Es que no te importa que Rebecca se sienta dolida?


Era inútil preguntarle si le importaba cómo se sentiría ella. La respuesta a aquella pregunta era claramente evidente.


-¿Y por qué debería Rebecca sentirse dolida? -preguntó Pedro sin dejar de desabrocharse los cordones de las botas.


-¿Estás intentando decirme que no le importa que te acuestes con otras mujeres? Y pensar que montaste aquella trifulca con Leandro justo antes de volver con ella. Desde luego, la falsedad no empieza ni a describir lo que eres.


Paula podría haber estado hablado igual a una pared de tres metros para el caso que le hizo. Pedro se quitó las botas y los calcetines mojados antes de arrellanarse más en el sofá mullido frente al de ella.


-No compares mi relación con Rebecca con la tuya con Elliot.


¡Desde luego, ella ni siquiera se había costado con Elliot! 


Pero en ese momento le venía bien que Pedro lo creyera así. Mejor que pensara que ella mantenía la misma actitud desenfadada hacia el sexo a que descubriera que se había enamorado de él.


Paula se estremeció. La humillación ni siquiera le permitía pensarlo.


-Ella no sabe que pasaste la noche en mi cama, ¿verdad?


-No lo sabe y no lo sabrá a menos que se lo digas tú.


Su mirada fija era claramente retadora.


-No te preocupes. No es algo que me apetezca develar.


-No estaba preocupado.


Pedro bostezó con pereza.


-¡Dios mío, me da pena esa mujer!


-No, no te la da. Estás celosa a muerte de ella. ¿Qué te pasa. Paula? ¿No te gusta imaginar mis manos en su piel caliente? ¿Mi boca...?


-¡Cállate! ¡Calla! -gritó ella tapándose los oídos-. Eres asqueroso.


-Pero te gustaron todas las asquerosidades que te hice, verdad, Paula? Tu cuerpo responde solo de pensar en ellas, ¿verdad? -su cruel confianza la hizo palidecer-.¿ Es así como te excitabas con Leandro? ¿Cerrando los ojos y pensando en mí?


-¡Eres un enfermo!


¿Es que estaba prediciendo su futuro? ¿Se lo habría destruido para siempre con otros hombres? Si solo hubiera sido sexo, podría haber vivido con ello, pero era amor lo que había desperdiciado con aquel hombre. Se sintió humillada por su propia estupidez.


Pedro se frotó la mandíbula con el dorso de la mano y el gesto le hizo comprender a Paula por primera vez lo cansado que parecía.


-Esa posibilidad ya se me había ocurrido a mí -dijo Pedro de forma enigmática.


-Se ha dormido. ¡Es tan dulce! La he echado en la cesta del gato junto al radiador.


Rebecca se apretó el cinturón alrededor de la estrecha cintura y miró a Pedro con cara de preocupación. Hubiera hecho falta ser ciego y sordo para no notar el ambiente tenso de la habitación. Pedro solo sonrió con ironía.


-¿Y qué pasará con el gato? -pregunto Paula contenta de que la presencia de Rebecca le hubiera ahorrado otro comentario inquietante de Pedro.


-Perdió su última vida el verano pasado -explicó Rebecca-. Nunca sé que viste en esa criatura, Pedro. Era una bestia horrible y de mal carácter.


-Carecía de civismo, pero tenía mucha personalidad.


-Me arañó.


-Porque no le gustaba que lo acariciaran.


Pedro buscó los ojos de Paula. Sus suaves palabras habían conjurado la imagen de sus grandes manos moviéndose por su espalda. No podía saber... no, era imposible Paula sintió un velo de transpiración por todo el cuerpo


-Quizá deberíamos dormir todos un poco lo que queda de la noche -dijo Pedro despacio mientras Paula se humedecía los labios con nerviosismo.


-Buena idea -aprobó Rebecca.


Paula asintió contenta de la posibilidad de escapar de aquellos ojos escrutadores.


La escalera era circular, con una balaustrada de hierro forjado. Incluso cuando cerró los ojos pudo olerlo y sentir su fuerza mientras la subía.


-Si necesitas algo, solo tienes que gritar


Ella asintió con debilidad deseando que la posara y que la respiración se le calmara.


-Rebecca se encargará del cordero.


-No podría imponerle...


-Le gustará. Para ella será una historia bucólica que podrá contarle a sus amigos en las cenas. ¿Te dormirás?


-Si consigo llegar a mi cama...


Paula volvió la cabeza en dirección al diván doble pegado a la ventana.


-Que duermas bien, Paula Chaves -su ronca voz fue una caricia para su cuerpo.


«¿Sabrá que me muero por él?», se preguntó soñadora Paula mientras él le ajustaba la almohada antes de soltarle los hombros.


Erguido sobre ella, Paula sintió una oleada de pánico. No podía pensar. El diván era bajo y él se estaba arrodillando a su lado apoyando las manos a ambos lados de su cabeza. 


Se mordió el labio para contener un gemido cuando él le apartó el pelo de la cara. Debería rechazar su caricia, pero no podía. Todo su cuerpo estaba invadido de un cálido anhelo. Por mucho que aquello fuera una equivocación, algo dentro de ella respondía siempre a él con impotencia y aquello la asustaba más que nada en toda su vida.


La imagen de su cara depredadora, angulosa y dura se grabó a fuego en su mente antes de que Pedro bajara los labios y la besara con lenta deliberación.


La deslizante y sedosa caricia de su lengua en su boca abierta la hizo gemir.


-¿Me deseas ahora?


Sus roncas palabras eróticas le produjeron escalofríos cuando la besó en el lóbulo de la oreja.


¿Desear? ¡Aquello no empezaba siquiera a describir el ansia de sus sentidos hambrientos.


-¿.Por qué me estás haciendo esto? -preguntó con un torturado suspiro-. ¿Es que me odias tanto? Tu novia, amante o lo que sea, está a unos pasos de aquí. ¿Qué tipo de hombre eres, Pedro?


Paula notó el convulsivo temblor en aquel corpulento cuerpo y vio cómo se incorporaba de forma brusca y la miraba a los ojos.


-Si el pecado tuviera una cara... -susurró con aspereza antes de sacudir la cabeza para borrar la imagen de su cara sofocada-. Buenas noches.




lunes, 2 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 17





Paula encendió la lámpara de la mesilla. Las tres y media. 


Se estremeció al penetrarle el frío por el suave algodón del camisón. Con desgana, sacó las dos piernas de la cama y buscó la zapatilla con el pie desnudo mientras agarraba las muletas apoyadas al lado del poste de la cama.


El corderito recién nacido que Fred Wilson le había llevado para que lo cuidara necesitaba comer. A Paula no le importaba; aquello siempre había sido una de sus tareas preferidas en la granja.


Lanzó un grito de sobresalto cuando el pie desnudo quedó sumergido en agua helada. Doblando el pie de nuevo, miró hacia abajo.


-¡Oh, Dios! -había varios centímetros de agua en el suelo-. ¡Esto no puedo creerlo! -murmuró con el corazón acelerado por el pánico.


El impulso de taparse con el edredón y olvidarse de lo que había pasado fue demasiado fuerte. Pero nunca le había funcionado con otras cosas, se recordó con acidez. 


Asegurarse a sí misma que no había quedado devastada no había evitado que tuviera los ojos hinchados después del abatimiento de la tarde.


Apretando los dientes, se giró hacia el otro lado de la cama con la pierna escayolada extendida ante ella. Se sentó en el borde del escritorio de su padre y agarró el teléfono. Por mucho que la molestara, no había forma de poder superar aquella emergencia ella sola con una pierna escayolada. El orgullo tendría que ocupar un segundo plano por detrás del sentido práctico.


-¡Ana, gracias a Dios! Perdona por haberte despertado. ¡Ah, estabas dando de mamar a los bebés! Por supuesto que algo va mal. No te llamaría a estas horas de la mañana para decirte solo hola. El asunto es que hay un derrame de agua. No, no tengo ni idea de dónde viene. No me he atrevido a salir de la cama todavía. ¡Por supuesto que estoy sola! -añadió indignada ante la pregunta de su hermana. ¡Así que Alejo ya se lo había contado! La idea le produjo un fuerte sonrojo-. Podría mendigarte una cama. ¿Solo para esta anoche? Si Alejo pudiera venir le estaría eternamente agradecida.


Escuchó en silencio las explicaciones de su hermana de que Alejo había tenido un aviso de urgencia.


-Lo enviaré en cuanto vuelva -prometió Ana-. No intentes hacer nada.


Como si necesitara que le recordaran que estaba inútil, pensó Paula al colgar. Sin embargo, no perdió el tiempo y para cuando escuchó ruidos en el pasillo ya se había envuelto la escayola en una bolsa de plástico, se había puesto una bota y una cazadora y había metido algo de ropa en una bolsa. Había recordado que la electricidad con el agua era una combinación peligrosa y su única iluminación era una linterna.


-Ya sé que estoy bastante impotente e inútil, Alejo, pero... -apuntó el tímido rayo de la linterna hacia la puerta y sus palabras murieron en sus brazos al abrir horrorizada los ojos-. ¡Vete al infierno!


-Todo a su tiempo -replicó Pedro con frialdad-. Tu hermana me pidió que viniera a rescatarte. Creo que esas fueron sus palabras.


Posó la potente linterna que llevaba en la mesa. Su expresión quedaba oculta por las sombras.


-Preferiría ahogarme.


Y no era tan descabellada idea. Era evidente que el agua seguía subiendo.


-No dramatices o podrías conseguir tus deseos. ¿Se te ha ocurrido cortar el agua?


-¿Qué crees que soy, estúpida? La llave de paso está en el sótano y no tengo ganas de suicidarme.


-¡O sea que prefieres ahogarte a mi compañía!


Paula apretó los puños con frustración. ¡Aquello no podía estar sucediendo! Dios bendito, tenía que parar. No podía ir por la vida golpeándose el pecho y arrancándose los cabellos, al menos en público. Bajo aquellas circunstancias no le quedaba otro remedio que aguantar la compañía de Pedro. Intentó mirar la situación con calma, pero fracasó miserablemente.


-¿Hay muchos daños? -preguntó.


-Es un desastre. El tanque del desván parece haber reventado. Hay un río bajando por las escaleras y en el recibidor se ha caído algo de la escayola -entró más en la habitación-. He cortado el agua y la electricidad, pero no puedo hacer mucho más esta noche.


-La responsabilidad de enfrentarse a mis padres no es tuya.


A Paula se le cayó el alma a los pies al pensar en lo que encontrarían sus padres a su regreso.


-¡Oh, no! -gimió-. ¡Les he destrozado la casa!


-No tiene sentido que te culpes a ti misma.


Paula alzó la vista y lo miró con furia y los ojos empañados en lágrimas.


-¡No lo estaba haciendo!


-Bueno, ¿cómo quieres hacer esto?


-¿Hacer qué?


-¿Qué cómo te llevo? Con dignidad y un mínimo de jaleo o te cargo a mis hombros como una saco mientras gritas y pataleas.


-Haré las dos cosas si me pones un dedo encima. Yo no he pedido que viniera un caballero con su armadura brillante a rescatarme


Pedro pareció inconmovible ante sus insultantes comentarios.


-Se lo pediste a Alejo y él delegó en mí...


-Si Ana hubiera sabido lo arrastrado que eres, nunca te lo hubiera pedido.


-Pero en su ignorancia fue lo que hizo, y pretendo rescatarte lo quieras o no. Aunque no sea el caballero Lancelot...


-Eso puedes jurarlo. Él era joven -dijo con malicia, Paula.


-Pero no pienso irme sin ti.


-Llámame rara si quieres, pero yo nunca he soñado con que me rescatara ningún caballero blanco.


-El Land Rover es verde y mucho menos temperamental que un caballo. Deja de incordiar, Paula, y trágate el orgullo. Necesitas ayuda y es lo que yo soy -dijo con brutal sinceridad.


Paula tragó saliva. Era humillante, pero tenía razón.


Agarró su bolsa y la apretó contra el pecho.


-Vamos entonces.


El roce de sus brazos fue tan impersonal que Paula sintió una punzada de abandono al recordar la última vez que había estado en aquellos fuertes brazos.


La vista del recibidor destruido, cubierto por varios centímetros de agua y yeso, le borró otro tipo de consideraciones más personales.


-¡Es terrible!


-No se podrá salvar nada -aseguró Pedro mientras apartaba un paraguas que flotaba con el pie.


-Para ti es muy fácil decirlo. Párate -gritó con frenesí.


-¿Y ahora qué? -preguntó impaciente Pedro antes de aflojar el brazo-. Sea lo que sea, hazlo rápido. No eres precisamente una pluma.


A Paula se le agitó el pecho de indignación.


-La cocina. Daphne está allí.


-¿Daphne? ¿Quién diablos es? -preguntó Pedro asombrado.


-No hagas preguntas tontas. ¡Date prisa!


Cuando llegaron a la cocina, Pedro la sentó en la mesa, la única isla seca.


-En el horno, rápido. La bandeja del fondo.


-¿Es el momento de preocuparse por hornear? -abrió la puerta que estaba entornada-. Está viva -dijo apuntando la linterna al interior.


-Eso espero.


A pesar de la situación, Paula esbozó una sonrisa al ver la incongruente estampa de un hombre tan corpulento con un corderito en brazos.


-La leche está en el frigorífico. Será mejor que la saques también. Y hay una lata de repuesto en la tercera estantería de ese armario.


Sin decir una palabra, Pedro le pasó el bulto. Paula abrió la cremallera de su bolsa y ahuecó un espacio sobre su ropa interior de diseño para meter al corderito. Cuando levantó la cabeza, Pedro la estaba observando.


-¿No tienes miedo de estropear tu ropa? -dijo deslizando un dedo por un salto de cama de seda que asomaba por el borde.


-¡No seas estúpido! -dijo ella mientras guardaba los botes de leche en los bolsillos de la cazadora-. Estoy lista.


-¿Quiere eso decir que tengo permiso para posar mis manos en su real persona?


Paula se dio cuenta al instante de su expresión burlona.


-Que no se te suba a la cabeza -respondió en el mismo tono.