lunes, 2 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 17





Paula encendió la lámpara de la mesilla. Las tres y media. 


Se estremeció al penetrarle el frío por el suave algodón del camisón. Con desgana, sacó las dos piernas de la cama y buscó la zapatilla con el pie desnudo mientras agarraba las muletas apoyadas al lado del poste de la cama.


El corderito recién nacido que Fred Wilson le había llevado para que lo cuidara necesitaba comer. A Paula no le importaba; aquello siempre había sido una de sus tareas preferidas en la granja.


Lanzó un grito de sobresalto cuando el pie desnudo quedó sumergido en agua helada. Doblando el pie de nuevo, miró hacia abajo.


-¡Oh, Dios! -había varios centímetros de agua en el suelo-. ¡Esto no puedo creerlo! -murmuró con el corazón acelerado por el pánico.


El impulso de taparse con el edredón y olvidarse de lo que había pasado fue demasiado fuerte. Pero nunca le había funcionado con otras cosas, se recordó con acidez. 


Asegurarse a sí misma que no había quedado devastada no había evitado que tuviera los ojos hinchados después del abatimiento de la tarde.


Apretando los dientes, se giró hacia el otro lado de la cama con la pierna escayolada extendida ante ella. Se sentó en el borde del escritorio de su padre y agarró el teléfono. Por mucho que la molestara, no había forma de poder superar aquella emergencia ella sola con una pierna escayolada. El orgullo tendría que ocupar un segundo plano por detrás del sentido práctico.


-¡Ana, gracias a Dios! Perdona por haberte despertado. ¡Ah, estabas dando de mamar a los bebés! Por supuesto que algo va mal. No te llamaría a estas horas de la mañana para decirte solo hola. El asunto es que hay un derrame de agua. No, no tengo ni idea de dónde viene. No me he atrevido a salir de la cama todavía. ¡Por supuesto que estoy sola! -añadió indignada ante la pregunta de su hermana. ¡Así que Alejo ya se lo había contado! La idea le produjo un fuerte sonrojo-. Podría mendigarte una cama. ¿Solo para esta anoche? Si Alejo pudiera venir le estaría eternamente agradecida.


Escuchó en silencio las explicaciones de su hermana de que Alejo había tenido un aviso de urgencia.


-Lo enviaré en cuanto vuelva -prometió Ana-. No intentes hacer nada.


Como si necesitara que le recordaran que estaba inútil, pensó Paula al colgar. Sin embargo, no perdió el tiempo y para cuando escuchó ruidos en el pasillo ya se había envuelto la escayola en una bolsa de plástico, se había puesto una bota y una cazadora y había metido algo de ropa en una bolsa. Había recordado que la electricidad con el agua era una combinación peligrosa y su única iluminación era una linterna.


-Ya sé que estoy bastante impotente e inútil, Alejo, pero... -apuntó el tímido rayo de la linterna hacia la puerta y sus palabras murieron en sus brazos al abrir horrorizada los ojos-. ¡Vete al infierno!


-Todo a su tiempo -replicó Pedro con frialdad-. Tu hermana me pidió que viniera a rescatarte. Creo que esas fueron sus palabras.


Posó la potente linterna que llevaba en la mesa. Su expresión quedaba oculta por las sombras.


-Preferiría ahogarme.


Y no era tan descabellada idea. Era evidente que el agua seguía subiendo.


-No dramatices o podrías conseguir tus deseos. ¿Se te ha ocurrido cortar el agua?


-¿Qué crees que soy, estúpida? La llave de paso está en el sótano y no tengo ganas de suicidarme.


-¡O sea que prefieres ahogarte a mi compañía!


Paula apretó los puños con frustración. ¡Aquello no podía estar sucediendo! Dios bendito, tenía que parar. No podía ir por la vida golpeándose el pecho y arrancándose los cabellos, al menos en público. Bajo aquellas circunstancias no le quedaba otro remedio que aguantar la compañía de Pedro. Intentó mirar la situación con calma, pero fracasó miserablemente.


-¿Hay muchos daños? -preguntó.


-Es un desastre. El tanque del desván parece haber reventado. Hay un río bajando por las escaleras y en el recibidor se ha caído algo de la escayola -entró más en la habitación-. He cortado el agua y la electricidad, pero no puedo hacer mucho más esta noche.


-La responsabilidad de enfrentarse a mis padres no es tuya.


A Paula se le cayó el alma a los pies al pensar en lo que encontrarían sus padres a su regreso.


-¡Oh, no! -gimió-. ¡Les he destrozado la casa!


-No tiene sentido que te culpes a ti misma.


Paula alzó la vista y lo miró con furia y los ojos empañados en lágrimas.


-¡No lo estaba haciendo!


-Bueno, ¿cómo quieres hacer esto?


-¿Hacer qué?


-¿Qué cómo te llevo? Con dignidad y un mínimo de jaleo o te cargo a mis hombros como una saco mientras gritas y pataleas.


-Haré las dos cosas si me pones un dedo encima. Yo no he pedido que viniera un caballero con su armadura brillante a rescatarme


Pedro pareció inconmovible ante sus insultantes comentarios.


-Se lo pediste a Alejo y él delegó en mí...


-Si Ana hubiera sabido lo arrastrado que eres, nunca te lo hubiera pedido.


-Pero en su ignorancia fue lo que hizo, y pretendo rescatarte lo quieras o no. Aunque no sea el caballero Lancelot...


-Eso puedes jurarlo. Él era joven -dijo con malicia, Paula.


-Pero no pienso irme sin ti.


-Llámame rara si quieres, pero yo nunca he soñado con que me rescatara ningún caballero blanco.


-El Land Rover es verde y mucho menos temperamental que un caballo. Deja de incordiar, Paula, y trágate el orgullo. Necesitas ayuda y es lo que yo soy -dijo con brutal sinceridad.


Paula tragó saliva. Era humillante, pero tenía razón.


Agarró su bolsa y la apretó contra el pecho.


-Vamos entonces.


El roce de sus brazos fue tan impersonal que Paula sintió una punzada de abandono al recordar la última vez que había estado en aquellos fuertes brazos.


La vista del recibidor destruido, cubierto por varios centímetros de agua y yeso, le borró otro tipo de consideraciones más personales.


-¡Es terrible!


-No se podrá salvar nada -aseguró Pedro mientras apartaba un paraguas que flotaba con el pie.


-Para ti es muy fácil decirlo. Párate -gritó con frenesí.


-¿Y ahora qué? -preguntó impaciente Pedro antes de aflojar el brazo-. Sea lo que sea, hazlo rápido. No eres precisamente una pluma.


A Paula se le agitó el pecho de indignación.


-La cocina. Daphne está allí.


-¿Daphne? ¿Quién diablos es? -preguntó Pedro asombrado.


-No hagas preguntas tontas. ¡Date prisa!


Cuando llegaron a la cocina, Pedro la sentó en la mesa, la única isla seca.


-En el horno, rápido. La bandeja del fondo.


-¿Es el momento de preocuparse por hornear? -abrió la puerta que estaba entornada-. Está viva -dijo apuntando la linterna al interior.


-Eso espero.


A pesar de la situación, Paula esbozó una sonrisa al ver la incongruente estampa de un hombre tan corpulento con un corderito en brazos.


-La leche está en el frigorífico. Será mejor que la saques también. Y hay una lata de repuesto en la tercera estantería de ese armario.


Sin decir una palabra, Pedro le pasó el bulto. Paula abrió la cremallera de su bolsa y ahuecó un espacio sobre su ropa interior de diseño para meter al corderito. Cuando levantó la cabeza, Pedro la estaba observando.


-¿No tienes miedo de estropear tu ropa? -dijo deslizando un dedo por un salto de cama de seda que asomaba por el borde.


-¡No seas estúpido! -dijo ella mientras guardaba los botes de leche en los bolsillos de la cazadora-. Estoy lista.


-¿Quiere eso decir que tengo permiso para posar mis manos en su real persona?


Paula se dio cuenta al instante de su expresión burlona.


-Que no se te suba a la cabeza -respondió en el mismo tono.



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