sábado, 23 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 10





¡O lo más parecido a una mujer estéril! Improbable, más que imposible, había sido la palabra empleada por el médico que le había explicado su anomalía. Le había hablado largo y tendido sobre la fecundación in vitro y otros tratamientos asociados, pero Paula, que se había sentido como si su feminidad estuviera siendo cuestionada en la televisión, no había prestado mucha atención a las explicaciones.


Paula había dado por hecho que algún día conocería al hombre de su vida y tendría hijos con él. Pero al descubrir que aquello no iba a pasar nunca, comprendió lo intenso que era su deseo de llegar a ser madre.


—No me lo habías dicho.


La rencorosa observación arrancó una amarga carcajada de los labios de Paula.


—¡No es algo que se suela mencionar en una conversación! Por cierto, la apendicitis que tuve me dejó bastante limitada, en todos los sentidos.


Pedro hizo una mueca. Era incapaz de imaginar lo que podía suponer para una mujer la incapacidad de concebir.


—¿Desde cuándo lo sabes?


—Desde hace cinco años.


—¿Tanto? —inquirió Pedro, estupefacto.


—Y, diga lo que diga Chloe, me daría igual tener cien hijos propios, ¡ningún niño podría sustituir a Benjamin! —lo miró con furia, retándolo a que afirmara lo contrario. Pedro maldijo.


—Eso ya lo sé, Paula.


Paula siguió mirándolo con odio, pero los ojos oscuros de Pedro reflejaban ternura y cariño. Paula sintió cómo su enojo se le iba de las manos y una cruda tristeza ocupaba su lugar.


—Ya sé que lo sabes —balbució al tiempo que, con un suspiro, aceptaba el consuelo que ofrecían los brazos de Pedro.


—Debiste decírmelo.


—Ojalá lo hubiera hecho —balbució Paula con sinceridad. 


En el fondo, había tenido miedo de que Pedro la viera de otra manera si lo averiguaba.


No lloró, se limitó a abrazarse a él como si su vida dependiera de ello. Pedro, mientras tanto, le acarició el pelo y la curva de la espalda. No eran las palabras tiernas que musitaba lo que la tranquilizaban como el sonido de su voz grave.


—Gracias —sintiéndose terriblemente tímida de repente, Paula sintió el impulso de liberarse de los brazos fuertes que la estrechaban. Pedro no tuvo problemas en interpretar la repentina rigidez de su menudo cuerpo. Paula retrocedió, se alisó el pelo y rehuyó la mirada compasiva de Pedro—. Sabes, quizá sea para bien que Benjamin viva con Chloe y con Ian —anunció, en un intento por analizar el problema con objetividad—. Nunca he podido ofrecerle un padre. Un chico necesita un modelo que seguir... necesita una figura paterna.


—Algún día, te casarás con alguien que será mejor figura paterna que ese impresentable que Chloe se ha buscado.


Dado el rechazo que sentía Pedro hacia Ian, Paula decidió no tocar el tema del «impresentable». Movió la cabeza con firmeza.


—No, no pienso casarme nunca.


—Eso lo dices ahora, pero cuando conozcas al hombre...


A Paula la enojaba que Pedro le dijera lo que, en opinión de él, ella quería oír... un ejercicio absurdo dado que los dos sabían que ningún hombre querría casarse con ella en cuanto supiera la verdad.


—He dicho nunca —su expresión se endureció—. El matrimonio se basa en proporcionar un entorno amoroso y seguro para los hijos. Por eso se casan los hombres.


—Por eso se casan las mujeres —la corrigió Pedro—. Vosotras sois las del sentido práctico. Un hombre se casa por otras razones. Tenemos muy mala prensa, pero la mayoría de los hombres, cuando se casan, piensan en el amor, no en unas caderas fecundas... —sus ojos se posaron, por propia voluntad, en la cintura de avispa de Paula y en sus caderas. Carraspeó. No era su carácter fecundo o no fecundo lo que le dificultaba desviar la mirada.


—Estás hablando de sexo. Un hombre no tiene por qué casarse para disfrutar del sexo, Pedro. Pero no te estoy diciendo nada que no sepas, ¿verdad?


—Hay una diferencia entre el sexo y el amor, y hasta los hombres frívolos como yo sabemos reconocerlo.


Paula parpadeó al percibir la furia que impregnaban sus palabras. Cielos, lo había olvidado, ¡Pedro había amado y perdido! No era de extrañar que hablara con tanto ardor sobre el tema.


—¿Por eso querías casarte, Pedro?


Pedro despachó con el ceño fruncido aquella pregunta un tanto triste.


—No estamos hablando de mí.


—Eso no es justo, teniendo en cuenta que estamos celebrando una jornada de puertas abiertas sobre mis más íntimos sentimientos —gruñó Paula.


—Estoy seguro de que algún día conocerás al hombre que te quiera por lo que eres, no por lo que le puedas procurar.


—Qué pensamiento más bonito.


—No me crees, ¿verdad?


Paula cruzó los brazos y lo miró directamente a los ojos.


—La verdad, no. Cuando se lo dije a Andres, salió espantado en su cuatro por cuatro —no añadió que ese había sido el desenlace deseado.


—¿Se lo dijiste al veterinario? —por alguna razón, el hecho de que Paula hubiese revelado su secreto a otro hombre, sobre todo a ese, mientras que a él se lo ocultaba, lo encolerizó.


—Bueno, me pidió que me casara con él.


—¡Será caradura! —masculló Pedro—. Bueno, eso demuestra lo despreciable que es.


Pedro se estaba pasando de la raya, teniendo en cuenta que no había hablado con Andres más que en dos ocasiones, según creía Paula.


—¿Qué mosca te ha picado, Pedro? —preguntó—. ¿Tienes por norma menospreciar a todos los hombres a los que yo aprecio? Pensaba que las irracionales éramos las mujeres.


—¿Irracional yo? —inquirió Pedro con perplejidad.


—Primero Andres y ahora Ian. Y el pobre lo único que ha hecho ha sido ser simpático.


—El pobre es el típico hombre patético que, al primer síntoma de calvicie o barriga...


—No he visto ninguno de esos síntomas en Ian —lo interrumpió Paula.


—Se gasta una fortuna para cerciorarse de que no los veas.


—Dios mío, tienes una lengua viperina.


—La necesito para mi trabajo, encanto —reconoció sin escrúpulos—. Tu Ian ha pescado a la primera joven belleza casadera lo bastante tonta o enamorada, y en el caso de Chloe son ambas cosas, para convertirse en objeto de envidia universal. Sus colegas le darán una palmadita en la espalda y lo llamarán «machote». Es lo típico.


—Eso no es más que una generalización —replicó Tess con sorna. Pedro cambió de táctica.


—Entonces, ¿te parece bien que haya una diferencia de edad tan acusada?


—Podría ser un problema —reconoció Paula—, pero cuando dos personas están enamoradas, eso no debería importar.


—Siempre supe que eras una romántica empedernida —la burla centelleaba con fiereza en los ojos oscuros de Pedro—. Ya veo que esa idea de que el amor lo puede todo es aplicable a todo el mundo menos a una persona.


La confusión asomó al rostro de Paula.


—¿A quién?


—A ti.


El color que había vuelto a enrojecer las mejillas de Paula desapareció con rapidez.


—Eso es diferente.


—No sé por qué, pero imaginaba que dirías eso —repuso Pedro con sarcasmo.


—¿Y cómo voy a saberlo si nunca he estado enamorada?


Pedro se quedó boquiabierto ante aquella réplica enojada.


—¿Nunca?


Si Pedro supiera qué otras cosas no había hecho nunca, se quedaría atónito, pensó Paula.


—No me apetece comentar mi vida amorosa contigo. Por cierto, ¿quién te ha pedido tu opinión sobre todo este asunto? —Con el rostro contraído por el desdén, echó hacia atrás la cabeza, y los cálidos y exuberantes mechones de pelo le acariciaron el rostro—. ¿Y quién te ha pedido que te quedaras?


—Quizá tu caluroso recibimiento me resulte un poco menos gélido que el que me darán en casa.


La mueca irónica de Pedro enojó enormemente a Paula. No le habría costado demasiado, pensó él, fingir que el placer de su compañía había sido el motivo, pero ¿por qué ser amable cuando se podía ser sarcástico? ¿No era ese su lema?


—No sé por qué te empeñas en enfrentarte con tu abuelo. No es más que un anciano...


Pedro torció los labios.


—Le diré lo que has dicho. Se tomará tan bien la noticia de su decrepitud como saber que su muerte saldrá en las noticias de las seis. Pensé que no te vendría mal tener a un amigo —se encogió de hombros—. Por lo que se ve, estaba equivocado. Será mejor que me vaya —y se inclinó para recoger la chaqueta que había arrojado sobre el respaldo de una silla la noche anterior.





viernes, 22 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 9





ES LA CLASE de afirmación de la que acabarás arrepintiéndote —repuso Pedro, y palpó la firmeza del labio inferior de Paula con la yema del pulgar.


Era una tontería permanecer de brazos cruzados mientras Pedro se tomaba libertades con ella, pero por alguna razón que desconocía, Paula era incapaz de moverse. 


Era consciente del ansia que crecía en su seno.


—Piensa en lo tonta que te sentirás, encanto, cuando te lo recuerde la próxima vez que estemos juntos en la cama.


Broma o no, la arrogancia de Pedro la dejó sin aliento. 


También provocó otras reacciones. Sus senos se apretaron contra la fina tela de la camiseta y varias imágenes de cuerpos sudorosos y entrelazados se agolparon en su mente.


Aunque Pedro no estuviera acostumbrado al rechazo, no era justo que la utilizara para curar su ego herido. Enojada, arrancó la mirada de aquellos ojos cálidos e hipnóticos, pero se quedó embelesada con la mano que exploraba la cara interna de su labio inferior. Nunca se había percatado de lo elegantes y hermosas que eran las manos de Pedro, de lo largos y fuertes que eran sus dedos. Sorprendentemente, al tiempo que su furia se evaporaba, Paula sintió el impulso irresistible de lamer... Un pequeño gemido escapó de sus labios entreabiertos. « ¡Ya basta, Paula!».


Paula apartó la cabeza para romper el contacto con la mano de Pedro. Él le acarició el cuello antes de retirar la mano por completo. Paula exhaló un suspiro de alivio.


—¿Porque te han rechazado sientes la necesidad de demostrar que todavía tienes lo que hay que tener? —lo hostigó con voz ronca. 


—¿Y lo tengo?


Paula no podía pensar en una sola respuesta sincera que no la incriminara.


El sonido de unas voces distantes se hizo inteligible. 


—Toma las llaves. No volveré a conducir tu adorado coche. No es culpa mía que la calle sea tan estrecha ¡Tía Paula!


Paula luchó contra la niebla de la atracción sexual. Era como nadar contra la marea. De repente, advirtió que Pedro debía de llevar un buen rato agarrándola por la muñeca, porque la dejó con cuidado tras la espalda de Paula antes de colocarse junto a ella.


¡Chloe! ¿Cómo diablos podía haberse olvidado de ella? 


Paula arrancó los ojos del rostro burlón de Pedro y se volvió para afrontar las consecuencias y a su sobrina. La incredulidad y la estupefacción se debatían en el hermoso rostro juvenil de Chloe mientras miraba alternativamente a Pedro y a su tía. No pareció agradarle lo que veía o pensaba, porque sus labios temblaban.


Y, desde luego, estaban más llenos que la última vez que Paula los había visto. Aquel fugaz pensamiento fue reemplazado por cuestiones más apremiantes. ¿Habría visto y comprendido Chloe lo que ocurría? «Que me lo explique», pensó Paula, pero enseguida desechó la caprichosa ocurrencia.


—¿Es ese tu coche? —el rostro sorprendentemente travieso del acompañante de Chloe lucía una mueca de pesar.


Pedro alzó la vista de las llaves que el hombre se estaba metiendo en el bolsillo y miró a Chloe. 


—¿Es muy grave? —preguntó con estoicismo. 


—¡Qué va! Solo un rasguño —protestó Chloe, restando importancia al asunto.


Fuese lo que fuese lo que Chloe había visto o comprendido de la escena que había interrumpido, la había irritado. Quizá estuviera enamorada del hombre apuesto que estaba a su lado, quien, como Paula advirtió con preocupación, era mucho más maduro de lo que aparentaba en la pantalla, pero no había llegado al momento de su vida en el que podía reírse de su enamoramiento de adolescente con Pedro.


Paula tuvo que reprimir una carcajada, que sin duda era histeria, porque la situación no tenía gracia, y plantarse una rígida sonrisa de bienvenida en los labios.


—Chloe, cuánto me alegro de verte —la hipocresía de aquella mentira chirrió en sus oídos—. Y tú debes de ser Ian.


La sonrisa que el hombre maduro le devolvió era cálida y abierta. Paula creía que sentiría un rechazo automático hacia él, pero no fue así, y eso resultaba desconcertante. Claro que Pedro tenía parte de culpa del desconcierto de Paula. La fragancia que emanaba de su cuerpo le hacía cosquillas en la nariz. Era tan... tan viril.


—Benjamin, mira quién ha venido. Mamá —Paula no vio la expresión perpleja de Pedro cuando hizo las presentaciones.


A Benjamin no parecieron impresionarle mucho los «cariño», «pequeño Benja» y « ¿no es un cielo?», y mucho menos los besos ardientes que le plantaron en sus regordetas mejillas. 


Paula temía lo que pudiera hacer en cualquier momento... en lo referente a la diplomacia, los niños pequeños eran únicos. 


Benja podía tener limitaciones verbales, pero tenía maneras muy eficaces de expresar su desagrado.


Chloe sonrió a Benjamin con expectación, pero él no parecía muy feliz. Paula empezó a hablar por los codos. Era consciente de ello, pero no podía evitarlo.


—Se alegró tanto cuando le dije que ibais a venir que anoche no podía dormir. Para colmo, se despertó muy pronto esta mañana. Está agotado, pero no quiere reconocerlo. Ya sabes cómo son los niños —«ese es el problema, tonta», se dijo. «Chloe no tiene ni idea de cómo son los niños y, mucho menos, este niño»—. Siempre se pone un poco irritable si trastornan sus horarios.


—¿Me estás llamando un trastorno? —preguntó Pedro en tono burlón.


Ya que lo mencionaba, sí. Aunque a Paula no le molestaba la interrupción, sin la cual, podría haber seguido balbuciendo hasta la semana siguiente.


—Me ha llamado cosas peores —confió Pedro a los presentes.


—Nos preguntábamos de quién sería el coche que estaba fuera.


Si la mirada escrutadora de Chloe había perdido un solo detalle del hombre espectacular que estaba ante ella la primera vez que lo había mirado de arriba abajo, sin duda, subsanó el fallo durante aquel segundo escrutinio.


Paula se sorprendió sintiéndose incómoda por Ian. Una rápida mirada reveló que no estaba mirando a Chloe, sino a Paula. Ella le devolvió una sonrisa vacilante, aliviada porque estuviera tomándose tan bien la admiración que sentía su prometida hacia un hombre mucho más joven.


—Tienes un aspecto estupendo —prosiguió Chloe. A Paula la observación le pareció un poco innecesaria después de tanto babeo—. ¿Qué te trae por aquí?


—Siempre he sido un excéntrico —Chloe no captó la ironía; claro que Pedro no había esperado que lo hiciera—. Soy de aquí, Chloe.


—Ah, imagino que has venido a ver a tu abuelo —Chloe parecía más feliz tras haber encontrado una explicación razonable de la presencia de Pedro en la casa de su tía—. No habrá muerto, ¿verdad? —inquirió, con tardía preocupación—. Qué tonta, por supuesto que no. Es famoso, ¿no? Habría salido en los periódicos.


Pedro hizo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse serio.


—Es cierto que he venido a ver a mi abuelo —corroboro—. Llegué anoche, solo que todavía no he puesto el pie en casa —le dio a Paula unas palmaditas en la espalda cuando esta empezó a toser.


Paula, todavía con lágrimas en los ojos, contempló cómo la sonrisa desaparecía del rostro de Chloe. La joven lanzó una mirada cargada de veneno a su tía antes de agarrar del brazo a su pareja y presentarla con grandilocuencia:
—¡Y este es Ian!


« ¿Debo hacer una reverencia o solo aplaudir?», se preguntó Paula. En aquel momento, comprendió por qué Ian no se había molestado por el interés de Chloe en Pedro; era evidente que lo adoraba. Y la adoración debía de proporcionar una agradable sensación de seguridad, pensó Paula con melancolía.


—No es necesario que nos presentes, Chloe, sé quién es Ian. No me pierdo su serie.


Era imposible entrever en la expresión educada del actor si creía la mentira no muy convincente de Pedro, y por la leve mueca que Paula detectó en él cuando se estrecharon la mano, sospechó que el apretón había sido más fuerte de lo necesario por parte de Pedro. Sintió deseos de darle un puntapié. ¿Qué le hacía pensar que necesitaba un defensor?
Ian, que hasta ese momento había dedicado toda su atención a Paula, se volvió a la joven que lucía su anillo con orgullo.


—No me dijiste que conocías a Pedro Alfonso, querida. Me sorprende que no nos hayamos visto antes, Pedro.


—Sí, es increíble —corroboró Paula, y lanzó a Pedro una mirada maliciosa—. Teniendo en cuenta lo que le encanta rondar los culebrones con la esperanza de que alguien lo tome por un famoso de verdad y le saque una foto.


Paula se arrepintió enseguida de haberse dejado provocar por Pedro hasta el punto de exhibir su mal humor y sus malos modales. Pero la expresión comprensiva de Ian le recordó que todo lo que sabía sobre aquel hombre había llegado a sus oídos a través de Chloe. Teniendo en cuenta ese hecho, ¡algo debía de haberse perdido en la traducción! 


Paula había dado por hecho que el enamorado de Chloe tenía un ego descomunal y había confiado en que su inteligencia fuera inversamente proporcional a su autoestima. Al parecer, se había equivocado de lleno.


—Espero que Benjamin no esté demasiado cansado después del madrugón para pasar con nosotros el día. Traemos el picnic.


—Lo encargué en Fortnum's —explicó Chloe. ¿Esperaba con eso impresionar a un niño de año y medio?, se preguntó Paula.


—Le encantan los animales, ¿verdad, Benja? —si el exquisito almuerzo no incluía patatas fritas y sándwiches de atún, Paula preveía alguna que otra rabieta. «Si fuera una buena persona, se lo advertiría», pensó con remordimiento. «Reconócelo, Paula, esperas que después de unas cuantas pataletas de Benjamin, Chloe recapacite sobre la alegría de la maternidad»—. Las serpientes le encantan. ¡Sss! —hizo su mejor imitación de una serpiente y Chloe la miró como si hubiera perdido el juicio.


—Ssss, ssss —respondió Benjamin, que comprendió enseguida la situación.


—Entonces, lo llevaremos a ver las serpientes —rió Ian.


Chloe parecía horrorizada por la reacción amistosa de su prometido. Paula se alegraba por Benjamin, cómo no, pero sabía que con el apoyo de Ian, la escena en la que una lacrimógena y agradecida Chloe le decía: «Benjamin debe quedarse contigo, Paula» se estaba difuminando por momentos.


—¿Os apetece un café? —Paula se apresuró a llenar el silencio y aprovechó la oportunidad para apartarse lo más posible de Pedro.


—Eres muy amable, pero tenemos que irnos ya. Lo traeremos a tiempo para la merienda.


—Ess —la llamó Benjamin, y extendió los brazos hacia Paula. Ella ansiaba por levantarlo.


—Hoy no, Benja.


—En otra ocasión, quizás —corroboró Ian—. Ha sido un placer conocerte, Paula. Espero que no te importe que no te llame tía.


—Preferiría que me llamaras cualquier otra cosa —reconoció Paula con sinceridad.


—No eres en absoluto como te había imaginado —Ian torció sus fotogénicos labios para acompañar su irónico comentario.


—A ver si lo adivino: ¿chai, pantuflas y reumatismo?


—Bueno, desde luego, no una melena ígnea ni un cutis magnífico —estudió su rostro con la mirada objetiva de un experto.


(Pero Pedro no se dejó engañar por aquella objetividad).


—A la cámara le encantaría tu rostro, es tan expresivo —prosiguió Ian. -Pedro puso los ojos en blanco. Paula, que intentaba con todas sus fuerzas no ser expresiva, se sintió incómoda—. ¿Has actuado alguna vez o...?


Paula, consciente de que su sobrina parecía dispuesta a arrancarle su melena ígnea folículo a folículo, se apresuró a interrumpirlo.


—No pertenezco a la asociación de actores. Además, ¿no hace falta algo más que un rostro bonito para ser actriz?


—Paula, no has visto mi programa, ¿verdad? —la regañó Ian con atractiva burla hacia sí mismo—. Bueno, al menos nadie me ha acusado de ser intelectualoide y elitista.


A Paula le costó trabajo no reír al escuchar aquella maliciosa pulla. Ian no estaba acusando a Pedro directamente, pero no le hacía falta: una conocida víctima de sus letales tácticas de entrevistador había hecho aquella acusación públicamente en televisión.


—Bueno, ¿no deberías lavarle la cara y las manos antes de que nos lo llevemos? —Chloe, que golpeaba el suelo con el pie con impaciencia, lanzó una mirada significativa a las manos sucias de Benjamin.


—Tienes razón, Chloe —Paula reprimió su instinto natural de satisfacer las necesidades del niño y se puso firme. Si Chloe quería ser madre, perfecto, pero cuanto antes aprendiera que conllevaba algo más que dar regalos y comprar cestas de picnic, mejor—. Ya sabes dónde está el baño. Hay un montón de pañales en la cesta de mimbre, y he dejado una muda en su habitación.


—¿Pañales? —repitió Chloe, con la cara pálida.


Si a Ian le preocupaba que Benjamin le manchara la tapicería con sus manitas pringosas, no lo reflejó. Paula deseó poder descifrar la expresión de su rostro mientras contemplaba cómo Chloe salía de la habitación con su hijo.


—Creo que será mejor que le eche una mano —dijo Ian un momento después, y se disculpó con una atractiva sonrisa. 


Tal vez no fuera tan alto o tan joven como aparecía en la pantalla, pero era un millón de veces más afectuoso y humano.


—Es simpático, ¿verdad?


—¡Simpático! —Pedro pronunció la palabra con desprecio y mordacidad. El tono malicioso sorprendió a Paula, que giró en redondo para mirarlo—. ¿No me digas que te tragaste todo eso del pelo ígneo, el cutis magnífico y te conseguiré un papel? —su carcajada resultaba insultante—. Además —añadió con contrariedad—, no tienes una melena ígnea, sino castaña —Pedro sintió el impulso irresistible de acariciar aquellos cabellos brillantes con los dedos. Alargó la mano para tocarlo antes de percatarse de que aquel podía no ser el momento idóneo para caricias espontáneas—. No creía que fueras tan ilusa, Paula. Ese hombre es un estafador.


—Es decir, que es un mentiroso si piensa que merece la pena mirarme —quizá «ígneo» no fuera la descripción más exacta, pensó Paula, pero tenía mucho más glamour que «castaño»—. Estás furioso porque te ha calado nada más verte.


—Lo que quiero decir —la corrigió Pedro con impaciencia— es que sabe que podrías ponerles las cosas difíciles. Intenta camelarte. No, mentira, está consiguiendo camelarte, aunque si sigue adulándote con tanto descaro, va a tener problemas con Chloe. Estaba verde de envidia, y no me extraña.


—¿Que no te extraña? —repitió Paula con incredulidad—. No puedo creerte, de verdad. Ian tiene razón, te has convertido en un esnob —susurró con ira, mientras movía despacio la cabeza—. Aunque te parezca imposible, todavía no estoy tan desesperada para convertirme en una marioneta cuando un hombre me dice un cumplido. Solo estaba constatando un hecho objetivo.


—Sí, claro, objetivo.


—Pues sí, maldita sea, estoy siendo mucho más objetiva que tú. ¿Por qué frunces el ceño de esa manera? —le espetó.


—Intentaba comprender por qué llamaste a Chloe «mamá» delante de Benjamin.


—¡Porque es su madre! —Paula se preguntó si Pedro no estaría mostrándose obtuso solo para enojarla—. No es ningún secreto.


—Perdona, pero pensaba que lo era —repuso Pedro, y volvió a fruncir el ceño—. ¿Quieres decir que Benjamin... lo sabe?


—Por supuesto que lo sabe. Bueno —se corrigió—, lo sabe, pero solo lo comprende como un niño de un año es capaz de comprenderlo, dadas las circunstancias. Ojalá fuera la madre de Benjamin, pero sé que no lo soy —le dijo con fiereza—. Y no soy ni lo bastante estúpida ni lo bastante egoísta para mentirle. La gente da por hecho que soy la madre de Benjamin y yo no me vuelco en explicaciones, pero si me preguntan...


—¿Quieres decir que si te hubiese preguntado...?


—Te lo habría dicho, por supuesto. Solo que no me lo preguntaste. A decir verdad, no dijiste gran cosa, si no recuerdo mal —nunca había visto a Pedro tan confuso ni tan parco en palabras.


—¿Y qué esperabas? —estalló Pedro.


Paula se llevó un dedo a los labios y lanzó una mirada furtiva a lo alto de las escaleras.


—¿Quieres bajar la voz? —le gritó en un susurro—. Chloe piensa que estamos durmiendo juntos.


La expresión de Pedro sugería que era algo bueno y que debía felicitarlo... Paula sintió deseos de estrangularlo. Una mirada fugaz a la columna bronceada de su cuello le hizo preguntarse lo que sentiría al deslizar los dedos...


—Te conviene más preocuparte por lo que voy a hacer o decir que por perder a Benjamin. Cuando viste el coche de Ian te pusiste frenética.


La serena provocación de Pedro hizo que Paula abandonara su discreto susurro.


—Quizá tu manoseo fuera totalmente altruista, pero a mí me pareció un manoseo —le gritó.


—Yo no he dicho eso. Fue bueno que te distrajera, pero te manoseé... prefiero decir que te acaricié —reflexionó—. Suena mucho mejor. Te acaricié porque no puedo hacerte lo que de verdad quiero —la sonrisa burlona desapareció de su rostro sin dejar rastro—. ¿No vas a preguntarme lo que es?


—No... ¡No! —negó Paula, con un movimiento enérgico de cabeza—. Y cierra la boca —le ordenó al oír el ruido de pasos en la escalera—. Ya vienen.


En aquella ocasión, Benjamin volvería, pensó Paula, mientras contemplaba cómo instalaban a Benja en su cuna de viaje, dentro del coche. La próxima vez, se despediría de él para siempre. Contemplar aquella escena le resultaba tan doloroso que Paula se disculpó y corrió a refugiarse en la casa antes incluso de que el coche estuviera en marcha. 


Acababa de entrar en la cocina, cuando Chloe regresó respirando con agitación e interrumpió su amarga introspección.


—Me dejaba el bolso... ¿Lo ves? —le explicó Chloe, y tomó el minúsculo rectángulo de cuero rosa en el que apenas había espacio para un peine. Sus siguientes palabras estaban tan calculadas para herir los sentimientos de Paula, como así ocurrió, que Paula adivinó que había olvidado el bolso a propósito—. No soy despiadada, sé lo que debes de sentir al perder a Benja. Pero yo soy su madre —suspiró—. Algún día, cuando tengas tus propios hijos... —se llevó la mano a los labios—. Lo siento, Paula, se me había olvidado. No puedes tener hijos, ¿verdad?


—No, no puedo.


Algo parecido al remordimiento destelló en los ojos azules de Chloe antes de que recordara cómo Paula había acaparado toda la atención masculina.


—¿Lo sabe Pedro?


—¿El qué?


—Que no puedes tener hijos.


—No tiene por qué saberlo —repuso Paula, y se preguntó cuándo dejaría Chloe de hundir el puñal.


—Entonces, ¿no te estás acostando con él?


Paula no se sentía inclinada a hacer feliz a Chloe, así que eludió darle una respuesta franca.


—No cuento mi historial médico a todos mis amantes —contestó, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener la compostura.


—Es que me pareció ver a Pedro un poco avergonzado antes, Paula, cuando te insinuabas a él. Solo te lo digo...


—Ya lo sé —la interrumpió Paula con ironía—. Por mi bien. 
Tomo nota de tu preocupación, Chloe, pero sinceramente, no creo que exista una situación que pueda avergonzar a Pedro —irritarlo y enfurecerlo, sí; avergonzarlo, no.


—Qué bien me conoces —a pesar del tono burlón, Pedro daba muestras de estar bastante enojado en aquellos momentos.


—¡Pedro! —Chloe giró en redondo al oír la voz a su espalda. Su estudiada sonrisa coqueta se desvaneció al percibir el desprecio y la furia de la mirada de Pedro—. No te había visto.


—Lo sé y, para que lo sepas, Chloe, tu tía no es de las que anuncian a los cuatro vientos sus aventuras amorosas —Pedro no le dedicó más de unos pocos segundos antes de centrar su atención en Paula, pero el contacto había sido lo bastante largo para que Chloe se sintiera más avergonzada que nunca en toda su vida.


—Bueno, me voy —dijo Chloe con voz débil.


—No es mala idea —corroboró Paula sin mirar a su sobrina.


—¿Es cierto? —Pedro atravesó el umbral y cerró con firmeza la puerta de la cocina. Paula sintió cómo se disolvía su vana esperanza de que Pedro no hubiese oído lo que Chloe había revelado.


—Pensé que te habías ido —Paula recogió un plato de la mesa, pero resbaló de sus dedos y se hizo añicos en el suelo—. ¡Mira lo que he hecho por tu culpa!


—Te he hecho una pregunta.


—Y yo no he querido contestarte —replicó Paula con impertinencia.


—¿Quieres dejar eso? Te vas a cortar —Pedro se acercó a ella por detrás, la rodeó con los brazos y la puso en pie. Le sacudió los minúsculos fragmentos de porcelana de las rodillas antes de enderezarse, y después de levantarle la barbilla con los dedos, estudió la mirada sombría de Paula.


—Ojalá no fueras tan alto. ,


—Échale la culpa a mis genes y a una dieta equilibrada.


—Suéltame —susurró Paula con voz trémula.


—¿No puedes tener hijos?


Paula cerró los ojos.


—Así es. Soy estéril.