sábado, 23 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 10





¡O lo más parecido a una mujer estéril! Improbable, más que imposible, había sido la palabra empleada por el médico que le había explicado su anomalía. Le había hablado largo y tendido sobre la fecundación in vitro y otros tratamientos asociados, pero Paula, que se había sentido como si su feminidad estuviera siendo cuestionada en la televisión, no había prestado mucha atención a las explicaciones.


Paula había dado por hecho que algún día conocería al hombre de su vida y tendría hijos con él. Pero al descubrir que aquello no iba a pasar nunca, comprendió lo intenso que era su deseo de llegar a ser madre.


—No me lo habías dicho.


La rencorosa observación arrancó una amarga carcajada de los labios de Paula.


—¡No es algo que se suela mencionar en una conversación! Por cierto, la apendicitis que tuve me dejó bastante limitada, en todos los sentidos.


Pedro hizo una mueca. Era incapaz de imaginar lo que podía suponer para una mujer la incapacidad de concebir.


—¿Desde cuándo lo sabes?


—Desde hace cinco años.


—¿Tanto? —inquirió Pedro, estupefacto.


—Y, diga lo que diga Chloe, me daría igual tener cien hijos propios, ¡ningún niño podría sustituir a Benjamin! —lo miró con furia, retándolo a que afirmara lo contrario. Pedro maldijo.


—Eso ya lo sé, Paula.


Paula siguió mirándolo con odio, pero los ojos oscuros de Pedro reflejaban ternura y cariño. Paula sintió cómo su enojo se le iba de las manos y una cruda tristeza ocupaba su lugar.


—Ya sé que lo sabes —balbució al tiempo que, con un suspiro, aceptaba el consuelo que ofrecían los brazos de Pedro.


—Debiste decírmelo.


—Ojalá lo hubiera hecho —balbució Paula con sinceridad. 


En el fondo, había tenido miedo de que Pedro la viera de otra manera si lo averiguaba.


No lloró, se limitó a abrazarse a él como si su vida dependiera de ello. Pedro, mientras tanto, le acarició el pelo y la curva de la espalda. No eran las palabras tiernas que musitaba lo que la tranquilizaban como el sonido de su voz grave.


—Gracias —sintiéndose terriblemente tímida de repente, Paula sintió el impulso de liberarse de los brazos fuertes que la estrechaban. Pedro no tuvo problemas en interpretar la repentina rigidez de su menudo cuerpo. Paula retrocedió, se alisó el pelo y rehuyó la mirada compasiva de Pedro—. Sabes, quizá sea para bien que Benjamin viva con Chloe y con Ian —anunció, en un intento por analizar el problema con objetividad—. Nunca he podido ofrecerle un padre. Un chico necesita un modelo que seguir... necesita una figura paterna.


—Algún día, te casarás con alguien que será mejor figura paterna que ese impresentable que Chloe se ha buscado.


Dado el rechazo que sentía Pedro hacia Ian, Paula decidió no tocar el tema del «impresentable». Movió la cabeza con firmeza.


—No, no pienso casarme nunca.


—Eso lo dices ahora, pero cuando conozcas al hombre...


A Paula la enojaba que Pedro le dijera lo que, en opinión de él, ella quería oír... un ejercicio absurdo dado que los dos sabían que ningún hombre querría casarse con ella en cuanto supiera la verdad.


—He dicho nunca —su expresión se endureció—. El matrimonio se basa en proporcionar un entorno amoroso y seguro para los hijos. Por eso se casan los hombres.


—Por eso se casan las mujeres —la corrigió Pedro—. Vosotras sois las del sentido práctico. Un hombre se casa por otras razones. Tenemos muy mala prensa, pero la mayoría de los hombres, cuando se casan, piensan en el amor, no en unas caderas fecundas... —sus ojos se posaron, por propia voluntad, en la cintura de avispa de Paula y en sus caderas. Carraspeó. No era su carácter fecundo o no fecundo lo que le dificultaba desviar la mirada.


—Estás hablando de sexo. Un hombre no tiene por qué casarse para disfrutar del sexo, Pedro. Pero no te estoy diciendo nada que no sepas, ¿verdad?


—Hay una diferencia entre el sexo y el amor, y hasta los hombres frívolos como yo sabemos reconocerlo.


Paula parpadeó al percibir la furia que impregnaban sus palabras. Cielos, lo había olvidado, ¡Pedro había amado y perdido! No era de extrañar que hablara con tanto ardor sobre el tema.


—¿Por eso querías casarte, Pedro?


Pedro despachó con el ceño fruncido aquella pregunta un tanto triste.


—No estamos hablando de mí.


—Eso no es justo, teniendo en cuenta que estamos celebrando una jornada de puertas abiertas sobre mis más íntimos sentimientos —gruñó Paula.


—Estoy seguro de que algún día conocerás al hombre que te quiera por lo que eres, no por lo que le puedas procurar.


—Qué pensamiento más bonito.


—No me crees, ¿verdad?


Paula cruzó los brazos y lo miró directamente a los ojos.


—La verdad, no. Cuando se lo dije a Andres, salió espantado en su cuatro por cuatro —no añadió que ese había sido el desenlace deseado.


—¿Se lo dijiste al veterinario? —por alguna razón, el hecho de que Paula hubiese revelado su secreto a otro hombre, sobre todo a ese, mientras que a él se lo ocultaba, lo encolerizó.


—Bueno, me pidió que me casara con él.


—¡Será caradura! —masculló Pedro—. Bueno, eso demuestra lo despreciable que es.


Pedro se estaba pasando de la raya, teniendo en cuenta que no había hablado con Andres más que en dos ocasiones, según creía Paula.


—¿Qué mosca te ha picado, Pedro? —preguntó—. ¿Tienes por norma menospreciar a todos los hombres a los que yo aprecio? Pensaba que las irracionales éramos las mujeres.


—¿Irracional yo? —inquirió Pedro con perplejidad.


—Primero Andres y ahora Ian. Y el pobre lo único que ha hecho ha sido ser simpático.


—El pobre es el típico hombre patético que, al primer síntoma de calvicie o barriga...


—No he visto ninguno de esos síntomas en Ian —lo interrumpió Paula.


—Se gasta una fortuna para cerciorarse de que no los veas.


—Dios mío, tienes una lengua viperina.


—La necesito para mi trabajo, encanto —reconoció sin escrúpulos—. Tu Ian ha pescado a la primera joven belleza casadera lo bastante tonta o enamorada, y en el caso de Chloe son ambas cosas, para convertirse en objeto de envidia universal. Sus colegas le darán una palmadita en la espalda y lo llamarán «machote». Es lo típico.


—Eso no es más que una generalización —replicó Tess con sorna. Pedro cambió de táctica.


—Entonces, ¿te parece bien que haya una diferencia de edad tan acusada?


—Podría ser un problema —reconoció Paula—, pero cuando dos personas están enamoradas, eso no debería importar.


—Siempre supe que eras una romántica empedernida —la burla centelleaba con fiereza en los ojos oscuros de Pedro—. Ya veo que esa idea de que el amor lo puede todo es aplicable a todo el mundo menos a una persona.


La confusión asomó al rostro de Paula.


—¿A quién?


—A ti.


El color que había vuelto a enrojecer las mejillas de Paula desapareció con rapidez.


—Eso es diferente.


—No sé por qué, pero imaginaba que dirías eso —repuso Pedro con sarcasmo.


—¿Y cómo voy a saberlo si nunca he estado enamorada?


Pedro se quedó boquiabierto ante aquella réplica enojada.


—¿Nunca?


Si Pedro supiera qué otras cosas no había hecho nunca, se quedaría atónito, pensó Paula.


—No me apetece comentar mi vida amorosa contigo. Por cierto, ¿quién te ha pedido tu opinión sobre todo este asunto? —Con el rostro contraído por el desdén, echó hacia atrás la cabeza, y los cálidos y exuberantes mechones de pelo le acariciaron el rostro—. ¿Y quién te ha pedido que te quedaras?


—Quizá tu caluroso recibimiento me resulte un poco menos gélido que el que me darán en casa.


La mueca irónica de Pedro enojó enormemente a Paula. No le habría costado demasiado, pensó él, fingir que el placer de su compañía había sido el motivo, pero ¿por qué ser amable cuando se podía ser sarcástico? ¿No era ese su lema?


—No sé por qué te empeñas en enfrentarte con tu abuelo. No es más que un anciano...


Pedro torció los labios.


—Le diré lo que has dicho. Se tomará tan bien la noticia de su decrepitud como saber que su muerte saldrá en las noticias de las seis. Pensé que no te vendría mal tener a un amigo —se encogió de hombros—. Por lo que se ve, estaba equivocado. Será mejor que me vaya —y se inclinó para recoger la chaqueta que había arrojado sobre el respaldo de una silla la noche anterior.





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